Episodi

  • Tras haber asentado las bases de nuestra salvación en Cristo y de nuestra posición ante Dios, el apóstol Pablo expone cómo debe vivir un cristiano para que la iglesia de Cristo pueda ejercer su propósito aquí en la Tierra.

    ¿Y cuál es el propósito de tener cristianos viviendo en este mundo? Isaías 43:7 nos dice que cada uno hemos sido creados para dar gloria a Dios. Así también, cuando recibimos a Cristo, no nos vamos directamente a la presencia de Dios, sino que nos quedamos en este mundo para glorificar a Dios ante los demás. Los dos primeros versículos del capítulo 12 de Romanos son conocidos por su riqueza espiritual; estos nos instan a entregarnos a Dios diariamente para poder experimentar Su perfecta voluntad.

    “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”

    El apóstol Pablo está exhortando a los creyentes de Roma a no conformarse a la cultura del momento, sino a dejar que Dios los vaya transformando. Esto mismo es lo que Dios quiere que nosotros hagamos, y por este motivo ha preservado la carta a los Romanos para nuestra edificación. Esta transformación de la que habla el texto consiste en una renovación constante de nuestro entendimiento, de modo que nuestra manera de pensar no sea como la de los que nos rodean, sino más bien se vaya conformando más y más al modo de pensar de Dios. Cuando esta transformación va ocurriendo en nuestras vidas, comenzamos a comprobar que la voluntad de Dios es sin duda buena, agradable y perfecta.

    Hay situaciones en las que no parece que la voluntad de Dios para nuestras vidas sea buena o agradable, y no nos parece perfecta. Esos no son momentos para altercar con Dios, sino para darnos cuenta que quizás nuestro entendimiento está más conformado a este siglo que a la mente de Dios.

    Cuando pienso en los tres adjetivos que Pablo usa para describir la voluntad de Dios, me viene a la mente una ilustración en el ámbito alimenticio. Hay alimentos que son buenos. Si los comemos, nos hacen más fuertes, o nos mantienen sanos. Puede que lleguemos a entender que cierta verdura es buena para nosotros, pero no la consideramos agradable porque no disfrutamos su sabor.
    Hay también alimentos agradables, pero que no consideraríamos buenos por su composición alimenticia. Lo natural es pensar que o bien comemos lo que es bueno, o bien comemos lo que es agradable, pero hay pocas cosas buenas y agradables a la vez. Pero lo que nos enseñan los nutricionistas es que debemos cambiar nuestra forma de pensar para aprender a disfrutar aquellos alimentos que son sanos y nos hacen bien. En este proceso de aprendizaje, aquello que no nos sienta bien o no es bueno para nuestro organismo, tendemos a evitarlo y no nos parece tan apetecible. Podríamos decir que se produce un cambio en nuestra escala de valores.


    Pablo no presenta la voluntad de Dios como una dicotomía, siendo a veces buena, y otras agradable. La describe como buena y agradable a la vez. Esto sólo lo podemos comprender cuando nuestra mente ha sido transformada por la obra del Espíritu, cuando llegamos a ser capaces de disfrutar aquello que nos será beneficioso, y aprendemos a no desear aquello que no nos conviene. Cuando nuestro entendimiento es conformado o moldeado según la mente de Dios, llegamos a ver las cosas como Él las ve, y logramos comprender que Su voluntad es siempre buena y agradable; Su voluntad para sus hijos es perfecta.


    ¿Te cuesta disfrutar de los buenos platos que Dios te está sirviendo en tu vida? Pídele que moldee tu entendimiento, y que transforme tu manera de ver las cosas, para poder disfrutar del menú que en Su perfecta sabiduría te ha servido para este día. Confiemos en que al final de la jornada, el menú completo cumplirá su propósito en nuestra vida, y podremos comprobar que Su voluntad es en verdad buena, agradable y perfecta.

  • ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!
    Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?
    ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?
    Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.”
    (Romanos 11:33-36)

    Romanos 11 presenta un argumento difícil de entender y por lo tanto complejo de explicar. En Roma, los creyentes judíos y los creyentes gentiles tenían una contínua contienda. Los gentiles tendían a despreciar a los judíos, entendiendo que estos a través de la historia habían desechado al Dios que los había escogido. Por lo tanto ahora Dios había elegido dar salvación a los gentiles por la desobediencia del pueblo judío. Era fácil que los cristianos gentiles se vieran a sí mismos como superiores a los judíos que habían rechazado a Cristo. Pablo trata este problema y lo pone en perspectiva.

    El texto en Romanos 10 y 11 explica a ambos bandos la bondad y la soberanía de Dios. El pueblo de Israel había sido elegido por la misericordia de Dios para salvación. Mas cuando rechazaron a Dios y desobedecieron, Dios ofreció la salvación a los gentiles, a todo pueblo fuera del pueblo judío. Por esto es que dice que por la desobediencia de unos, otros hemos recibido la oportunidad de la salvación, y nuestra inclusión en el plan de salvación de Dios supondrá una futura entrega del pueblo de Israel, cuando estos se volverán al Señor y serán salvos.

    Dios ha usado la desobediencia del pueblo judío para darnos oportunidad de ser salvos por la fe, y usará nuestra salvación para ofrecer un nuevo pacto al pueblo judío. Y su plan perfecto dará oportunidad a todo aquel que acepte su plan de salvación para disfrutar de vida eterna en Cristo y de una vida en comunión con Él.

    Pablo prosigue en Romanos 11:20b advirtiendo a los creyentes gentiles de no enorgullecerse por la salvación por fe que les ha sido dada; dice estas palabras: “pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme.”

    El texto presenta la imagen de un olivo donde hay ramas que han sido arrancadas del árbol, estos representando a los judíos, que habían sido arrancados del plan de Dios. Hay otras ramas de un olivo silvestre que han sido injertadas a este árbol de vida. Mas de los judíos dice: “Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.” (Romanos 11:23)

    Entonces, ¿cambia Dios de opinión en cuanto a los que han de ser salvos? De ninguna manera. Romanos 11:29-31 afirma: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia.”

    Los planes de Dios son perfectos, y dentro de su plan, ha ofrecido la salvación por pura gracia tanto a judíos como a gentiles. Ni unos ni otros hemos hecho nada para merecerlo, y lo aceptamos sin llegar a entender la mente de Dios.

    Cuando un texto de las Escrituras nos parezca complicado, no olvidemos que los pensamientos de Dios son infinitamente superiores a nuestro entendimiento. Pidámosle que nos muestre a través de su Espíritu lo que quiere enseñarnos, y confiemos en su infinita sabiduría.


    “Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?

    No olvidemos nunca quién es Él, y quienes somos nosotros. De ese modo, mantendremos la actitud correcta ante el Rey de reyes.

    “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.”

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  • Altercar no es una palabra muy común. Un sinónimo que se utiliza más a menudo es “discutir.” Un altercado aparece definido en el diccionario como “una pelea violenta y acalorada;” un enfrentamiento.

    En Romanos 9:20 leemos: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?

    Ya en la primera parte del capítulo 9, Pablo ha estado cuestionando nuestras ideas sobre Dios, afirmando verdades que deben quedar claras en nuestras mentes.

    En primer lugar, en el versículo 6, y tras haber expuesto la condición del pueblo judío ante Dios y a través de la historia, Pablo afirma que la palabra de Dios no falla.

    En el versículo 14, durante su explicación de cómo Dios escogió a Jacob y no a Esaú, plantea y resuelve una duda común al ser humano. Dice así: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera.”

    Dios es soberano para tomar decisiones y es perfectamente justo. Su favor no depende de lo mucho que podamos ofrecerle, ni de lo poco que podamos darle. El versículo 16 afirma:

    Que “no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.”

    No importa cuánto nos afanemos, Dios es el que da, y Él da según su misericordia y según su voluntad. Por eso en el versículo que ya hemos leído dice:

    “¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?

    ¿Por qué discutiríamos con Dios sobre sus decisiones? ¿Quién creemos que somos? ¿Acaso merecemos unos más que otros? Dios está dejando claro una vez más que nadie en este mundo merece su misericordia, y cuando Dios la da, no debemos cuestionarla.

    Nosotros somos el barro y Él es el alfarero: ¿Acaso “dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?”

    Fácilmente cuestionamos las bondades de Dios, fácilmente dudamos de la veracidad de sus palabras. Y eso es un desprecio inaceptable. El texto nos explica que Dios tiene potestad sobre su creación, y no hacemos bien en cuestionar su voluntad.

    No es la primera vez que Dios ofrece misericordia a aquellos que no la merecen. En Oseas encontramos que dice: (Romanos 9:25-29)

    “Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo,
    Y a la no amada, amada.
    Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío,
    Allí serán llamados hijos del Dios viviente.”

    “ Y como antes dijo Isaías:
    Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia,
    Como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes.”

    Todos merecíamos castigo, y Dios nos ha ofrecido misericordia y salvación.

    No debemos olvidar quienes somos y quién es Dios. No intentemos discutir con Dios sobre sus decisiones. No nos pensemos mejores que Dios, más sabios o más poderosos, porque el principio de la sabiduría es el temor de Dios.

    En lugar de defender nuestras ideas ante Dios, humillémonos y pidamos que Su voluntad sea hecha. Creamos en Dios con nuestro corazón y confesemos con nuestra boca. Porque como enseña Romanos 10:9-11 “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.”

    Cree en Su bondad, y descansa en su sabiduría. Permitamos que las manos poderosas y amorosas del Dios del Universo nos moldeen según su voluntad.

  • Romanos 8:31-37

    Dios ha dejado claro en Su Palabra que en lo bueno y en lo malo, Él está con nosotros. Nos predestinó, nos llamó, nos justificó, y nos glorificó. Y como hemos visto, en nuestra vida diaria con Él, no deja de concedernos favores de gracia y misericordia.

