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Los Apóstoles de la antigüedad fueron valientes en su testimonio de Jesucristo y de Su resurrección (véase Hechos 4:33). Millones de personas creen en Jesucristo y tratan de seguirlo gracias a las palabras de ellos que se registraron en la Biblia. No obstante, algunas personas podrían preguntarse: Si Jesucristo es el Salvador de todo el mundo, ¿por qué entonces Sus testigos presenciales se limitan a un puñado de personas de una pequeña región?El Libro de Mormón es un testigo adicional y convincente de que Jesucristo es el Salvador del mundo, “que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones” (portada del Libro de Mormón) y ofrece salvación a todos los que vienen a Él. Además, este segundo testigo también aclara lo que significa la salvación. Es por ello que Nefi, Jacob, Mormón y todos los profetas obraron tan “diligentemente para grabar estas palabras sobre planchas”, a fin de declarar a las futuras generaciones que ellos también “sabía[n] de Cristo y tenía[n] la esperanza de su gloria” (Jacob 4:3–4). En esta época de Pascua, reflexiona sobre los testimonios que se hallan en el Libro de Mormón de que el poder del Salvador es tanto universal como individual; que redime al mundo entero y te redime a ti.Título: “Se levantará […] con sanidad en sus alas”Categoría: Libro de MormónPrograma: Podcast del Libro de Mormón con Pepe y ArielReferencias: Pascua de ResurrecciónAutor: Pepe ValleInvitado: Ariel Cuadra_____________________Únete al Grupo de Whatsapp: https://chat.whatsapp.com/JfCIDbnOXfnJzOlMChyShEGracias por acompañarnos, te invitamos a conocer todo nuestro contenido:Central de las Escrituras: https://centraldle.esDescarga ScripturePlus: https://scriptureplus.orgFanPage: https://www.facebook.com/BookofMormonCentralenEspanolGrupo de Facebook: https://www.facebook.com/groups/456254818520188Geografía del Libro de Mormón: https://geografia.centralldm.esÍndice del Libro de Mormón: https://indice.centralldm.es
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“Esta es la senda”Entre las últimas palabras que Nefi escribió, encontramos esta declaración: “… me lo ha mandado el Señor, y yo debo obedecer” (2 Nefi 33:15). Ese es un buen resumen de la vida de Nefi. Procuró entender la voluntad del Señor y la obedeció valientemente, aun cuando eso implicara poner en riesgo su vida para obtener las planchas de bronce de Labán, construir un barco y cruzar el mar, o enseñar fielmente la doctrina de Cristo con claridad y poder. Nefi podía hablar con gran persuasión de la necesidad de “seguir adelante con firmeza en Cristo”, de seguir el “estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna” (2 Nefi 31:20, 18), porque esa era la senda que él seguía. Sabía por experiencia propia que tal senda, aunque a veces sea exigente, es también gozosa, y que “no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en el reino de Dios” (2 Nefi 31:21).
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“Una obra maravillosa y un prodigio”Nefi escribió: “… profetizo concerniente a los postreros días” (2 Nefi 26:14). En otras palabras, escribía acerca de nuestros días; y hay motivos para sentirnos preocupados por lo que vio: personas que niegan el poder y los milagros de Dios, y envidias y contiendas generalizadas. Además de hablar de esas “obras de tinieblas” dirigidas por el adversario en los últimos días (2 Nefi 26:10, 22), Nefi habló también de “una obra maravillosa y un prodigio” dirigida por Dios mismo (2 Nefi 27:26); y sería crucial para tal obra cierto libro, un libro que deja al descubierto las mentiras de Satanás y que recoge a los rectos. Ese libro es el Libro de Mormón, la obra maravillosa es la obra de la Iglesia del Señor en los últimos días, y el prodigio es —al menos en parte— que Dios nos invita a todos nosotros a participar en el recogimiento, a pesar de nuestras debilidades.
