Episoder

  • Jesús se encuentra hablando con sus discípulos. La cuestión es saber: ¿Quién dice la gente que soy? Y ustedes: ¿Quién dicen que soy yo? Ir descubriendo la identidad de Jesús es también descubrir nuestra propia identidad.

    Pedro es quien toma la palabra y, delante de todos, dice: "Tú eres el Mesías". Jesús invita a guardar silencio y revela abiertamente el futuro que debe atravesar. Con franqueza, habla de su pasión y muerte, porque esa también es parte de su propia identidad. En el corazón de Pedro entra el miedo y la incertidumbre; por eso, habla con Jesús en privado y pretende adelantarse en el camino pascual de Jesús para disuadirlo. En ese momento, Jesús reprende a Pedro y le dice que debe ir detrás de Él.
    Es entonces cuando Jesús incluye a la multitud en el diálogo y habla precisamente de lo que había encomendado a sus discípulos guardar en silencio: su identidad como Mesías. Esto ocurre después de hablar de la cruz, porque no se puede hablar de la identidad de Jesús sin la cruz. No hay verdadero seguimiento de Jesús sin el encuentro con el Jesús crucificado.

  • «Effatà»: ábrete a la vida
    En el relato evangélico de este domingo, Jesús elige un camino que está fuera de la tradición religiosa de Israel; recorre las fronteras de Galilea, encontrando la parte más íntima de cada hombre que va más allá de cualquier división política, cultural, religiosa y racial. Él acaba de vivir esta experiencia con la mujer sirofenicia.
    Le traen a un sordo mudo. Un hombre que no puede comunicarse, aislado, prisionero del silencio, una vida sin palabras y sin música, una vida a medias, pero tiene amigos, una comunidad que le quiere y lo lleva ante Jesús. A Jesús nunca llegamos solos; siempre necesitamos a alguien que nos lleve, que camine con nosotros.
    Este sordo mudo, encerrado en su silencio, se parece un poco a todos nosotros, cuando nos da ganas de cerrar la comunicación, cuando no podemos expresar lo que sentimos por dentro, cuando ya no queremos escuchar palabras violentas, inútiles, malas. En una cultura en la que prevalecen palabras falsas, estamos tentados a encerrarnos en nosotros mismos, aislarnos.

    Y le rogaban que le impusiera las manos. Pero Jesús hace mucho más. Lo toma, probablemente de la mano, y lo lleva a un lado, lejos de la multitud; le muestra una atención especial, el maestro está totalmente para él, y comienzan a comunicarse así, sin palabras, solo con miradas.
    Siguen gestos muy corporales, íntimos, casi “arriesgados”: Jesús pone los dedos en los oídos del sordo mudo. Los dedos: como el alfarero que modela delicadamente el barro que ha moldeado, como los dedos de Dios en la creación, los dedos en los oídos del sordo mudo dicen la obra de Dios.

    Luego, con la saliva, toca su lengua. Jesús le da algo suyo, que está en su boca: la saliva, el aliento, la palabra, son símbolos de la vida.
    Los gestos de Jesús expresan una intimidad profunda. Y quizás ese mutismo expresa precisamente la necesidad de relaciones verdaderas y sinceras.

    Jesús en ese silencio y con esos gestos entrega a ese hombre la única palabra necesaria: «Effatà, ábrete». Ábrete, como se abre una puerta al huésped, el cielo después de la tormenta, los brazos a un abrazo. Ábrete a tus cerraduras, a las relaciones difíciles y que te han decepcionado. Sal de tu soledad, ábrete a los demás, a Dios y al mundo que tienes delante con lo que eres, con tus heridas, con tus límites, con tus cualidades y potencialidades. Ábrete a la vida.
    Una vida curada florece como una flor: «Y al instante se le abrieron los oídos, se le desató el nudo de la lengua». Primero los oídos. Porque el primer elemento en la relación con los demás y con Dios es la escucha. Sin ella, no hay relación verdadera.

    Pidamos al Señor que nos ayude a romper nuestras resistencias y a dejarnos llevar a un lado, solos con Él; que toque nuestros oídos y nuestra lengua, ponga en nosotros su vida. Como el joven Salomón, pidamos un corazón dócil, capaz de escuchar (1Re 3,9). Porque es del corazón de donde nace la escucha, y de la escucha una relación más profunda, humana y fraterna.



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  • Las palabras de Jesús son claras, pero los discípulos no entienden y cuando están a solas con él, lejos de la multitud (cf. 7,18), le piden explicaciones; lo que no aceptan es lo que estas palabras exigen de sus vidas. Se trata de desechar ciertas tradiciones y no sólo comportarse como no judíos al comer.  Jesús está derribando las barreras levantadas por los padres y sus palabras afirman un universalismo que los discípulos sólo comprenderán después de la resurrección, cuando se encuentren evangelizando el mundo.

