Episoder

  • Intercambio y colaboración

    Me resulta interesante conectar los últimos versículos de un capítulo con el primero del siguiente, porque a menudo el pensamiento continúa de uno al otro, y nos perdemos una bendición al separarlos. Leamos la transición entre el capítulo 5 y el 6 de 2 Corintios:

    “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.”

    Hay una canción cristiana titulada “Su manto por el mío” en la que se canta cómo Cristo se quitó su capa de justicia para dármela a mí, y llevó sobre Él mi manto de injusticia. En la cruz hubo un intercambio no equitativo, en el que mi pecado fue derramado sobre el inocente, y su santa justicia se derramó para cubrir mi mal. Habiendo recibido esa gracia, la primera frase del capítulo 6 me exhorta a vivir de forma que esa gracia de Dios derramada a mi favor no sea en vano. Si habiendo recibido tal intercambio decido vivir como si nada hubiera ocurrido, estaría menospreciando el sacrificio de Cristo en la cruz.

    Dios anunció que el día de salvación venía, y Pablo declara “He aquí ahora el día de salvación” (6:2). Cristo vino y nos ha ofrecido la gracia inmerecida de Dios. Ahora nosotros podemos disfrutar de la justicia de Dios en Cristo.
    Es por eso que Pablo puede decir que vive por encima de los ataques diarios de nuestra propia carne o de las injustas valoraciones que cualquiera pudiera hacer. En los versículos 8-10 presenta los siguientes contrastes:

    “por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo.”

    Eran colaboradores de Dios, incluso cuando algunos los vieran de forma errónea. Podrían verlos como personas sin honra, podrían tener mala fama por seguir a Cristo, podrían pensar que lo que anunciaban era falso, podrían sufrir ignominia, podrían sufrir en sus carnes y pasar por momentos muy tristes, podrían sufrir escasez material, mas ellos sabían que lo poseían todo, pues tenían a Cristo de su lado. En Él podían disfrutar de honra, buena fama ante Dios, conocidos por Dios, vivos y gozosos, enriqueciendo a otros por la gracia de Dios. Era por esto que podían vivir, como dice en el versículo 4 y hasta el 7:

    “en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra;”

    De la misma manera, esta invitación a colaborar se nos ha extendido a nosotros. El manto de Jesús ha llegado a ser el nuestro si la justicia de Cristo ha llegado a ser nuestra por la fe. Habiendo sidos hechos justicia de Dios en Él, aceptemos ser colaboradores de Dios, viviendo una vida digna de la obra de Cristo en nuestro lugar.

    ¿Cómo? Apartándonos de los mantos de inmundicia que ya hemos depositado a los pies de la cruz, y viviendo en la justicia recibida en su lugar. Por esto cita el apóstol las palabras del Antiguo Testamento:

    “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:
    Habitaré y andaré entre ellos,
    Y seré su Dios,
    Y ellos serán mi pueblo. m
    Por lo cual: Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor,
    Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré,
    Y seré para vosotros por Padre,
    Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.”

    ¡Qué maravilla de plan de vida! Hijas del Todopoderoso, colaboradoras de la gracia de Dios a la humanidad. Esta es la vida que Dios nos ha dado aquí en la Tierra, mientras aguardamos la glorificación y la entrada a la vida eterna con Cristo.

  • La vida nueva

    “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” 2 Corintios 5:17

    En Cristo, somos nuevas criaturas. Los beneficios finales y completos los veremos en el momento de glorificación, cuando nuestros cuerpos mortales den paso a los eternos, mas ya hemos sido declaradas nuevas criaturas.

    ¿Cómo sabemos que somos una nueva creación, que hemos nacido de nuevo, que la gracia y el don de la justificación son reales en nuestra vida?

    2ª a los Corintios 5:15-18 dice así:

    “y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.
    De modo que si alguno está en Cristo, NUEVA CRIATURA ES; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;”

    Este texto habla de una obra de Dios, no de logros humanos. Fíjate en los verbos: nos reconcilió, nos dio, nos encargó. Y dice el versículo 18, “todo esto proviene de Dios”.

    Osea, somos nuevas criaturas, habiendo confesado a Dios nuestro pecado y recibido la obra de Cristo, y se hace evidente en que hay un cambio en nuestra vida. Las cosas viejas han pasado, y lo que ahora hay en nuestra vida (1) es nuevo, (2) y es de DIos y no nuestro.

    Muchos piensan que uno es salvo de su pasada manera de vivir para intentar cada día hacer buenas obras. Sin embargo es más la idea de que al ser reconciliadas con Cristo (versículos 18 y 19), nos asombramos nosotros mismos de que aquello que antes nos dominaba ya no nos domina. No que seamos perfectas, pero vamos viendo que el pecado que antes nos atraía, ahora nos desagrada. Lo que parecía que no conseguíamos hacer en nuestras fuerzas sin Cristo, ahora en Cristo es posible. Las cosas son hechas nuevas, “y todo esto proviene de Dios.”

    El apóstol lo expresa así en Gálatas 2:20:

    “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”

    ¿Quién vive, tú o Cristo? ¿Quién manda en tu vida, tú misma, o eres una nueva criatura?

    Si eres una nueva creación, si has confesado tus pecados y la gracia y el don de la justificación te han hecho una nueva criatura, entonces nos enseña la Palabra que lo que vives ahora en la carne lo vives en la fe del Hijo de Dios. No estás sola ante la tentación; no estás sola en la prueba.

    Hoy mismo examina tu vida para ver si has sido reconciliada con Cristo. Si es así, eres una nueva criatura, ya no vives tú; ahora es el momento de que Cristo sea reflejado en tu andar diario.

    Quizás hace tiempo que confesaste tu pecado y abrazaste la salvación de Cristo, pero luchas con dejarle a Cristo llevar las riendas de tu vida. ¡Cuidado! Eso no es el plan de Dios. Según estos versículos, rendimos nuestra vida en el momento de la salvación, pero debemos seguir rindiéndola cada día.

    Leemos en los evangelios que Jesús “decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” Lucas 9:23

    Nueva criatura en el Señor, toma tu cruz cada día, dale las riendas de tu vida al Señor, “el cual te amó y se entregó a sí mismo por ti,” y síguelo.

  • Manglende episoder?

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  • Vasos de barro

    Si tuvieras que guardar algún tesoro, ¿dónde lo guardarías?

    En el capítulo 4 de 2 Corintios leemos que el tesoro de la gloria de Dios, la misma imagen de Dios, no se encuentra guardada en preciosos jarrones de cristal, ni vasijas de metales preciosos, sino en vasos de barro. No es la primera vez que Dios utiliza la imagen del alfarero para ilustrar que somos creación suya. Vasos de barro, frágiles, rudos, de más valor sentimental que material; eso somos nosotros. Nuestro valor lo llevamos en el interior, en el valor que Dios mismo nos ha dado al soplar su imagen en nosotros, al entregarnos su Espíritu en el momento de la salvación.

    Estos vasos de barro, nuestros cuerpos, sufren los achaques de la vida, mientras el Espíritu nos sigue dando aliento. Pablo lo expresa en estas palabras:

    “estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.” (2 Corintios 4:8-10)


    Si ya vimos que en el sufrimiento podemos experimentar consolación, veamos ahora cómo el sufrimiento nos recuerda que tenemos una esperanza futura que vale la pena.

    Todos estamos dispuestos a padecer un poco cuando los resultados de nuestro padecimiento valen la pena. Podemos pasar un poco de hambre o sudar la gota gorda, siempre y cuando al final notemos los resultados. Podemos estudiar arduamente si sabemos que al final del esfuerzo nos espera una titulación o un trabajo seguro. Con la meta deseada en el horizonte, podemos esforzarnos y sufrir sin desmayar, anticipando con esperanza aquello que deseamos.

    Así podemos resistir en los momentos de prueba “sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros. (dice el apóstol)
    Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios.”

    Pablo lo expresa así en 2 Corintios 4 y 5:

    “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.”

    Vasos de barro que con el tiempo y el uso se van desgastando. Nos agrietamos; la vida nos da golpes y nos dañamos. Mas un día pasaremos a tener cuerpos nuevos y duraderos. Moradas terrestres, tiendas perecederas donde habitamos temporalmente, pero que se transformarán un día en un edificio eterno, no hecho de manos. Esta esperanza cierta nos permite sobrellevar los momentos difíciles que enfrentamos en la vida. Cuando pases por momentos difíciles, recuerda tres cosas que Dios quiere: (1) Dios quiere que renovemos nuestro ser interior día a día a la luz de la Palabra. (2) Dios quiere que tengamos una visión correcta de este mundo, recordando que esto que aquí nos parece tan importante, es tan solo la antesala de lo que está por venir, y por lo tanto, (3) Dios quiere que mantengamos una visión correcta de la gloria venidera.


    Tenemos el consuelo que Dios ofrece en el momento de la prueba, y además, tenemos la esperanza de la morada eterna con nuestro Salvador. Nos encantaría no tener que sufrir el desgaste. Como Pablo expresa en el capítulo 5 versículo 4, no tener que desvestirnos de este cuerpo para vestirnos del nuevo.

