Episodios

  • La imagen de un gato que se asoma y comienza a mostrarse pero no termina nunca, su cola jamás aparece, su lomo es infinito. Un gato de millares de metros que saca rollos y rollos de lomo.

    Cada vez más temerosa de la locura. Recién, por ejemplo, sentí que dentro de mi cerebro hay plomo, o que mi cuero cabelludo recubre una esfera de metal. Además mi temor de que se me caiga el pelo, de que me crezca una barba, de perder los dientes. La historia de un ser que deviene viejo a los pocos instantes de haber nacido. Pero yo no he nacido aún…

    Le envié una carta ridícula y gemidora a O. Espero que me responda seriamente, sin consuelos fáciles. Yo sé que la angustia suele engendrar poemas. Pero yo tengo miedo de volverme loca. Miedo y deseos.

    Pienso que uno de los motivos por los que persisto viviendo con mis familiares es este famoso temor. Si bien ellos no me dan amparo ni afecto ni nada sino una cortesía lamentable y una benevolencia forzada, creo que me ayudarían —casi digo me ayudarán— cuando llegue, quiero decir, si me llegara a sobrevenir un ataque o cualquier cosa por el estilo. Yo, nada menos que yo, quiero escribir libros, ensayos, novelas, y etc., yo, que no sé decir más que yo… Pero que lo siga diciendo durante mucho tiempo, Dios mío, que lo siga diciendo y que no me enajene en la demencia, que no vaya a donde quiero ir desde que nací, que no me sumerja en el abismo amado, que no muera de este mundo que odio, que no cierre los ojos a lo que execro, que no deje de habitar en lo horrible, que no deje de convivir con la crueldad y la indiferencia, pero que no deje de sufrir y decir yo.

    ¿He pensado que Henry Miller tiene algo de Unamuno? Todos los autores españoles y americanos tienen la desdicha de sus comentaristas que los han recubierto de idiotez, que los han enmierdado y convertido en pasta dentífrica. ¿Por qué diablos no me traje algo de Unamuno?

    En un sentido más profundo, por qué no me traje lo esencial de Unamuno, su sed de vida, su espíritu encarnado en un cuerpo, su pensamiento como un río que va y viene, por qué me traje sólo mi silencio y mi nada.

    Pero si llego a aceptar mi soledad. Estoy tan sola, y no tengo por amigo ni siquiera un libro, ni siquiera un recuerdo que acariciar, un nombre amado o que amé, no tengo nada en este mundo para evocar con alegría o por lo menos con cierta sensación de calma, de bienestar. Esto es lo que me aterroriza: nada, nada, me une o enlaza a este mundo, nada sino el miedo, las humillaciones pasadas, mi oscuro rencor, mi odio mudo. Cómo es que aún persisto. Qué fuerza, qué milagro estoy cumpliendo.

    Dejé de pintarme. Ahora parezco una lesbiana típica. Bienvenida sea. Para qué mentirme. A mí me gustan las mujeres, sólo las mujeres. Pero no sexualmente. He aquí el problema.

    No hay tiempo para lo que no se desea hacer. Para lo que se desea verdaderamente hay siempre tiempo, se está siempre a tiempo, no se es nunca demasiado viejo.

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  • ¿Faltan episodios?

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  • Hay gente que le pone nombre a su falta
    les falta antonio o cecilia,
    un viaje a áfrica
    o un millón de pesetas
    un pisito en la playa
    o una amante
    un éxito en la loto
    o un ascenso en el trabajo.

    los que sabemos que la falta
    es lo único esencial
    merodeamos las calles nocturnas
    de la ciudad
    sin buscar
    ni un polvo
    ni una diosa
    ni un Dios
    sacamos a pasear la falta
    como quien pasea un perro

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  • 11 de abril

    Lo que llamamos contradicción, la simple frase de que el ser es contradictorio, encarna recién ahora, se hace acción y vida. No saber qué quiero, adónde voy, qué será de mí, adónde me llevará este modo de vida, esta manera de morir. Frases llenas de sentido, ritmo hastiado de mi silencio inquieto, como algo que se desarma. Algo se desbarata, se desajusta, se desintegra de una manera contraria a la esperada, como cuando hacía una casa de muchos pisos con el mazo de naipes y de pronto, súbitamente, todo caía por obra y gracia de un suspiro, un aire leve, algo indefenso e inesperado.

