Episodios

  • El Señor Jesús, antes de ascender al cielo, les había pedido que permanecieran en Jerusalén hasta que recibieran la promesa.

    Lucas 24:49 lee “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.”

    Y en Hechos 1:4 dice que “estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre.”

    ¿Cuál era la promesa que esperaban del Padre?

    Esta promesa, según leemos en los evangelios, era el Espíritu Santo de Dios. En Hechos 1:8 Jesús les había mandado que esparcieran el mensaje del evangelio, pero no lo harían es sus propias fuerzas, sino que dijo: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”

    Desde el principio del ministerio de Jesús había sido anunciado que a diferencia de Juan, el cual bautizaba con agua, Jesús bautizaría con el Espíritu Santo (Mt. 3.11; Mr. 1.8; Lc. 3.16; Jn. 1.33) dentro de no muchos días.

    En Juan 15:26 dijo “Cuando venga el Consolador, a quien yo enviaré del Padre, {es decir,} el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí.

    Leemos en Juan 16 cómo había enseñado Jesús diciendo: “Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”... “Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os {lo} hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que El toma de lo mío y os {lo} hará saber.”

    Esto ocurriría, según Juan 7:39, cuando Cristo fuera glorificado; es decir, cuando después de muerto hubiera resucitado y ascendido en gloria al cielo. Una vez Jesús ascendió al cielo, el Espíritu Santo vendría a habitar en la vida de cada uno que previamente depositara su fe en Cristo.

    Esta promesa debía dar aliento a los seguidores de Jesús que lo verían sufrir a manos de los judíos y romanos, lo verían crucificado en una infame cruz. Gracias a Dios, a la mañana del tercer día, había vencido la muerte, resucitando y encontrándose con muchos de sus seguidores. Nos narra Hechos 1 que “después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.” ¡Qué privilegio haber podido sentarse una vez más a los pies de Cristo para oír sus palabras. Después de esto Jesús había ascendido al Padre, no sin antes dar, como dice el versículo 2 del primer capítulo de Hechos “mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido, ” esto es, que compartieran lo que habían visto y vivido por toda Jerusalén, por Judea, y hasta los fines de la tierra (Mateo 28:19-20). Hasta recibir el Espíritu, debían permanecer en Jerusalén, como Jesús les había indicado.

    ¿Pero cuándo vendría este prometido Consolador? ¿Cómo lo reconocerían?
    No les había dado estos detalles. Debían esperar con fe en la incertidumbre.

    De este modo, y en estas condiciones, encontramos a los discípulos al principio del libro de los Hechos, juntos en Jerusalén, reuniéndose y repasando las verdades que habían oído y habían vivido, esperando la promesa del Consolador, este precioso bautismo del Espíritu que Jesús había prometido y que tenemos registrado en los cuatro evangelios (Mt. 3.11; Mr. 1.8; Lc. 3.16; Jn. 1.33).

    ¡Qué difícil se hace esperar cuando no conocemos todos los detalles! ¿verdad? Mas Dios quiere que confiemos en Él aún cuando no vemos el cómo y el por qué; cuando no conocemos la ruta de salida. Ellos confiaron en comunión con Dios y con otros de la misma fe. ¿Puedes esperar tú en Él en las circunstancias en las que te encuentras?

  • El libro de los Hechos comienza así:
    “En el primer tratado, oh Teófilo,. hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre”

    Uno de los cuatro evangelios, el de Lucas, comienza con una dedicatoria a este mismo Teófilo. El libro de Lucas es el primero de dos libros escrito por Lucas bajo inspiración divina. Nos dice que fue escrito para que Teófilo conociera bien la verdad de las cosas en las cuales había sido instruido.

    ¿Quién era este Teófilo? Aunque no se ha identificado a este personaje histórico, podemos deducir por el texto que era alguien con un cargo público (ya que se le llama “excelentísimo” y que había mostrado interés en conocer a Dios. Lucas dedica estos dos libros a Teófilo, su relato del evangelio y este segundo libro de los Hechos ocurridos tras la ascensión de Jesús.


    Si en el libro de Lucas se habían relatado los acontecimientos que ocurrieron desde el anuncio del nacimiento de Jesús hasta su muerte y postrera resurrección, el libro de Hechos expone los acontecimientos a partir de la resurrección de Jesús, y durante los primeros años del cristianismo.

    El libro originalmente no se llamaba “Hechos de los apóstoles.” Los hechos que se narran en esta segunda parte del libro que escribió Lucas trata lo que Jesús hizo durante los primeros años de la iglesia a través del Espíritu Santo en la vida de los apóstoles.

    En Lucas 24:44-49 leemos: “Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas.
    He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.”

    En el primer párrafo del libro leemos cómo Jesús había permanecido en Jerusalén cuarenta días después de su resurrección, para alentar e instruir a sus apóstoles. Les había dejado a la espera de una promesa y con el encargo de compartir aquello que habían visto y oído.

    Veremos en el libro de los Hechos cómo el mensaje del evangelio se esparció en Jerusalén y en Judea, y cómo se extendió por toda Samaria, y hasta llegar a lo último de la Tierra. Así como lo vieron ir al cielo, nos dicen las Escrituras que lo veremos volver un día. “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.” Hechos 1:11. Mientras tanto, estudiemos aquello que los primeros seguidores de Jesús experimentaron, y aprendamos cómo esperar nosotros esta preciosa venida.

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  • Recuerda sus promesas

    Subiendo Jesús a Jerusalén, tomó a sus doce discípulos aparte en el camino, y les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará. Mateo 21:17-19

    Jesús había pasado tres años de su vida enseñando a sus discípulos, preparándolos para el día en que la promesa de redención se culminaría con la muerte y resurrección del Mesías.

    Los discípulos no parecían estar listos para este mensaje, por esto los vemos insistendo en hablar de temas triviales como quién sería el mayor en el reino De Dios. El reino de los cielos había llegado, y Jesús, el mayor de todos iba a entregar su cuerpo para tomar sobre sí el pecado de todos nosotros.

    Al seguir leyendo los evangelios, leemos que cuando entraron en Jerusalén, Jesús sobre un pollino, algunos recibieron a Jesús con palmas y mantos, como la profecía había señalado siglos antes, pero los doce no parecen relacionarlo.
    Los discípulos no parecían entender durante toda la semana los eventos que llevarían a Jesús al momento de su muerte, aunque camino a Jerusalén, Jesús les había dicho que sería apresado, condenado, azotado y crucificado.

    Durante la celebración de la Semana Santa reflexionamos sobre los eventos de esa semana. Pero en este día, al llegar al final de los evangelios, notemos que los discípulos, como nos puede suceder a nosotros, estaban confundidos con las promesas que Jesús les había hecho y con los eventos que estaban viviendo.