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Nos regocijamos en Cristo”Los escritos de Isaías contienen amonestaciones fuertes, pero también ofrecen esperanza y gozo. Esa es una de las razones por las que Nefi las incluyó en su registro. Él dijo: “… escribo algunas de las palabras de Isaías para que aquellos […] que vean estas palabras eleven sus corazones y se regocijen” (2 Nefi 11:8). En cierto sentido, la invitación a leer los escritos de Isaías es una invitación a regocijarse. Tal como hizo Nefi, tú puedes deleitarte en las profecías de Isaías acerca del recogimiento de Israel, la venida del Mesías y la paz prometida a los rectos. Puedes regocijarte por vivir en el día profetizado en que el Señor ha “levanta[do] estandarte a las naciones, y congrega[do] a los desterrados de Israel” (2 Nefi 21:12). Cuando tengas sed de justicia, puedes “con gozo saca[r] agua de las fuentes de la salvación” (2 Nefi 22:3). En otras palabras, puedes “regocija[rte] en Cristo” (2 Nefi 25:26).
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No es fácil grabar caracteres sobre planchas de metal, y el espacio con el que contaba Nefi en las planchas menores era limitado. Entonces, ¿por qué haría Nefi el esfuerzo de copiar tantos de los escritos del profeta Isaías en sus anales? Lo hizo porque quería que creyéramos en Jesucristo. “Mi alma se deleita en comprobar a mi pueblo la verdad de la venida de Cristo”, escribió (2 Nefi 11:4). Nefi había visto lo que le sucedería a su pueblo en las generaciones futuras; vio que, a pesar de sus grandes bendiciones, se volverían orgullosos, contenciosos y mundanos (véanse 1 Nefi 12; 15:4–6). También vio problemas similares en nuestros días (véase 1 Nefi 14). Los escritos de Isaías advertían contra tal iniquidad, pero también daban a Nefi la esperanza de un futuro glorioso: el fin de la iniquidad, el recogimiento de los fieles y “gran luz” para los que habían “anda[do] en tinieblas” (2 Nefi 19:2). Todo ello sucedería porque “un niño nos [sería] nacido”, Aquel que daría fin a todo conflicto: el “Príncipe de Paz” (2 Nefi 19:6).
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“¡Oh cuán grande es el plan de nuestro Dios!”Ya habían transcurrido al menos cuarenta años desde que la familia de Lehi había partido de Jerusalén. Se hallaban en una tierra desconocida, a medio mundo de distancia de Jerusalén. Lehi había muerto, y su familia ya había comenzado un conflicto que duraría varios siglos entre los nefitas —“que creían en las amonestaciones y revelaciones de Dios”— y los lamanitas, que no creían (2 Nefi 5:6). Jacob, que era un hermano menor de Nefi y había sido ordenado como maestro de los nefitas, quería que el pueblo del convenio supiera que Dios nunca los olvidaría, por lo que ellos nunca debían olvidarlo a Él. Se trata de un mensaje que ciertamente necesitamos en la actualidad (véase Doctrina y Convenios 1:15–16). “[A]cordémonos de él […], porque no somos desechados […]; grandes son las promesas del Señor”, declaró Jacob (2 Nefi 10:20–21). Entre esas promesas, ninguna es mayor que la promesa de la “expiación infinita” para vencer la muerte y el infierno (2 Nefi 9:7). Por ello, Jacob concluye diciendo: “Anímense, pues, vuestros corazones” (2 Nefi 10:23).
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“Vivimos de una manera feliz”Al leer 1 Nefi, se podría tener la impresión de que Nefi era un personaje heroico; era “grande de estatura”, tanto física como espiritualmente, (1 Nefi 2:16), y parecía inmutable frente a las pruebas que afrontaba. O al menos eso es lo que podríamos suponer. Aunque la fe de Nefi era excepcional, sus tiernas palabras en 2 Nefi 4 revelan que incluso las personas fieles en ocasiones se sienten “miserable[s]” y “fácilmente […] asedia[das]” por las tentaciones. Allí vemos a alguien que se esfuerza, que quiere estar alegre, pero cuyo “corazón gime a causa de [sus] pecados”. Podemos identificarnos con eso y con la alentadora determinación que le sigue: “… no obstante, sé en quién he confiado” (véase 2 Nefi 4:15–19).Si bien Nefi y su pueblo aprendieron a vivir “de una manera feliz” (2 Nefi 5:27), también aprendieron que la felicidad no llega fácilmente ni sin períodos de pesar. En definitiva, proviene de confiar en el Señor, la “roca de [nuestra] rectitud” (2 Nefi 4:35).