    Pero el proceso natural no es este; a menos que Cristo venga en las nubes para rescatar a los suyos durante nuestra vida terrenal, este cuerpo se desgastará, tendrá que ser desnudado, tendremos que experimentar la muerte física, mas tenemos la seguridad de que un día compareceremos ante el tribunal de Cristo, y entonces los que hemos confiado en la justificación de Cristo, seremos revestidos, esta vez con de un cuerpo eterno e indestructible, Es raro imaginarlo, mas no olvidemos que es cierto. Dios lo ha dicho, y así será.

  • Cartas de Dios

    En el capítulo 3 de 2 Corintios, cuando Pablo está defendiendo su apostolado, comenta que no necesitaba cartas de recomendación, porque los propios cristianos de Corinto eran sus cartas. Dice en los versículos 2 y 3:

    “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.”

    ¿Cómo somos nosotros los creyentes cartas ante otros?


    Pablo hace referencia a la gloria que Dios mostró en el monte Sinaí, cuando entregó las tablas de la ley por medio de Moisés. Cuando Dios se le manifestó en el monte Sinaí, Moisés volvió con tal resplandor en su cara que el pueblo no podía mirarlo. Este se colocó un velo que lo cubría hasta que el reflejo de la gloria de Dios se desvaneciera. Este reflejo de gloria era pasajero, nos dice Pablo en el versículo 7.

    Esta gloria pasajera de la que leemos en los libros de Moisés es un mero destello de la gloria que produce la transformación del Espíritu Santo en nuestras vidas. La entrega de la ley mostraba al pueblo la condenación, dejando claro que nadie podría alcanzar la gloria por el cumplimiento de la ley, ya que ninguno puede cumplir la ley enteramente. Así que Dios en su bondad ha provisto acceso a Dios por el ministerio de la justificación, llevado a cabo por nuestro Salvador Jesucristo. Este produce una gloria eterna, a diferencia de aquella primera gloria que el pueblo de Dios pudo contemplar. Dice así Pablo:


    “Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece.”

    Moisés cubría su rostro hasta que la gloria de Dios pasara, mas Pablo dice a sus oidores que incluso aún el pueblo seguía con el velo puesto, incapaces de comprender el misterio de la justificación por fe. Pablo se lamenta en los versículos 14-16, “Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará.” Dice Pablo

    Ocurre incluso hoy en día. Existe un velo que hace que muchos judíos no vean la justificación en Cristo. Y esto no sólo ocurre a los judíos. Ese mismo velo hace que muchos no entiendan que la justificación de Cristo es únicamente accesible a través de la fe, y no por obras. Cristo es el único acceso a la gloria de Dios.

    Los propios creyentes de Corinto eran ante el pueblo cartas de Dios, que mostraban este ministerio de justificación, predicado por los apóstoles, pero hecho posible únicamente por Cristo. Las vidas de cada uno de los cristianos debían ser cartas que cualquiera pudiera leer y volverse al Señor. En la conversión al Señor, el velo es quitado, permitiendo al creyente ver la gloria de Dios incluso en esta vida. El apóstol acaba el capítulo dándonos la preciosa imagen de este proceso en nuestras vidas:

    “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”

    Cartas abiertas, que llevan al lector a desear y disfrutar la gloria de Dios.

  • El perdón

    En el segundo capítulo de la segunda epístola, Pablo habla de una visita a Corinto que no había sido muy agradable. No estamos seguros de cuándo fue exactamente, pero sabemos por el texto que tras enviar la primera carta, Pablo los había visitado, ya que la reacción de algunos no había sido como se pudiera haber esperado. Por pasajes en la carta entendemos que algunos habían tratado de forma punitiva a personas que habían pecado, sin intentar hacerlo como Dios desea, buscando la restauración.

    Había algunos que habían hablado mal de Pablo, menospreciándolo y acusándole de querer tener el protagonismo para él. Pablo contesta a esto en el capítulo 3, asegurándoles que entendía bien que la única autoridad que él tenía sobre la iglesia era la establecida por Dios. Cuando enseñamos lo que Dios dice, la autoridad de nuestro mensaje no es nuestra, sino que es la autoridad del emisor original del mensaje.

    En respuesta a las acusaciones, Pablo reacciona con una disposición a perdonar. Le habían causado tristeza, como dice en el versículo 5, pero Pablo pide que se perdone al que le había ofendido. Me encanta ver la bondad del apóstol reflejada en el versículo 7 cuando les dice: “más bien deberían perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza.” Su deseo era que mostraran perdón y amor hacia el que lo había atacado. Este perdón y amor sería prueba de la obra de Dios en sus vidas. Pablo les recuerda que él ya los había perdonado, y curiosamente les dice que lo ha hecho “para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros (dice); pues no ignoramos sus maquinaciones.”

    Es importante notar que cuando no perdonamos, estamos dando rienda suelta a Satanás para estropear nuestra existencia. Él desearía vernos amargadas, guardando rencores por daños pasados, llegando a amargarnos. ¿Pero quién querría vivir así cuando podemos escoger el perdón?

    Pablo podía perdonar porque tenía la vista puesta en Cristo. Lo que otros pudieran hacerle a él no era tan importante. Su deseo era que el nombre de Cristo fuera manifestado.
    En el 2:14 Pablo dice: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.”

    Si practicamos el perdón, desprenderemos un grato olor, el olor de su conocimiento. La falta de perdón también desprende un olor, pero es un olor amargo, desagradable. Pidamos a Dios que nos de la capacidad de perdonar, para que de nuestra vida se desprenda una fragancia que otros puedan notar, y les lleve a desear a Cristo, el que produce la dulce fragancia del perdón.

  • La consolación

    En el primer capítulo de la epístola a los Corintios, Dios nos muestra una bendición detrás del sufrimiento. No nos gusta sufrir, y sin embargo, el sufrimiento es común a cada uno de nosotros. Pero podemos preguntarnos: ¿Por qué permite Dios que suframos?

    Entendemos que el pecado entró en el mundo a causa de la decisión del hombre. Y por el pecado vino la maldición. En este sentido entendemos que hay sufrimiento y muerte en este mundo a pesar de la bondad de Dios. Pero ¿por qué permitiría Dios que los que vivimos la vida cristiana suframos? A veces incluso tenemos la sensación de que sufrimos más que los demás.

    ¿Qué bendición secreta puede estár escondida en situaciones de sufrimiento? Pablo escribe esto a los corintios: 2 Cor. 1.3-6

    “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
    Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación.
    Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos.

    Este texto nos asegura que cuando sufrimos, Dios está con nosotros. Nos lleva a entender que Dios permite que suframos para que podamos experimentar su consolación. Así, cuando alguien a nuestro alcance pase por una situación similar, podremos consolarlos con la misma consolación con la que Dios nos ha consolado a nosotros.

    Pablo había sufrido (y había causado sufrimiento); podríamos decir que era un experto en la materia. En cada aflicción, había experimentado la consolación de Dios, y aquí está animando a los corintios a practicar una dinámica de consuelo, experimentando la consolación y consolando. Así como Dios nos consuela en la aflicción, Dios espera que consolemos a otros en su aflicción.

    En el momento de la aflicción, es difícil parar a analizar en qué manera estamos siendo consolados por Dios directamente y por otros. En la Biblia se nos presenta al Espíritu Santo como El Consolador. Si podemos ser capaces de parar y notar la consolación que experimentamos en los momentos difíciles, comenzaremos a experimentar el ciclo de la consolación. El primer paso es apreciar conscientemente cómo somos consolados. Luego, cuando llegue el momento en que otro esté pasando por un momento difícil, podremos pedir a Dios que seamos sabios y sensibles a la situación, para comportarnos de forma que la otra persona pueda sentir el apoyo y consolación. Notemos que no se trata de irrumpir para contar nuestra situación personal. Muchas veces hacemos esto, y sin darnos cuenta, estamos desviando la atención hacia nosotros. Esta no es la idea de consolación que Dios quiere comunicar, pero es lo que más fácil nos resulta. Dios ve, escucha, y en sabiduría conforta. Nosotros, imitando a Dios, podemos practicar lo mismo: observar, escuchar y ofrecer la sabiduría de la Palabra de Dios.

    ¿En qué situaciones difíciles te has visto involucrada? A veces queremos olvidarlas, pero es de provecho recordarlas. Haz un esfuerzo que vale la pena; analiza tus situaciones de aflicción o sufrimiento para notar las maneras en las que el Señor te ha mostrado Su presencia y la forma en que otros te han sido de consuelo. ¿Recuerdas cómo te consoló el Señor? ¿Recuerdas de qué modo te sentiste animada o consolada? Te animo a comenzar ese ciclo y practicar la consolación en tu vida diaria, y verás lo que Dios hace en ti y a través de ti.

  • La segunda carta

    Cuando Pablo escribe la segunda carta a la iglesia de Corinto, vemos que Timoteo, el joven predicador, estaba con él. Se cree que esta segunda carta fue escrita desde Macedonia durante el tercer viaje misionero del apóstol. Tito llevó la carta a la iglesia en Corinto y después volvió con buenas noticias del buen espíritu que había encontrado en la iglesia (7:5-16).