    Cuando éramos enemigos de Dios (Romanos 5:10-11) y esclavos del pecado (Romanos 6), nos libró, y nos dio Su Espíritu Santo para que morando en nosotros nos vivificara, y para que cuando no sepamos cómo orar, interceda por nosotros, porque “el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos,” nos dice Romanos. Cuando oramos a Dios, no en nuestras propias fuerzas, sino en el Espíritu, estamos rogándole que sea Su voluntad la que opere en nuestras vidas, porque en Su voluntad siempre salimos ganando.

    Eso es lo que Romanos 8:28 nos enseña. Viene justo detrás del pensamiento de que cuando el Espíritu Santo intercede por nosotros, la voluntad de Dios en nuestras vidas produce la obra perfecta de Dios en nosotros, de modo que la resolución de nuestra situación glorifique a aquel que nos escogió, nos llamó, nos justificó y nos cuenta ya como glorificados con Él. La glorificación es algo futuro para nosotros, mas en los ojos de Dios, el dueño del tiempo, ya ha ocurrido, porque lo que Él ha determinado, se puede dar por hecho.

    Así que “¿Qué, pues, diremos a esto?” Nos reta Pablo en Romanos 8: 31: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”

    Esta es una pregunta retórica, de las que no espera ser contestada porque tiene una sola respuesta: Si Dios está de nuestro lado, NADIE puede contra nosotros. Por lo que el texto reafirma:

    “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”

    ¿Acaso dudamos que Dios pueda o quiera darnos todo aquello de lo que tenemos necesidad? Si ya nos ha dado hasta a su propio hijo para salvarnos, ¿Cómo no nos dará también todas las otras cosas que a sus ojos, y a los nuestros deberían ser de menor importancia?

    El apóstol continúa con preguntas retóricas para ayudarnos a contemplar al que lucha por nosotros, nuestro aliado y defensor:

    “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Si “Dios es el que justifica”, entonces nadie puede presentar acusación válida ante el Juez. .

    “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”

    El versículo 26 nos decía que el Espíritu Santo intercede por nosotros en la oración, y aquí vemos que Cristo intercede por nosotros ante cualquier acusación del maligno. Por lo que estamos completamente y constantemente cubiertos de acusación ante el Padre. Por eso el capítulo 8 puede comenzar con la afirmación: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”

    En esta condición recibimos la última pregunta: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?”

    ¿Puedes anticipar la respuesta?

    Exactamente: NADA ni NADIE…

    Afirma el apóstol con seguridad: “Más bien (Antes), en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”

    ¿En qué cosas? En tribulación, en angustia, en persecución, en hambre o desnudez, en peligro, en espada, en todo esto, ya somos vencedores; no, más que vencedores, a través del poder de aquel que nos amó, Dios mismo.


    “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”

    Queda claro, ¿verdad? Tenemos la victoria asegurada siempre y cuando nos enfrentemos a la vida con Dios a nuestro lado, siempre que hayamos sido reconciliadas con Dios a través de Cristo Jesús.

    Pablo les dice en el versículo 17 “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”

    Escojamos vivir en el Espíritu por la gracia de Dios y a través de Jesucristo nuestro Señor; porque ahí nos asegura Dios que no hay condenación. Y estando de su lado descansemos en la seguridad de que no hay fuerza en este universo que pueda separarnos del amor de Dios.

  • ¿Sabes lo mejor del regalo de la salvación que Dios ofrece? Que viene con muchos regalos incluidos. Cuando recibimos el regalo de vida eterna por la fe en Cristo obtenemos sin duda la salvación eterna, más incluso en esta vida, recibimos mucho más en el mismo paquete.

    Romanos 5 nos dice que tenemos paz con Dios. En el versículo 9 y el 11 nos dice que “somos salvos de la ira” de Dios, y hemos obtenido la reconciliación. Leemos en el 2 que tenemos “entrada a la gracia de Dios”. Gracia significa, “favor no merecido.” y en Cristo obtenemos el favor de Dios que nadie merece.

    O sea que al recibir el regalo de la salvación, no solo somos librados de la justa ira de Dios hacia el pecado, sino que entramos en un estado de gracia, es decir, recibimos favores de Dios, acciones a nuestro favor que nosotros en realidad no merecemos. Ahora podemos disfrutar de una paz que Dios da y que es imposible de experimentar antes de recibir a Cristo.

    El apóstol nos dice que incluso en los momentos difíciles, cuando pasamos por tribulaciones en esta vida, los que somos hijos de Dios, recibimos de esta tribulación una serie de regalos. Por eso los versículos 2-4 enfatizan que podemos descansar tanto en los momentos buenos como en los malos; dice así: “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.” Es decir, cuando pasamos tribulación, nuestra paciencia es fortalecida, y podemos contemplar la prueba, es decir, la evidencia de que en verdad Dios es el que nos sostiene. Esto verifica la esperanza que tenemos en Dios. Nos confirma que nuestra esperanza está fijada en el lugar correcto, en la soberanía, sabiduría y el amor de Dios, y de este modo confiamos en que nunca nos sentiremos defraudados de haber confiado en Dios. Ya lo confirmaba el apóstol Pablo en el capítulo 1:16 cuando decía: “no me averguenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.” La esperanza depositada en Dios nunca nos avergonzará; podemos descansar en esta verdad.

    Habrá momentos en los que esta esperanza no presente evidencias, en que las circunstancias del momento no nos permitan ver ese fin que deseamos. Nos dice Romanos que aquellos que tenemos el Espíritu de Dios en nuestras vidas sufrimos junto con el resto de la creación de Dios al ver el estado actual del mundo, mas nuestra esperanza no está puesta en este mundo, sino que esperamos “la adopción, la redención de nuestro cuerpo” dice Romanos 8:23.

    Mas leemos en Romanos 8:24-25 “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.”

    En los momentos en que no puedas ver esa gloria futura, recuerda que Dios es fiel. Dejemos que esta tribulación presente pasajera sea otra oportunidad de experimentar el cuidado y la protección de Dios en nuestra vida, y no perdamos de vista la evidencia de la esperanza que tenemos a través de Cristo.

  • Quisiera que reflexionáramos hoy sobre el poder que opera en cada cristiano desde el momento de la salvación en Cristo.

    Romanos 8:10-11 presenta una preciosa verdad; dice así: “Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.”

    Aunque Romanos 8 siempre ha sido mi capítulo favorito en toda la Biblia, este versículo cobró gran importancia para mí no hace muchos años. El capítulo ocho está dividido en muchas Biblias en dos secciones, una que han titulado Viviendo en el Espíritu y una segunda llamada Más que vencedores. Esto hace que en nuestra mente separemos estas dos secciones, pero propongo que el único motivo por el que podemos ser vencedores es por el Espíritu que mora en nosotros.

    El texto nos dice que si Cristo está en nosotras, a pesar de que este cuerpo mortal sigue influenciando nuestra vida diaria, tenemos al Espíritu Santo del Dios del cielo en nuestro interior, dándonos vida.
    Por si no has parado a reflexionar en esta fascinante verdad, te invito a indagar conmigo en la verdad que nos está comunicando el apóstol. El versículo 11 dice: “si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en ti, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también tu cuerpos mortales por su Espíritu que mora en ti.”

    ¿Quién es ese Espíritu que mora en nosotros? Es “el Espíritu que levantó de los muertos a Jesús.” Es un Espíritu capaz de dar vida a un cuerpo muerto; tiene victoria sobre la misma muerte. El apóstol continúa diciendo que es Dios mismo es el que vivifica tu cuerpo mortal a través de Su Espíritu.

    Este texto no da pie a pensar que el Espíritu Santo en el interior de un cristiano tiene grados de poder. El Espíritu Santo que mora en tu interior es el mismo que levantó a Jesús de la muerte.

    Algunas personas temen dar su vida a Cristo porque creen que Dios no podría perdonar y cambiar a alguien así. Este texto te pregunta: ¿Acaso piensas que el Espíritu no puede darte vida a ti? Este es el Espíritu que levantó de los muertos a Cristo Jesús, la resurrección que ha provisto vida para todo aquel que la desee.

    ¿Dudas de la salvación en Cristo? Dicen los versículos 15-17: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”

    La obra de salvación es completa y es afirmada contínuamente por el Espíritu Santo. Si has aceptado la obra de Cristo en tu favor, pídele que Su Espíritu dé testimonio a tu mente y corazón. El Espíritu Santo debería darte la seguridad de que por la gracia de Dios eres hija y heredera de la gracia.

    Cuando estés pasando por tribulaciones; cuando las batallas en tu vida te produzcan temor o ansiedad, recuerda que si Cristo está en ti, mora en ti el mismo espíritu que dio vida al cuerpo inerte de Jesús. Si el Espíritu hizo esto en Él, ¿por qué habríamos de sentir este miedo y ansiedad? El versículo 18 nos anima diciendo: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” Esta tribulación que estás pasando es momentánea, pero la gloria futura es eterna.

    No dejes de comunicarte con tu Creador y Salvador, porque este mismo Espíritu es el que nos ayuda a ir a Dios en oración, ayudándonos a pedir como conviene, e intercediendo por nosotros con gemidos indecibles” nos dice el versículo 26.


    Aprovechemos la bendición de tener al Espíritu Santo de Dios morando en nuestro interior, pues este que es poderoso para levantar de los muertos es el que vivifica nuestro ser.

  • Romamos 6:6-7: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.”

    El capítulo 6 de Romanos presenta un argumento muy interesante. El apóstol Pablo ha estado explicando que cuando el pecado abunda, la gracia de Dios es aún más abundante. La gracia de Dios, Su favor hacia el ser humano cuando este no lo merecía, es mucho mayor que cualquier mal que el hombre pueda cometer. Sin embargo, esta verdad no puede llevar a nadie a la conclusión de que podemos pecar todo lo que queramos.

    Pablo expone este pensamiento falaz en los primeros versículos del capítulo: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?”