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“Libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador”
Si supieras que tu vida está llegando a su fin, ¿qué últimos mensajes querrías dar a las personas que más amas? Cuando el profeta Lehi sintió que su vida estaba por terminar, reunió por última vez a su familia; les dijo lo que el Padre Celestial le había revelado y expresó su testimonio del Mesías. Enseñó a las personas que amaba las verdades del Evangelio que atesoraba. Les habló sobre la libertad, la obediencia, la caída de Adán y Eva, la redención por medio de Jesucristo, y la felicidad, sin embargo, no todos sus hijos decidieron vivir de conformidad con lo que les enseñó. Ninguno de nosotros puede tomar esas decisiones por nuestros seres queridos. No obstante, podemos enseñar y testificar del Redentor, que nos hace “libres para escoger la libertad y la vida eterna” (2 Nefi 2:26–27).
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Prepararé el camino delante de vosotros”1 Nefi 16–22El Señor hizo esta promesa a la familia de Lehi mientras viajaban hacia la tierra prometida: “… prepararé el camino delante de vosotros, si es que guardáis mis mandamientos” (1 Nefi 17:13). Sin duda, la promesa no significaba que la travesía sería fácil: los integrantes de la familia siguieron teniendo desacuerdos, se les rompieron los arcos, afrontaron dificultades y la muerte, y además, tuvieron que construir un barco a partir de materias primas. Sin embargo, cuando la familia afrontaba adversidades o tareas que parecían imposibles, Nefi reconocía que el Señor nunca estaba distante. Sabía que Dios “alimenta [a los fieles] y los fortifica, y provee los medios por los cuales pueden cumplir lo que les ha mandado” (1 Nefi 17:3). Si alguna vez te preguntas por qué les suceden cosas malas a personas buenas como Nefi y su familia, es probable que halles entendimiento al respecto en estos capítulos. Aunque lo más importante tal vez sea que verás lo que hacen las personas buenas cuando les suceden cosas malas.
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El sueño de Lehi —con la barra de hierro, el vapor de tinieblas, el edificio espacioso y el árbol con el “más dulce” fruto— es una inspiradora invitación a recibir las bendiciones del amor y el sacrificio expiatorio del Salvador. Para Lehi, sin embargo, la visión también era concerniente a su familia: “… a causa de las cosas que he visto, tengo por qué regocijarme en el Señor por motivo de Nefi y de Sam […]. Pero he aquí, Lamán y Lemuel, temo en gran manera por causa de vosotros” (1 Nefi 8:3–4). Cuando Lehi concluyó de describir la visión, suplicó a Lamán y a Lemuel “que escucharan sus consejos, para que quizá el Señor tuviera misericordia de ellos” (1 Nefi 8:37). Aun cuando hayas estudiado la visión de Lehi muchas veces, esta vez trata de verla de la manera en que lo hizo Lehi, pensando en un ser querido. Al hacerlo, la seguridad de la barra de hierro, los peligros del edificio espacioso y la dulzura del fruto cobrarán un nuevo significado, y entenderás más profundamente “todo el sentimiento [del] tierno padre” que recibió esa extraordinaria visión.
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Aun antes de comenzar a leer 1 Nefi, capítulo 1, notarás que el Libro de Mormón no es un libro común y corriente. En sus páginas de introducción, se describen acontecimientos sin igual que abarcan visitas de ángeles, un antiguo registro enterrado durante siglos en una colina y un joven que lo traduce por el poder de Dios. El Libro de Mormón no es meramente una narración sobre civilizaciones antiguas de las Américas, sino que procura convencer a todos “de que Jesús es el Cristo” (portada del Libro de Mormón), y Dios mismo dirigió la forma en que se escribió, se preservó y llegó a estar a nuestro alcance. Este año, al leer el Libro de Mormón, orar al respecto y aplicar sus enseñanzas, invitarás el poder del Salvador a tu vida, y tal vez te sentirás inspirado a decir, al igual que los Tres Testigos expresaron en su testimonio: “… es maravilloso a [mi] vista”.
