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Terminó enero, llegó febrero, y el San Valentín estaba a la vuelta de la esquina. Quería confesarme ante ella y que me aceptara o me rechazara, pero que toda la incertidumbre se acabara de una vez por todas. Ya estaba harto de estar en aquella situación de duda. Busqué regalos por todas partes, quería que fuese algo especial. Fue que recorriendo una feria llegué a una santería. Observé un par de velas rojas con forma de dos amantes. Tomé la vela y la analicé con atención. Se me hizo obvio que aquello era para realizar algún tipo de amarre. La señora que atendía la tienda se me acercó, y me dijo que000000
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Dormir con la casa sola no fue algo que me cambiara la vida. De todas maneras, tenía mi habitación propia. Que mis padres estuvieran o no, en ese sentido y ese punto me era totalmente irrelevante. Aunque todo cambió con el sonido a pies arrastrándose, y los gemidos de alguien. En medio de la noche, abrí los ojos con enormidad, mientras estudiaba con detalles los sonidos. Primero temí que se tratara de un intruso poco discreto, pero recordando a mi abuelo me di cuenta de que
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Missing episodes?
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Salí de la habitación por un momento, ni siquiera me tomé la molestia de levantar el cadáver. Sentía miedo, aunque no lo quería demostrar, entendía que un hombre de ciencia como yo no podía dejarse engañar por cosas como esas, no lo quería aceptar. Decidí esperar a mi colega, entendía que entre dos sería mejor manejar esta situación. Luego de unos minutos él llegó. No paraba de hablar de un montón de hipótesis dado ciertos síndromes que había conocido y estudiado. Él se veía emocionado, tenía vocación por su profesión. Mi colega no dejaba de expresar sus ideas, hasta que tuve que sujetarlo con fuerza para que se callara. Cuando me miró con seriedad le expliqué de la temperatura del cadáver. Él me miró sorprendido, me dijo que era imposible y eso yo ya lo sabía
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En casa, mi tía tenía dolores de cabeza a diario que le impedía realizar sus actividades con normalidad. Si bien no se sentía tan mal como yo, se dio cuenta de que esto no era una coincidencia. Fue ella quien lo atribuyó a mi madre y que nos estuviese embrujando. Con un amigo de mi tía que es santero, estudió nuestro caso confirmando que mi madre nos estaba atacando con brujería. Sus ataques estaban dirigidos a mí, y por cercanía también pagaba mi tía. Sabía que mi madre no me quería, pero jamás imaginé que llegara a ese punto. El santero prometió cortar con todo tipo de trabajo, pero que debía de estar lista por si mi madre atacaba de nuevo. Según el santero, no quería eliminarme, solo quería
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Sofía llegó angustiada temiendo que algo le hubiese pasado a la niña. La veía desgastada, cansada, ojerosa. Intenté decirle de la sombra, pero no me atreví. Sofía llegó por el sonido de mi caída, pero aquella situación quedó en nada. A los minutos salí de casa para ver a Daniela con su madre y la mía. Las tres me observaron de manera despectiva. Cuando intercambié miradas con Daniela fue la señal. Sentí un fuerte dolor de cabeza, como si una prensa me la estuviera por hacer estallar. Creí que era por la envidia de Daniela, pero luego descubrí
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Hubo un día que llegué de realizar las compras. Le conté sobre las cosas que compré y la cena que tenía pensado en la noche, pero me respondió mal. Como si lo que le dijera fuera un error.
—¿Por qué me hablas así? —dije.
Comencé a llorar, ya no lo soportaba.
Ramiro me observó a los ojos con una expresión colérica. De pronto, de un león pasó a ser gatito.
—No sé —dijo.
Ramiro me abrazó pidiendo perdón, dijo que no sabía por qué estaba tan enojado conmigo. Con calma, usé las mejores palabras que pude para hacerle entender que solo quería lo mejor para él, pero que en cada ocasión que abría la boca recibía una agresión de su parte. Nunca fue así conmigo, y nunca fue así con nadie.
—¿Qué es lo que te molesta de mí? —pregunté.
—No sé. A veces siento que quiero salir corriendo, pero no sé por qué —dijo mi esposo.
Terminamos con una tarde algo extraña. Ninguno se atrevía a decir palabra alguna. Fue un silencio realmente incómodo. Al otro día
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—Mijo, las armas las carga el diablo —dijo el hombre.
Jamás olvidaré su voz densa y profunda. Parecía locutor de radio.