    Pablo propone que si hemos recibido la salvación de Cristo, hemos muerto al pecado. Los siguientes versículos explican que en el momento de nuestra identificación con el Salvador, hemos dejado nuestro viejo ser esclavizado al pecado y hemos nacido a una nueva vida.
    Esto está claramente ilustrado en el bautismo que presentan los evangelios, representando nuestra muerte y resurrección con Cristo. Bajamos a las aguas del bautismo ilustrando la muerte al pecado, y subimos, representando una vida nueva en Cristo.

    Hay una historia conocida de un hombre que limpiando la iglesia encontró una pipa de fumar en el bautisterio. Llevaba unas iniciales que coincidían con un señor que acababa de bautizarse el domingo anterior, así que fue a entregarle el objeto perdido. Sin embargo, este señor que había sido bautizado examinó la pipa y le respondió: “No, esto no me pertenece.” ¿Qué raro?, dijo el conserje, lleva sus iniciales. El señor le insistió: “Puede que perteneciera al hombre que entró en el bautisterio, pero desde luego no pertenece al hombre que salió de allí.” Él había recibido una vida nueva cuando recibió a Cristo, y ahora lo hacía evidente con ese gesto en el momento de su bautismo público.

    En esta nueva vida, las cosas a las que antes no podíamos decir que no, ahora no nos llaman la atención. ¿O sí?

    En principio el pecado ya no debería tener dominio de nuestro ser. El título de esta reflexión puede sonar extraño, pero lo cierto es que cuando alguien ha muerto, ya no experimenta deseos; no tiene la tentación de comer o hacer aquello que antes hacía. Sin embargo, es evidente que aún cuando hemos muerto al pecado, seguimos sintiendo tentaciones y luchando con aquellas actitudes o prácticas que no queremos hacer. Pablo habla de esto en el capítulo 7. Cuando alguien ha perdido a un cónyuge, no hay infidelidad si se casa con otro. La viuda debería sentirse libre para amar a otro hombre, y sin embargo, en el ámbito espiritual, muchas veces seguimos intentando ser fieles al pecado, al cual ya hemos muerto en Cristo.

    En el versículo 15 Pablo dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.” Parece que el pecado sigue teniendo influencia en nosotros. Continúa Pablo diciendo: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.” “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”


    ¿Notas la lucha interna del apóstol? Seguro que tú misma la has experimentado. Y es que mientras vivamos en este cuerpo, seguiremos luchando con nuestra humanidad, hasta el momento en que vayamos a la presencia del Señor.

    Mas el apóstol contesta su propio dilema al final del capítulo 7 proclamando: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” Cristo es el que nos libra de este cuerpo de muerte.

    Lo explica claramente Romanos 6 “Si morimos en Cristo, creemos que también viviremos con Él. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:8,11).

    Pablo concluye el capítulo sobre la muerte al pecado con estas palabras para el creyente: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus deseos desordenados (concupiscencias); ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de maldad (iniquidad), sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.” Romanos 6:12-13.

    Recuerda que hemos cambiado alianzas. Dice la Palabra: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque (recuerda), la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:22-23).
    Declarémosnos muertos a la iniquidad y la tiranía del mal, y vivamos en justicia y santificación, disfrutando de la libertad que tenemos en Cristo Jesús.

  • ¿Podrías explicar la diferencia entre un premio y un regalo? Podríamos decir que un premio es algo que ganas debido a tus talentos o esfuerzos, un mérito por el que tú has trabajado y digamos que mereces.
    El diccionario ofrece varios términos relacionados, entre ellos una “paga” o “remuneración” “recompensa” “compensación.” Un premio es una compensación por lo que eres o has hecho; una paga es una remuneración en base a un acuerdo o a una labor realizada.

    El regalo, al otro extremo, es algo por lo que tú no has trabajado. No está vinculado a tu esfuerzo ni a tus capacidades. Es algo que muestra el aprecio de otra persona hacia ti, y aunque solemos dar regalos por haber nacido, o haber llegado a ciertos hitos en la vida, los regalos no son algo “merecido” u “obtenido,” sino algo dado inmerecidamente.

    Romanos 6:23 nos dice que “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”

    Este texto explica que la paga, es decir, la remuneración, la compensación, o el premio derivado de tener o practicar el pecado es la muerte.

    Romanos 3:23 nos dice: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” Al estar destituidos o excluídos, no merecemos ser parte de la gloria de Dios.

    Los versículos 9-11 afirman que tanto judíos como gentiles estamos en la misma condición. Dice Pablo: “ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios.”
    Puesto que “todos pecaron” y “no hay justo ni aun uno” debemos entender que la muerte es la justa remuneración que cada ser humano merece.

    Sin embargo, como encontramos a través de las Escrituras, en la segunda parte de Romanos 6:23 vemos la otra cara del asunto, la solución a esta desesperante condición. Dice que la paga del pecado es muerte, mas la dádiva, (es decir el regalo) de Dios es vida eterna en Cristo.”

    La justa retribución es muerte, mas el regalo de Dios es vida eterna. Recordemos que el regalo no es una justa remuneración. Por ello es que Pablo dice en Romanos 3:24-28 que somos

    “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”

    Es decir, este regalo viene a cuenta del único que no ha pecado, y por lo tanto, no tiene la condena de la muerte; este es Cristo. Romanos 5:1-2 nos dice que “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”

    Él es “el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” nos dice Romanos 5:26. Y en Él “tenemos entrada por la fe a esta gracia,” a este regalo de vida.

    Romanos 5:18-19 repite: “Así que, como por la transgresión de uno (esto es Adán) vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno (esto es Jesucristo) vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre (Adán) los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno (Jesucristo) , los muchos serán constituidos justos.”

    Si el pecado entró en el mundo por Adán, la solución al pecado fué comprada y es ofrecida como un regalo por Cristo Jesús.

    Como humanos, por nuestros propios méritos nos hemos ganado la condena de muerte; esa es nuestra justa retribución. Mas Cristo ha comprado para nosotros con su propia sangre la vida, vida eterna, nada más y nada menos, para todo el que la desee. Y el único requisito para obtenerla es la fe en Cristo.

    En Romanos 3:27-28 se nos pregunta: ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida.

    ¿Qué ley debo cumplir? o ¿Qué debo hacer para merecer esta vida eterna?)

    El texto continúa preguntando: ¿(Será) Por la (ley) de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.”

    Lógico. Si fuera por obras, no sería un regalo, sino un premio o retribución.
    Romanos 4:4-5 dice: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.”


    El capítulo 5 concluye con esta afirmación: “así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.”

    Pablo nos explica que ya no tenemos que cargar con la paga del pecado. Romanos 5:6
    Nos dice que “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.”
    En Romanos 5:8 leemos que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”

    Así que los que recibimos este regalo podemos decir con Pablo: “nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.” (Romanos 5:11)

    Hemos sido reconciliados con Dios a través del único que nos podía reconciliar. Esto no se consigue por cumplir ninguna ley, ni de judíos, ni de ninguna religión. Esto sólo se puede recibir como un regalo de parte de Dios, por una fe sincera en Jesucristo, el que compró el regalo. Despreciarlo te deja con la justa paga por tu pecado. Aceptarlo te da la vida eterna en Cristo, la paz y la reconciliación con tu Creador.

  • Cuando nos enfrentamos a una catástrofe, lo primero que mucha gente hace es lanzar una acusación a Dios. Si existe, ¿por qué permite esto? Es una pregunta algo lógica, y sin embargo injustificable. ¿Por qué digo eso? En primer lugar, porque muchos de los que la hacen profesan ser ateos. Si no creen en Dios como origen del universo, de la humanidad, y de todo lo bueno que disfrutamos, ¿por qué apuntan el dedo a Dios cuando ven algo negativo? Esta mentalidad y actuación es lo que el apóstol Pablo denuncia en Romanos 1:25. Dice que “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos.” Ellos son sus propios dioses, y cuando su mundo va mal, buscan un culpable que ellos mismos han dado por inexistente. ¿Qué sentido tiene esto?

    ¿Por qué hay mal en esta tierra? Justo por esto, porque en el principio, en el huerto del Edén, cuando Adán pudo haber elegido comunión perfecta con Dios, eligió el otro camino, el que le “permitiría” hacer lo que él consideraba más sabio y agradable que los planes de Dios. Después de Adán, todos hemos seguido el camino que nos marca nuestra propia voluntad. Y hasta la Tierra misma gime, nos dice Romanos 8:22, sufriendo los desastres naturales que observamos de tanto en tanto.

    ¿De dónde viene el mal? De nuestra propia elección. Comparémoslo con las tinieblas ¿Cómo se producen las tinieblas? Eliminando la luz, ¿verdad? Hemos eliminado la luz de nuestras vidas, desde muy al principio de la creación. Hemos elegido vivir en un mundo de tinieblas sin aquel que es la Luz del Mundo.

    Vivimos en un mundo caído, controlado por el mal, que sufre los resultados de haber rechazado el plan de Dios, y lo que nos debería sorprender es la cantidad de cosas buenas que disfrutamos en esta vida.

    Romanos 1:21 Dice que “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.” Entenebrecido significa “oscurecido” Cuando no glorificamos a Dios, sino que glorificamos al hombre, nuestro entendimiento se envanece y nuestro corazón se oscurece.
    Dios se ha dado a conocer a través de su creación y a través de Su Palabra, mas el ser humano intenta robarle a Dios de ambas, postulando teorías alternativas a la Creación e intentando desprestigiar la Biblia. Mas Dios dice “no tienen excusa” y “son dignos de muerte.”
    Esta es la condición del ser humano lejos de la misericordia y el amor de Dios.

    El ser humano ignora a Dios cuando todo va bien, porque queremos controlar nuestro mundo. Pensamos que podemos controlar el clima, la densidad de población, las enfermedades, incluso la conducta social ...y solo basta un pequeño virus, una tormenta o un movimiento sísmico para poder darnos cuenta de que hay muy poco en este mundo que el ser humano pueda controlar con éxito.