    Vivimos en un período de continuas transformaciones y de peligro para la autenticidad de la fe. La fe no se defiende levantando vallas, sino con la oración, la reflexión y celo apostólico.

    Jesús nos enseña a vivir en feliz armonía el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo y nos invita a mirar la vida y el mundo a partir de nuestro corazón, pidiéndo a Dios que lo purifique para que cree en nosotros un corazón puro y renueve un espíritu firme (cf. Sal 50, 12) para hacer el mundo más limpio.

  • Una respuesta que también ilumina nuestras vidas en la hora de la crisis. ¿Dónde podemos ir, dónde está la salvación, dónde está el sentido de la vida, dónde podemos encontrar plenitud, paz y felicidad? Es decir, quien nos enseña a amar de verdad y donde se satisface nuestra sed de Dios es solo en Jesús. Solo podemos ir a Él, a Jesús, porque solo Él tiene las palabras de Vida y hemos creído y sabemos que Él es el Hijo de Dios. ¡Esta es la certeza de nuestra vida y es por esto que todo lo que hagamos sea para mayor gloria de Dios!





  • P. Ermes Ronchi sugiere leer el pasaje sustituyendo el verbo "comer" por el verbo "amar". "Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él", se traduce entonces: quien ama mi humanidad se convierte en mi casa, el lugar donde el amor encuentra su hogar. Amar crea un hogar. Y esto vale tanto para Dios como para el hombre.

    “La vida en su verdadero sentido no se tiene en uno mismo por sí solo, ni siquiera solo de sí mismo: es una relación. Y la vida en su totalidad es relación con Aquel que es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el mismo Amor, entonces estamos en la vida. Entonces ‘vivimos’.” (Benedicto XVI)

  • Ir a Jesús atraídos por el Padre. Jesús fue enviado al mundo por el Padre y aquellos que van a Jesús son enviados y confiados a él por el Padre. Jesús ha venido para hacer la voluntad del Padre y la voluntad del Padre es la salvación de sus hijos e hijas. Quien cree en Jesús tendrá la vida eterna y será resucitado en el último día. El Padre, que es la fuente de la Vida, da la vida – ¡y la vida eterna! – a sus hijos e hijas a través del Hijo. Es el Padre quien atrae a todos hacia sí para que seamos hijos e hijas. La fe es la obra por excelencia del Padre en el corazón de los hijos (6, 29.37).

  • En el evangelio de este domingo, Jesús nos indica que, para hacerlo, es necesario permanecer unidos a la fuente, al alimento que no perece.
    La multitud alcanza nuevamente a Jesús desde el otro lado del lago, lo busca, porque ha experimentado ser alimentada y saciada con el alimento que Él les ha dado.

    "Ustedes me buscan no porque han visto señales, sino porque han comido de esos panes y se han saciado".
    Jesús dialoga con estas personas, las hace reflexionar sobre la experiencia de saciedad que han tenido con Él y se presenta como el pan enviado por el Padre para ser alimento que sacia: "el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo".

  • Compartir para vivir

    Estamos en el texto de la multiplicación de los panes, el cuarto signo del evangelio de Juan. El relato comienza anunciando que Jesús deja Jerusalén y se dirige «a la otra orilla del mar de Galilea», tierra de paganos. Jerusalén se había convertido en un lugar en el que las personas eran oprimidas y explotadas por el imperio romano. De esta manera, la multitud, siguiendo a Jesús, deja la tierra de la opresión y la explotación.

    En realidad, esta multitud que sigue a Jesús, saliendo de Jerusalén, toma el camino opuesto. Se acercaba la fiesta de Pascua y cada judío debía ir a Jerusalén para celebrar el recuerdo de la liberación de Egipto, pero ya no era una fiesta de libertad y vida para el pueblo. De esta manera, Jesús preparó un escenario nuevo para celebrar la verdadera Pascua liberadora. La multitud ve cómo Jesús comunica la vida a los débiles, ve los signos que realiza y se siente atraída por la esperanza. En el tiempo del desierto, el pueblo sufría hambre. Aquel que da la vida se preocupa por lo necesario para vivir y se acerca a ellos.

  • Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado: después de un tiempo de misión, los discípulos regresan y le cuentan a Jesús lo que han vivido. Jesús, con su manera amorosa, escucha atentamente lo que cuentan.