    La imposibilidad de reproducir mis monólogos callejeros, los bellos delirios que me acosan en la calle, me hacen desesperar del lenguaje y me dan deseos de buscar otra manera de expresión. Tal vez sería conveniente tener un magnetófono, pero tampoco, pues su instalación, la conciencia de su existencia me producirían una extraña tensión. En suma, no hay arte para mis contenidos espirituales que son excepcionalmente artísticos. Esta imposibilidad de definición me obliga a vagar entre cosas provisorias, a no saber sino mediatizar las cosas más urgentes, a irme, a pesar de todo, lejos de la poesía y de la palabra escrita, lejos del amor y sus terribles caminos. Pero cómo hacer real mi monólogo obsesionante, cómo transmutar en lenguaje este deseo de ser.

    La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Quiero decir, por querer hacer de mí un personaje literario en la vida real fracaso en mi deseo de hacer literatura con mi vida real pues ésta no existe: es literatura.

    La antigua causa de este impedimento es mi imposibilidad congénita de comunicarme espontáneamente con los otros, de sobrellevarlos, de tener amigos, amantes, etc., de preferir, en su lugar, los amores fantasmas, las sombras, la poesía. El amor fantasma o el erotismo solitario. Lo que me fascina de la masturbación es la enorme posibilidad de transformaciones que ofrece. Ese poder ser objeto y sujeto al mismo tiempo… abolición del tiempo, del espacio…

    Ayer no pude hacer nada porque me perseguía la inminencia de mi muerte. Mi próximo cumpleaños. ¿Qué son 25 años? ¿Cuántos más me quedan? Y qué relación hay entre lo poco que me queda por vivir y la magnitud de la tarea de reconstruirme. Hace cinco años tenía un futuro. Ahora me acerco vertiginosamente a la vejez y ninguna magia me ha de ayudar. Aun esto que escribo ahora siento que no merece ser escrito, pues siento como que no hay tiempo para finalizar el informe completo de lo que siento respecto del tiempo.

    Confiar en sí misma. ¿Quién es sí misma? No sé, pero debo confiar en sí misma.

    La sensación inigualada de estar de más, de estar de sobra en mí, porque yo no me necesito para vivir, no me pertenezco, no sé qué hago en mí, para qué me sirvo.

    No comprendo cómo no sucede algo. Las sucesivas desdichas me han corroído. Queda un temor absurdo, algo que se aferra a un yo que ya no significa nada.

    Mi imposibilidad de vivir es absoluta. Debo suicidarme. Sé —y al decirlo soy raramente honesta— que no tengo fuerzas para nada. No las tengo para cumplir ningún destino en la tierra. Y tampoco tengo fuerzas para aceptarme no cumpliendo nada. Quiero decir: ninguna coincidencia entre lo que se quiere y lo que se puede. Quererlo todo no pudiendo nada.

    Cuando [papel roto] casi se incendió había un fuego lento en el patio. Sus gritos me hicieron acercar. No recuerdo qué ardía: si ella o una frazada. Gritaba monótona. Lentos gemidos de resignación pasiva. Después vino el repartidor de comestibles y con una vieja manta, apagó el incendio incipiente. Todo fue como filmado en cámara lenta. Yo miraba distraída. Y creo que mamá gritaba distraída. Cuanto al repartidor, apagó el fuego como quien no quiere la cosa (yo tenía cinco años).

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  • Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablemos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada.

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  • Soñar no cuesta nada

    "Siempre miraba en la puerta
    en el suelo a la entrada
    por si había algún papelito
    por si se te había ocurrido pasar
    por si habías sentido la necesidad de pasar
    y siempre que volvía de Viña
    tenía el sueño de encontrarte ahí
    sentada en la puerta
    sentada en la escalera
    y siempre te saludaba
    y así me aliviaba,
    en una ínfima medida me aliviaba.

    también cuando los perros ladraban mucho
    pensaba que eras tú
    que podías ser tú
    porque así le ladran los perros a las personas que no conocen
    y el viento en las ramas del damasco
    y en las hojas
    y el viento en las plantas
    también eras tú
    también podías ser tú
    y los perritos que vienen a pedir cáscaras de queso
    también podías ser tú
    pero nunca fuiste tú

    nunca en ninguno de estos casos fuiste tú
    siempre fue el viento
    y los perritos
    y los pasos de otras personas
    y los ladridos para otras personas
    y ya no te confundo con los pies de los perritos
    y ya no te confundo con el viento entre las ramas
    y ya no te confundo con el viento entre las hojas
    y ya no te confundo con el viento entre las plantas
    y ya no te confundo conmigo
    y ya no me confundo contigo
    y ya no nos confundo a los dos. "