    Ellos estaban con Jesús cuando este les dijo que uno de ellos lo traicionaría, mas ellos no sabían quién sería. Cuando Judas trajo al grupo de soldados al jardín donde lo apresarían, Pedro reaccionó para intentar rescatar a su maestro, y este le tuvo que parar, porque como había indicado, este había sido el plan desde la eternidad.
    Cuando Jesús estaba siendo acusado y escarnecido, algunos de sus discípulos huyeron y el mismo Pedro que dijo que moriría por Él, le negó para protegerse a sí mismo.

    Vemos a Jesús ante Pilato, y el pueblo entero pidiendo su crucifixión. Y al fin Jesús, clavado en una cruz, mientras muchos miraban, unos contentos, otros llorando, y los que le conocían, “y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos mirando estas cosas.” (Lucas 23: 49).

    Su cuerpo inerte fue bajado de la cruz y sepultado por José de Arimatea, el cual había creído en Jesús, y las mismas mujeres que seguían al maestro y habían contemplado lo ocurrido ayudaron a preparar su cuerpo.

    Mas aún así no parecía que sus seguidores entendieran todo lo que estaba sucediendo, porque al tercer día, cuando Cristo resucitó de la tumba, todos recibieron la noticia con sorpresa, a pesar de que Cristo les había dicho que estas cosas ocurrirían. Los ángeles les tuvieron que repetir: “Acordaos de lo que os habló, …”Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.”

    ¡Entonces ellas se acordaron de sus palabras!

    Esta es una preciosa reflexión. Por fin, por la obra del Espíritu, todo lo que habían oído tenía sentido. Ahora entendían que su maestro, el Mesías prometido, estaba cumpliendo delante de sus ojos todo lo prometido. Jesús resucitó, victorioso sobre la muerte. Se presentó ante muchos en su cuerpo glorificado, y ascendió al Padre, tal como había sido anunciado. Es este Jesús el que ha abierto el camino de cada pecador al Padre Santo, para que todos podamos experimenta vida eterna en Cristo.

    Veremos más adelante detalles de estos eventos de redención, pero ahora meditemos en esta verdad: Dios siempre cumple lo que promete.

    Los seguidores de Jesús tenían toda la información necesaria para entender lo que estaba sucediendo, pero no podían ver lo que Cristo estaba haciendo, hasta que sus ojos fueron abiertos.

    Pídele a Dios que abra los ojos de tu entendimiento, para que veas y entiendas lo que Dios ha hecho por ti.

    Vive la vida aquí consciente de la obra de Cristo y disfruta de las promesas de Dios día a día.

  • Lucas 19:11-27
    Mateo 25:14-30

    A todos se nos ha dado algo con lo que aportar a este mundo en el que vivimos. Unos parecen tener muchos talentos; capacidades artísticas, dones de administración, facilidad para aprender idiomas, manejar números complejos, analizar problemas o buscar soluciones eficaces. Es fácil ver a los que brillan por sus talentos, pero lo cierto es que cada ser humano tiene algo que otro ser humano necesita. En tiempos de crisis sanitaria nos damos cuenta de lo valiosa que es la atención y el cuidado de los sanitarios y la capacidad de organización y ayuda de los servicios de seguridad ciudadana. Y quizás tú dices, ¿y yo qué aportación tengo para ofrecer?

    El Señor Jesús enseñó sobre la utilidad de lo que se nos ha dado y cómo sacar el máximo partido de lo que tenemos. Para ello contó una historia. En Lucas 19 “Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas (moneda de un cierto valor) y les dijo: Negociad entre tanto que vengo.”
    “Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno.”
    Uno vino con la grata noticia de que su mina había producido diez minas. Este había administrado lo que su señor le había dado, de manera que lo había multiplicado por diez. Le dijo su señor: “Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades.” El segundo siervo le presentó sus ganancias también. La mina que él había recibido había producido cinco minas. ¡No estaba mal! El señor lo alabó y le dio para supervisar cinco ciudades. Llegó un tercer siervo “diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo.” Este siervo no había invertido aquello que se le había dado, y como consecuencia, estaba entregando a su señor lo que este le había dado, sin ganancia alguna. El señor tuvo palabras duras para este hombre. Le dijo incluso: “¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses?”
    Este siervo no era de fiar; si no había sacado partido de lo que tenía, ¿cómo podría su señor darle más? La historia nos dice que la mina fue dada al que tenía diez, pues este era el que había demostrado saber aprovechar aquello que ya tenía.
    En Mateo 25:14-30 tenemos una parábola similar, en la que cada uno recibe diferentes cantidades, y administra lo que ha recibido para que esto crezca y se reproduzca.


    Esta lección es importante para cada uno de nosotros. Debemos reconocer todo lo que se nos ha dado y ver cómo lo estamos administrando. ¿Qué te ha dado a ti el Señor? Puede que al principio te cueste pensar en algo. Deja que te de un par de ejemplos. Te ha dado una vida; ¿qué es lo que haces con ella? La organizas para tu propio provecho, o haces planes para vivirla de forma agradable a Dios y que traiga provecho a otros? Te ha dado un cuerpo ¿cómo cuidas tu cuerpo? ¿Le das lo que te pide cuando te lo pide, o planeas aquello que tu cuerpo necesita para que se mantenga sano y traiga gozo al Señor? Te ha dado una mente, ¿usas tu mente para dar gloria a Dios y para poder ayudar a otros? Te ha dado personas en tu vida ¿valoras a tus familiares y amigos y cuidas las relaciones para que estas se desarrollen positivamente y traigan honra a Dios? Puedes ir nombrando cada parte de ti, cada capacidad, cada regalo que tienes, y que a veces puede que no notes. Estas son tus minas, estos son tus talentos. Enuméralos, y pide a Dios que te ayude a usarlos de manera fiel, para que el Señor pueda decir, “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (Mateo 25:23)

  • Lucas 19:1-10
    Lucas 18:35-43; Mt. 20.29-34; Mr. 10.46-52


    Los evangelios nos cuentan que Jesús y los discípulos, yendo camino a Jerusalén, pasaron por la ciudad de Jericó.

    Nos cuenta Marcos 10 que “al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”

    Este hombre ciego había oído sobre Jesús de Nazaret, y sabía que podía darle la vista. Por lo que leemos, parece que sabía mucho más de Jesús, porque lo llamó “Hijo de David”. Entendía que Jesús era el prometido Mesías, el Salvador que vendría del linaje de David.

    Nos dice el texto que “muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús.”