Entre ambos ladrones se observaron, y uno de ellos apurado atacó al hombre con un culatazo en la frente. Se escuchó el sonido seco del impacto contra el hueso, pero el hombre estaba allí, inmutable como una estatua. Como si el golpe fuese regresado a su agresor, el ladrón se desplomó
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Mi novia me arrojó varias cosas, y llegó a provocarme un corte por un jarrón que rompió en mi hombro. Decidido a poner fin a ese calvario, tomé lo esencial para salir de aquella casa. A pesar de la pelea, ella no quería que me fuera. No me pidió que me quedara, me lo ordenó, como si yo fuese de su propiedad.
—Vete, pero vas a regresar de todas maneras —dijo ella con una seguridad tan grande, como si supiera que lo iba a hacer.
En efecto. Me fui a la casa a de mi hermano y debí de regresar a los dos días como si nada hubiese pasado. De esa manera, entramos en una rutina, en la que cada cierto tiempo era de discutir e irme de casa. La tercera vez que lo hice, fue que me percaté de algo que, si bien sucedió en las dos ocasiones anteriores, hasta que no fue más grave, no me di cuenta. Cada vez que me iba de casa me faltaba el aire. No hablo de una sensación de angustia o tristeza. Literalmente sufría de problemas respiratorios. Con cada nueva discusión, y cada vez que la dejaba
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La sangre me hervía de ira. Quería muerta a María. Allí, le pedí que le hiciera un trabajo para hacerle daño. Deseaba castigarla por meterse entre nosotros. María nos conocía ya como pareja, y se metió en el medio a arruinarlo todo. La mujer me observó con recelo. Me preguntó si estaba segura, advirtiendo que cualquier daño que enviara se me podía regresar.
—Con cortar estos trabajos no le va a pasar nada. No realizó un mal directo. La devolución que tendrá será que su relación con Antonio se enfriará —me explicaba la señora —. Yo no recomiendo atacarla. Déjala que se ahogue en su miseria.
Le hice caso de momento. Cortó los trabajos, y con el correr de los días mi relación con Antonio volvió a florecer. Todo iba bien, hasta que el grito de Antonio me despertó en la madrugada. Se sentó en la cama sujetándose la cabeza. Aterrada, le pregunté que le pasaba, pero no lograba responderme. Tenía los ojos enrojecidos y llorosos. No puedo olvidar como comenzó a
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Según mi amiga, por las palabras de su tía quien practicaba brujería, la mejor manera de poner a prueba a un hombre era embrujarlo. Decía mi amiga que su tía tenía muchas clientas que trataban de amarrar hombres ajenos, y que, si bien estos efectos funcionaban en ellos, había casos que regresaban con sus esposas porque
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La mujer quedó en silencio por un momento, observándome con su cara de póker. Esa incertidumbre en ella me dejaba muy ansioso. Incluso dudaba si esa mujer era una persona o un robot. Ni en sus palabras tenía ánimo o melodía de lo sintética que sonaba. Aun así, ella fue por una vela roja y me la entregó.
—La prendes a media noche. Debajo de la vela debes de poner un trozo de papel con su nombre. La dejas hasta que se consuma. Del resto del trabajo me voy a encargar yo —explicó.
—¿Nada más? —pregunté.
—Nada más —respondió.
Le pagué y me fui. Tras esto, en la noche cumplí como lo explicó. Dejé la vela encendida en mi habitación y en la mañana, solo quedaba el papel. Ni una gota de cera quedó de residuo. Esperé varios días, y cuando llegué a la casa de mi amigo la vi a ella. Carolina me observó como si estuviera
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La noche fue llegando, y El Loco no salía en su pieza por nada del mundo. Insistí a la dueña de que llamara a la policía, porque aquello podría volverse peligroso. De pronto, lo escuchamos rezando. Estaba llamando al diablo. Decía cosas como Satanás ven a mí, Satanás te entregó a
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El padre Marcos, preocupado por ella, intentó visitarla en más de una ocasión. Mi tía lo rechazaba, lo odiaba. Tuvimos que pedirle que la dejara sola, aunque él seguía preocupado por su bienestar por respeto a los años de amistad. Cuando el padre Marcos dejó de venir a casa comenzaron a suceder cosas extrañas. Veía a mi tía hablar sola. En más de una ocasión creíamos que pensaba en voz alta o que nos llamaba, pero nos preocupamos cuando detectamos que