    En esta carta, Pablo dedica varios capítulos a la defensa de su ministerio de apostolado, explicando cómo Dios lo llamó para que compartiera el mensaje del evangelio a judíos y a gentiles. Esto lo leemos en 2 Corintios 4:5, donde dice: ”Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús.”

    Pablo declara que aunque hay momentos difíciles en la vida del cristiano, por la gracia de Dios, podemos permanecer firmes, confiando en la esperanza venidera. Pablo incluso comparte su propia experiencia personal, cómo él sufría con algo que Dios había permitido en su vida, y cómo pudo glorificar a Dios incluso a través de este aguijón, como él mismo lo denomina.

    En los capítulos 8 y 9, Pablo anima a los cristianos de Corinto a ayudar a los de Jerusalén que estaban pasando dificultad, porque si Cristo dió hasta su propia vida por nosotros, nosotros podemos al menos dar de lo que tenemos para atender a las necesidades especiales de otros.

    Pablo pide en la última parte de la carta que cada uno se examine a sí mismo, para comprobar que en verdad estamos en la fe.

    Veremos con algo más de detalle algunos de los temas que nos presenta esta carta, pero por ahora, te animo a que tomes un ratito para leer los 13 capítulos deseando que Dios te hable a través de Su Palabra.

    Acabo con el último versículo de la carta, deseando que “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.”

  • Sabiduría de salvación

    El apóstol Pablo finaliza su primera carta a los Corintios atando los temas que ha tratado, animando a los creyentes a buscar el apoyo de los que están ahí para ayudarlos. Entre estos, encontramos a Timoteo, un joven predicador, a Estéfanas, Fortunato y Acaico. De estos tres últimos, Pablo dice: “confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas.” (16:18)

    Estos, al igual que Pablo, estaban ahí para ayudarlos a comprender el mensaje del evangelio y crecer en enseñanza y doctrina. Pablo cierra la carta con la exhortación de los versículos 13 y 14:

    “Velad, estad firmes en la fe. Y “Todas vuestras cosas sean hechas con amor.”

    Desde el comienzo de su carta, Pablo les había hablado de la palabra de la cruz, la cual dijo el apóstol, “es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.” (1:18) “ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, (sino que) agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.” Dice el apóstol. (1:21)

    Es increíble cómo un mismo mensaje puede resultar ofensivo (o de locura) para unos, mas para los que lo reciben, llegar a ser una fuente de poder.

    Y es que el poder del evangelio no reside en aquellos que lo hemos recibido, sino en el que lo ha dado. Porque Dios no elige a ninguno de nosotros en base a nuestras capacidades, sino que somos salvos por nuestra fe en la obra de Cristo. Y nos dice el texto en el 29 que esto lo hace para “que nadie se jacte.” “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1:29-31 )

    Este mensaje es el que la Biblia proclama de principio a fin. Hemos visto que Pablo habla de ello como un misterio, porque es increíble que un Dios Santo y Justo haya ideado la forma de proveer una salvación tan grande e inmerecida a nosotros los humanos, los cuales lo hemos rechazado desde el principio. En el capítulo 2 nos dice:

    “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito:
    Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,
    Ni han subido en corazón de hombre,
    Son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (2:7-9)

    ¿Puede un mensaje ser más fascinante que este? Dios dice: Si hubieran entendido el mensaje del evangelio, no habrían crucificado al Cristo, mas este tenía que morir para que nosotros pudiéramos disfrutar la salvación. Así que este fascinante misterio, inimaginable para la mente humana, ha sido preparado desde antes de la fundación del mundo.

    Y Dios nos lo ha revelado a nosotros por el Espíritu (continúa Pablo); “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido.”

    ¿Eres capaz de apreciar el sacrificio de Cristo en la cruz? ¿Entiendes lo que su muerte y resurrección implican? Si has llegado a comprender esto, es gracias al Espíritu Santo de Dios.
    La vida espiritual es posible solo gracias a la obra del Espíritu Santo en nuestro ser, y por ello debemos estar agradecidos.

    Esta sabiduría que viene de lo alto nos permite apropiar el mensaje del evangelio y compartirlo con los demás. Para aquellos que recibiendo el mensaje no atienden a la llamada del Espíritu de Dios, como dice el apóstol, el mensaje les resultará locura. Pablo lo pone en estas palabras en el versículo 14::

    “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
    En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.
    Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.”

    La sabiduría que Dios da nos permite ver el mundo como Dios lo ve. Esa es mi meta este año; eso es lo que le sigo pidiendo a Dios diariamente, porque lo más normal, lo carnal en mí, es ver las cosas desde mi propio punto de vista, o como el mundo las ve, porque es lo que nos viene naturalmente. Dice así el apóstol en el 3:18-19:

    “Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: Él prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos.”

    Quiero ser sabia, para salvación primeramente, recibiendo el mensaje por el Espíritu de Dios; mas quiero continuar en la sabiduría que es de Dios, teniendo la mente de Cristo, y viendo cada situación como Él la ve.

  • La esperanza del cristiano

    Hacia la conclusión de la carta a los Corintios, Pablo repasa el evangelio por el que confiamos que un día estaremos con Dios. Este evangelio de salvación proclama que todo el que cree en Jesucristo como Salvador de los pecados es salvo, y pasará la eternidad con Dios.

    Esta esperanza está basada en un hecho histórico muy importante, la resurrección de Cristo de los muertos.

    “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí (dice el apóstol): Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;” dicen los versículos 3 y 4 del capítulo 15.

    Los datos históricos nos confirman que esto ocurrió y no se puede refutar. Hubo una gran cantidad de testigos oculares que vieron a Jesús resucitado. Lo vieron al tercer día sus discípulos, mas cientos lo vieron antes de su ascensión al cielo.

    Dios ha prometido que un día todos los humanos de todo lugar y todo tiempo comparecerán ante el trono de Dios. Aquellos cuyos nombres estén escritos en el libro de la vida pasarán a una eternidad con Cristo, y aquellos que rehusaron creer en Cristo en esta vida, pasarán una eternidad de desoladora separación de Dios. Esto puede parecer drástico para algunos, mas Dios da la oportunidad de creer y gozar de Él a cada persona durante su tiempo aquí en la Tierra.
    Algunos de Corinto no creían en la resurrección de los muertos. Pablo expone claramente el problema de no creer en la resurrección, en los versículos 13 al 19:

    “Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres.”

    Pablo está presentando un argumento lógico que va así: si no hay resurrección de los muertos, Cristo entonces no resucitó.
    Si Cristo no resucitó, nuestra fe entonces es vana, y estamos todavía en nuestros pecados y condenación porque nuestra fe estaría basada en una mentira. Si así fuera, entonces todos tendrían que sentir pena de nosotros.

    ¿Sigues el razonamiento aquí expresado? Sin embargo, este razonamiento no es real, porque los hechos son distintos.

    Cristo resucitó, y de ello tenemos evidencia. La segunda parte del capítulo Pablo expone el siguiente argumento opuesto:

    Cristo resucitó, y Él fue el primero de los que resucitaremos. Así como Adán murió y luego todos tenemos una cita con la muerte, como Cristo resucitó, tenemos una cita para la resurrección.

    “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.” (1 Corintios 15:23)

    Esto es lo que ocurrirá en la venida de Cristo.

    “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.”

    Esta es la gran esperanza del creyente. Así como Cristo resucitó, resucitaremos para gloria cuando el Señor venga. Y cuando esto haya ocurrido, llegará el fin de lo que ahora se conoce y el comienzo de una gloriosa eternidad para aquellos que en Él hemos confiado.

    Y entonces ya no habrá más muerte, porque el último enemigo de Dios en ser destruido será la misma muerte.

    En un mundo en el que vemos la muerte como algo triste y final, nos queda este consuelo. Para aquellos que mueren confiando en Cristo, la muerte es el paso a la gloria eterna con Dios. En la postrera resurrección, todos los que han confiado en él estrenarán un cuerpo nuevo para disfrutar durante toda una eternidad la presencia del Salvador. Este cuerpo no sufrirá enfermedad, no se envejecerá, no cogerá peso ni habrá que sudar para mantenerlo en forma. Este cuerpo al que Pablo denomina espiritual estará libre de corrupción. Estemos seguros de esto:

    “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
    Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1 Corintios 15:52-55) La victoria final será de Cristo:

    “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.”

    Bendita esperanza de gloria, en la que podemos basar toda nuestra confianza en Jesús. Nuestra fe en Cristo y el vivir esta vida por y para Él no es ni será en vano. Es una esperanza que nos llevará hasta nuestra salvación eterna.

  • Entendimiento y edificación

    “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.
    Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.”


    Así se entrelazan los capítulos 13 y 14 de la primera carta a los Corintios, marcando lo que debería definir a cada congregación en la iglesia de Cristo. Con una base común del gran amor que Dios ya ha dado a cada uno de sus hijos, y apreciando cada don espiritual, el don que Pablo quisiera promover aquí es el de la profecía. El don de profecía se refiere a la capacidad de tomar lo que Dios ha dado en Su Palabra y comunicar el mensaje de Dios a los oyentes.


