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Lo importante es lograr el conocimiento del Señor Jesucristo. Y las personas se conocen personalmente, observando sus gestos y palabras. De Jesús aprendemos la coherencia: no pide nada que Él no viva, a diferencia de los escribas y fariseos. Dice que seamos humildes y da ejemplo de esa virtud. Pide vigilar y orar, y Él se levanta de madrugada. En el conocimiento de Jesús se nos abren panoramas cuando unimos, a sus palabras, sus acciones.
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“¿Por qué el ser y no la nada?” se preguntan los filósofos existencialistas. En algún momento también nosotros podemos sentirnos desconcertados: ¿por qué todo? ¿Qué sentido tiene que estemos aquí? Y volvemos la vista a Dios que nos dice: fíjense en mi esencia. Los hice para la unión amorosa Conmigo. Tú vive amando, no pierdas el tiempo haciendo otra cosa. Personaliza, llega al corazón y vive ejercitándote en el arte de amar.
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Vae soli!, dice el libro del Eclesiastés: ¡Pobre del que va solo! Pero nosotros nunca vamos solos porque una Persona divina nos ha sido dada. Habita en nosotros el Espíritu Santo, moviéndonos con inspiraciones y sus dones. Dentro de estos, pensemos en el superior, el de Sabiduría, que nos hace gustar las cosas divinas. Podemos preguntarnos si ese gozo de lo divino ha sido creciente en nuestra vida.
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El Corazón de Jesús se nos manifiesta abierto por la lanza del soldado. Entonces podemos “mirar al que traspasaron”, viéndolo colgado del madero. Así lo eligió el Señor para cumplir la voluntad de su Padre. Preguntémonos si solemos nosotros elegir la Cruz en la vida diaria. San Juan Pablo II nos ayuda a comprender el valor salvífico de la Cruz. Nos servirá meditar su carta Salvifici doloris. -
Hay un Corazón que late, que palpita en el Sagrario, un corazón solitario, el corazón de mi Dios. Una de tantas canciones eucarísticas que recuerdan la relación entre el Santísimo Sacramento y el Corazón que ahí se esconde. Es el Corazón amoroso de Jesús Sacramentado, máximamente sensible y deseoso de nuestra correspondencia.
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El centurión romano de Cafarnaúm manifiesta fe en la divinidad de Jesús: no duda que curará a su siervo, aun a distancia. Y Jesús elogia esa fe. Busquemos también nosotros el abandono esperanzado, sabiendo que Dios guía la bicicleta de nuestra vida: dejémosle el control, y viviremos maravillosas aventuras.
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En la batalla contra los amalecitas la oración de Moisés fue decisiva para el triunfo. Dios hace ver que cuenta con nuestras súplicas para el cumplimiento de sus planes. “Nos da la participación en la causalidad”, dice Pascal. En las seis apariciones de Fátima, le Virgen pide a los videntes que recen el Rosario. Aumentemos la eficacia de nuestra vida empleando esta “arma poderosa”.
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Jesús nos ha revelado al Padre: a Dios nadie lo ha visto jamás, pero el Hijo nos lo ha dado a conocer. Nos revela a un Dios que se conmueve, un Dios que se enternece ante el hijo pródigo. Y yo, ¿me dirijo con cariño y confianza al Padre celestial? No solo cuando rezo el Padrenuestro sino también en mi contemplación. El Padre me ama a mí con su amor infinito, y la concusión de todas esas verdades será vivir en confiado abandono.
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“Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. El vínculo de amor vivo entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo. Dador de toda vida, aparece desde el inicio cuando “se cernía sobre la superficie de las aguas”. Desciende sobre María en la Encarnación y llena de vida divina el alma humana de Jesús. En Pentecostés, la plenitud. Creamos en Él y creamos en su acción vivificante.
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Parábola de gran profundidad: la vid y los sarmientos. Jesús es vid: se ha hecho tierra, se ha encarnado para que nosotros podamos formar parte de Él, como los sarmientos con la vid. Viene así a descubrirnos la unión indisoluble entre Él y nosotros que se realiza particularmente al comulgar, pues ahí recibimos su Sangre, Sangre de la alianza entre Él y cada uno de los que comulga.