    Este hombre dejó todo lo que tenía y levantándose, vino hasta Jesús.

    “Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga?” Me encanta. Jesús sabía lo que este ciego necesitaba; sin embargo, hizo que este le pidiera lo que quería. Dios quiere que le pidamos, aún cuando sabe lo que necesitamos. Desea que nos demos cuenta de nuestra necesidad y tengamos la confianza de venir a pedírselo, como hizo este hombre.

    “El ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.”

    Jesús lo sanó, y la prueba de que este recibió mucho más de Jesús que sus ojos es que vemos que lo seguía en el camino. Había recibido de Dios lo que le había pedido, pero no se fue por su propio camino, sino que se fue siguiendo los pasos de su Salvador.

    El segundo personaje que queremos ver hoy es Zaqueo. Como hemos visto en el texto, salían de Jericó, Jesús, sus discípulos y una gran multitud, por lo que sería difícil para algunos ver a Jesús.

    Por este motivo encontramos a nuestro personaje, entendiendo quién era este que pasaba por su ciudad, y haciendo todo lo necesario para poder verlo. Se nos dice de Zaqueo que era un jefe de los publicanos, rico y de baja estatura. Ninguna de estas cualidades le ayudaba a llegar hasta Jesús. Pero este había determinado ver quien era Jesús. Así que buscó un árbol al que se pudiera subir, y sin importarle lo que cualquiera pudiera pensar, trepó hasta lo alto para poder divisar al Señor desde allí. Para su sorpresa, “Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.”

    ¿Cómo? Lo llamaba por nombre, y quería quedarse en su casa. Este no dejó a Jesús esperando. Nos dice el texto que “descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador.”

    Imagina a los religiosos al ver que Jesús había elegido comer y descansar en casa de un cobrador de impuestos que trabajaba para el imperio romano. Zaqueo, sin embargo, había encontrado en Jesús la paz de su alma. Y lo sabemos porque su vida así lo mostraría.

    “Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.” Estaba dispuesto a cambiar su vida para agradar a Dios y ayudar a otros.

    “Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

    ¿Recuerdas las parábolas de lo perdido que era encontrado? Una vez más, Jesús recuerda a los oyentes que no había venido a los que se consideraban justos, sino a aquellos que reconocían que necesitaban salvación. Zaqueo era uno de ellos. Había buscado a Dios y lo había encontrado, y con esto, todos los beneficios que trae el conocerlo.

    En Mateo 7:7-8 nos dice el Señor: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
    Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá.”

    Busca al Señor mientras pueda ser hallado; como Bartimeo, clama a Él; como Zaqueo, haz lo que sea necesario para ver quién es este Jesús. Porque al que clama, Jesús escucha; al que le abre sus puertas, Cristo entra a morar; y la comunión con el Mesías es dulce y duradera.

  • Mt. 19.16-30; Marcos 10:17-31; Lc. 18.18-30

    Estando Jesús en la región de Judea, vino a Él un joven rico que con gran respeto le hizo una pregunta que lo inquietaba.

    “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”
    Jesús le contestó conforme a lo escrito en la ley de los judíos: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.”

    Este chico le preguntó: “¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
    El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?
    Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.”

    Este joven quería garantizarse un lugar en el cielo por su propio mérito. Ya hemos visto en la Palabra de Dios que nadie puede ganarse el cielo. Este chico afirmaba haber cumplido todos los mandamientos de la ley. Jesús, que conoce los corazones, ya le había dicho nada más llegar que bueno no hay más que uno, y este es Dios mismo. A los ojos de muchos, este sin duda era un ciudadano honorable. Y sin embargo, este chico al que nada material le faltaba, sentía que le faltaba algo para poder tener la seguridad de pertenecer al reino de Dios. Quería heredar la vida eterna.

    Jesús no le dice que no haya cumplido la ley fielmente. No le cuestiona las ocasiones, que las habría, en las que el joven habría infringido la ley en hecho o en pensamiento. Lo que hace es ir directamente a aquello que para el joven tenía más valor que seguir al Maestro. Le pide que venda sus posesiones, reparta lo que saque de estas a los pobres y lo siga. ¿Era este el proceder que Jesús sugería a sus seguidores? No, no lo era. Tenemos evidencia de Lázaro, su amigo, que junto a sus hermanas eran adinerados y dueños de una hacienda donde el Maestro se hospedaba cuando pasaba por Betania. No es que Jesús pidiera como requisito prescindir de riquezas para poder servirle a Él. Sin embargo, esto era lo que retenía a este joven. Jesús sabía que las riquezas le poseían y no él a sus riquezas.

    Cuando Jesús dijo que era difícil que un rico entrara en el reino de Dios, sus discípulos dijeron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.”

    Nos recuerda Mateo 19:25-26 que la entrada al reino es imposible, para ricos y para pobres. Mas Jesús la hace posible, porque lo que es imposible para el hombre, para Dios es fácil.

    Lo preciosos es que después de explicar el camino a la vida eterna, los discípulos abrieron su corazón preguntando al Maestro:

    “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?
    Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.
    Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.”

    La vida eterna es la herencia de todos los que de corazón han recibido a Cristo, mas Jesús les revela que los sacrificios hechos por el Señor aquí en la Tierra no pasarán desapercibidos. El haber sacrificado cosas materiales en esta vida o seres queridos por hacer la obra de Dios no compra la entrada al cielo para nadie. Mas Dios no deja sin recompensa aquello que uno hace por Él. 1 Corintios 15:58 dice: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

    ¿Tienes ya la herencia de la vida? Está disponible gratuitamente para todo aquel que cree. Y no desmayes pensando que tu bien aquí en la Tierra pasa desapercibido.

    Jesús enseñó así en Juan 12:24-26 “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.”

  • Mt. 19.1-12; Marcos 10:1-12; Lc. 16.18

    Los fariseos, como en otras ocasiones, vinieron a Jesús con una pregunta trampa para ver si este decía algo en contra de la ley judía. Esta vez, preguntaron a Jesús sobre el divorcio, si le era o no lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo. Una escuela de pensamiento dentro de la tradición judía permitía al hombre desechar a su esposa por cualquier motivo, desde una comida quemada hasta haber encontrado a otra mujer más joven y querer un cambio. Curiosamente, los mismos derechos no se le concedían a la mujer. Una vez más, la tradición estaba muy lejos de los deseos de Dios para su pueblo.

    Jesús dejó a un lado la tradición judía y fue directamente a la esencia del asunto.
    “Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”

    Jesús presenta el matrimonio como un paquete indivisible. ¿Cómo puede parte del paquete decidir que no quiere a la otra parte? Cuando Dios diseñó la unión de un hombre y una mujer en una sola carne, estaba mostrando la esencia de la Deidad. Y cuando esa carne unificada se rasga en dos, está dañando esa imagen de unidad que Dios quería representar.