    Había otro don que Dios había dado en Pentecostés y que se mantenía en los tiempo de los apóstoles que llamaba la atención de muchos; el don de hablar lenguas que no habían estudiado. Cuando esto ocurrió por primera vez durante la entrega del Espíritu Santo, vemos que las lenguas de las que trata el texto son idiomas reales, hablados en diferentes partes del mundo. Los oyentes testificaron el haber oído la Palabra en su propio idioma de la boca de extranjeros. Muchos procuraban este don de lenguas, y algunos hablaban en la congregación en lenguas que otros no entendían; recordemos que en Corinto había personas de muchas nacionalidades. En estos casos, aunque la Palabra de Dios fuera compartida, no tenía ningún provecho, como dice Pablo en este texto, porque lo que otro no entiende no puede edificar.

    Dice en el versículo 2: “Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque por el Espíritu habla misterios.”

    Y en los versículos 21 y 22 explica el propósito de las lenguas y el de la predicación:

    “En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor.
    Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes,” dice Pablo.


    Las lenguas y las sanaciones milagrosas de Hechos habían sido dadas para autentificar el Espíritu Santo que Dios había enviado, y en cumplimiento de lo profetizado en el Antiguo Testamento. Pero la iglesia debía ser edificada desde dentro, creciendo en el conocimiento de Cristo. Y para la edificación de la iglesia era necesaria buena enseñanza y doctrina. Para esto, el hablar idiomas o lenguas no era el plan para el beneficio de otros. El mensaje debía ser comprensible para crecer en el Señor.

    En el versículo 4 dice Pablo: “El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia.”

    Recuerdo a una amiga muy querida, que cuando nos juntábamos a orar, pedía si podía hacerlo en un idioma de Guinea Ecuatorial, su tierra natal. Para ella, hablar con Dios en castellano resultaba raro, y se comunicaba mejor con Dios en bubi. Pero desde luego, yo no podía entender nada de lo que decía a menos que ella lo tradujera después.

    Para tratar sobre la importancia de entender el mensaje, Pablo utiliza un lenguaje musical:

    “ Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?
    Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire. Tantas clases de idiomas hay, seguramente , en el mundo, (dice el apóstol) y ninguno de ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí.”

    Si vamos a crecer en conocimiento, lo importante es recibir el mensaje de la Palabra en un idioma que conocemos y de manera que comunique el significado.

    Hay provecho en el mensaje de la predicación. Mas si oímos solo ruido y no se entiende el mensaje, poco se entenderá lo que decís. “Tantas lenguas hay,” dice la Palabra, “mas todas tienen significado. No seamos insensatos, porque si hablamos en lengua desconocida, qué provecho será para mí esa lengua.”

    Pablo les dice: “Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?”

    Pablo presenta la conclusión del asunto diciendo: “prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida.”

    Pidamos a Dios que nos dé sabiduría para discernir entre lo bueno y lo mejor para nuestras vidas y que nos dé entendimiento para comprender lo que Él ha compartido con nosotros en su Palabra. Llevemos a otros este mensaje de forma que lo puedan entender y les sea de edificación así como lo es para nosotras. A Él sea toda la gloria.

  • El mayor don

    En la carta a los creyentes de Roma Pablo había hablado de los diferentes dones que Dios ha regalado a cada uno, y cómo pueden ser usados para la edificación del cuerpo de Cristo, esto es, el conjunto de cristianos en cada congregación, y extendiéndolo a la iglesia de Cristo repartida por el mundo.

    Una vez más vemos que Pablo trata temas similares para diferentes iglesias, ya que en todo lugar y en todo tiempo, el ser humano sufre de limitaciones y tentaciones similares. También en el capítulo 12 de Corintios Pablo habla de cómo los cristianos, cada uno con diferentes dones, nos complementamos unos a otros, formando un cuerpo en Cristo. Aquí el apóstol presenta diferentes dones espirituales con los que el Señor permite que nos edifiquemos mutuamente en la congregación. Pablo nombra algunos en el texto, y cada uno como bien dice, para provecho del cuerpo que es la iglesia:

    “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.
    Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.
    Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.” 1 a los Corintios 12:4-6

    Algunos dones son de conocimiento, por los que pueden ayudar a los demás a entender la Palabra, otros de servicio, con los que echan una mano en las necesidades físicas de la congregación, otros de generosidad, que saben notar las necesidades especiales para ser de bendición de tantas formas. Los dones son distintos, los ministerios en los que estos son utilizados son diferentes, pero el Dios que da los regalos con los que servimos a otros es el mismo, y todos los dones son útiles y provechosos.

    Y es que el deseo de Dios es “que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.
    De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.” Concluye el apóstol diciendo: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” (12:25-27)

    Así que después de dar una lista de los regalos que Dios ha repartido a su iglesia, Pablo les abre las puertas a un regalo que todos hemos recibido de Dios. Acaba así el versículo 31: “Mas yo os muestro un camino aun más excelente.”

    En el famoso capítulo 13 sobre el amor, Pablo presenta la importancia de amar como Dios nos ha amado. El apóstol dice que aunque uno pudiera hablar el idioma de los ángeles, el don de lenguas no serviría para nada si no se tiene amor. Sería mero ruido, metal que retiñe, címbalo que resuena. “Y si... entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, (pero) no tengo amor, nada soy.” Fíjate; ni el don de profecía, ni el de conocimiento de la Palabra y ni siquiera la fe capaz de mover montañas llega a ser eficaz si no viene acompañada de amor a Dios y al prójimo.

    Podrías ser tan generosa que repartieras todos tus bienes; tan entregada que acabaras en la hoguera por tus convicciones, pero si no tienes amor, dice la Palabra de Dios que de nada te sirve.

    Todos hemos conocido a alguien con creencias firmes, o con un increíble talento, o con formación que supera a la de la mayoría, pero que no llega a tener un impacto positivo en este mundo porque le falta afecto hacia los demás.

    Dios dice que el amor genuino es mucho más valioso que cualquiera de estos dones. El apóstol describe así el amor que Dios da:

    “es sufrido, es benigno.” Pablo acababa de tratar el tema de la ofensa, de cómo algunos ofendían sin pensarlo, y como algunos se sentían ofendidos fácilmente. Y aquí afirma que el amor no se ofende fácilmente por las acciones de otros (es sufrido). Y al otro lado de la moneda, es benigno, por lo que procura no ofender.


    “el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.”

    El apóstol está refiriéndose a actitudes derivadas del orgullo, que nos hacen envidiar a los demás, desear lo que otros tienen, intentar subirnos a nosotros mismos por encima de cualquiera, y a cualquier precio, y permite la injusticia en lugar de desear la verdad. El amor busca el bien del prójimo, y se alegra del éxito de los demás.

    Vuelve a enfatizar la paciencia y humildad del amor diciendo: “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”

    Por si no ha quedado claro, nos recuerda que el amor es sufrido y bienintencionado. Por eso es crucial para el éxito interpersonal.

    Cuando tratamos las diferencias personales a través del filtro del amor, es mucho más fácil entender y ser entendidos correctamente.

    Los de Corinto habían preguntado sobre temas que causaban discusión si no división. Algunos creían que la mujer debía llevar velo en la iglesia, otros no; algunos creían que los que predicaban la Palabra no debían recibir remuneración, otros que sí. Algunos tenían problemas con la carne que había sido previamente sacrificada a los ídolos, otros no, y así, las diferencias de opiniones estaban minando la eficacia del cuerpo de Cristo en la ciudad. Pablo, hacia la conclusión de la epístola, les recuerda que cuando hay amor genuino, las diferencias se pueden superar.


    El capítulo concluye mostrando la supremacía del amor, presentándolo como el mayor de los regalos que Dios nos ha dado.

    “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.”

    Pablo acaba el capítulo del amor recordándonos que aunque los dones terrenales se acabarán a nuestro paso a la eternidad, el amor perdura.

    “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”

  • Podríamos decir que esta es una invitación atrevida. Cuando le decimos a otro que nos imite, se supone que nuestra conducta es no sólo aceptable, sino admirable. Cuando estás aprendiendo un idioma, intentas imitar a alguien que tenga buen dominio del idioma. Si estás aprendiendo un deporte, quieres imitar a uno que lo juegue bien.

    Pablo dice en el capítulo 4:16 “os ruego que me imitéis” y en el 11:1 “Sed imitadores de mí, como yo de Cristo.” Él era una persona fiable para imitar, porque él mismo imitaba al Maestro. Cuando nosotros imitamos a Dios, otros pueden imitarnos con confianza.


    Pablo repite este imperativo en otras cartas. Lo dice a los Tesalonicenses, a los Filipenses, y a los Efesios directamente les pide que imiten a Dios.

    Cualquiera de nosotras que vivamos imitando a Dios podríamos decir a otros al igual que Pablo que nos imiten a nosotros.

    ¿Alguna vez has estado perdida en una ciudad, y bajando la ventanilla has pedido dirección al coche de al lado. La forma más segura de llegar es cuando esta persona sabe adónde vas y te dice: “Sígueme.” Del mismo modo, si nosotras sabemos lo que Dios desea y lo estamos haciendo, los que nos sigan llegarán a buen fin con nosotros.