    La realidad es que antes de mirar a Dios para buscar un culpable para el mal del mundo, debemos examinarnos a nosotros mismos, por si, como Romanos establece, hayamos dejado a un lado a Dios para elegir nuestro propio destino. Los versículos 28-32 describen a los que esto han hecho de este modo:

    “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.”
    No es una descripción muy halagadora, ¿verdad? Sin embargo muchos se enorgullecen de estas prácticas mencionadas.


    Pero yo no soy quien para juzgar, como tampoco lo son ellos. El versículo 1 del capítulo 2 dice: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.”

    Muchas veces, nosotros, los que sí creemos que Dios existe, que profesamos que creó el mundo donde vivimos por Su gracia, los que hemos gustado su salvación, la promesa de vida eterna en Cristo, permitimos que esa misma pregunta nos invada los pensamientos. ¿Por qué, Señor permites que haya tanta maldad en este mundo? ¿Por qué tenemos que sufrir esto?

    El versículo 4 nos lanza esta pregunta: ¿menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?

    Romanos 5 nos dice que así como Adán pecó y el pecado entró en el mundo por un hombre, por un hombre, Jesucristo, la salvación ha venido a la Tierra, y todo aquel que arrepentido recibe a Cristo como sustituto, disfruta de la benignidad, paciencia y longanimidad de Dios. La maldad existirá en este mundo caído hasta el juicio de Dios, cuando Éste establezca Su reino.

    Pablo nos recuerda que el juicio justo de Dios viene, y que su mayor muestra de amor al mundo es la llamada al arrepentimiento; la entrada a una comunión perfecta con Dios. Con la muerte de Cristo en la cruz nos ha mostrado que nos ama; con la resurrección de Cristo de la muerte nos ha mostrado su gran poder. Lo que a nosotros nos corresponde es creer en su soberanía y su amor, y aguardar Su venida disfrutando mientras tanto de cada acto de bondad que Él nos brinda.

  • La epístola a los Romanos fue escrita por el año 57 de la era cristiana, por el apóstol Pablo, e iba dirigida a los cristianos que vivían en la ciudad de Roma. Pablo escribe esta carta, no a una iglesia específica en Roma, sino que dice “a los que están en Roma.” Estos eran creyentes judíos y gentiles que habían confiado en Cristo y que se reunían en casas, sin haber formado aún iglesias. Estas congregaciones incluían judíos conversos y gentiles crisitanos que no practicaban ritos tradicionales judíos. En la epístola, Pablo enfatiza la unión en una familia de la fe, y cómo debían practicar el amor cristiano para poder servir al Señor de todo corazón.


    Sabemos por el capítulo 15 de Hechos que Pablo no había estado en Roma tras su conversión, y los creyentes ahí, aunque habrían oído hablar de Pablo, no lo conocían. Así que leemos al comienzo del libro una pequeña introducción del apóstol. En los capítulos 1 y 15 de Romanos Pablo expresa el deseo de visitar a los creyentes en Roma, “para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí.” dice en el versículo 12 del primer capítulo.


    Creemos que Pablo escribió la carta mientras estaba en Corinto y Cencrea, durante su tercer viaje misionero.
    En ella comparte su deseo de ir a Roma, y de ahí extender su ministerio hasta el otro lado del mar Mediterraneo, a España.

    Creemos que envió su carta a Roma de mano de Febe, una mujer que activamente ayudaba a los cristianos de Cencrea. En su despedida, Pablo manda saludos a muchos que ya conocía y que ahora estaban en Roma. Entre ellos, saluda a Aquila y Priscila. Recordemos que Pablo había trabajado con estos en Corinto, en su primer viaje, y eran muy queridos para él. Estos habían llegado desde Roma cuando el emperador Claudio echó a los judíos. Cinco años después, cuando este murió, muchos judíos volvieron a Roma. PArece ser que para cuando Pablo escribió esta carta, Aquila y Proscila ya vivían de nuevo en Roma. En el capítulo 16, entre sus saludos personales, Pablo envía saludos a esta pareja que tanto había hecho por él y por el avance del evangelio. Incluye también saludos de parte de sus colaboradores, parientes, y otros de la iglesia donde se encontraba, incluyendo a Tercio, que escribió a mano las palabras del apóstol.

    El mensaje de Romanos desde el principio de la carta enfatiza el regalo de salvación de parte de Dios. Romanos presenta muy claramente el evangelio, las buenas nuevas de la salvación en Cristo, por lo que es uno de los primeros libros recomendados para aquellos que quieren conocer a Dios y su plan para la humanidad.

    Ya desde su saludo al comienzo de la carta, Pablo les da un repaso de la bendición de ser llamados y apartados para el evangelio, por la obra del Señor Jesucristo, “que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos.”

    Pablo dice que él fue llamado de Dios para salvación, e igualmente cada creyente en Roma, diciendo en el versículo 6: “entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo;” De esta preciosa verdad somos parte cada uno de los que habiendo sido llamados, hemos respondido a esta llamada en fe. Y es que en el versículo 16 Pablo les afirma que el evangelio nunca le ha defraudado, “porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.”
    Este regalo no es un premio por algo que ellos o nosotros hayamos hecho. En los próximos versículos y capítulos, Pablo deja esto bien claro. El ser humano nunca ha buscado a Dios. Romanos 1 explica claramente cómo el hombre no tiene excusa Dice así: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.
    Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.Profesando ser sabios, se hicieron necios,” (Romanos 1:20-22). Esta es la condición humana.


    En contraste, Pablo muestra la justicia de Dios, explicando que estamos en enemistad con el Creador y Señor del Universo. Pero no nos deja sin esperanza, porque continuará mostrando el gran amor de Dios al llamarnos y apartarnos, dándonos la posibilidad de una nueva vida en Cristo. Una nueva vida, una nueva familia, un nuevo futuro.

    Pablo concluye su carta con una doxología, lo cual es una alabanza a Dios, cerrando el mensaje del libro con estas palabras:

    “Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.”

  • ¿Te gusta recibir cartas? A mi hija le encanta recibir cartas en el buzón, por lo que ella escribe cartas en papel cuando la mayoría de personas han dejado de usar el método de correo tradicional para dar paso a mensajes digitales. Lo cierto es que produce una sensación agradable recibir una carta dirigida a ti, sabiendo que la persona ha pensado en ti con antelación y ha gastado el tiempo y el dinero en enviarla.

    La segunda parte del Nuevo Testamento es una composición de cartas escritas para diferentes iglesias o individuos empezando en el tiempo del libro de los Hechos y continuando hasta el final del primer siglo. Estas cartas se escribieron en circunstancias diversas, algunas de ellas desde una prisión, y otras en territorio hostil al evangelio. Eran enviadas por medio de personas particulares que viajaban atravesando mar o tierra, y enfrentando peligros. Estas eran recibidas y compartidas oralmente para que los cristianos pudieran, no solo oír el mensaje, sino profundizar en las enseñanzas que estas contenían.

    De las 21 cartas, o epístolas, como se las denomina tradicionalmente, el apóstol Pablo escribió 13. Las otras fueron escritas por los apóstoles Pedro, Jacobo (Santiago), Juan y Judas. La carta de los Hebreos, con muchas características similares a los escritos de Pablo, no viene firmada, y por lo tanto, existen diferentes ideas sobre su autoría.

    Hay cartas dirigidas a diferentes iglesias, como la mayoría de las de Pablo, las de Juan y la carta de Judas. En ellas, se tratan temas sobre la nueva vida del creyente en Cristo. Unas son más extensas, como la carta a los Romanos o las dos cartas a los Corintios. Otras son más cortas, como las epístolas a los gálatas, los efesios, los filipenses o los tesalonicenses.

    Las cartas de Santiago y Pedro, y la epístola a los Hebreos están dirigidas específicamente a los judíos conversos. Estos judíos estaban dispersados por el imperio romano, en algunos casos sufriendo persecución de parte de los judíos no cristianos, o de los romanos.

    Otras cartas están dirigidas a personas específicas, como las de Timoteo, Tito y Filemón. Pablo da instrucciones a Timoteo y a Tito sobre cómo pastorear a los cristianos en su zona. En la carta a Filemón, Pablo habla específicamente a este para pedirle que restaure a su siervo Onésimo, el cual se había escapado, y ahora había conocido a Cristo.

    Conforme estudiemos las diferentes cartas, podremos notar que más allá de los saludos personales que suelen aparecer en una carta, estas contienen el mensaje eterno de Dios para su iglesia. No importa que vivamos siglos después de los primeros destinatarios de estas cartas. Al comenzar a leerlas notamos que su mensaje es tan válido para nosotros como lo era para ellos.

    En la segunda carta de Pablo a Timoteo, este le dice que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”

    Debido a que la humanidad no ha cambiado mucho a lo largo de los siglos, el mensaje de las epístolas sigue vigente y sigue siendo eficaz. Dios nos ha hablado a través de Su Palabra, y con ella nos ofrece instrucción y corrección, exhortándonos y guiándonos para que podamos vivir una vida que agrade a Dios, para que podamos estar completamente preparados para toda buena obra.

  • Durante el tiempo que Pablo permaneció preso en Jerusalén y en Cesarea, tuvo la oportunidad de hablarle a varios líderes romanos que sentían curiosidad por lo que este venía enseñando. Después de todo, sus discursos habían levantado controversia entre los judíos, y algunos incluso habían hecho voto con la determinación de no comer hasta que dieran muerte a Pablo. Claudio Lisias, tribuno romano en Jerusalén, habiendo oído la causa de Pablo y habiendo sido advertido del plan de los judíos, envió a Pablo con una gran escolta hasta Cesarea, para que Felix, gobernador romano, se hiciera cargo de su caso. El gobernador, después de leer la carta del tribuno y haber escuchado los cargos de parte de los judíos, dio la palabra a Pablo para que expusiera su caso en presencia de sus acusadores. El apóstol habló con prudencia y en verdad, defendiendo que su único delito era haber predicado a Cristo resucitado.