    Está claro que aquellos que no conocen a Dios no tienen el mínimo interés en preservar la imagen misma de Dios. Sin embargo, debería ser distinto con aquellos que han decidido vivir sus vidas para Dios. Por eso es que un matrimonio entre una persona que pertenece al reino de Dios con una persona que no ha entrado en su reino no es el plan de Dios. El ideal de Dios es que un hombre y una mujer que han puesto su fe en Cristo se junten en matrimonio para formar una unidad que busque representar la unión y el amor de Dios.

    Pero qué lejos estamos a menudo de hacer esto en los matrimonios. Por esto la tasa de divorcio es tan elevada.

    Los fariseos apelaron a la ley de Moisés para defender su caso: “Ellos dijeron: Moisés permitió dar carta de divorcio, y repudiarla. Y respondiendo Jesús, les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento, pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios.”

    Cuando uno busca su propio bien ignorando o asaltando el bienestar del otro es cuando la idea del divorcio surge. Somos pecadores, como la Biblia indica, y esto se refleja en nuestras relaciones interpersonales, comenzando normalmente por aquellas más cercanas.

    El plan de Dios es la unión que hubo en el principio entre Adán y Eva, mas la dureza de nuestro corazón, específicamente en el texto del corazón de los israelitas, había provocado una enmienda en la que se permitía el divorcio por causas específicas, la infidelidad y la rebeldía directa contra Dios, en la que uno no consentía en vivir con su cónyuge creyente. (Mateo 19:9; ver Jeremías 3:8)

    Ya a solas con Jesús, los discípulos volvieron a sacar el tema. Y Jesús les explicó que tanto el hombre como la mujer, si repudiaban a su cónyuge para unirse a otro, estarían adulterando. Ni el hombre ni la mujer tenían derecho a romper la unión que habían hecho ante Dios simplemente porque habían encontrado a otro que les gustaba más.

    Una vez más Jesús enfatiza, que si dos personas que dan fe de pertenecer a Dios están unidas en matrimonio, el pacto de unidad debe llevar garantizado el amor que Cristo tiene para su iglesia, un amor que busca el bienestar del otro. Cuando esto se hace mutuamente, no surgirá motivo de divorcio. Las situaciones de divorcio llegarán sólo cuando una de las partes del matrimonio deje de buscar la voluntad de Dios, y por desgracia, cuando esto ocurre, afecta a ambos, y muchas veces a otros fuera de la pareja, como los hijos y otros familiares cercanos.

    La Palabra de Dios habla del matrimonio mixto, en el que uno de ellos ha conocido a Dios y el otro aún no. Esto lo encontramos en 1 Corintios 7:14. Incluso en esta situación, Dios no recomienda el divorcio si hay respeto mutuo. Aquí el creyente debe mostrar a Cristo en su vida, con la esperanza de que su cónyuge venga al conocimiento de Dios.


    Sí, es cierto que en este mundo habrá situaciones en las que el divorcio es inevitable. Dios puede restaurar vidas destrozadas por el divorcio; puede en su misericordia bendecir uniones provenientes de previos desastres matrimoniales; pero es mucho mejor aún, si estamos en una unión entre creyentes o si el esposo no creyente está de acuerdo en convivir en armonía, buscar agradar a Dios y no permitir que el pecado destroce esta unión.

    Que Dios nos ayude a ver cada aspecto de nuestra vida como Dios lo ve, y que cada matrimonio cristiano pueda reflejar la gloria de Dios al mundo.

  • Mt. 16.21-28; Marcos 8:31-38; Lc. 9.22-27
    Mt. 17.22-23; Marcos 9: 30-32; Lc. 9.43-45
    Mt. 20.17-19; Marcos 10:32-34; Lc. 18.31-34

    La primera vez que Jesús anunció a los discípulos que era necesario que fuera a Jerusalén, para ser acusado, para sufrir y para morir, Pedro quiso protegerlo de tal situación. En Mateo 16 leemos cómo tomó a Jesús aparte y “comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.” Pedro recibió una dura respuesta: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. El propósito de la venida de Jesús a la Tierra era morir, pagando la deuda de todos los pecados de la humanidad, y Pedro, con todas sus buenas intenciones estaba intentando convencerlo para que esto no ocurriera.

    Jesús entonces explicó a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”

    Los discípulos, como cualquiera de nosotros, daban mucha importancia a esta vida. Después de todo, es la única que conocemos. Mas Jesús les recuerda que esta vida es pasajera. Aunque es bueno y necesario velar por nuestra salud física, es mucho más importante analizar el estado de nuestra alma, porque de esto dependerá nuestra eternidad.

    Más adelante, en otras dos ocasiones, Jesús volvió a hablarles de la necesidad de su muerte. En Mateo 17 y Marcos 9 les recuerda que después de morir, resucitaría al tercer día. Esta esperanza debía sostenerlos a través de los momentos difíciles que se acercaban, mas nos dicen los evangelios que los discípulos no entendían, y se entristecieron.

    Una tercera vez, “Subiendo Jesús a Jerusalén, tomó a sus doce discípulos aparte en el camino, y les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará.

    Aún con toda esta información a su disposición, y habiendo convivido con el Maestro durante tres años, los discípulos no llegaron a comprender los eventos de la pasión del Cristo. Durante los días de la celebración de la Semana Santa repasaremos los eventos que sucedieron. Recordemos que como los discípulos, nosotros tenemos todo lo que necesitamos saber para comprender la obra de Cristo en nuestro lugar. Pidamos a Dios que nos ayude a entender para qué vino, y que vivamos de modo que su sacrificio valga la pena ahora y en la eternidad.

  • Mt. 18.1-5; Marcos 9:33-37; Lc. 9.46-48
    Mt. 20.20-28; Marcos 10:35-45
    Mt. 19.13-15; Marcos 10:13-16; Lc. 18.15-17

    A los seres humanos nos encantan las clasificaciones, las tablas y los rangos. Es por esto que triunfan las calificaciones, porque nos permiten ver cómo vamos en comparación con otros.
    Los discípulos también cayeron en esto, y entre ellos “entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor.” Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo, incluso llegaron a preguntarle al Maestro si podían sentarse cada uno a un lado de Jesús en el cielo. Esto no cayó muy bien a los otros discípulos, los cuales se enfadaron con los dos hermanos, como nos narra Mateo 20:24.
    Jesús, en cada ocasión en la que los discípulos cayeron en la tentación de buscar rango y posicionarse sobre otros les enseñó que en el reino de los cielos, paradójicamente, el mayor es el siervo de todos.

