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Para los despistados, es la casona casi al fondo en el pasaje Príncipe de Gales, a pasos de La Moneda, no en La Reina. Es un boliche budista, porque ha tenido varias vidas pasadas, pero actualmente y por décadas se le conoce como La Chimenea, ideada por Juan Castro, su fundador, quien dedicó este boliche a quienes se quedaban de toque a toque a capear la dictadura, con cazuela, bife a lo pobre y por supuesto, harto tinto.
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Un clásico. El rincón más famoso de Santiago, creció como un clandestino en dictadura, con contraseña para entrar a pasar el toque de queda. Su fundador, Don Victor Painemal transformó este lugar en un espacio de resistencia cultural y jarana, con parrilladas, vino y papas cocidas.
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Podemos afirmar que en la actualidad son el corazón del barrio San Diego. Uno, Las Tejas, es el epicentro de los terremotos en el centro de Santiago y de la cumbia chilena; mientras que el Café Bar Roma, atendido por su propio dueño, Don Giulano, es de esas fuentes de soda entrañables y de las que quedan solo un puñado.
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Un clásico del centro de Santiago que ya cerró sus puertas. Con una escalera terrorífica que llevaba al 3er piso, que se podía subir pero nunca bajar (con dignidad), reunía alrededor de piscolas y borgoñas a universitarios, oficinistas, metaleros y un recordado grupo de sordomudos buenos para el carrete. Si el 666 es el número de la bestia, el 777 es el de los bares.