    ¿Qué debían imitar? Para verlo debemos leer el final del capítulo 10: “yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos.”

    Con esto no quería decir que intentaba agradar a todo el mundo, una meta imposible de alcanzar, y no lo que Dios pide de nosotros. Más bien les estaba diciendo que debían glorificar a Dios con sus vidas, intentando no ser de tropiezo a nadie,

    Pablo, en el capítulo 10 les había advertido contra la idolatría. Curiosamente, el ejemplo que da al pueblo puede sorprendernos, porque no les recrimina aquí que adoraran a otros dioses, lo cual el Señor condena, sino que les acusa de rendir culto a uno mismo. Dice el versículo 7: “Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar.” Uno pensaría, “¿Qué hay de malo en ello? No hay nada de malo en el mero hecho de comer o beber, o jugar, pero el texto denunciaba que algunos vivían para sí mismos, posicionándose ellos como el centro de su universo, y dándose culto a ellos mismos. En lugar de vivir para agradar a Dios, vivían para agradarse a sí mismos.

    Pablo mostraba con su vida algo muy distinto, procurando el bien de otros y deseando para ellos la salvación del alma.

    Así debemos vivir, conscientes de que aún deseando hacer lo correcto, lo natural para nosotros es la idolatría, y fácilmente nos quejamos y tentamos a Dios con nuestro egoísmo.


    “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” Así anima el apóstol a estar alerta si no queremos caer. Mas lo bonito es que las situaciones que se nos presentan las podemos enfrentar con éxito si seguimos el ejemplo de Cristo, el supremo maestro. Este nos dice: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.”

    Hasta Jesús fue tentado, y resistió haciendo buen uso de la Palabra de Dios. La salida siempre está ahí, a nuestro alcance. Sólo tenemos que tomarla, confiando en el que nos la ha dado. Pablo resistía la tentación de mirar por su propio bienestar porque valoraba más la salvación de almas, y Dios le permitió mantenerse fiel al evangelio para su bien y el nuestro.

    Fiel es Dios, que no nos dejará solos en la tentación. Si le seguimos, no nos perderemos; llegaremos a nuestro destino; si le imitamos, seremos más y más como Él es.

  • En la segunda parte de la primera carta a los Corintios, Pablo trata una serie de temas por los que la iglesia de Corinto había preguntado. Habían preguntado sobre si era mejor servir al Señor casado o soltero, o si era lícito comer lo sacrificado a los ídolos. Pablo contestaría estos temas, pero antes, en el capítulo 6, les amonesta sobre algo que había llegado a sus oídos. Algunos de la congregación, habiendo tenido algún desacuerdo con otro creyente, había denunciado el caso para que un juez decidiera sobre el asunto. Pablo consideraba esto como desacertado, ya que dos cristianos que están en desacuerdo deberían poder llegar a un acuerdo sin necesidad de que un juez tenga que mediar. Dice Pablo en los primeros dos versículos:

    “¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos?¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas?

    Si Dios ha anunciado que en el juicio final, nosotros juzgaremos la Tierra con Él, dice Pablo, ¿cómo no vamos a poder juzgar las pequeñeces que nos dividen?

    “Así que, (prosigue Pablo) por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? Pero vosotros cometéis el agravio, y defraudáis, y esto a los hermanos.”


    ¿Tiene sentido que dos creyentes tengan que ir a juicio? Lo ideal sería que entre cristianos, primeramente, no hubiera pleitos; que como dice el texto intentáramos por un lado no defraudar al hermano, y cuando nos sintamos defraudados, soportáramos el agravio sin causar pleitos. Mas cuando estos surjan, busquemos ayuda entre hermanos, para llegar a un acuerdo sin tener que llevar las discusiones a las instituciones públicas.

    Las aclaraciones de Pablo sobre diversos temas se encuentran en diferentes capítulos. Los corintios habían preguntado sobre qué era mejor, si servir al Señor estando casado (como lo estaba Pedro), o si era mejor estar soltero, como era el caso de Pablo. Específicamente parece que su pregunta trataba la situación de viudos y viudas. Hay incluso buenos motivos para creer que Pablo había perdido a su esposa en su juventud, antes de conocer a Cristo. Pablo es muy cercano y sincero en su respuesta, dando tanto los beneficios como los inconvenientes de cada situación. Expresa que mejor sería si un viudo o una viuda no se volviera a casar, porque así tendría más libertad para servir al Señor, sin tener que repartir el tiempo entre las cosas de Dios y de la familia, pero asegura enfatizar que eso era su opinión personal, y que la relación íntima pertenecía exclusivamente al ámbito matrimonial. Pablo enfatiza que si uno estaba casado, debía permanecer con su esposa, y atender a su familia fielmente. Es probable que algunos, después de recibir el evangelio, hubieran sentido el deseo de salir como Pablo a compartir y ayudar a otros, mas Pablo quería dejar claro que los que están casados tienen una obligación personal a su familia, y no es correcto desatenderlos para “hacer la obra de Dios.”


    Otro tema que trató con ellos fue el de no ser tropiezo a otros. Así como tuvo que hablar a los de Roma sobre el principio del respeto por encima de los derechos personales, Pablo advierte a los corintios en el capítulo 8:8-9:
    “Si bien la vianda no nos hace más aceptos ante Dios; pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no comamos, seremos menos. Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles.”

    Pablo dice, que no pecamos por comer carne que alguien ha sacrificado a los ídolos, pero podríamos pecar contra nuestro hermano por ser desconsiderados. Sería mejor abstenerse de “comer lo sacrificado a los ídolos” con tal de respetar la conciencia del que está con nosotros que disfrutar de las libertades que nos permita nuestra conciencia. Por eso dice el apóstol en el versículo 8:13 “Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano.”

    El capítulo 10 concluye: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios;
    como también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos.” El apóstol tenía como prioridad el bienestar espiritual de su prójimo.

    Durante las instrucciones a la observancia de la mesa del Señor, Pablo advierte: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”

    Esta es una práctica que podemos hacer a menudo y no solo los días en que planeamos tomar la cena del Señor; hagámoslo cada día, tantas veces sea necesario. Examinémonos, no a la luz de lo que otros hacen o no hacen, sino a la luz de la Palabra que Dios nos ha revelado.

    Examinemonos para que no seamos juzgados. Sería mejor que soportáramos el oprobio cuando se trate de cuestiones personales reconociendo que Dios puede librarnos si quiere, o darnos lo que necesitamos durante la prueba. Elijamos respetar al prójimo para animarlo en el Señor, y pidamos a Dios que nos ayude a vivir según su justicia y su amor.

  • En la segunda parte del capítulo 6 de Corintios, Pablo continúa respondiendo aquellas cuestiones que los creyentes en Corinto no parecían tener claras aun. Pablo les habla aquí de la importancia de dar gloria a Dios con nuestros cuerpos.

    Comienza en el versículo 12 diciendo: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna. Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder.”

    Al mismo tiempo que somos libres en Cristo y no dependemos de una obediencia a leyes sobre tales cosas como la comida, debemos recordar que no deberíamos dejar que nada terrenal tome las riendas de nuestra vida. Pablo está diciendo que debemos recordar que las cosas de esta vida son pasajeras, y por lo tanto, serán destruidas, pero lo que hagamos con nuestro cuerpo tiene efectos duraderos. “El cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y un día
    El mismo que levantó el cuerpo de nuestro Señor levantará el nuestro con su poder.


    “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” pregunta Pablo por si no se han enterado. Así que, si mi cuerpo es un miembro de Cristo, pregunta Pablo:

    “¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él.”


    Este texto es un tanto explícito. Habla de la unión sexual, y cómo cuando dos personas se unen físicamente, llegan a ser uno. No es algo que se debe tomar a la ligera. El sexo no es una actividad de ocio para practicarla con quien apetezca en el momento. Dios deja claro en su Palabra que Él diseñó el sexo para el matrimonio. Por eso cuando habla de la unión matrimonial, dice “y serán una sola carne.” Esto, aunque no se limita a la relación sexual, sin duda deja claro que el matrimonio es el ámbito para la culminación de la intimidad en pareja.

    Pablo va más allá, y compara esta unión íntima con nuestra unión al Señor. “El que se une al Señor, un espíritu es con él” Y es que este no es el único lugar en la Biblia en el que la unión matrimonial es utilizada para presentar la unión espiritual entre Cristo y su iglesia.

    Pablo dice, cuidado a quién das tu cuerpo, porque al dar tu cuerpo, estás dando tu todo. Así como nuestra unión a Dios ha de ser exclusiva, debes reservar la unión física más íntima para el matrimonio, y no compartirla con cualquiera.
    El hecho de que la unión física represente la íntima unión espiritual existente entre Dios y el que a Él se entrega es suficiente argumento como para pedir que esta mantenga su exclusividad, mas Pablo ofrece aún otra razón en los siguientes versículos:

    “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”

    Nuestro cuerpo no es nuestro; pertenece a Dios. Si has recibido a Cristo en tu vida, el Espíritu Santo de Dios mora en ti, y tu cuerpo es su templo.