    En Lucas 9:46-48, “Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí, y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande.” Los discípulos discutían por ver quién era el más importante entre ellos, y Jesús les mostró la necedad de sus pensamientos.

    Mateo 18:1-5 nos dice que: “llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.” Del mismo modo que un niño puede ver la grandeza de Dios y maravillarse por ello, debemos nosotros también humillarnos, para ver lo maravilloso que Él es. Jesús les pedía que no buscaran un lugar acomodado para sí mismos, y que dieran valor e importancia a aquellos a los que otros veían como menos importantes. En el capítulo 19 de Mateo, nos cuenta que algunos trajeron a unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron.

    “Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” En esa ocasión, los discípulos habían llamado la atención a los que habían traído a los niños hasta Jesús, y este dejó bien claro que el reino de Dios es para los humildes, y cada cual que quiera entrar en el reino de los cielos ha de depositar su confianza en Cristo. Jesús nos muestra la confianza de un niño como ejemplo a seguir para todo ser humano.

    Así que ¿quién es el mayor? El reino de los cielos no consiste en posicionarse para estar mejor. Mas Jesús dejó bien claro la diferencia entre el reino de este mundo y el reino de los cielos en Mateo 20 y Marcos 10:

    “Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”

    El ejemplo de Cristo es evidente. Filipenses 2 nos enseña así: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”

    ¿Quieres ser grande en el reino de los cielos? Confía en Dios con todo tu ser, piensa en el bien de otros y muestra el amor de Dios a través de tu servicio.

  • Mt. 17.1-13; Marcos 9:2-13; Lc. 9.28-36
    Seis días después de que Jesús hablara con sus discípulos acerca de su identidad y su propósito aquí en la Tierra, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y nos dicen los evangelios que “se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.”

    Podemos imaginar la escena. De repente, con Jesús, los discípulos ven a dos personajes. ¿Cómo podrían saber que eran Elías y Moisés? Supongo que Dios les dió este conocimiento, a menos que estos se presentaran a sí mismos o de alguna forma llevaran algún objeto identificativo. El caso es que como podían comprobar, Jesús no era ni Elías, ni tampoco Moisés, como algunos creían. Pedro, con su personalidad extrovertida y explosiva, interrumpió la solemne escena para ofrecer reverencia diciendo: “Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.”
    Quizás sin darse cuenta de lo que decía, Pedro estaba poniendo a Jesús al mismo nivel que Elías y Moisés. Después de todo, ambos eran personajes que los judíos respetaban grandemente. Mas “Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.”

    Dios intervino en la escena para mostrar a los discípulos que Jesús era el único al que debían oír. Si alguna vez has mostrado reverencia a un santo o te has acercado a pedir favor de algún personaje del pasado, debes ver, como Pedro y los otros discípulos pudieron entender en esa escena de la transfiguración, que el único que merece tu reverencia y el único al que Dios ha asignado como mediador es Cristo.

    Nos dicen los evangelios que los discípulos postraron sus rostros y tuvieron gran temor, mas
    “Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.”

    Jesús es el Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, el Salvador de la humanidad; mas en su amor se acercó a los discípulos para decirles que no temieran. Conocerlo a Él trae paz, rechazarlo debería traer temor. Mas este Jesús al que Dios identificó como su Hijo amado ha venido a mostrar su amor a cada uno de nosotros. Levantémonos y no temamos, sino sigámoslo y disfrutemos de una preciosa relación con Él.

  • Mt. 16.13-20; Marcos 8:27-30; Lc. 9.18-21)

    Durante el ministerio de Jesús en la Tierra, había muchos rumores sobre la persona de Jesucristo. ¿Quién sería este que hacía milagros y enseñaba aquello que no había estudiado? Era el hijo de un carpintero, no pertenecía a la élite judía, y sin embargo, muchos lo seguían. ¿Quién era este hombre realmente?

    Un día que viajaban por la región de Cesarea de Filipo, preguntó Jesús a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”

    “Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.”

    Juan el Bautista había fallecido injustamente a manos de Herodes. Para atender al capricho de su sobrina, e hija de su amante, Herodes había accedido a matarlo. El profeta, primo de Jesús, había denunciado abiertamente la inmoralidad del tetrarca, y este lo había encarcelado. Durante la fiesta de cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías, cuñada y amante del tetrarca, danzó para este. A Herodes le agradó, y le ofreció cualquier cosa que quisiera, pero ésta, instruida por su madre, pidió que se le entregara en una bandeja la cabeza de Juan.

    Cuando Herodes, más tarde, comenzó a escuchar sobre el ministerio de Jesús, creyó que era Juan el Bautista, que había vuelto de la muerte. Algunos más, aparentemente también creían ese rumor.

    Otros decían que era Elías. Si recordamos, la Palabra contaba cómo Elías fue llevado al cielo sin pasar por la muerte y el profeta Malaquías había profetizado que Dios volvería a enviar al profeta Elías antes de la llegada del gran día de Jehová (Malaquías 4:5). Así que, se puede entender que algunos creyeran que Jesús era Elías que había vuelto. Otros, lo relacionaban con uno de los grandes profetas del pasado, como Moisés o Jeremías. Veían su poder, pero no querían entender que este era, como él estaba comunicando, el Mesías anunciado.

    Así que Jesús preguntó a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
    “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

    Pedro lo tenía claro. El Maestro a quien él seguía era el mismo Dios, el Cristo que esperaban. Curiosamente, el Señor Jesús “les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente.” ¿Por qué haría esto? ¿No sería fantástico que todo el mundo escuchara que este era el Mesías? Mas Jesús había venido con un propósito. Venía a morir. Si todos creían que era el que era, no lo habrían matado. Jesús les explicó diciendo: “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día.”

    Cuando esto sucediera, su misión se habría cumplido, y todos los que quisieran podrían comprender que este era en verdad el Cristo profetizado, el Hijo del Dios viviente, el Salvador de sus pecados.

    Este es Jesús, del que la Palabra nos habla página tras página. ¿Has confiado en Él para salvación? Romanos 10:11 nos dice: “El que creyere, no será avergonzado.” Dios no defrauda al que en él confía ¿Estás descansando en Él diariamente?

  • Mt. 15.1-20; Marcos 7:1-23
    Oíd, y entended: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” Mateo 15:11

    Con estas palabras, Jesús contestó a aquellos que criticaban que sus discípulos no siguieran el rito de lavado de manos de la tradición judía.

    “Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?”

