Episoder

  • Un día, un joven venado estaba bebiendo agua fresca en un riachuelo. De repente, un grupo de cazadores empezó a dispararle flechas desde una colina cercana. Ninguno dio en el blanco pero él, aterrorizado, comenzó una huida desesperada. Corrió y corrió sin rumbo fijo, y cuando pensaba que los tenía demasiado cerca y le iban a atrapar, el suelo se hundió bajo sus pies y cayó al vacío.

    Una vez tocó fondo miró aturdido hacia arriba y se dio cuenta de que había ido a parar a una cueva oculta entre la maleza. Desde ese lugar oscuro y húmedo podía escuchar las voces de sus atacantes merodeando por la zona, así que intentó no mover ni un músculo y mucho menos hacer ruido. Al cabo de un rato los murmullos se fueron haciendo más débiles y respiró aliviado. ¡No había duda de que los hombres pensaban que su pieza de caza se había esfumado y se daban por vencidos!

    Estaba a salvo, sí, pero una de las patitas le dolía muchísimo.

    – ‘¡Ay!… ¡Ay!… ¡Qué torcedura tan inoportuna! … ¿Qué voy a hacer ahora si no me puedo levantar para salir de este agujero?’

    No sabía nuestro amigo ciervo que se encontraba en la morada de tres genios buenos y compasivos que, nada más escuchar los quejidos, acudieron veloces en su ayuda.

    El más anciano le saludó con amabilidad en nombre de todos.

    – ¡Buenos días! Veo que por pura casualidad has encontrado nuestro humilde hogar ¡Sé bienvenido!

    El pobre se sintió un poco apurado.

    – Os pido disculpas por la intromisión, pero iba escapando de unos cazadores y al pasar junto a unos matorrales noté el suelo blando y… ¡zas!… ¡Aparecí aquí! Me he librado de ellos pero ¡estoy herido!

    – Veamos, ¿dónde te duele?

    – ¡Ay, aquí, en la pata izquierda, junto a la pezuña!

    – ¡Tranquilo! Tú quédate quieto que nosotros nos ocuparemos de todo.

    Con mucho cariño y máximo cuidado los tres genios embadurnaron la pata dañada con un ungüento a base de frutos silvestres, perfecto para bajar la inflamación y calmar el dolor. Después lo ayudaron a tumbarse sobre un cómodo colchón y le prepararon algo de comida para reponer fuerzas. Tan a gusto se encontró que le entró sueño y se quedó dormidito como un bebé.

    El venado recibió todo tipo de atenciones y mimos durante una semana hasta que se recuperó. Una vez se encontró en plena forma y sin molestias para caminar, decidió que había llegado el momento de regresar junto a la manada.

    – Amigos, es hora de que me vaya. ¡Jamás olvidaré estos días en vuestra compañía! ¡Gracias, gracias, gracias!

    De nuevo, el mayor fue quien puso voz al sentimiento del pequeño clan.

    – ¡Ha sido un placer! Nosotros también te llevaremos siempre en nuestro corazón y esperamos que nos visites de vez en cuando. Por cierto, antes de que te vayas queremos hacerte un regalo, concederte un don, ¡que para eso somos genios! Dinos… ¿cuál es tu mayor deseo, lo que más te gustaría tener?

    El ciervo se quedó unos segundos calladito, a ver si se le ocurría algo realmente útil.

    – Bueno, la verdad es que no necesito nada material, pero confieso que me angustia el color de mi piel. Sé que es hermosa, pero tan clara que los cazadores me detectan desde muy lejos, como vosotros mismos habéis podido comprobar. Me encantaría pasear seguro por el bosque y llevar una vida relajada de una vez por todas.

    El viejo genio estuvo de acuerdo y aplaudió.

    – ¡Buena elección! Eres un cervatillo muy sensato, ¿lo sabías? ¡Ven, anda, síguenos!

    Salieron los cuatro fuera de la cueva y la luz del sol los deslumbró ¡Qué maravilla poder sentir después de tantos días el calorcito y la brisa suave de la primavera! El venado respiró profundamente para llenarse del aroma de las flores y en pleno disfrute escuchó la voz de otro de los genios.

    – ¡Túmbate que vamos a solucionar tu problema en un periquete!

    El animal se dejó caer sobre la fresca hierba verde y los genios se pusieron manos a la obra: cogieron tierra oscura y la frotaron con gran habilidad sobre su pelaje. Cuando acabaron la tarea de untar, se agarraron de las manos, formaron un círculo y rogaron al sol que calentara un poquito más fuerte. La enorme estrella amarilla accedió a la petición y sus rayos chamuscaron lenta y suavemente la delicada piel del animal.

    El tercer genio fue quien indicó que habían terminado.

    – ¡Ya está, ya puedes levantarte!

    El venado comprobó, completamente fascinado, que el color perla de su pelo se había transformado en un elegante tono marrón tostado. El genio más viejecito, que era el que más hablaba, le informó sobre su nueva situación.

    – A partir de ahora tú y tus compañeros luciréis un color de piel mucho más parecido al de la tierra que pisáis, lo cual os permitirá camuflaros fácilmente y evitará que los enemigos os vean. Dinos, ¿te gusta el resultado?

    – ¡Oh, sí, me encanta! Esto será un seguro de vida para todos los miembros de mi especie… ¡Es un detalle maravilloso! ¡Os quiero muchísimo!

    Para demostrar su infinito agradecimiento, el venado lamió la carita de los genios y les dio un fortísimo abrazo. Después, sin mirar atrás para que no vieran sus lágrimas de emoción, tomó el camino a casa bordeando la extensa llanura.

    Dice esta leyenda que desde ese día, gracias al regalo de los genios buenos, los venados viven mucho más tranquilos en las increíbles tierras del Yucatán.

  • Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud. Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para caminar y para correr.

    Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales para comer.


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    Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas: tenía el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar.

    El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin dudarlo, comenzó a perseguirle.

    El canguro corría y corría sin parar, pero el hombre iba pisándole los talones. Sí, él tenía cuatro patas, pero las dos patas de su enemigo eran más largas y musculosas ¡Las cosas estaban poniéndose difíciles!

    La persecución duró al menos dos horas y el canguro ya no podía más. Por suerte, la noche cayó sobre la llanura y, en un despiste de su acosador, logró camuflarse entre unos matorrales. Ahí se quedó, inmóvil, esperando a que el enemigo de dos patas se alejara. Pero no… En vez de regresar a su hogar, decidió juntar unas ramas y encender una hoguera para calentarse y esperar allí hasta el amanecer.

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  • Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque. A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y peligroso que amenazaba con comérselos.

    Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar más protegidos.

    El cerdito más pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén, construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se fue a jugar.

    – ¡Ya no le temo al lobo feroz! – le dijo a sus hermanos.

    El cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco tenía muchas ganas de trabajar. Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así que se internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para construir las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se fue a charlar con otros animales.