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  • Así que, cuando nada salva, en ese lugar donde siempre estoy sola y son las tres de la mañana, no busco alivio. Tan sólo recuerdo aquella tarde y hago lo que dijo mi padre: contemplo al enemigo y me quedo quieta. Después, como todo el mundo, sobrevivo.
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    Quieta
    He pensado a menudo en esta escena; un atardecer de cuando yo empezaba a ser adolescente y estaba en mi dormitorio apenada por, supongo, algún novio, mi padre entró, se sentó a mi lado y me dijo que todo lo que tenía que hacer para dejar de estar triste era pensar, una por una, en todas las escenas que me habían provocado esa tristeza. Que repasara el dolor, una y otra vez, hasta gastarlo: «Hasta que, cuando pienses en eso, ya no te produzca nada», dijo. Después se levantó y se fue. ¿Pudo haberme aniquilado? Pudo. Me dio, en cambio, templanza y voluntad de sobreviviente. Hay un poema, llamado «Desiderata», del poeta chileno Claudio Bertoni, que dice: «Piensas que despertar te va a aliviar / y no te alivia / piensas que dormir te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el desayuno te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el pensamiento te va a aliviar / y no te alivia / piensas que hacer un trámite te va a aliviar / y no te alivia / […] / piensas que el sol te va a aliviar / y no te alivia / piensas que llover te va a aliviar / y no te alivia / piensas que conversar te va a aliviar / y no te alivia / piensas que oír las noticias te va a aliviar / y no te alivia / […] / piensas que el tiempo te va a aliviar / y no te alivia». El dolor es el dios que a menudo nos convoca. Cuando toca caminar en medio de un valle de sombra de muerte, cuando no está claro qué parte de mí soy yo o el monstruo que me habita, sé —lo sé— que nada alivia. Ni despertar ni dormir ni tomar desayuno ni pensar ni hacer un trámite ni el sol ni la lluvia ni hablar ni quedarse muda. Así que, cuando nada salva, en ese lugar donde siempre estoy sola y son las tres de la mañana, no busco alivio. Tan sólo recuerdo aquella tarde y hago lo que dijo mi padre: contemplo al enemigo y me quedo quieta. Después, como todo el mundo, sobrevivo.
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    Este texto fue publicado por primera vez en el periódico "el País", en la columna semanal de Guerriero, posteriormente publicado en su libro "Teoría de la gravedad" que recoge algunos textos de ella.

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  • No tienes tú la culpa si en tus manos
    mi amor se deshojó como una rosa:
    Vendrá la primavera y habrá flores...
    El tronco seco dará nuevas hojas.

    Las lágrimas vertidas se harán perlas
    de un collar nuevo; romperá la sombra
    un sol precioso que dará a las venas
    la savia fresca, loca y bullidora.

    Tú seguirás tu ruta; yo la mía
    y ambos, libertos, como mariposas
    perderemos el polen de las alas
    y hallaremos más polen en la flora.

    Las palabras se secan como ríos
    y los besos se secan como rosas,
    pero por cada muerte siete vidas
    buscan los labios demandando aurora.

    Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
    ¡Y toda primavera que se esboza
    es un cadáver más que adquiere vida
    y es un capullo más que se deshoja!

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  • Señor, mi queja es ésta,
    Tú me comprenderás;
    De amor me estoy muriendo,
    Pero no puedo amar.

    Persigo lo perfecto
    En mí y en los demás,
    Persigo lo perfecto
    Para poder amar.

    Me consumo en mi fuego,
    ¡Señor, piedad, piedad!
    De amor me estoy muriendo,
    ¡Pero no puedo amar!

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  • Ahora quiero amar algo lejano...
    Algún hombre divino
    Que sea como un ave por lo dulce,
    Que haya habido mujeres infinitas
    Y sepa de otras tierras, y florezca
    La palabra en sus labios, perfumada:
    Suerte de selva virgen bajo el viento...