    "Venid solos a un lugar desierto y descansad un poco": este pasaje nos muestra que tanto los discípulos como los misioneros de hoy no son personas extraordinarias, y necesitan tiempo de descanso para recuperar las fuerzas. Jesús se preocupa por las personas que lo siguen y quiere alejarlas de las multitudes, invitándolas a un lugar desierto. El tiempo de reposo de la misión es necesario e indispensable, porque también es un tiempo de reflexión y de restaurar las fuerzas. Tiempo para entrar en el desierto de nuestro corazón y reflexionar sobre nuestra acción misionera, tiempo de silencio, para revisar el camino y orientar los pasos del seguimiento.

    Ellos se fueron solos, en barca, a un lugar desierto y apartado: el desierto no es solo un lugar de delicias y oasis, el desierto nos lleva al encuentro con nosotros mismos, con lo más profundo de nuestro ser. El desierto es éxodo y nos lleva al encuentro con la vida y la libertad. Es en el desierto, en la intimidad con Cristo, que la soledad propicia, que encontramos el sentido de nuestro actuar misionero y de nuestro ser. Para los misioneros y discípulos de Cristo, el desierto debe ser el puerto seguro, pero la multitud corre también allí porque tienen hambre del encuentro con Cristo y su Palabra.

  • Ver

    La vida está llena de mucha belleza y bondad, pero también está marcada por experiencias dolorosas, traumáticas, de soledad o angustia ante una situación de enfermedad incurable. Puede ser el profundo dolor y el llanto sin fin de quien ha perdido a un hijo en plena infancia o juventud, o de quien se siente impotente ante una difícil realidad que no está en sus manos resolver. A esto, a veces, se añade la depresión. Cualquier situación humana en la que no hay signo de vida, paz y alegría puede convertirse en tristeza, desesperación y muerte.

    Palabra que Ilumina

    La vida, a pesar de estos duros golpes, conserva una luz de esperanza y una fuerza oculta que permite emerger de todo aquello que no es vida, de lo que aflige y oprime el corazón, de lo que esclaviza, de esos momentos de oscuridad. Y quien hace posible lo que es imposible para el hombre es la presencia de Jesús.

    En el evangelio de este domingo aparecen dos figuras femeninas: una mujer que sufre mucho desde hace 12 años a causa de una grave enfermedad: tenía hemorragias y, por lo tanto, pérdida de vida. Está afligida porque su condición es grave y parece que no hay esperanza de curación. La otra figura femenina es la hijita de doce años de Jairo, un jefe de la sinagoga, que está muriendo. Las dos mujeres protagonistas del evangelio están bloqueadas por la enfermedad y la muerte.

    La mujer con hemorragia tiene un fuerte deseo de "tocar" las vestiduras de Jesús para "ser salvada" y se siente impulsada hacia la fuente de vida, y va hacia la persona que cree que puede curarla porque para ella la salvación es que el sangrado se detenga. Una fuerza emana de Jesús, y Él de inmediato la tranquiliza dándole vida en plenitud de salud a través de la fuerza de la fe, la confianza y el coraje de esta mujer. Jesús, además de sanar el cuerpo de la mujer, transforma su gesto desesperado en una relación liberadora con Él y al mismo tiempo la reintegra en la vida social.

    Esta y otras curaciones manifiestan la amorosa cercanía de Dios en Jesús, quien no solo se deja tocar por quien busca la vida en Él, sino que él mismo toca a las personas. Esto sucedió con la hija de Jairo, un jefe de la sinagoga. Es Jesús mismo quien "toma de la mano" a la niña recién muerta y hace que la vida vuelva a fluir en el cuerpo y la sangre de la niña. Aquí también, además de "resucitar" a esa hija, Jesús restaura la plenitud de las relaciones porque, de hecho, el milagro ocurre en presencia de los padres a quienes se devuelve la niña.

    Estos milagros nos revelan que a través del cuerpo de Jesús, Él da vida, levanta a los muertos, sana a los que sufren y libera de todo mal. Nosotros tenemos el don de su Palabra y de los Sacramentos que producen estos efectos en nuestra vida, aunque a veces no seamos completamente conscientes. Tocamos la humanidad de Jesús y, al tocarla, tocamos su divinidad y somos inevitablemente tocados por su divinidad que nos moldea, nos transforma, nos consuela, nos redime, nos absorbe porque su poder y ternura entran en nosotros.

    Actuar

    Nos pide a nosotros, como pidió a Jairo: "No temas, solo ten fe". Solo pide la confianza y el abandono a Él y a su Palabra.