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¿Qué suponen las revelaciones del Sagrado Corazón a santa Margarita María de Alacoque? Sin duda la reafirmación de que la religión cristiana es la religión del amor. En las grandes revelaciones que recibió la santa, el Señor se duele de la falta de respuesta de los hombres. A ella le pide una vida de desagravio, como nos la pide también a nosotros.
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Jesús, en la primera gran relación a santa Margarita María de Alacoque, le pide su corazón. Lo sumerge en el suyo y el corazón de la santa se convierte en hoguera encendida. Para que le resulte un recordatorio, ella tendrá un permanente dolor en su costado. Lo extraordinario del hecho no debe hacernos olvidar que ese fenómeno místico debe reproducirse en cada uno, porque la identidad de corazones es el secreto del amor.
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La enseñanza de Jesús no consiste solo en palabras, sino también con sus hechos: Gestis verbisque. Lo mismo en la vida de los santos: aprendamos de san Josemaría a reaccionar como él ante las dificultades. ¿Qué hace? Acude a María. En situaciones graves para la Obra, va a Loreto en 1951 y a México en 1970. Vivamos con la confianza segura de que Santa María, la mejor de las madres, nos dará lo que precisamos pues una madre, cuando puede remediar la carencia de su hijo, siempre lo hace.
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El experto en la Ley de Moisés cuestiona a Jesús sobre el más importante de los mandamientos. La respuesta es inmediata: el amor a Dios sin restricciones. Idea madre: estoy en la tierra para amar a Dios. Y las muchas consecuencias que de ahí se derivan: nada se antepone a ese amor, y hemos de organizar la jornada de acuerdo con esa prioridad: valorar las actividades importantes por encima de las urgentes.
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Gran alegría por esta misericordia del Cielo: María viene en Fátima a visitarnos y a pedirnos penitencia, desagravio, oración por los pecadores. Es una madre preocupada por sus hijos, desvelando secretos celestiales para mover a la conversión. Sus apariciones en Fátima nos recuerdan también la escatología, y nos manifiestan el triunfo de su Corazón Inmaculado. Consagrémonos a Ella y, con nosotros, al mundo entero.
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“El varón fiel será muy alabado”, dice el libro de los Proverbios (28, 20). San Josemaría quiso escribir esta frase en el cuarto de trabajo de su más fiel colaborador. Este, como primer sucesor, nos dio a manos llenas el legado de nuestro fundador: acometer la locura de enamorarnos de Dios con el cumplimiento amoroso de las normas de piedad.
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Hagamos un esfuerzo por pensar que no todo lo que existe es material. Aunque sea con lo que siempre nos encontramos, hay un mundo más allá de la materia —el de los espíritus puros— en el que estamos convidados a alternar. Ellos interceden por nosotros y nos ayudan en nuestra vida espiritual. Son una presencia de consuelo y esperanza.
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Nos alegra encontrar en mayo la constante presencia de María. Admirados ante su alma llena de gracia aprendemos de Ella. María guardaba, conservaba las cosas en su corazón. Escuchaba a Dios en su silencio interior. Ese y no otro es nuestro camino: hacer silencio para entrar en el juego de Dios, llevando constancia, muchas veces por escrito, de sus intervenciones en nuestra vida.
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A mediados de los años 70 del siglo pasado empezó a expandirse la renovación carismática católica. Los adheridos a ella esperan una actuación especial de los dones del Espíritu Santo, esperanza a los que todos debemos tender. Hagamos memoria y detectaremos intervenciones repentinas, luces o inspiraciones que nos llegaron sin discurso previo. Conozcamos este modo de acción del Santificador, y deseemos intensamente ser movidos por ellos.
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Jesús se retiraba a lugares apartados y hacía oración. ¿Por qué apartados? Porque ahí se facilita el silencio. Solo ahí, en el silencio, somos verdaderamente nosotros mismos. Y es en medio del silencio donde percibimos la voz de Dios. Un alma que no tiene silencio es como una ciudad sin protección, acosada por ladrones. Guardando silencio podremos oír el rumor de los ángeles.
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