    Felix los despidió “Y mandó al centurión que se custodiase a Pablo, pero que se le concediese alguna libertad, y que no impidiese a ninguno de los suyos servirle o venir a él.
    Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Jesucristo.” (Hechos 23:23-24)

    Dios dio oportunidad a Pablo de compartir el evangelio con estos y los que allí se encontraban presentes. Pero nos dice Lucas que “al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré.” Hechos 24:25

    Nos dice Lucas que Felix esperaba que Pablo le ofreciera dinero para soltarlo, y por eso lo mantenía preso, pero Pablo estaba encantado de poder hablar con este mientras tenía la oportunidad y leemos que Pablo estuvo ahí mucho tiempo, ya que “Al cabo de dos años recibió Félix por sucesor a Porcio Festo; y queriendo Félix congraciarse con los judíos, dejó preso a Pablo.” (Hechos 24:27)

    Al llegar Festo a su puesto, y habiendo los judíos pedido que los dejaran juzgar a Pablo, el gobernador preparó un tribunal para escucharle, y ahí, ante sus acusadores, ofreció a Pablo ir a Jerusalén a ser juzgado por los judíos. Pablo sabía que los judíos no le darían un justo juicio, así que insistió en ser juzgado por el tribunal de César, por lo que Festo determinó que llevaría su causa ante el emperador Augusto César.


    Nos narra la segunda parte del capítulo 25 que vinieron esos días a visitar a Festo el rey Agripa y su mujer Berenice. Festo, exponiendo el caso de Pablo, pidió que Agripa escuchara a este para ayudar con la redacción del informe que lo acompañaría hasta Roma.
    Y así es cómo Pablo pudo compartir su testimonio de salvación ante el rey y los que con él estaban. Le contó cómo había pertenecido desde la juventud a la órden más estricta de los fariseos, cómo había perseguido a aquellos que seguían a Jesús de Nazaret, cómo el Señor se le había cruzado en el camino y habiendo transformado su vida, lo envió a predicar, a judíos y gentiles, sin hacer distinción de persona, el evangelio de Cristo, profetizado por los profetas del Antiguo Testamento y cumplido íntegramente por Jesús de Nazaret.

    Pablo acabó animando a Agripa a apropiar estas verdades. Le dijo: “¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano.” Hechos 26: 28

    Eso es lo que deseaba Pablo, que el rey también pudiera disfrutar de la nueva vida en Cristo.
    Sin embargo se levantaron y dieron por finalizada la reunión. Casi persuadidos, pero lejos de la salvación. ¿Tendrían estos otra oportunidad de abrir sus corazones al evangelio? No lo sabemos.

    Agripa y Festo, habiendo oído el discurso de Pablo, “cuando se retiraron aparte, hablaban entre sí, diciendo: Ninguna cosa digna ni de muerte ni de prisión ha hecho este hombre. Y Agripa dijo a Festo: Podía este hombre ser puesto en libertad, si no hubiera apelado a César.” (Hechos 26:31-32)

    Durante años me incomodaba leer este desenlace, y pensaba….¿por qué tuvo que apelar a César? ¡Podría haber salido libre! Sin embargo, es evidente en la lectura de Hechos que si lo hubieran liberado ahí, los judíos habrían hecho lo necesario para callarlo. Pablo había apelado a César en su defensa ante los judíos, y ahora cruzaría el Mediterraneo para ir hasta Roma, con su pasaje pagado por el imperio romano. Dios le había anunciado que predicaría en Roma, y ahora lo llevarían ante el emperador romano para defender su causa.

    ¿Era la misión de Pablo persuadir a otros para que creyeran en Cristo? Pablo seguiría anunciando la verdad, mas de él no dependía quién sería persuadido por el evangelio. Su misión no era persuadir, como Agripa había sugerido. Su misión era exponer la realidad. Es igual para nosotros. Exponemos la Palabra de Dios, compartimos nuestra experiencia, pero la obra de persuasión al arrepentimiento la hace el Espíritu Santo en cada vida. Aquellos que abren su corazón y su mente a la verdad del evangelio son persuadidos por el Espíritu mismo de Dios, y transformados por la obra del Espíritu.

    Salgamos animadas como Pablo, y no dejemos de compartir aquello que nos da vida, y al llegar a la presencia del Señor veremos a los que fueron persuadidos por el Espíritu, y nos regocijaremos eternamente.

  • Al final de su tercer viaje misionero, Pablo llegó a Éfeso deseoso de pasar un tiempo de comunión con los ancianos de la iglesia, con los cuales compartió la carga que tenía en el corazón por ir hasta Jerusalén. En Hechos 20 leemos que les dijo: “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.” Pablo había estado por muchos lugares compartiendo la Palabra, y enseñando a los que velarían por los cristianos en las iglesias. Mas ahora sabía que era el momento de volver a Jerusalén, aunque temía que lo que le esperaba no iba a ser agradable. En el versículo 25 les dice a los ancianos que estaba seguro de que no volvería a ver más sus rostros.

    Pablo estaba preparado para lo que Dios tuviera para él. Había ya probado lo que era la persecución, pues el fruto de la transformación por el evangelio era de mayor importancia. Les dijo: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.” (Hechos 20:24)

    Ese era el espíritu del apóstol Pablo, gozoso de padecer si fuera necesario por la causa del evangelio. Y ahora exhortaba a estos hombres a que pastorearan a los creyentes que habían sido salvados por el Espíritu Santo de Cristo. Les recordó cómo él había trabajado con sus manos para no ser una carga para nadie mientras viajaba, y les pidió que miraran por el bien del rebaño, para que los lobos rapaces que se levantarían contra estos no los pudieran arrebatar. Esta imagen nos recuerda al Buen Pastor, el que da Su vida por sus ovejas. Pablo había aprendido a imitar a Cristo, el Buen Pastor, y ahora pedía a estos que ellos también lo hicieran. Y habiendo orado juntos, se despidieron con llantos y abrazos y lo acompañaron al barco.

    Pablo pasó por varios puertos, y los discípulos con sus familias pudieron orar con él y despedirse. Hubo quienes llorando le rogaron que no fuese de allí a Jerusalén, pero “Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.”

    Y nos dice Lucas que como no lo pudieron persuadir, desistieron “diciendo: Hágase la voluntad del Señor.”

    Cuando Pablo llegó a Jerusalén, los discípulos, advirtiéndole de las habladurías de algunos judíos que lo acusaban de incumplir y animar el incumplimiento de las leyes de Moisés, lo animaron a ir al templo para cumplir con las tradiciones judías. Así que Pablo, tomando a cuatro varones que debían cumplir el voto judío, entraron en el templo, y habiendo cumplido los siete días de la purificación volvieron a entrar; mas algunos judíos de Asia se alborotaron acusando a Pablo de enseñar en contra de la ley, y también lo acusaron falsamente de haber introducido a griegos en el templo. Si no hubiera sido por la intervención de las autoridades romanas del lugar, los judíos habrían dado muerte a Pablo ese día.

    Los soldados romanos lo encadenaron y lo llevaron hacia la fortaleza sin saber exactamente quién era ni de qué se le acusaba, por lo que Pablo pidió permiso para hablar a los que allí estaban. Todos escucharon atentamente el relato de la conversión de Pablo, de cómo cuando reconoció a Jesús de Nazaret como el Salvador del mundo, su vida cambió. A partir de ese día, ya no perseguía a los crisitanos, sino que compartía el evangelio con los judíos y también con los gentiles. Mas cuando mencionó a los gentiles, los judíos allí presentes alzaron la voz en su contra diciendo: “Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva.” Hechos 22:22

    Los soldados, para protegerlo, lo ingresaron en la fortaleza donde permaneció preso. El concilio romano cuestionó a Pablo, y no hallaba nada de qué acusarlo, mas como los judíos amenazaban con matarlo, Pablo permaneció encerrado. En Hechos 23:11 Dios dio a Pablo una pincelada de lo que tenía planeado para él, cuando “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.”

    Hubo varios intentos de parte de algunos judíos de matar a Pablo, incluyendo un complot fallido, mas Dios protegió la vida del apóstol, dándole oportunidades de compartir la Palabra durante su arresto en Jerusalén y en Cesarea.

    ¡Qué bonito ver que a pesar de los enemigos que uno pueda tener o los peligros que pueda enfrentar, nuestra vida está en manos de Dios, y ahí estamos seguros. La voluntad de Pablo no estaba en manos de los judíos, o su vida hubiera acabado ahí en Jerusalén. Dios había dado a Pablo la misión de compartir el evangelio, y ahora le había confirmado que después de compartirlo en Jerusalén, lo compartiría hasta el otro lado del mar, en Roma.

    ¿Te encuentras tú dudando de lo que harás en un futuro cercano? ¿Tienes situaciones inciertas en tu vida? Descansa en la verdad de la soberanía y el amor de Dios. Él nos promete que nos lleva en la palma de su mano y nada ni nadie nos podrá separar de su amor.

  • Hechos 18

    Cuando Pablo llegó a Corinto, vemos que fue a trabajar con Aquila y Priscila, su mujer, y se hospedaba con ellos. Estos eran del mismo oficio que Pablo; fabricaban tiendas. Nos dice Hechos 18 que durante este tiempo Pablo trabajaba toda la semana con ellos e iba a la sinagoga el día de reposo a compartir las Escrituras. Sin embargo, es curioso leer que para “cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia a Corinto, Pablo estaba entregado por entero a la predicación de la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo.” Pablo habría rebajado su jornada laboral poco a poco para poder enseñar a aquellos que buscaban saber de Cristo, y según la demanda creció, acabó dedicado por completo a la predicación. Sin duda esto dice mucho de Aquila y Priscila, sus socios en el negocio. Estaban dispuestos a ser flexibles para que Pablo se sintiera libre de ir a enseñar a los que querían aprender. Vemos que estos tampoco se sentían atados a su negocio cuando había necesidad para el ministerio. Estos se habían mudado de Roma a Corinto, no para promover su negocio, sino por causa del evangelio. Y cuando Pablo salió de Corinto para ir a Éfeso, vemos que Aquila y Priscila, habiendo hecho voto ante Dios, zarparon con él.
    Dice el texto que ellos se instalaron en Efeso, entendemos que trabajando en su negocio de hacer tiendas, mientras Pablo iba a la sinagoga a enseñar.