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Esa noche, a la hora de dormir, no tenía una gota de sueño. La mezcla de pensamientos cruzados no me dejaba descansar. Decidí levantarme a beber algo de whisky hasta que me llegara el sueño. No dejaba de pensar en lo que me dijo mi tía, y la posibilidad de que Pedro me hubiese hecho algo. Mientras me quedé con la vista perdida, noté como la botella de whisky se giró sobre sí misma. Fue un movimiento mínimo, apenas unos grados, pero no había manera de que se pudiese mover de esa manera por quedar mal apoyada. No sentí miedo ni nada por el estilo. Observé la botella con detenimiento esperando a que pasara algo más. De pronto, salió volando estrellándose contra la pared. Salté del susto y encendí las luces
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Una noche, entre los tres fuimos a este hogar con todos los implementos. Tengo que confesar que nunca había sentido tanta adrenalina en un solo momento. La hora, casa abandonada, velas, y rituales… todo eso junto creaba una atmosfera fascinante. Llegó el momento de comenzar con el ritual y les expliqué el procedimiento con los detalles que había anotado. Les mostré la fotografía de mi pretendiente, y quedaron deslumbrados. Según Juan Carlos, yo no podría estar con alguien así. Álvaro me cuestionó si de verdad era correcto que le hiciese un amarre a Valeria. Según él, no creía que verdaderamente hubiese algo entre nosotros. Me pidió que lo reconsiderada, que los amarres solo se efectúan cuando hay algún tipo de lazo o vínculo. Ojalá le hubiese hecho caso
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Pasé toda una tarde de nervios. Me sentía observado constantemente como si no estuviera solo en mi casa. Aquella casa ya no parecía mía, me sentía un extraño bajo mi propio techo. En la noche, el timbre sonó, y antes de salir a abrir escuché algo golpearse dentro de mi casa. Fue el mismo sonido que escuché en aquel hogar abandonado, y aquello me llevó a ese día, a ese momento que hice el amarre. Al abrir la puerta estaba ella, era Claudia. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto, me abrazó y me pidió perdón. No quería dejarla entrar, pero sin darme cuenta se lo permití. Al momento de abrazarla
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Tan pronto dije aquellas palabras, aquel sonido que escuché en la casa abandonada se escuchó por la casa. Sentí el tiempo pasar lentamente. Mis oídos me transportaron a aquella noche donde hice el amarre. Una serie de ideas y pensamientos llegaron a mí en un instante, comparando todo lo que estaba pasando con aquel día. Quedé en shock olvidándome de lo que me rodeaba. Mariela me hablaba, me notó extraño, y le pedí que se fuera a su casa. Ella se marchó en llanto mientras no me sacaba de la cabeza el amarre. Me planteé si lo que hice y lo que estaba pasando era correcto. Para mi cabeza de joven un amarre era algo tan inocente como un estimulante, pero no, fue más profundo y lo aprendí en carne propia
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Dolida, solo podía maldecir a aquel desgraciado que la dejó embarazada y desapareció sin dejar rastro alguno. Yo siempre fui muy devota a La Santa Muerte. Le tenía mucho respeto, y le pedía favores a mi niña blanca, pero solo cuando era muy necesario. Una noche, mientras mi esposo dormía, fui al pequeño altar que tenía y encendí una vela. Dejé unas frutas como ofrenda y le pedí mi favor. Intenté ser lo menos vengativa posible, pero el dolor que tenía dentro me lo tenía que sacar de alguna manera.
—Quiero que el sujeto que dejó embarazada a mi hija lo pague —le pedí —. Que lo pague bajo tu juicio, pero que no se quede como si nada hubiese pasado. Que tenga lo que merece
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Salí de aquel hogar sin resultados, solo con un número de teléfono. Al llamar, escucho una voz rasposa, muy rasposa, casi afónica. Parecía tener una lija en la garganta. Le dije quién me dio el número y el motivo, y me indicó la dirección de su hogar. Al llegar, sentí escalofríos, parecía un templo más que una casa. Una señora morena quien se hacía conocer como “La Cubana” me recibió. Comprendí por qué su voz tan afónica. “La Cubana” fumaba de un gran habano más grande que su propia mano. Me invitó a pasar y le expliqué mi pedido. Le dije que quería amarrar a Carla, y no tuve vergüenza alguna explicar su profesión y que quería de ella. “La Cubana” expresó una risa curiosa, como si mi idea le causase gracia. Pero a su vez, parecía aprobarla, o más bien darle intriga. Aceptó hacer el amarre, aunque
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Creí que el beso daría una respuesta definitiva. Contrario a lo que suponía, solo se sembraron más dudas. No sabía si el beso le gustó o no. Se marchó del departamento dejándome con un enorme vacío en el corazón. En ese momento me obsesioné con él. No me parecía justo que Marcelo sufriera por estar con una mujer que no lo hacía feliz, mientras que yo, que lo conocía mejor que nadie estaba ahí viéndolo desde la vidriera y sin poder disfrutarlo
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