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En el sábado de la tercera semana de Cuaresma, la liturgia nos presenta la parábola del publicano y el fariseo. No nos acostumbremos al pecado, ni el nuestro ni al de los demás: al reconocerlo, nos llenamos de deseos de desagravio, y atraemos la gracia de Dios.
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En la víspera del 4º domingo de Cuaresma, aceleramos el paso para disponernos a celebrar los misterios que nos salvan. Meditamos hoy las palabras de Jesús a Nicodemo, que nos enseña a nacer de nuevo, a nacer de la vida que Él nos trae. No hay mesianismos terrenos, no hay otro salvador fuera de Jesús.
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En la víspera del cuarto domingo de Cuaresma, hacemos más viva la invitación de Cristo, que nos pide que lo sepamos acompañar. Aprendemos del evangelio del hijo pródigo, para ejercitarnos en la contrición y porque en él descubrimos la inmensa bondad del Padre.
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Ante el Miércoles de Ceniza nos planteamos el modo de vivir la Cuaresma. Tres puntos señala el Papa: ayuno, limosna y oración. ¿Cómo concretarlos?
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¿Cómo iniciar bien este tiempo de Cuaresma? Conversión profunda de la mente y el corazón. Tiempo de combate espiritual intenso; experiencia del desierto. Vivir en el desierto es vivir en recogimiento interior.
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En Cuaresma nos presenta la liturgia aquellos pasajes en que los judíos cuestionan a Jesús, y lo acusan de incumplimiento de la ley. Se van acomodando las piezas del drama, que viviremos en Semana Santa. Ante los ataques, Jesús afirma su verdad de Hijo de Dios. Encontremos en Jesús a nuestro Dios y a nuestro todo.
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En esta Cuaresma, Jesús espera que lo acompañemos en el desierto. ¿Sabemos hacer la experiencia del desierto? Que en cualquier momento del día, si nos preguntaran ¿Qué estás haciendo?, pudiéramos contestar Estoy amando a Jesús.
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¿Cómo vivió María la Cuaresma esencial, es decir, los 40 días que Jesús pasó en el desierto? Aprender de Ella a vivir este tiempo como intenso conocimiento del misterio de Cristo.
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Jesús sufre verdaderas tentaciones y las vence. De ese modo, repara la caída de nuestros primeros padres. Nosotros, desde Cristo, podemos vencer también todas las tentaciones.
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¿Cómo puede rozar, aun de lejos, la tentación al Hijo de Dios? Jesús es verdadero hombre: la tentación fue real, y nos enseña el modo de afrontarlas y vencerlas: oración y penitencia.
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El demonio tienta a Jesús intentando desviar la gloria de Dios por la propia gloria. La santidad es la opción radical por el amor y el servicio a Dios. La batalla es sin cuartel.
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En las reacciones de Jesús ante las tentaciones que padeció en el desierto, encontramos el modelo perfecto para vencer las tentaciones que se presenten en nuestra vida. Requerimos para ello el recogimiento interior. ¿Cómo adquirirlo?
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Cuaresma, tiempo especial de gracia: Os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios, invita san Pablo. La sangre de Cristo sigue manando, para nuestro aprovechamiento y felicidad.
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Invitación cuaresmal a entender el sentido profundo de la Cruz. La Cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad: decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. En el dolor está todo el poder del amor.
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Jesús invita a la penitencia, ya desde el principio de su predicación. Estamos invitados a reconocer nuestro pecado: ¿cuál es mi defecto dominante, causa de todos los demás?
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Recobrar el sentido de penitencia del tiempo cuaresmal, que es tiempo de purificación. Coincidir nuestros mundos personales con el de Jesús: es la esencia del amor.
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La clave del amor es la identidad de mundos. Participar ahora en el mundo de oración y penitencia de Jesús. Él purifica por los pecados del mundo y te invita a acompañarlo.
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Afrontar el sufrimiento, como hizo Jesús, para desentrañar todo su valor salvífico. Quien no sabe de penas no sabe de cosas buenas: penas es el traje de amadores.
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Los discípulos, en la barca durante una fuerte tempestad, se manifiestan temerosos. Jesús les reprende su falta de fe. El modo de consolar el Corazón de Cristo es vivir plenamente inmersos en la fe.
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Jesús llora porque la Ciudad Santa no recibió su mensaje de misericordia y perdón. La sociedad actual no piensa en las consecuencias del pecado.
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