    Pablo siguió su ruta de esperanza por las diferentes ciudades, y Aquila y Priscila se quedaron en la ciudad de Éfeso. Nos cuenta Lucas que “Llegó entonces a Efeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan. Y comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios.”

    Este hombre elocuente llegó predicando, pero no había conocido a Cristo, sino que predicaba el mensaje de Juan el Bautista. Sin duda esperaba al Mesías, pero vemos que cuando Priscila lo escuchó, se dio cuenta de que Apolos necesitaba que alguien le compartiera el mensaje de Cristo para que conociera mejor a Dios. Y así fue como esta, junto a Aquila su marido, fueron a hablar con él en privado. No lo difamaron, juzgándolo sin hablar con él de lo que enseñaba, sino que nos dice que “ lo tomaron aparte”. Y este escuchó y creyó, y quería seguir compartiendo la Palabra, esta vez proclamando exactamente el camino de Dios.

    Leemos que “queriendo él pasar a Acaya, los hermanos le animaron, y escribieron a los discípulos que le recibiesen; y llegado él allá, fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído; porque con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo.” Apolos, otra alma salvada y con deseo de proclamar el mensaje, gracias al discernimiento y el amor cristiano de Priscila y Aquila.

    En Romanos 16:3-4, Pablo expresa su profundo agradecimiento a esta pareja que estuvo siempre apoyándolo y ayudando en cada oportunidad que tuvieron: “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles.”


    Gracias a Dios por personas que dan de sí, de su tiempo y de lo suyo para invertir en la vida espiritual de otros.

  • La visita de Pablo a Atenas me parece muy relevante hoy día. La historia bíblica está mayormente centrada en el oriente próximo, con tradiciones que pueden diferir de las del mundo occidental. Sin embargo, cuando el evangelio entra en Europa, puede que sientas como yo, un cierto sentimiento de empatía, porque es la historia de cómo el evangelio me llegó a mí.
    Si has estudiado la filosofía de los griegos, te resultará fascinante leer cómo Pablo tuvo la oportunidad de traer el evangelio a filósofos y pensadores de la época.

    Hechos 17 nos narra sobre la cultura religiosa griega y cómo Pablo, al llegar allí, les habló del Dios del Universo. Dice así:

    “Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría. Así que discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían.
    Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección.

    Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto. (Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo.)
    Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.

    El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.
    Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.
    Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos.
    Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.

    Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez. Y así Pablo salió de en medio de ellos. Mas algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.”

    El mensaje de Pablo fue claro y conectado a aquello que los oyentes podían entender.
    Pablo dice en la primera carta a Timoteo: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” (1 Timoteo 2:5)


    Los de Atenas nunca habían escuchado nada así antes. Pablo les estaba presentando a un solo Dios cuando ellos tenía una amplia carta de dioses. Presentaba a un Dios Creador que era Señor sobre los cielos y la tierra. Un Dios que no había sido creado por mano humana, sino que transcendía a la humanidad y al Universo. Un Dios autosuficiente que no necesitaba de adoradores, porque Él es el que da aliento y vida. Y sin embargo, ha establecido este mundo para que sus criaturas creadas puedan buscarlo. El Dios eterno nos ha marcado límite de tiempo en nuestra vida; el omnipresente nos ha puesto límite de espacio. Y todo para que viendo nuestras limitaciones sintamos la necesidad de buscar al que no tiene límites. Él no está lejos, pues se mantiene cercano a los que le buscan (Salmos 145:18).

    Hasta ahí mantenía la atención de los atenienses, mas Pablo no paró ahí, sino que les presentó al mediador entre Dios y los hombres, a Jesucristo hombre, el cual ha provisto el perdón de pecados por su muerte y la vida eterna por su resurrección.

    Nos dice Lucas en el texto que cuando oyeron de la resurrección, algunos se burlaron y otros lo comenzaron a evadir diciéndole que ya lo escucharían otro día. Pablo dejó su discurso ahí, pero leemos que “algunos creyeron, y se juntaron con él. De ahí se fue a Corinto, Éfeso y Cesarea, viajando por las regiones de Macedonia, Galacia y Grecia y muchos de los que escucharon creyeron. Y como leemos en Juan 1:12 “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”

    Me emociona pensar que el mismo evangelio que los salvó a ellos, es el que nos ofrece Dios a día de hoy, en la región donde nos encontremos.

  • Viajes de esperanza
    (Hechos 13-20)

    Cuando en una iglesia local el Señor permite que haya varias personas totalmente dedicadas, algo muy precioso puede ocurrir. El capítulo 13 de Hechos comienza contándonos como había “en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo.”
    Todos estos eran hombres que habiendo conocido a Cristo, estaban preparados para enseñar a otros. Nos dice el texto que el Espíritu Santo apartó a Bernabé y a Saulo para que saliendo de Antioquía, fueran a diferentes lugares a enseñar la Palabra. Y así fue como comenzaron los viajes misioneros del apóstol Pablo, al que hasta ahora se le había llamado Saulo, sí, el de Tarso.

    En un primer viaje fueron Bernabé y Pablo hacia la costa y se embarcaron rumbo a Chipre donde predicaron en las sinagogas y presentaron el evangelio al procónsul en Pafos. De allí cruzando a lo que hoy es Turquía, pasaron por Perge y llegaron a Antioquía de Pisidia, donde los principales de la sinagoga invitaron a Pablo a compartir unas palabras. Este aprovechó esta ocasión para presentar el evangelio comenzando desde el Antiguo Testamento y yendo hasta el cumplimiento de la promesa en Cristo, acabando con una invitación a la justificación y el perdón de pecados para todos los judíos que allí estaban. Nos dice el versículo 42 que “Cuando salieron ellos de la sinagoga de los judíos, los gentiles les rogaron que el siguiente día de reposo les hablasen de estas cosas.” Y así fue como casi toda la ciudad pudo escuchar el mensaje y muchos fueron salvos. Tuvieron que salir de allí porque hubo oposición de parte de algunos judíos, pero Bernabé y Pablo salieron gozosos por lo que Dios había hecho. Encontraron la misma variedad de respuesta al predicar en los lugares que pudieron visitar; desde querer adorar a Bernabé y a Pablo como si estos fueran dioses, hasta querer matarlos. En Listra Pablo fue apedreado por causa de algunos judíos que levantaron falsas acusaciones, pero Dios lo sanó y pudieron volver por los lugares donde habían predicado, animando a los nuevos creyentes a que permanecieran en la fe; y así llegaron de vuelta a Antioquía.



    Dios trajo hasta Antioquía a Silas un creyente de Jerusalén, y cuando llegó el momento de iniciar un segundo viaje misionero, mientras Bernabé fué hacia Chipre con Juan Marcos, el cual había acompañado a Pablo y Bernabé durante parte del primer viaje, Pablo fue con Silas para confirmar a las iglesias que se habían formado en los lugares donde antes había predicado. Es bonito ver que cuando pasaron por estas ciudades, los que habían recibido el evangelio anteriormente habían crecido en su fe y otros habían sido salvos por su palabra. En Listra, un joven creyente llamado Timoteo, el cual era hijo de una mujer judía creyente en Cristo y de padre griego se unió a Pablo y Silas.

    Aunque Pablo y sus compañeros pensaron que sería bueno ir hacia Asia a predicar, esta resultó no ser la voluntad de Dios para ellos en ese momento, sino que Dios los guió a la zona de Macedonia, llegando a la ciudad de Filipos. Allí conocieron a Lidia, una mujer que vendía telas; esta, al escuchar el evangelio creyó, y fue de ayuda para los siervos de Dios. Dios había traído a sus siervos hasta este lugar para traer el mensaje a esta mujer y su familia, y a los Filipenses que creerían la Palabra. Ahí en Filipos, Pablo y Silas acabaron en la cárcel por predicar el evangelio. Mas a media noche hubo un gran temblor que abrió las puertas de la cárcel. El carcelero, viendo que su vida peligraba porque sus presos podían escaparse, empuñó su espada para matarse, mas Pablo lo paró, asegurándole que todos estaban ahí y que no huirían. A través de este testimonio, el carcelero y su familia recibieron a Cristo en sus vidas.

    Leemos en Hechos cómo estos hombres fueron predicando a Tesalónica y a Berea donde muchas mujeres y hombres recibieron a Cristo. Y llegando a Atenas, Pablo presentó el evangelio de Cristo en medio del areópago griego. Aquí Pablo basó su enseñanza en lo que estos griegos ya conocían, para poder presentarles al Dios verdadero que no conocían, y mostrarles el camino a la relación personal con Él.

    De ahí partió Pablo a Corinto, donde estuvo trabajando con Aquila y su mujer Priscila, procedentes de Roma, al mismo tiempo que predicaba la Palabra en los días de reposo hasta que se reunieron a él Silas y Timoteo. Pablo entonces tuvo que salir hacia Éfeso, y se fue acompañado de Aquila y Priscila, los cuales permanecieron en Éfeso mientras Pablo continuó su viaje misionero por las iglesias de camino a Antioquía.

    En el tercer viaje, nos dice Hechos 18, que Pablo fue “recorriendo por orden la región de Galacia y de Frigia, confirmando a todos los discípulos.” El apóstol tuvo buenos momentos de evangelización y de discipulado en las diferentes regiones que visitó, pero también tuvo problemas en muchas de ellas a causa de la oposición al evangelio. Pablo sabía desde un principio que tendría que sufrir por la causa de Cristo, pero aún así fue a los judíos y a los gentiles para darles el mensaje de esperanza, deseando que todos llegaran al arrepentimiento y al conocimiento de Cristo.