    Ya lo había dicho Pablo en el capítulo 3:16-17 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

    Cristo ha pagado gran precio por ti; su vida. Tiene sentido que todo nuestro ser, cuerpo y alma, traigan gloria a Dios. Si en el capítulo 3 trataba la importancia de cuidar el cuerpo, porque era propiedad divina, ahora está tratando la importancia de preservar la pureza sexual para el ámbito que Dios ha marcado.

    Mostramos nuestra dedicación a Dios en cómo tratamos nuestro cuerpo. Podríamos decir que es imposible separar el cuerpo de nuestra alma interior. Si no le damos todo, estamos siendo infieles.

    Con esto como base, Pablo continúa en el capítulo 7 hablando del matrimonio, establecido por Dios para que sea una unión indivisible, en la que uno pertenece al otro, y cada uno trata al otro como parte de su propio ser.

    Recordemos que Pablo era soltero. En el plan de Dios, él no tendría esta unión con su esposa, mas deja claro que aquellos que no están casados pueden dar gloria a Dios en su soltería, dedicando su cuerpo y alma al Señor.

    Aquellos a los que Dios dirige al matrimonio debemos permanecer fieles a nuestro cónyuge, disfrutando de una relación exclusiva, porque ese es el plan de Dios.

    Pablo habla sobre el divorcio en este texto, pero solo para situaciones tristes, en las que un hombre o una mujer que ha pactado amor y respeto, ha roto el pacto y no consiente en vivir juntos. Mas es el deseo de Dios que el hombre y la mujer disfruten de su relación y glorifiquen a Dios en su matrimonio. Que Dios nos ayude a amar y respetar, de modo que en nuestra unión y convivencia en santidad, podamos mostrar a Cristo ante otros. Recordemos que no somos nuestros, que pertenecemos al Rey de Reyes, y que Él tiene un plan para nuestra vida. En la situación en la que nos encontremos hoy, entreguémonos a Él en cuerpo y alma y dejemos que dirija nuestros pasos.

  • Como veíamos en la reflexión anterior, la ciudad de Corinto no era un ejemplo de moralidad.
    Ser un cristiano en Corinto no era más fácil que ser un cristiano hoy día. La inmoralidad era tal que había calado hasta el interior de la iglesia de Cristo.

    En los primeros tres versículos del capítulo 3, Pablo les habla sinceramente, de cómo les tenía que tratar como a bebés, porque no podían aún masticar: Les dice: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?

    Pablo les llama la atención porque parece que no han madurado en la fe. Era normal que al principio, cuando les compartió la Palabra y creyeron, tuvieran la madurez de un bebé, necesitando ser alimentados con leche espiritual, y no con carne. Mas habiendo pasado el tiempo, estos creyentes seguían necesitando la leche, y no parecían haber avanzado. Mostraban señales de carnalidad, cuando debían ir transformandose por el Espíritu, de gloria en gloria, llegando a ser más como Cristo.

    Su inmadurez y carnalidad eran evidentes por los celos y disensiones que había entre ellos.

    Además de las contiendas, y divisiones, la iglesia de Corinto también pecaba de una tolerancia que no agradaba a Dios. Seguramente en Corinto, como hoy día, la tolerancia se veía como algo positivo, pero los creyentes no debían tolerar lo que Dios había calificado de inmoral.

    Debemos respeto a cada ser humano, aunque no estemos de acuerdo con sus opiniones o estilos de vida, pero no tenemos que tolerar, o aceptar, sus acciones, y mucho menos apropiarlas en nuestras vidas.

    En el capítulo 5 Pablo tiene que tratar el tema de la inmoralidad personal que igualaba y sobrepasaba lo que practicaban en el pueblo: “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre.” La iglesia de Corinto, estaba permitiendo las prácticas inmorales de algunos en la congregación y hasta se sentían orgullosos de lo tolerantes que eran. Es en este contexto que Pablo pronuncia “No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.”

    Con este texto les está advirtiendo que una vida de pecado evidente que se permite en la congregación puede llegar a contagiar a otros, que pueden pecar excusándose por el ejemplo de los que están en desobediencia a Dios. Un poco de levadura podía afectar a toda la masa. Es por eso que les dice que no deben consentir el pecado, sino confrontarlo, para que haya arrepentimiento y reconciliación. Y si la persona insiste en su pecado, deben separarse del que insiste en vivir una vida de pecado.

    Curiosamente, cuando les dice en el texto que no se junten con los pecadores, no les está hablando de personas de su barrio o familiares, sino que les dice: “Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón”

    Pablo deja claro que el que juzga a cada uno es Dios, mas cuando nos juntamos en congregación para adorar a Dios, debemos esperar de los que profesan a Dios que actúen conforme a las leyes de Dios.

    Todo se pega, por tanto, busca la comunión cristiana con aquellos que desean agradar a Dios. No esperes que sean perfectos, porque solo Dios lo es. Pero como creyentes debemos ir mostrando una madurez creciente y un deseo de agradar al que nos dio la vida.

  • Las próximas dos cartas que encontramos en el Nuevo Testamento van dirigidas a los creyentes de Corinto. Pablo les escribió con aprecio y en confianza, deseando que ellos pudieran, al igual que los creyentes de Roma, vivir la vida cristiana en santidad, agradando a Dios.

    En Hechos 18 leíamos cómo Pablo llegó a Corinto para compartir el evangelio de Cristo, y estuvo trabajando con Aquila y Priscila fabricando tiendas al mismo tiempo que predicaba el evangelio en la sinagoga. La semilla del evangelio en Corinto brotó y creció, de modo que Pablo escribió esta carta desde Éfeso a la iglesia que estaba en Corinto para alentarlos y guiarlos en su vida cristiana. En las referencias y salutaciones de la carta vemos que saluda a los que conoció en Corinto mientras estaba allí, y envía saludos de algunos que Pablo había conocido en Corinto y estaban ahora con él en Éfeso, como es el caso de Aquila, Priscila y un tal Sóstenes. Pablo comienza la carta diciendo que tiene a su lado al “hermano Sóstenes.” Lo llama hermano porque este había llegado a creer en Cristo como su Salvador personal, y había llegado a formar parte de la familia de la fe. Parece ser que cuando Crispo, principal de la sinagoga de Corinto se había convertido al evangelio de Jesucristo, Sóstenes tomó su puesto como principal de la sinagoga, y al parecer, poco tiempo después, Sóstenes también había creído en Cristo. Por este motivo, habría tenido que dejar su puesto como principal de la sinagoga, y ahora se encontraba en Éfeso con Pablo.

    ¿Quienes eran los creyentes a los que Pablo dirige esta carta? El apóstol los saluda con estas preciosas palabras:

    “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.”

    Corinto era una ciudad costera, cosmopolita, y con mucha actividad comercial. Era también conocida por el culto a muchas divinidades, entre ellas la diosa Afrodita, a la cual ofrecían culto por medio prácticas obscenas.

    Lo cierto es que los creyentes que vivían en Corinto no eran muy diferentes de cualquier creyente en una ciudad de las de ahora, y Pablo lo dice en este texto, “llamados a ser santos, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo.” No era fácil brillar en un lugar de oscuridad moral; sin embargo, la luz en la oscuridad puede ser incluso más evidente que en la penumbra o que en la luz del día.

    Pablo había ido a Corinto a compartir la Palabra de Dios. Dice en los primeros versículos del capítulo 2: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” Pablo no llegó a Corinto como guerrero ni como erudito, sino que vino a ellos compartiendo el mensaje del evangelio: Cristo fue crucificado para salvar al mundo de su pecado y resucitó el tercer día sellando la victoria sobre la muerte. Él compartió la Palabra, y dejó que Dios obrara a través de su Espíritu. Este es el que nos muestra la verdad, enseñándonos el carácter de Dios. Aquellos que hemos invitado al Espíritu Santo a morar en nuestras vidas, como dice el versículo 16 “tenemos la mente de Cristo.”

    Como ya vimos en Romanos, cuando vemos el mundo como Dios lo ve, y vemos al prójimo como Dios lo ve, las contiendas sobran. Pablo trata en esta carta con los que contendían con otros en base a la persona que les había predicado el evangelio y a quien seguían. Algunos se identificaban con Pablo, otros con Apolos, y otros con Cefas, que es Pedro. Pero debían fijar sus ojos en el autor de la salvación y no en el que traía el mensaje. Vemos en el capítulo 4 que Pablo y Apolos habían hablado de este problema, entendiendo ambos que de ellos no provenía la salvación, sino que toda honra y gloria debe ir a Cristo. En el 3:6-7 dice: Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.” Y en el 1:13 pregunta: ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Pablo deja claro que el fundamento de la fe es Cristo. Y en el versículo 9 afirma: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.”

    Pablo se identifica en el capítulo 4 como servidor de Cristo, y cada uno que lleva la Palabra a otros somos servidores de Cristo, meros administradores, y los administradores, afirma el apóstol, deben mantenerse fieles, porque Cristo viene, “y manifestará las intenciones de los corazones,” como leemos en el versículo 5.