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"Como recordará, en el comienzo del libro de Apocalipsis, el Salvador se declara a Sí mismo como “el principio y el fin” (Apocalipsis 1:8). Asimismo, en el final, concluye con palabras similares: “Yo soy […] el principio y el fin” (Apocalipsis 22:13); pero ¿qué significa eso? ¿El principio y el fin de qué? El libro de Apocalipsis testifica con elocuencia que Jesucristo es el principio y el fin de todo; el principio y el fin del gran y vasto drama de la existencia y la salvación del ser humano. Es el “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). Es el Rey de reyes que pone fin a la iniquidad, al pesar y aun a la muerte misma, y da inicio a “un cielo nuevo, y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1).
Sin embargo, antes de que lleguen ese cielo nuevo y esa tierra nueva, hay mucho que tenemos que vencer: plagas, guerras, iniquidad generalizada, todo lo cual el Apocalipsis describe vívidamente. No obstante, Jesucristo está con nosotros durante esa parte también. Él es “la estrella resplandeciente de la mañana” que brilla en el cielo oscuro como promesa de que el amanecer llegará pronto (Apocalipsis 22:16); y está llegando pronto; Él viene pronto. Así como nos invita: “Venid a mí” (Mateo 11:28), Él también viene a nosotros. “… [V]engo en breve”, declara; y con esperanza y fe que se han purificado en el fuego de la adversidad de los últimos días, nosotros respondemos: “¡Sí, ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22:20)."
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Imagine a una mujer “con dolores de parto y sufr[iendo] por dar a luz”. Ahora imagine “un gran dragón rojo que tenía siete cabezas y diez cuernos” rondando a la mujer, listo para “devorar a su hijo en cuanto naciese” (Apocalipsis 12:2–4). Para entender esos versículos de la revelación de Juan, recuerde que esos símbolos representan a la Iglesia y al Reino de Dios, y al peligro que afrontarían. Para los santos que sufrieron intensas persecuciones en los tiempos de Juan, la victoria sobre el mal no debe haber parecido probable. Esa victoria también nos puede resultar difícil de prever en una época como la nuestra, cuando el adversario está en “guerra contra los santos” y tiene “autoridad sobre toda tribu, y pueblo, y lengua y nación” (Apocalipsis 13:7). Pero el final de la revelación de Juan demuestra gloriosamente que el bien triunfará sobre el mal. Babilonia caerá, y los santos saldrán “de la gran tribulación” con túnicas blancas, no porque sus túnicas jamás se hubieran manchado, sino porque “ha[brán] lavado sus ropas y las ha[brán] blanqueado en la sangre del Cordero” (véase Apocalipsis 7:14).
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Poco después de Su resurrección, el Salvador pronunció una profecía que debe haber sido inquietante para Pedro. Predijo que Pedro moriría como mártir a causa de su fe, pues le “llevar[ían] a donde no qu[erría] […], dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios” (véase Juan 21:18–19). Años después, cuando Pedro escribió sus epístolas, sabía que su profetizado martirio se acercaba: “… [D]entro de poco tengo que dejar este, mi tabernáculo, como nuestro Señor Jesucristo me lo ha declarado” (2 Pedro 1:14). Sin embargo, las palabras de Pedro no transmiten temor ni pesimismo; más bien, enseñó a los santos a “alegra[rse]”, aun cuando fueran “afligidos con diversas tentaciones”. Les aconsejó que recordaran que “la prueba de [su] fe” conduciría a “alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo sea manifestado” y a “la salvación de [sus] almas” (1 Pedro 1:6–7, 9). La fe de Pedro debe haber sido un consuelo para aquellos primeros santos, así como resulta alentadora para los santos de la actualidad, quienes también somos “participantes de las aflicciones de Cristo, para que también en la revelación de su gloria [n]os regocij[emos] con gran alegría” (1 Pedro 4:13).