  • Después de las últimas grandes fiestas, Pascua, Pentecostés, Santísima Trinidad, Cuerpo y Sangre de Cristo, el Evangelio de Marcos, tan concreto y sobrio, nos vuelve a poner con los pies en la tierra. La Palabra de este domingo retoma lo esencial, lo cotidiano, la casa, las relaciones.
    Jesús llamó a los doce discípulos para vivir con él y colaborar en el anuncio de la venida del reino de Dios. La palabra autoritaria de Jesús y su actividad de cuidado y sanación de los enfermos atraen a mucha gente, que quiere escucharlo y verlo.
    Sin embargo, la actividad de Jesús preocupa a su familia de sangre y también a su comunidad religiosa: está diciendo y haciendo cosas extravagantes, contra el sentido común, contra la lógica simple de Nazaret: sinagoga, taller y familia. Sus parientes lo consideran “fuera de sí”, loco; los expertos en las escrituras no niegan que Jesús realice una obra de liberación, pero piensan que lo hace como un poseído: en él actúa el jefe de los demonios, Belcebú. Por eso, desde Jerusalén llega una comisión de investigación de teólogos y desde las colinas de Galilea bajan los suyos para llevárselo.

  • Siguiendo el tema de la primera lectura, el texto del Evangelio de Marcos nos advierte sobre los
    peligros de una interpretación rigorista del reposo sabático. Jesús nos invita a recuperar el verdadero
    significado del sagrado descanso, que es servicio y amor por los más necesitados, es día de oración y
    agradecimiento. El día del Señor no es un simple precepto, sino un tiempo propicio para acercarnos
    a Dios y a nuestros hermanos.
    El texto del Evangelio se compone de dos episodios. El primero de ellos nos da ejemplos para
    entender cómo vivir el día del Señor, hablando de los discípulos que recogían espigas en sábado. La
    segunda escena muestra otro enfrentamiento con los rigoristas fariseos, ante la curación que Jesús
    realiza en la sinagoga un día de sábado. Con este signo, Jesús nos enseña sobre la correcta
    interpretación de la institución del sábado judío: el sábado fue hecho para el ser humano, es decir,
    para el servicio del bien, para promover la vida en libertad y justicia.

  • Estaban todos juntos y venían de todas partes: los apóstoles y los discípulos juntos, junto con la multitud que venía de los tres continentes conocidos: Asia, África, Europa. Y sucedió el evento esperado por los discípulos y al mismo tiempo asombroso: la venida del Espíritu Santo. Todo cambió: el miedo fue reemplazado por el coraje, la tristeza por la alegría, la desesperanza por la esperanza. Incluso en la multitud reunida algo se movió: escucharon, entendieron, se dejaron interpelar por un anuncio inaudito, abiertos a todo: "¿Qué debemos hacer, hermanos?" (Hechos 2,37).

    El Espíritu Santo actúa tanto en quien anuncia como en quien escucha, y ocurre el milagro de la fe, del encuentro transformador con Jesús muerto y resucitado, que purifica, renueva, infunde una vida nueva y sin límites.

    Así suceden los milagros del Espíritu: en ese cambio interno que ninguna palabra, ninguna coacción, ninguna buena voluntad podría lograr. Uno se encuentra con alas para volar, saborea nuevos espacios, el aire de un mundo esperado y al mismo tiempo inesperado, y vuela.
    No lo felicites ni le des premios. Él no tiene nada que ver. Solo reconoce que es el fruto de un árbol que ha aceptado ser cortado para dar vida, es agua brotada de un desierto acogida para que otros disfruten de aguas abundantes, es la carrera generada por aquel que ha permitido tener los pies clavados para que podamos caminar por caminos nuevos.

  • Según un relato tradicional camerunés, reportado por el padre Georges Defour, hubo un tiempo en el que la bóveda del cielo estaba muy baja sobre la tierra, tanto que los humanos se veían obligados a caminar encorvados. A cambio, del cielo llovía todo lo que necesitaban. Un día, una mujer emprendedora, machacando la yuca en el mortero, lanzaba el palo cada vez más alto, hasta perturbar el cielo. Irritado, el cielo se alejó y desde entonces no envió más a la tierra todo lo necesario. Los humanos tuvieron que empezar a trabajar y producir lo que necesitaban. A cambio, habían encontrado la posición erguida.
    Pienso en este episodio mientras busco el significado de la fiesta de la Ascensión que celebramos hoy. Jesús había estado con los discípulos, antes de su muerte y también después de su resurrección. Él era el punto de referencia, él que enseñaba, sanaba, decidía el camino.
    Reconfortados por su presencia después de los días de la muerte, los discípulos le preguntaron, como dice Lucas al comienzo del libro de los Hechos: "Señor, ¿es este el tiempo en que restaurarás el reino para Israel?" (1,6). Danos la fecha, nos la apuntamos y esperamos. ¿No eres tú el cielo entre nosotros?