    Si eres una creyente en un entorno de penumbra o de plena oscuridad, pídele a Dios que la luz del evangelio brille a través de ti, para que otros vean a Cristo.

    Es necesario que nos examinemos a nosotras mismas, para asegurarnos que somos fieles administradoras de la gracia de Dios. Quizá debemos preguntarnos: ¿Vivo mi vida para Dios, o estoy siguiendo a una persona, a una asociación, o a una religión? Debemos estar agradecidos por aquellos que nos han presentado a Cristo y nos enseñan el camino de Dios. Gracias a Dios por administradores fieles que sufren para que otros conozcan a Cristo. Pero no debemos despistarnos; Cristo es el que da la salvación, y no una afiliación a cualquier entidad humana. El evangelio es la verdad de Dios para salvación a todo aquel que cree, y esa salvación no puede darla ni Pablo, ni Apolo, ni Pedro, ni ningún otro. Solo Cristo salva.

  • La epístola a los Romanos comparte un mensaje que era práctico para los creyentes de Roma y muy actual para los creyentes de nuestro día. Comenzando por mostrarnos la cara más fea del ser humano, nos muestra también la bella faz de nuestro Señor, Creador, Sustentador y Salvador. La redención de Dios se ha hecho posible tanto para los judíos como para los gentiles, de modo que cualquier persona en cualquier lugar del mundo y en cualquier época histórica puede recibir el regalo precioso de salvación. Y con la salvación no acaba todo; al contrario, con la salvación comienza una vida en compañía del Espíritu Santo de Dios, el cual nos defiende, nos guía y nos alienta a vivir una vida aquí en la Tierra que en verdad vale la pena, mientras aguardamos con paciencia la vida eterna que nos espera en Cristo. Todo esto nos debe traer esperanza y gozo.

    El apóstol, consciente de que nuestra naturaleza humana sigue dándonos problemas incluso después de conocer a Cristo, trata temas que pueden hacer que sea difícil vivir según Dios ha establecido. En lo personal, batallamos internamente con nuestros deseos y nuestras limitaciones. Aunque seamos creyentes, sufrimos los mismos problemas que el resto de la humanidad, viviendo en un mundo estropeado por el pecado, que gime y espera la redención final. En lo interpersonal, encontramos sentimientos de orgullo, contienda, y malas intenciones incluso entre los que tenemos la determinación de vivir dignos de nuestro Señor. Pero todo esto no pilla a nuestro Señor por sorpresa. Y por lo tanto Pablo nos recuerda con las palabras que envió a los de Roma, que todo lo que está escrito en la Palabra de Dios se nos ha dado para que podamos vivir en esperanza. (Romanos 15:4-6)


    ¿Y cómo conservamos esta esperanza? Pablo continúa diciendo:

    “Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.”

    La vida cristiana no está diseñada para llevarla solos, en aislamiento. Dios nos ha dado un mismo Espíritu, y quiere que le glorifiquemos unánimes, a una voz. Esto solo se consigue cuando cada creyente glorifica a Dios en su vida y está dispuesto a convivir con otros en base a la fe común en Cristo Jesús.

    Pablo dedicó su vida a compartir el evangelio de esperanza con aquellos que no lo habían oído, pero también lo vemos animando a aquellos que ya lo habían recibido, para que pudieran a crecer en esperanza. Esta convivencia no solo se podía apreciar en el ámbito espiritual o emocional, sino también en el físico. En el versículo 27 elogia a los gentiles que estaban ayudando económicamente a los judíos de Jerusalén que sufrían necesidad, porque así como los gentiles habían sido hechos participantes de sus bienes espirituales, estos también sentían la obligación de ministrarles de los materiales.” Les da también instrucciones sobre cómo protegerse de falsas doctrinas, y de aquellos que utilizaría el evangelio para ganancia propia, aprovechándose de ellos. Esto lo vemos en los versículos 17-20. Y todo esto con los ojos puestos en la esperanza que tenemos en Cristo, de que un día el mal será denunciado y condenado, y el bien prevalecerá. Es con esta verdad en mente que Pablo puede dejarles esta preciosa promesa en el versículo 20:

    “Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros.”

    Es en esta esperanza real y segura que el apóstol expresa su deseo para los creyentes de Roma y para cada uno de nosotros: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. (Romanos 15:13)

  • Romanos 14 habla de cómo podemos mostrar amor y respeto al prójimo en cuestiones cotidianas. El apóstol aquí presenta las dificultades que surgen cuando incluso entre cristianos hay diferencia de opiniones sobre ciertos temas. En la Roma de la época, se hacían rituales y se sacrificaban animales a dioses. La carne de estos animales se vendía en el mercado, y por sus características, era carne de buena calidad. Había cristianos que no tenían ningún problema en comprar y comer esta carne, ya que para ellos era tan solo buena carne. Sin embargo, otros creyentes no podían aceptar el hecho de que esa carne hubiera sido sacrificada a ídolos, y ellos no solo no la consumían, sino que veían mal que otros la consumieran. Pablo presenta otra situación por la que había división; los judíos celebraban días tradicionalmente solemnes para su religión, pero los creyentes gentiles que vivían en Roma no celebraban las fiestas judías, y muchos, como dice el texto, consideraban que todos los días eran iguales. Algunos judíos los juzgaban por ello y les presionaban para que observaran estas fiestas.

    Así que vemos que el problema es que algunos pensaban que los que no actuaban como ellos eran muy dogmáticos y otros juzgaban a los que no observaban sus tradiciones, tachándolos de liberales. Pablo se dirige a ambos extremos para mostrarles cómo debe funcionar el amor y el respeto bíblico en situaciones como estas.

    Es importante que notemos que estas cuestiones eran extrabíblicas; es decir, la Palabra de Dios no especificaba lo que debían hacer en esas situaciones. Notemos, por ejemplo que aquellos que comían la carne no estaban participando en la adoración u ofrenda a dioses, lo cual habría sido desobediencia directa al mandato de Dios de adorar solamente a Dios. Tampoco se discutían diferencias de opinión sobre si se podía robar o no, si se debe mentir o si está permitido desobedecer de cualquier forma a Dios. No hay lugar para nuestra opinión cuando Dios ha dado un mandamiento. Estas cuestiones estaban tratando diferencias de preferencias.

    Me encanta cómo contesta Pablo a ambos bandos, dejando claro que Dios es el que ha de juzgar, y no nosotros a los siervos de Dios.

    Dice en Romanos 14:4-5: “¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.”

    Dios está dejando claro que cada uno de nosotros debemos cuentas a Dios, nuestro Señor. ¿Así que quién es otro para juzgar al siervo del Señor? Cuando juzgas a otro por una u otra cuestión que Dios no ha mandado o prohibido, estás juzgando “al criado de otro” dice el texto; o sea, estás juzgando cómo este siervo sirve a su Señor, a Dios mismo. Si cae, dice, su Señor se encargará de él, pero nos dice el texto que no caerá, sino que permanecerá firme porque “poderoso es el Señor para hacerle estar firme.”

    Así que no le demos demasiadas vueltas a temas de preferencias. Como dice el versículo 5, “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.” Pidamos a Dios que nuestra mente esté totalmente sincronizada con la suya, para que sirvamos a aquel al que debemos toda honra y obediencia.

    Si ves a algún hermano que peca, ayúdalo, comunicando lo que Dios ha dictado en Su Palabra. Pero si lo que te molesta es un tema personal, no menosprecies a tu hermano por sus principios personales; lleva el caso ante el Señor tuyo y suyo en amor, y vive tú para Dios, porque Cristo murió por ti y por él, y ambos daréis cuentas ante Dios, nos dice el texto.

    ¿Juzgas a alguien porque hace cosas que tú no harías? ¿Menosprecias a alguien porque le molestan cosas que tú crees que no tienen importancia?

    Pablo acaba el capítulo prescribiendo una solución para estas situaciones en las que reina el respeto y el amor al prójimo. Dice en el versículo 15:

    “si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió.”
    “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.”

    Recordemos lo importante; si podemos evitar el ofender a un hermano, estaremos mostrando amor, y si podemos aprender a no ofendernos fácilmente, estaremos respetando y amando al prójimo.

    “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación dice el versículo 19.
    Haciendo esto, estaremos agradando a Dios y creciendo en gracia con nuestro prójimo.

  • La primera parte del capítulo 13 de Romanos nos recordaba nuestro deber ante las autoridades de ser ciudadanos responsables.

    Dios nos pide que respetemos a aquellos a los que debemos respeto, pero la pregunta que puede surgir es…¿a quién debemos respeto? En primer lugar, hemos visto que hay personas a las que debemos honra o respeto por su posición, aún si no es por su carácter. A través de las Escrituras encontramos muchos personajes que juzgando según sus acciones y actitudes, diríamos que no merecían el respeto que recibieron. David respetaba a Saúl, aún cuando este era un insensato y procuraba matarlo. José respetaba a la esposa de Potifar por ser quien era, aún cuando esta procuraba seducirlo para acostarse con él. Incluso vemos que el apóstol Pablo había respetado al sumo sacerdote en el incidente en el que éste mandó que se pegara a Pablo en contra la ley. Puede que nos vengan a la mente muchos más casos de personas que pensaríamos que no merecerían honra y respeto. Leemos de reyes que mataban a niños inocentes, gobernantes que explotaban a sus súbditos, hombres que coleccionaban mujeres para sí, y mujeres que aprovechaban sus encantos para manipular.