    Los fariseos se sintieron ofendidos por la respuesta de Jesús. Ellos vivían una vida basada en la tradición, y cualquiera que cuestionara sus costumbres debía ser señalado.
    Mas Jesús no se sentía amenazado por las tradiciones de los judíos, siendo él mismo judío.

    Cuando los fariseos cuestionaron el hecho de que los discípulos no siguieran la tradición judía, Jesús les cuestionó a ellos algo aún más serio. Ellos usaban la tradición para desobedecer la ley de Dios.


    Leemos en Mateo 15:3-9 que Jesús les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente.

    Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición.”

    La ley pedía que cada uno mantuviera a sus padres cuando estos no pudieran proveer más para sí mismos, pero los fariseos, siempre preocupados por el dinero, habían ideado una manera de saltarse esta obligación, y estipulaban que podían designar dinero para “el Señor”, y así no cumplían esa ley. Jesús les acusó de no honrar a sus padres, uno de los diez mandamientos, utilizando como pretexto su tradición.

    Jesús los llama Hipócritas diciendo: “bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
    Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.”

    Es en este contexto que Jesús dijo: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” Pedro pidió que les explicara lo que quería decir con esto, aunque parece bastante claro, no? Jesús lo explica en los versículos 17-20.

    ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina?
    Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre.”

    Cuando estamos concienciados en cuidar la higiene y guardarnos de contaminación, damos gran importancia a actos como lavarnos las manos antes de comer. Sin embargo, con la importancia que esto tiene para no contaminarnos, hay algo que contamina más que cualquier cosa que podamos ingerir, y eso es lo que sale de nuestra boca, “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” dice Lucas 6:45.

    Examinemos constantemente lo que sale de nuestra boca. Analicemos lo que hacemos y por qué lo hacemos, para poder saber si en verdad estamos siguiendo mandamientos de hombres, o si estamos viviendo conforme a la ley de Dios. Que de nuestra boca salga solo aquello que es de edificación para otros y que da la gloria a Dios.

  • Al caer la tarde después del domingo de resurrección, Lucas nos narra la historia de dos discípulos que iban andando hacia el pequeño pueblo de Emaús. Las noticias de los eventos de ese día les habían llegado y la verdad es que ya no sabían qué creer. La entrada de Jesús en Jerusalén les parecía ya un evento lejísimo en su memoria. Mientras iban andando, no podían evitar conversar sobre Jesús.

    Lucas 24
    Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido.
    Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen.

    Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?
    Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?
    Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron.
    Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro;
    y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive.
    Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.

    Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
    ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?

    Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.

    Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos.
    Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio.
    Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista.
    Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?

    Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón.
    Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan.

    Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?
    Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

    Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?
    Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos. Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
    Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras;
    y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.
    Y vosotros sois testigos de estas cosas.

    He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo.
    Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo.
    Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo;
    y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén.

    La tristeza de los discípulos el viernes se había convertido en gran gozo y alabanza. Si tú has conocido a Cristo, y estás confiando en lo que Él hizo por ti durante esa santa semana, el mismo gozo que experimentaron sus discípulos debería estar presente cada día de tu vida.

  • Antes del amanecer el primer día de la semana, encontramos guardias en la tumba y mujeres preparándose para ungir el cuerpo de Jesús. Ninguno de los dos grupos tenía idea de lo que estaba a punto de acontecer. El cuerpo que estaban guardando y que venían a ungir seria resucitado en gloria y saldría victorioso de aquella tumba.

    Lucas 24
    El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

    Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes;
    y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron:
    ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.

    Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás. Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles.
    Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían. Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.

    Vemos que el apóstol Juan cuenta cómo vivió él, con Pedro, el mismo acontecimiento. Juan 20

    El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro.
    Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro.

    Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró.

    Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
    Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.

    Y volvieron los discípulos a los suyos. Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.
    Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.

    Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.
    Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.
    Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro).
    Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
    Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.

    El día domingo comenzó inmerso en tristeza, pero esta tristeza se transformaría en gloria cuando Cristo salió victorioso de la tumba, tal como había profetizado de sí mismo. En su conquista de la muerte, vemos su victoria sobre el pecado. Su sacrificio fue aceptado delante de Dios para poder ofrecernos perdón de pecados. Hoy tenemos motivo para celebrar. Nuestro Salvador ha resucitado. No está muerto. Vive para siempre, para interceder por nosotros delante de Dios.

  • Antes del anochecer del viernes, cuando comenzaba el día de reposo para los judíos, el cuerpo de Cristo debía estar en la sepultura. Nos cuenta la Biblia lo siguiente en Lucas 23:50-56:

    Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo.
    Este, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús.
    Y quitándolo, lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el cual aún no se había puesto a nadie.
    Era día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo.
    Y las mujeres que habían venido con él desde Galilea, siguieron también, y vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo.
    Y vueltas, prepararon especias aromáticas y ungüentos; y descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento.

    José de Arimatea no era el único que estuvo presente para acoger el cuerpo de Jesús. También lo acompañó Nicodemo, el líder de los judíos que había venido a Jesús de noche tres años antes. Jesús le había hablado de su necesidad de nacer de nuevo en Juan 19:39-42
    39 También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras.
    40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos.
    41 Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno.
    42 Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.

    Pero ¿dónde estaban los otros discípulos? ¿Qué había pasado con Pedro, el que estaba dispuesto a morir por él, y así lo había declarado delante de los demás? La última vez que habíamos leído de Pedro, fue después de que hubiera negado a Cristo tres veces, y cuando cantó el gallo, salió llorando amargamente. Los discípulos de Jesús están esparcidos, tal como había profetizado de ellos Zacarías cuando dijo: “Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas” (13:7).

    Muchas veces nosotros nos encontramos en la misma situación cuando estamos en medio de la prueba. Nos es difícil en los momentos de incertidumbre recordar las promesas de Dios y creer que hay esperanza. Los pobres discípulos estaban deprimidos porque todos sus planes parecían haber fracasado. Pero era sólo sábado, y ¡pronto llegaría el domingo!

  • Esa misma noche del jueves, cuando ya había anochecido, y justo después de que Jesús pasara el tiempo de oración en el huerto, se oyó un alboroto. Nos dice Lucas 22 y 23

    47 Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle. Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?
    Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada?
    Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha.
    Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó.
    Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos?
    Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas.

    54 Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos.
    55 Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos.
    Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él.
    Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco.
    Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy.
    Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo.
    Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó.
    Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
    Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.
    Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban;
    y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?
    Y decían otras muchas cosas injuriándole.

    Cuando era de día, se juntaron los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, y le trajeron al concilio, diciendo:
    ¿Eres tú el Cristo? Dínoslo. Y les dijo: Si os lo dijere, no creeréis; y también si os preguntare, no me responderéis, ni me soltaréis.
    Pero desde ahora el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios.