    ¡Qué cambio había hecho Dios en la vida de este hombre! Y si lo pudo hacer en él, Dios puede hacerlo en cualquiera que encontrándose con Cristo, lo acepte con plena confianza.

  • Hechos 9-11
    “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.” Hechos 9:31

    Durante este tiempo de paz y edificación en las iglesias de Judea, Galilea y Samaria, los creyentes andaban en el temor, no de hombres, sino de Dios, y estaban siendo fortalecidas por el Espíritu Santo.

    Pedro salió de Jerusalén para ir a visitarlas, compartiendo y mostrando el poder de Dios. Los de Lira y Sarón vieron andar a Eneas, el que había permanecido paralítico durante ocho años, y los de Jope vieron a la joven Dorcas recobrar la vida cuando ya la habían dado por muerta.

    Muchos vieron y creyeron, no por los beneficios físicos de los milagros, sino porque reconocían el poder que había obrado en Jesús para resurrección. Este mismo poder estaba entre ellos, obrando aquello que ningún hombre podía hacer. Los hombres que los perseguían podrían quitarles la vida. Pero el único que puede dar la vida se había ofrecido para dar vida a cada uno que en Él confiara. ¡Qué bello mensaje!


    Pedro se quedó en Jope un tiempo, en casa de Simón el curtidor. Y lemos en el capítulo 10 de Hechos que en la ciudad de Cesarea había un centurión que tenía temor de Dios. No sabemos si había seguido la trayectoria de Jesús o si había aprendido sobre el poder de Dios Padre durante el tiempo que había estado trabajando para el ejército en la región judía. Pero Cornelio oraba a Dios, lo cual los romanos no hacían, y ayudaba con limosnas a los pobres de la zona, mientras que los romanos solían aprovecharse de los judíos.

    Dios, que no descuida al que lo busca, preparó un encuentro entre Pedro y Cornelio que transformaría la vida de ambos.


    Por un lado, estando Pedro en la azotea de la casa de Simón el curtidor, mientras esperaba la hora de bajar a comer, vio una visión del cielo—na sábana como un lienzo que bajaba atada de las cuatro puntas, llena de animales, cuadrúpedos terrestres, reptiles y aves del cielo. Pero más extraño que la visión en sí fue la voz que oyó del cielo que decía: “Levántate, Pedro, mata y come.”

    ¡No!, ¡nunca! Pedro no comería de estos animales, por mucha hambre que tuviera! Estos eran animales que la ley judía clasificaba como inmundos, y Pedro, como buen judío, no comería de estos. Pero Dios le dijo estas palabras: “Lo que Dios limpió no lo llames tú impuro” Tres veces la voz de Dios le ofreció estos animales para comer, y tres veces tuvieron este intercambio de palabras Dios y Pedro. Y el lienzo desapareció.

    Pedro estaba perplejo con lo que esto significaba para él. Pero pronto lo pudo descubrir.

    Dios había dado instrucciones a Cornelio, un centurión romano, de ir hasta Jope a buscar a Pedro. Este envío a sus hombres diciendo: ”Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.” (Hechos 10:22)

    Este hombre que no era judío estaba buscando a Dios, y Dios quería que Pedro lo guiara a los pies de Cristo. Cornelio había enviado a tres de sus hombres hasta Jope para que Pedro fuera con ellos a su casa.

    Ya les había costado a los cristianos judíos aceptar que Pablo el perseguidor hubiera sido transformado por la obra de Dios, pero al menos Pablo era judío. Ahora venía un romano queriendo conocer a Dios, pero no pertenecía al pueblo elegido de Dios. ¿Podía este disfrutar del regalo de Cristo?

    Pedro,recordando la visión que había tenido en la azotea, los hospedó, recordemos que Pedro había estado esperando con hambre la hora de comer. Al día siguiente, habiendo preparado sus cosas fue con estos tres hombres hasta Cesarea.

    Cuando Pedro entró en casa de Cornelio, este, emocionado, se postró ante Pedro, pero Pedro inmediatamente le pidió que se levantara diciendo: diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre.” Había en la casa muchos reunidos, que querían escuchar el mensaje de Pedro.
    Este comenzó con lo que Dios le había enseñado a Él: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo; por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar. Así que pregunto: ¿Por qué causa me habéis hecho venir?”

    A Pedro Dios le había mostrado que a nadie debía considerar “inmundo” o no digno del evangelio. Y ahora estaba dispuesto a atender a las necesidades de estos que estaban ahí reunidos. Su mensaje era el evangelio de Jesucristo. Dijo Pedro: “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.” (Hechos 10:36) Les habló de su muerte y resurrección, de la entrega del Espíritu Santo, y de la misión a los cristianos, diciendo: “Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos. De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.” (Hechos 10:42-43) Y los que allí estaban creyeron y fueron bautizados.

    Y así fue como los cristianos judíos, habiendo oído de Pedro lo ocurrido “glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18)

    Y muchos judíos, romanos, griegos y de otros pueblos oyeron y creyeron, agregándose a la iglesia de Cristo. Gracias a Dios porque no hace distinción de personas. Me ofreció salvación a mí, y ti, y a todo aquel que en Él cree.

  • Mientras apedreaban a Esteban por anunciar el evangelio, notamos que un joven llamado Saulo, natural de Tarso, aguantaba las ropas de los que lo apedreaban y consentía en su muerte. Este era un perseguidor de cristianos, y nos dice el versículo 3 del capítulo 8 que “asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.”

    El capítulo 9 nos narra cómo este “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.”

    Y fue así como Saulo salió camino a Damasco, con la determinación de encontrar y arrestar a estos cristianos. “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
    El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.
    Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hechos 9:3-9).

    ¿Qué sucedería ahora que este perseguidor de Cristo había experimentado un encuentro personal con el Señor? ¿Cómo cambiaría su vida?

    Dios lo tenía todo planeado. Ananías, un seguidor de Jesús, recibió instrucción de ir a encontrar a Saulo el perseguidor. Este al principio se mostró preocupado por la misión que se le estaba asignando, ya que la fama de Saulo era conocida por todos. Dios le estaba diciendo que Saulo oraba y había visto en visión que un varón llamado Ananías vendría a él, y que pondría las manos sobre él para devolverle la vista. “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel, porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado. Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco” (Hechos 9:15-19).

    Ananías confió en Dios a pesar de la amenaza que Saulo suponía y participó en el plan de Dios para la expansión del evangelio.

    Imagino que durante esos días que Pablo permaneció en Damasco, estuvo recibiendo enseñanza intensiva de parte de los discípulos de Cristo, los cuales le mostraron en la ley que este conocía todo lo anunciado sobre el Mesías y cómo Jesús cumplió la ley y vino a salvar al mundo de su pecado. Y leemos a continuación cómo pasados muchos días, Pablo, el que había perseguido a la iglesia de Cristo, era perseguido por los líderes religiosos que lo habían enviado a Damasco, ya que este comenzó a predicar a Cristo en las sinagogas, proclamando que Jesús era sin duda Cristo, el Hijo de Dios.

    Pablo llegó a encontrarse en una situación difícil; los creyentes en Cristo dudaban de él porque hacía nada los había estado persiguiendo, y los judíos y los griegos querían matarlo porque se había convertido al evangelio.

    Fue en este momento que Bernabé, confiando en Dios, intercedió por Pablo ante los apóstoles en Jerusalén, contándoles cómo Saulo había tenido un encuentro personal con Jesús camino a Damasco, y cómo Saulo había “hablado valerosamente en el nombre de Jesús.”

    Los apóstoles recibieron a Saulo entre ellos, y al ver que su vida peligraba en Jerusalén, lo enviaron a Cesarea y de ahí a su tierra natal, Tarso.

    Qué gozo da leer que tras esta intervención divina, “las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.” Dios les dio un respiro, concediéndoles un tiempo de paz después de la persecución que habían estado sufriendo.

    Saulo llegó a ser el que Dios usaría para llevar el evangelio a los gentiles, como Dios había revelado a Ananías cuando este fue a su encuentro.

    Ananías y Bernabé son ejemplo para nosotros. Estos dos cristianos confiaron en la obra redentora de Dios cuando hubiera sido más fácil dudar de la verdadera conversión de Saulo. Jesús enseño que debíamos ser astutos como serpientes y sencillos como palomas. En una situación de peligro, es fácil poner la barrera de la astucia y desconfiar de cualquiera que nos pueda dañar. Sin embargo, Dios puso en el corazón de estos hombres la confianza, no en el hombre en sí, sino en la obra transformadora del Espíritu Santo en una vida. Y Dios los usó para traer aliento a un nuevo cristiano que había sido rescatado igual que ellos. Si Saulo no hubiera creído genuinamente, estos habrían estado poniendo sus vidas y las de otros en peligro. En cambio, si no hubieran seguido la dirección de Dios, habrían perdido la oportunidad de ser usados por Dios en la propagación del evangelio. Quizás fue su íntima relación con el Señor lo que les ayudó a discernir y seguir la dirección que Dios les estaba marcando.

    Gracias a Dios por su obra transformadora en la vida de cada creyente. Que Dios nos dé sabiduría y dirección para hacer aquello que nos esté pidiendo en cada momento de nuestra vida.


    Cristo sale al encuentro

    Mientras apedreaban a Esteban por anunciar el evangelio, notamos que un joven llamado Saulo, natural de Tarso, aguantaba las ropas de los que lo apedreaban y consentía en su muerte. Este era un perseguidor de cristianos, y nos dice el versículo 3 del capítulo 8 que “asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.”

    El capítulo 9 nos narra cómo este “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.”

    Y fue así como Saulo salió camino a Damasco, con la determinación de encontrar y arrestar a estos cristianos. “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
    El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.
    Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hechos 9:3-9).

    ¿Qué sucedería ahora que este perseguidor de Cristo había experimentado un encuentro personal con el Señor? ¿Cómo cambiaría su vida?