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En ocasiones, un solo versículo de las Escrituras puede cambiar el mundo. Santiago 1:5 parece ser un simple consejo: Si necesitas sabiduría, pídela a Dios. Mas cuando José Smith, con 14 años, leyó ese versículo, este “[p]areció introducirse con inmenso poder en cada fibra de [su] corazón” (José Smith—Historia 1:12). Siendo inspirado de esta manera, José obedeció la admonición de Santiago y procuró sabiduría de Dios mediante la oración; y efectivamente, Dios se la concedió abundantemente, y José recibió una de las visitaciones celestiales más notables de la historia: la Primera Visión. Esa visión cambió el curso de la vida de José y condujo a la restauración de la Iglesia de Jesucristo sobre la tierra. Todos nosotros somos bendecidos en la actualidad gracias a que José Smith leyó Santiago 1:5 y actuó en consecuencia.¿Qué encontrará usted al estudiar de la epístola de Santiago? Quizás un versículo o dos cambien su vida o la de algún ser querido. Podría hallar guía para cumplir su misión en la vida. Hallará motivación para hablar con amabilidad y ser más paciente. Tal vez se sienta inspirado a hacer que sus acciones sean más acordes con su fe. Sea cual sea la inspiración, permita que esas palabras se “introdu[zcan] […] en cada fibra de [su] corazón”. Y entonces, cuando “recib[a] con mansedumbre la palabra”, como escribió Santiago, sea un hacedor de la palabra y no tan solamente oidor (véase Santiago 1:21–22).
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¿Ha intentado alguna vez expresarle a otra persona lo que ha sentido durante una experiencia espiritual poderosa? El lenguaje cotidiano puede resultar insuficiente para describir los sentimientos y las impresiones espirituales. Quizás sea esta una de las razones por las que Juan empleó tantas imágenes y tanto simbolismo para describir su majestuosa revelación. Podría haber dicho simplemente que había visto a Jesucristo, pero para ayudarnos a entender su experiencia, describió al Salvador empleando expresiones tales como: “sus ojos [eran] como llama de fuego”, “de su boca salía una espada aguda de dos filos” y “su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1:14–16). A medida que lea el libro de Apocalipsis, trate de descubrir los mensajes que Juan quería que usted aprendiera y sintiera, aun cuando no entienda el significado de cada símbolo. ¿Por qué habrá comparado las congregaciones de la Iglesia con candeleros, a Satanás con un dragón y a Jesucristo con un cordero? En definitiva, usted no tiene que entender cada símbolo del Apocalipsis para comprender sus importantes temas recurrentes, así como su tema principal más prominente: Jesucristo y Sus seguidores triunfarán sobre los reinos de los hombres y de Satanás.
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Cuando Juan y Judas escribieron sus epístolas, ya había doctrina corrompida que había comenzado a llevar a muchos santos a la apostasía. Algunos falsos maestros incluso cuestionaban si Jesucristo realmente se había aparecido “en carne” (véanse, por ejemplo, 1 Juan 4:1–3; 2 Juan 1:7). ¿Qué podría hacer un líder de la Iglesia en tal situación? El apóstol Juan respondió dando su testimonio personal del Salvador: “Hermanos, este es el testimonio que damos de lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (Traducción de José Smith, 1 Juan 1:1, [en nota a al pie de página de 1 Juan 1:1]). Y luego Juan enseñó sobre el amor: el amor de Dios por nosotros y el amor que nosotros debemos tener por Él y por todos Sus hijos. Después de todo, Juan fue testigo de ello también; él había experimentado en persona el amor del Salvador (véanse Juan 13:23; 20:2), y quería que los santos sintieran ese mismo amor. El testimonio y las enseñanzas de Juan sobre el amor son igual de necesarios hoy en día, cuando la fe en Jesucristo se cuestiona y las falsas enseñanzas abundan. Leer las epístolas de Juan puede ayudarnos a afrontar las adversidades actuales con valor, pues “[e]n el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18).
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A veces, hasta los santos fieles sufren “vituperios y tribulaciones” que les pueden hacer perder su confianza (véase Hebreos 10:32–38). Pablo se enteró de que los judíos convertidos al cristianismo experimentaban graves persecuciones a causa de su nueva religión. Para alentarlos a permanecer fieles a sus testimonios, les recordó la larga tradición de creyentes fieles de su propia historia: Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, José, Moisés: una “nube de testigos” de que las promesas de Dios son reales y que vale la pena esperar por ellas (Hebreos 11; 12:1); dicha tradición también le pertenece a usted. Ese legado de fe lo comparten todos los que tienen “puestos los ojos en Jesús [como] el autor y consumador de la fe” (véase Hebreos 12:2). Gracias a Él, cada vez que la adversidad nos hace querer “v[olver] atrás”, podemos, más bien, “acer[carnos] con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (véase Hebreos 10:22, 38). Para nosotros, así como para los santos de la antigüedad, Jesucristo es nuestro “sumo sacerdote de las cosas buenas por venir” (Hebreos 9:11).
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