    Dijeron todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo: Vosotros decís que lo soy.
    Entonces ellos dijeron: ¿Qué más testimonio necesitamos? porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca.

    Lucas 23
    Levantándose entonces toda la muchedumbre de ellos, llevaron a Jesús a Pilato. Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohibe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey.
    Entonces Pilato le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y respondiéndole él, dijo: Tú lo dices.
    Y Pilato dijo a los principales sacerdotes, y a la gente: Ningún delito hallo en este hombre.
    Pero ellos porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí.

    Entonces Pilato, oyendo decir, Galilea, preguntó si el hombre era galileo.
    Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que en aquellos días también estaba en Jerusalén.
    Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho, porque hacía tiempo que deseaba verle; porque había oído muchas cosas acerca de él, y esperaba verle hacer alguna señal.
    Y le hacía muchas preguntas, pero él nada le respondió.
    Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran ímpetu.
    Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato.
    Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día; porque antes estaban enemistados entre sí.

    Entonces Pilato, convocando a los principales sacerdotes, a los gobernantes, y al pueblo,
    les dijo: Me habéis presentado a éste como un hombre que perturba al pueblo; pero habiéndole interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis.
    Y ni aun Herodes, porque os remití a él; y he aquí, nada digno de muerte ha hecho este hombre. Le soltaré, pues, después de castigarle.
    Y tenía necesidad de soltarles uno en cada fiesta. Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás! Este había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad, y por un homicidio.

    Les habló otra vez Pilato, queriendo soltar a Jesús; pero ellos volvieron a dar voces, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale!
    Él les dijo por tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y le soltaré.

    Mas ellos instaban a grandes voces, pidiendo que fuese crucificado. Y las voces de ellos y de los principales sacerdotes prevalecieron.
    Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos pedían; y les soltó a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, a quien habían pedido; y entregó a Jesús a la voluntad de ellos.

    Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús.
    Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él.
    Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.
    Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?

    Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos.
    Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
    Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

    Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios.

    Los soldados también le escarnecían, acercándose y presentándole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

    Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.

    Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
    Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
    Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
    Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
    Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

    Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.
    Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo.
    Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho.
    Pero todos sus conocidos, y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos mirando estas cosas.

    Jesús pasó toda la noche del jueves y la mañana del viernes recibiendo los abusos y acusaciones de los que le odiaban. Fue llevado delante del Sanhedrín, luego Pilato y Herodes y cada uno le examinaba

  • Hasta este punto en la semana, Jesús había estado enseñando en el templo todos los días. Ya no volvía a Betanía por la noche sino que acampaba con sus discípulos en Getsemaní, un huerto en las laderas del monte de los olivos. Ahora, el jueves por la tarde, se preparaba para celebrar la cena pascual con sus discípulos en un aposento alto en la ciudad.

    Lucas 22:7-46
    “Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua.
    Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, preparadnos la pascua para que la comamos.
    Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos?
    Él les dijo: He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, y decid al padre de familia de esa casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos?
    Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí.
    Fueron, pues, y hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua. Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles.
    Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!

    Jesús hizo algo inesperado después de esta cena. Utilizando los elementos de la cena, el pan sin levadura y el fruto de la vid, Jesús estableció una representación de lo que ocurriría el día siguiente. Su cuerpo sería roto y su sangre derramada en una cruz romana.

    Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios.
    Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.
    Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.

    De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. Mas he aquí, la mano del que me entrega está conmigo en la mesa. A la verdad el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!
    Entonces ellos comenzaron a discutir entre sí, quién de ellos sería el que había de hacer esto.

    Parece difícil que en un momento tan sobrio, los discípulos podrían estar preocupados por el tema de su posición en el futuro reino de Cristo, pero así fuen. Jesús les había lavado los pies porque ninguno de ellos estaba dispuesto a hacer el trabajo de un siervo, pero de alguna forma todavía no habían captado el mensaje de la humildad de su Maestro.

    Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor.
    Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores;
    mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.
    Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.

    Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. El le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces.

    Y a ellos dijo: Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada.
    Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una.
    Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento. Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Basta.

    Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron.
    Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación.
    Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
    Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
    Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación.”

    Mucho sucedió aquel día en el que comerían el cordero de la pascua. Los discípulos buscaron el lugar y el cordero, lo prepararon, y pudieron juntarse esa noche a comer con el Señor lo que se denomina hasta hoy la última cena. Jesús sabía lo que seguiría a esta cena. Sabía que su hora llegaba. Mas sus discípulos no lo anticipaban. Para ellos era otra pascua más. Aunque Jesús les estaba avisando de lo que venía, ellos no llegaban a entenderlo. Quizás por eso seguían discutiendo sobre quien era el mayor entre ellos, quien podría ser el que no seguía al Señor con todo su corazón, o cuántas espadas tenían en posesión. El hecho de que no llegaban a entender lo que se acercaba explica que después de cenar, cuando fueron al huerto a orar, los discípulos se quedaran dormidos mientras Jesús agonizaba en oración. Su Padre sí sabía lo que venía, y le envió un ángel que lo fortaleciera. Jesús, fortalecido y dispuesto a llevar a cabo la obra a la que había venido aquí a la tierra, despertó a sus discípulos y los animó a orar, para no entrar en tentación. Simón Pedro, el que pensaba estar firme, el que prometió seguir a Cristo hasta la muerte no sabía que una gran tentación se le iba a echar encima.

    ¿Estás tú atento a las tentaciones que puedan avecinarse? ¿Pasas tiempo en oración para ser fortalecido? Es fácil descuidarnos cuando no entendemos que se aproxima la prueba. Quizás por eso el Señor nos exhorta a velar en oración. No que debemos orar y no dormir, pero recordemos que nuestra fuerza para superar las pruebas viene de Dios. No seamos como los discípulos esa noche en Getsemaní, porque perderemos la oportunidad de fortalecernos en el poder de la fuerza de Dios.

  • Jesús se estaba identificando claramente como Dios. Esto molestaba a los fariseos y los escribas, líderes religiosos de la época.
    La profecía decía que el Cristo, el Mesías debía venir del linaje del rey David.

    “Entonces él les dijo: ¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David?

    Pues el mismo David dice en el libro de los Salmos:
 Dijo el Señor a mi Señor:
 Siéntate a mi diestra,
    Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. David, pues, le llama Señor; ¿cómo entonces es su hijo?”

    Jesús esta diciendo. David llamó al Mesías que había de venir, Señor, poniéndose bajo su autoridad. ¿Así que, quién sería realmente el Mesías? No era hijo de David en el sentido en que David sería superior al Mesías, sino que Mesías el Cristo era mucho superior a David, ya que David mismo lo llamó Señor.”