    Dios lo tenía todo planeado. Ananías, un seguidor de Jesús, recibió instrucción de ir a encontrar a Saulo el perseguidor. Este al principio se mostró preocupado por la misión que se le estaba asignando, ya que la fama de Saulo era conocida por todos. Dios le estaba diciendo que Saulo oraba y había visto en visión que un varón llamado Ananías vendría a él, y que pondría las manos sobre él para devolverle la vista. “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel, porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado. Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco” (Hechos 9:15-19).

    Ananías confió en Dios a pesar de la amenaza que Saulo suponía y participó en el plan de Dios para la expansión del evangelio.

    Imagino que durante esos días que Pablo permaneció en Damasco, estuvo recibiendo enseñanza intensiva de parte de los discípulos de Cristo, los cuales le mostraron en la ley que este conocía todo lo anunciado sobre el Mesías y cómo Jesús cumplió la ley y vino a salvar al mundo de su pecado. Y leemos a continuación cómo pasados muchos días, Pablo, el que había perseguido a la iglesia de Cristo, era perseguido por los líderes religiosos que lo habían enviado a Damasco, ya que este comenzó a predicar a Cristo en las sinagogas, proclamando que Jesús era sin duda Cristo, el Hijo de Dios.

    Pablo llegó a encontrarse en una situación difícil; los creyentes en Cristo dudaban de él porque hacía nada los había estado persiguiendo, y los judíos y los griegos querían matarlo porque se había convertido al evangelio.

    Fue en este momento que Bernabé, confiando en Dios, intercedió por Pablo ante los apóstoles en Jerusalén, contándoles cómo Saulo había te

  • ¡Qué poco nos gusta sufrir! Es normal para el ser humano evitar el sufrimiento y la opresión. Sin embargo, incluso las situaciones difíciles que llegan a nuestra vida pueden traer consigo resultados favorables en diferentes aspectos. En Hechos vemos cómo la opresión y persecución llevaron a la iglesia de Cristo a dispersarse y así llevar el evangelio a diferentes zonas del mapa.

    La muerte de Esteban a manos de aquellos que odiaban el evangelio de Cristo inició una persecución de los del Camino, como los llamaban entonces. Los creyentes en Jerusalén tuvieron que salir por toda la región de Judea y de Samaria mientras los apóstoles permanecieron en Jerusalén, y dieron sepultura a Esteban. Mas Saulo, un fariseo presente en la muerte de Esteban “asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.” Las autoridades judías en Jerusalén insistían en reprimir el avivamiento que Cristo había impulsado. Y mientras ellos luchaban por apagar la llama del Espíritu, vemos en el capítulo 8 de Hechos que aquellos que tenían que huir de Jerusalén seguían predicando el evangelio dondequiera que iban.

    Felipe, uno de los siete diáconos elegidos por los apóstoles para ayudar a la iglesia salió hacia Samaria, donde Dios hizo señales y muchos recibieron la Palabra. Nos cuenta Lucas cómo el Espíritu del Señor guió a Felipe hacia Gaza para que por el camino se encontrara con un funcionario de la reina Candace de Etiopía que volvía de Jerusalén. El eunuco etíope iba en su carro mientras Felipe corriendo intentaba mantenerse a la misma altura del carruaje. Felipe le preguntó al eunuco si entendía lo que estaba leyendo. Este hombre que volvía de adorar en el templo le dijo que leía del libro de Isaías, y pidió a Felipe que subiera al carro con él si podía explicarle lo que leía. Felipe subió, y le explicó lo que Isaías 53 enseñaba sobre el Mesías, que “Como oveja a la muerte fue llevado; Y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; Mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida.”
    Felipe le explicó el evangelio de Jesús, y el eunuco puso su fe en Cristo y fue bautizado. Después de esto, Felipe continuó hacia Cesarea, y anunciaba las buenas nuevas del evangelio por donde iba.

    Aquellos que perseguían a los cristianos no se dieron por vencidos, sino que encontramos a Saulo de Tarso yendo hacia Damasco en busca de los cristianos que habían salido de Jerusalén y que estaban extendiendo el mensaje del evangelio hasta más allá de las regiones de Judea y Samaria.

    Ya les había anunciado Jesús al ascender al cielo que le serían testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la Tierra. Y los líderes que se oponían a Jesús estaban, si se puede expresar así, haciendo necesario el cumplimiento de esta tarea.

    Este viaje de Saulo para destruir la expansión del evangelio resultaría, sin este saberlo aún, en un avivamiento todavía mayor en la iglesia de Cristo de la época.

    Muchos sufrieron. Juan y Pedro fueron encarcelados en múltiples ocasiones, y en todas Dios los ayudó, llegando ellos a predicar el evangelio incluso en cadenas. Algunos tuvieron que morir a causa del evangelio, como fue el caso de Esteban, o de Jacobo, hermano de Juan, el cual fue herido de espada a manos del rey Herodes, el mismo cruel Herodes que había mandado cortar la cabeza de Juan el Bautista.

    El mensaje de salvación de Cristo es vivo y es eficaz; y es para tiempos buenos y para tiempos malos. El mensaje de salvación produce gozo para los que lo reciben y amargura para aquellos que lo rechazan. Las reacciones a la verdad del evangelio pueden ser opuestas, pero algo queda claro, y es que cuando una persona es confrontada con su necesidad personal de arrepentimiento ante el regalo de fe que Cristo ofrece, no puede salir igual que estaba; o lo recibe gozoso, o desarrollará un rechazo a esta verdad que lo llevará a un juicio eterno.

    Nuestra tarea como seguidores de Cristo es compartir la verdad como hicieron los primeros creyentes, estando dispuestas a recibir la respuesta que venga. Esto no está bajo nuestro control, pero sí bajo la supervisión perfecta de Dios. La obra de fe en cada corazón proviene del Espíritu Santo de Dios y cada persona es responsable de su respuesta a esta invitación. Que la palabra de Dios crezca y se multiplique como en los días que narra el libro de los Hechos, y transforme muchos corazones en nuestro entorno.

  • Nos cuenta Hechos 2:42-47 las experiencias que vivieron los primeros cristianos en Jerusalén, esos días después de la entrega del prometido Espíritu Santo. Como había indicado la profecía del Antiguo Testamento, y para dejar evidencia que esta era la entrega de la promesa, Dios permitió que los apóstoles hicieran muchas maravillas y señales. Estos milagros sucedieron para que todos los presentes pudieran identificar el cumplimiento de la palabra dada por Dios en el libro de Joel (Joel 2)

    En medio de las señales que vivían, muchos que habían escuchado el mensaje durante el ministerio terrenal de Cristo creyeron el evangelio y se unieron a la iglesia. Nos dice el texto que los creyentes estaban atentos a las necesidades de otros creyentes, y algunos incluso vendían sus bienes para ayudar a los necesitados. No debemos entender del texto que vivían en comunas ni que nadie tuviera nada propio, porque vemos que cada uno tenía su casa. Incluso, cuando una familia vendía su terreno, tenían el derecho de guardar para sí el precio de la venta. Esto lo vemos en la triste historia de Ananías y Safira, los cuales, queriendo ser como algunos que habían vendido sus bienes para ayudar a los necesitados, pero a la vez mantener parte del dinero, decidieron mentir sobre el precio de venta de su hacienda. Pedro les aseguró que su pecado no fue quedarse con el dinero que les pertenecía. Su pecado fue mentir en cuanto a ello.

    Los primeros cristianos se reunían para adorar a Dios y pasar tiempo juntos en distintas casas, y también se reunían en el templo contínuamente, perseverando en la Palabra y la oración. Hechos 5:42 “Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” Sin duda, se mantenían unidos y se ayudaban unos a otros. Y todo esto lo hacían, como leemos en Hechos 2, con alegría y sencillez de corazón.

    Esta ferviente iglesia de Jerusalén creció en número, y nos narra Lucas que tocó la vida del pueblo entero. “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” Qué precioso ejemplo para cualquier grupo de creyentes en cualquier lugar.

    Esta iglesia en Jerusalén sufría oposición de los líderes de la ciudad, siendo Pedro y Juan arrestados en varias ocasiones por predicar la Palabra. Mas los apóstoles se sintieron “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:41). Pedro y Juan fueron liberados por la gracia de Dios y pudieron seguir predicando la Palabra, pero no todos los que compartían el nombre de Cristo tuvieron la misma suerte.

    Esteban, uno de los hombres que ayudaban a los apóstoles a servir a los creyentes en Jerusalén fue asesinado por predicar la Palabra. Algunos que querían hacerle mal, al ver que no podían encontrar nada de qué acusarlo, habían mentido contra él, acusándolo de blasfemia y de querer destruir el templo. Cuando el sumo sacerdote le interrogó, Esteban dio un largo discurso sobre la trayectoria del pueblo de Israel, y cómo vez tras vez el pueblo de Dios había dado la espalda a Dios a pesar del gran amor del Señor hacia ellos. Esteban reprendió a los que escuchaban con estas palabras: “Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.
    ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores”
    Hechos 7:51-52

    Y oyendo estos a Esteban, se enfurecieron mucho y lo sacaron de la ciudad, y lo apedrearon violentamente. Confrontados con el evangelio no se arrepintieron, sino que se enfurecieron. Esteban perdió su vida ese día, mas la vida eterna en Cristo nadie se la podía arrebatar. Leemos que Esteban “lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).

    Aquellos creyentes en Jerusalén sabían que vivieran o que murieran, tenían la esperanza de reunirse con su Salvador. Esto es cierto de la iglesia de Cristo en cualquier lugar y en cualquier momento histórico. Lo que compartían ellos y podemos compartir nosotros es la seguridad de que servimos a un Dios vivo y amoroso, cuyo poder sana y salva, más allá de la muerte.

    Romanos 8 nos enseña que nada ni nadie puede separarnos del amor de Cristo. Su obra perfecta es lo que une a Su iglesia a través de la Historia. ¡A Él sea la gloria!