    Debemos notar que el respeto y la honra no son sinónimos de la obediencia ciega. David respetaba a Saúl por ser su rey, al punto de no matarlo cuando tuvo la oportunidad, pero no se quedó a su lado para dejar que este lo matara a él, sino que se fué lejos de su presencia hasta que el Señor lo libró. Nos dice el texto que José se opuso a las proposiciones de la mujer de Potifar, aún si eso le costó la cárcel. Juan el Bautista denunció el pecado del rey Herodes, perdiendo su libertad y más tarde su vida, y Daniel siguió orando a Dios a pesar de la prohibición de que así lo hiciera, porque debía obedecer a Dios antes que a los hombres. Pero podemos decir que estos mantuvieron una actitud de respeto a sus autoridades.


    En el capítulo 13 de Romanos se nos pide que mostremos este respeto y amor no solo a los que están en posiciones de autoridad, sino también a nuestro prójimo, a los que tenemos alrededor.
    Seguro que te vienen a la mente personas difíciles de respetar, con las que tienes que convivir, con las que tratas a diario por un motivo u otro, y se hace difícil, si no imposible, de respetar por cómo trata contigo o con los demás.

    Los últimos versículos del capítulo nos piden amar al prójimo, y resume que la ley de Dios se puede dividir en el amor a Dios, y el amor al prójimo: “Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Romanos 13:9.


    Pero amar o respetar al prójimo no siempre resulta fácil. Es natural dar respeto y amor a aquellos que a nuestros ojos lo han ganado, y denegarlo a los que no lo merecen según nuestro juicio.

    ¿Cómo mostramos respeto (o amor) hacia personas que no lo merecen? Quizá encontremos una clave en las últimas palabras del versículo 9: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”

    Nosotros queremos que nos amen y nos respeten como personas, pero si somos honestos, admitiremos que no siempre actuamos de forma que merezca amor y respeto. Evaluémosnos: cuando los de nuestro alrededor nos miran objetivamente, ¿considerarían que nuestra vida es digna de respeto, que somos fáciles de amar? ¿o es posible que en ocasiones actuemos de forma que perdamos el respeto de otros? Hay muchas formas de perder el respeto, una actitud egoísta o abusiva, acciones irracionales o una respuesta descontrolada. Eclesiastés 10:1 dice que “Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable.” Son incluso las cosas pequeñas las que estropean el carácter de una persona, haciendo difícil el amor y el respeto.

    Romanos 13:11-14 nos recuerda que debemos convivir con otros, incluyendo aquellos que están en autoridad, pero extendiéndose a los que tenemos a nuestro lado, no haciendo mal al prójimo, sino cumpliendo la ley del amor, como dice el texto, “y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos, (dice el texto); “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.”

    Si todos actuáramos así, qué fácil sería respetarnos y amarnos, ¿verdad? Pero podemos empezar el reto actuando de forma que otros nos puedan respetar y amar fácilmente, porque estamos mostrando a Cristo en nuestras vidas.

    Y a los que son difíciles de amar y respetar, podemos mostrarles el amor que una criatura creada a la imagen de Dios merece, el mismo amor que Dios nos ha mostrado a nosotros. Recordemos que Dios nos ha otorgado valor ofreciéndonos la salvación; con Cristo en nuestras vidas podemos mirar al prójimo, incluso a aquel que no se ha ganado nuestro respeto, como un alma que tiene valor ante Dios. Esto nos puede ayudar a orar y pedir que Dios tenga la misma misericordia que ha tenido con nosotros, y le dé la oportunidad de arrepentirse y cambiar. Recuerda, el respeto no implica insensatez ni pensar como ellos piensan, pero como vemos en David, José o Daniel, es mantenerse firme en los principios de Dios sin despreciar el alma necesitada que tenemos ante nosotros.

    Cuando Cristo se manifieste, queremos que nos halle amando y respetando a los demás, viendo a nuestro prójimo como Dios lo ve, como Dios nos ve.

  • Romanos 13 es conocido por muchos como el texto que explica la responsabilidad del cristiano ante las autoridades y Pablo además es bastante claro en su trato del tema.

    Las autoridades han sido establecidas por Dios: Dios ha diseñado un sistema en el que todos tenemos a alguien que ejerce autoridad sobre nosotros. Aún aquellos que se creen que no han de responder a nadie están gravemente equivocados, pues tienen sobre ellos una autoridad mayor. Podemos descansar en que Dios, la máxima autoridad en el universo, no duerme, y está atento a lo que está ocurriendo en nuestro mundo.

    Aunque el principio que encontramos en este texto se puede aplicar generalmente a cualquier autoridad, Pablo aquí está refiriéndose específicamente a dos aspectos de la autoridad, el ámbito de las leyes y el de los impuestos. En primer lugar, trata sobre las autoridades que están establecidas para que se cumplan las leyes del lugar, como por ejemplo, las fuerzas de seguridad o los jueces. Cuando nos oponemos a los agentes que tienen la labor de animar al orden y castigar la desobediencia, dice el texto que “acarreamos condenación para nosotros mismos.” Hacemos bien en ver a los agentes de seguridad pública como guardianes del bien, que están ahí para protegernos del mal y proveer bienestar. El versículo 3 menciona a los magistrados, los altos mandos, aquellos que establecen las leyes y deciden quién recibe alabanza y quién recibe el castigo. El apóstol Pablo afirma que aquellos que hacen lo correcto no deben temer a las autoridades, pero sí deben temer aquellos que hacen lo malo; por tanto “haz lo bueno, y tendrás alabanza”, concluye el versículo.

    El otro aspecto que Pablo especifica es el de los impuestos. El versículo 5 dice que debemos obedecer lo establecido, no solo para evitar el castigo, sino por motivos de nuestra conciencia. Jesús mismo, cuando se le preguntó si debían pagarse los tributos a César, dijo que sí, que se le diera a César aquello que era de César, pero que no se nos olvidara dar a Dios aquello que es de Dios, refiriéndose a nuestro ser. Es curioso lo fácil que es notar cuando los altos cargos cometen fraudes, violando así los preceptos de Dios, pero al mismo tiempo muchos intentan justificar el incumplimiento de sus propias obligaciones fiscales. No se nos pide que paguemos a hacienda solo si nos parece buen porcentaje o si lo recaudado se emplea bien; se nos pide que cumplamos con nuestras obligaciones fiscales, y punto. Gracias a Dios tenemos oportunidad de votar a nuestros representantes, y debemos ejercer esa responsabilidad, pero debemos respetar el sistema y las normas. Pablo anima a los creyentes a ser ciudadanos ejemplares, no rebeldes ni antisistema.

    Ahora bien, es cierto que podríamos argumentar que muchas veces los que han de hacer justicia no obran justamente según nuestra opinión. Hay países en los que reina la injusticia; hay situaciones en las que parece que se premia el mal o se condena el bien. ¿Qué hemos de hacer los creyentes en estas situaciones?

    Todos tenemos una autoridad superior, y existen cauces legales para apelar las decisiones de las autoridades o denunciar abusos de parte de autoridades deshonestas, porque como ya hemos mencionado, normalmente toda autoridad tiene a alguien por encima de ellos. En las fuerzas de seguridad existe la posibilidad de reclamar, en los juzgados se puede apelar una decisión que nos parece injusta, e incluso el gobierno tiene un congreso y un sistema judicial al que deben dar explicaciones de acciones cuestionables si así se les pide.

    Dios no pide que consintamos el abuso de ninguna autoridad humana, ya sea en el ámbito más familiar o en las altas esferas. Dios es nuestro defensor en última instancia. Podemos ir a las autoridades establecidas por Él directa o indirectamente, y al mismo tiempo siempre podemos llevar a su presencia cualquier injusticia hecha en nuestra contra.

    Creo que podemos volver a los principios del capítulo 12 para reaccionar correctamente ante las autoridades, incluso cuando no estemos de acuerdo. Nos dicen los versículos 17-19: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.”

    Si las autoridades hacen lo incorrecto, eso no nos da libertad de hacer aquello que Dios no aprueba. No paguemos mal por mal, sino procuremos la paz con todos. El texto continúa diciendo:

    “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” Si consideras que tus autoridades merecen juicio, lleva tus quejas directamente a Dios, el que es la máxima autoridad, y descansa en Su soberanía. Si hay cauces legales que debes seguir, aprovecha las instituciones que Dios ha permitido para protegerte, y deja los resultados al Señor.

    Como dice Romanos 12:21, “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.”


    Podríamos resumir el mensaje sobre la sumisión a la autoridad en el capítulo 13 con los siguientes versículos:
    “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.” Romanos 13:8-9

    Seamos ciudadanos sabios para discernir el bien del mal, pero mansos para mostrar una ciudadanía ejemplar y responsable.