    Esto causaba gran revuelto entre estos líderes. Pero Jesús continuó acusando a los escribas de no creer las Escrituras que ellos mismos copiaban. Lucas 20: 45-47:

    “Y oyéndole todo el pueblo, dijo a sus discípulos:
    Guardaos de los escribas, que gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas;
    que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación.”

    Este mismo día miércoles, algo estaba ocurriendo entre los discípulos de Jesús. Judas, el que había establecido con JEsús durante estos últimos tres años, estaba tramando un plan que revelaba su verdadera identidad.

    Lucas 22:1-6
    Estaba cerca la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua.
    Y los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle; porque temían al pueblo.

    Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce;
    y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría.
    Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero.
    Y él se comprometió, y buscaba una oportunidad para entregárselo a espaldas del pueblo.

    ¿Cómo era posible que alguien que se había sentado a los pies de Jesús y había escuchado la enseñanza de la boca de Dios mismo pudiera traicionarlo asI? ¿Cuántas personas escuchan la Palabra de Dios y rechazan a Cristo? En Jeremías 2:13 Dios dice: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.” Y Judas es uno de estos que dejó al Mesías, la fuente de agua viva, y fue intentando saciarse en cisternas que no podían contener el agua.

  • Durante los días que Jesús estuvo en Jerusalén, no se quedó en casa meditando sobre lo que le esperaba. Lo vemos que aprovechó el tiempo enseñando. El lunes de camino al templo para limpiarlo, había visto una higuera llena de hojas. Se había acercado en busca de fruto, pero no encontró ninguno. Jesús maldijo la higuera en señal de la nación de Israel. Ellos también parecían tener fruto, pero en realidad su religión era estéril. El martes de camino a la ciudad, Jesús y sus discípulos pasaron la misma higuera que Jesús había maldecido el día anterior.

    Marcos 11:20-22
    “Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces. Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios.”

    Recordemos, Jesús no maldijo la higuera porque estaba frustrado o enojado. Era una señal del juicio de Dios contra la religión estéril de su pueblo. Por eso Jesús aprovecha la oportunidad para animar a sus discípulos a confiar en Dios. Una vez entrado en la ciudad, Jesús se puso a enseñar al pueblo del juicio de Dios contra la rebeldía de su pueblo.

    Lucas 20:9-26
    Comenzó luego a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, la arrendó a labradores, y se ausentó por mucho tiempo.
    Y a su tiempo envió un siervo a los labradores, para que le diesen del fruto de la viña; pero los labradores le golpearon, y le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a éste también, golpeado y afrentado, le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos también a éste echaron fuera, herido.

    Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto.
    Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra.
    Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. ¿Qué, pues, les hará el señor de la viña?
    Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto, dijeron: !!Dios nos libre!
    Pero él, mirándolos, dijo: ¿Qué, pues, es lo que está escrito:
 La piedra que desecharon los edificadores
 Ha venido a ser cabeza del ángulo?
    Todo el que cayere sobre aquella piedra, será quebrantado; mas sobre quien ella cayere, le desmenuzará.
    Procuraban los principales sacerdotes y los escribas echarle mano en aquella hora, porque comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola; pero temieron al pueblo.”

    Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarle al poder y autoridad del gobernador.
    Y le preguntaron, diciendo: Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el camino de Dios con verdad.
    ¿Nos es lícito dar tributo a César, o no?
    Mas él, comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis?
    Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De César.
    Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
    Y no pudieron sorprenderle en palabra alguna delante del pueblo, sino que maravillados de su respuesta, callaron.”

    Fíjate. Jesús usa esta ocasión para recordar a estos que buscaban ocasión para acusarle de que cada persona es portadora de la imagen de Dios. Dios, en el momento de la creación, nos hizo a su imagen. Las monedas de los romanos llevaban grabadas la imagen del César, por lo que Jesús les dice “dad a César lo que es de César,” es decir: puesto que la moneda lleva ´su imagen dadle el tributo que pide. Pero mucho más importante, si nosotros llevamos grabada la imagen de Dios, ¿no sería lógico que nuestro ser le diera tributo y le honráramos?

  • La gran aclamación de la entrada triunfal de Jesús el domingo contrastan con los eventos del día siguiente. Marcos nos cuenta que el domingo “entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce.” (11:11).

    El domingo había entrado Jesús en el templo y había observado el negocio que se estaba haciendo en la casa de Dios, pero se dio la vuela y salió porque ya se hacía tarde. La limpieza del templo sería un asunto que tendría que esperar para el día siguiente.
    El lunes volvió a entrar Jesús en el templo y esta vez no entró para observar.

    Mateo 21:12-14
    Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 13 y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. 14 Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó.

    Jesús no podía ignorar lo que encontró en el templo. El sitio que debía ser santo se estaba usando para aprovecharse de los que venían para adorar. Se cambiaba monedas y vendían animales para el sacrificio de manera injusta. Sabemos que la práctica era inflar los precios, ya que la gente tendría que comprarlos ahí en el templo si no querían viajar con animales y correr el riesgo que se lastimaran por el camino. Jesús amonesta a los líderes religiosos por su mala gestión de la casa de su Padre y luego demuestra por su ejemplo la compasión de Dios, recibiendo a ciegos y cojos y sanándoles.

    Así que los fariseos, aquellos religiosos encargados de los asuntos del templo, estaban molestos con él.

    Mateo 21:15-17
    15 Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron, 16 y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis:
    De la boca de los niños y de los que maman
    Perfeccionaste la alabanza? 17 Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, y posó allí.

    La gente empezó a saludar a Jesús de la misma manera que lo habían hecho en la entrada triunfal. Hosanna, que quiere decir, “sálvanos, por favor” y estaban llamando a Jesús “el hijo de David”, un título mesiánico. Una vez más los fariseos querían que Jesús les callara, pero él les dijo que la alabanza de los jóvenes era perfecta, citando el Salmo 8:2.

    Lucas 20:1-8
    “Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad? Respondiendo Jesús, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme: El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?

    Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis?
    Y si decimos, de los hombres, todo el pueblo nos apedreará; porque están persuadidos de que Juan era profeta.
    Y respondieron que no sabían de dónde fuese.
    Entonces Jesús les dijo: Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas.”

    Jesús decidió no contestarles, porque sabía que buscaban ocasión para acusarlo, y su hora no había llegado. Todavía tenía asuntos que atender en los días que seguían.

    Pensemos un momento hoy. Dios nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, si es que hemos creído en Cristo para salvación. Si nuestro cuerpo es templo, ¿qué necesita el Señor limpiar para que Él se sienta honrado de verdad?