    Y quiero amarlo ahora. Está la tarde
    Blanda y tranquila como espeso musgo,
    Tiembla mi boca y mis dedos finos,
    Se deshacen mis trenzas poco a poco.

    Siento un vago rumor... Toda la tierra
    Está cantando dulcemente... Lejos
    Los bosques se han cargado de corolas,
    Desbordan los arroyos de sus cauces
    Y las aguas se filtran en la tierra
    Así como mis ojos en los ojos
    Que estoy sonañdo embelesada...

    Pero
    Ya está bajando el sol de los montes,
    Las aves se acurrucan en sus nidos,
    La tarde ha de morir y él está lejos...
    Lejos como este sol que para nunca
    Se marcha y me abandona, con las manos
    Hundidas en las trenzas, con la boca
    Húmeda y temblorosa, con el alma
    Sutilizada, ardida en la esperanza
    De este amor infinito que me vuelve
    Dulce y hermosa...

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  • Voy a dormir
    Alfonsina Storni

    Dientes de flores, cofia de rocío,
    manos de hierbas, tú, nodriza fina,
    tenme prestas las sábanas terrosas
    y el edredón de musgos escardados.

    Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
    Ponme una lámpara a la cabecera;
    una constelación; la que te guste;
    todas son buenas; bájala un poquito.

    Déjame sola: oyes romper los brotes…
    te acuna un pie celeste desde arriba
    y un pájaro te traza unos compases

    para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
    si él llama nuevamente por teléfono
    le dices que no insista, que he salido…

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  • Espero curarme de ti

    Espero curarme de ti en unos días.
    Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible.
    Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
    Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

    ¿Te parece bien que te quiera nada más una semana?
    No es mucho, ni es poco, es bastante.
    En una semana se puede reunir todas las palabras de amor
    que se han pronunciado sobre la tierra
    y se les puede prender fuego.
    Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado.
    Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor
    están entre dos gentes que no se dicen nada.

    Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral
    y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero
    cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”,
    “¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”.
    Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías,
    te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”).

    Una semana más para reunir todo el amor del tiempo.
    Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras:
    guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura.
    No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana
    para entender las cosas. Porque esto es muy parecido
    a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

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  • ... En medio del odio descubrí que había, dentro de mí, un amor invencible. En medio de las lágrimas descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible. Me di cuenta a pesar de todo eso... En medio del invierno descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta.

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  • Réquiem

    Ningún cielo extranjero me protegía,
    ningún ala extraña escudaba mi rostro,
    me erigí como testigo de un destino común,
    superviviente de ese tiempo, de ese lugar.

    EN LUGAR DE UN PRÓLOGO
    En los terribles años del terror de Yezhov hice cola durante siete meses delante de las cárceles de Leningrado. Una vez alguien me "reconoció". Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados,
    que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):
    -¿Y usted puede describir esto?
    Y yo dije:
    -Puedo.

    Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro.

    DEDICATORIA
    Un dolor semejante podría mover montañas,
    e invertir el curso de las aguas,
    pero no puede hacer saltar estos potentes cerrojos
    que nos impiden la entrada a las celdas
    atestadas de condenados a muerte...
    Para algunos puede soplar el viento fresco,
    para otros la luz solar se desvanece en el ocio,
    pero nosotras, asociadas en nuestro espanto,
    sólo escuchamos el chirriar de las llaves
    y las pisadas de las recias botas de la soldadesca.
    Como si nos levantáramos para misa primera,
    día a día recorríamos el desierto,
    andando la calle silenciosa y la plaza,
    para congregarnos, más muertas que vivas.
    El sol había declinado, el Neva se había opacado
    y la esperanza cantaba siempre a lo lejos.
    ¿Que sentencia se dictó?... Ese gemido,
    ese repentino fluir de lágrimas femeninas,
    señala a una distinguiéndola del resto,
    como si la hubieran derribado,
    arrancándole el corazón del pecho.
    Entonces déjenla ir, trastabillando, a solas.
    ¿En dónde estarán ahora mis innombrables amigas
    de aquellos dos años de estadía en el infierno?
    ¿Qué espectros se burlan de ellas ahora, en medio
    de la furia de las nieves siberianas,
    o en el círculo nublado de la luna?
    ¡A ellas les lloro, Hola y Adiós! .

    Introducción

    Era aquella una época en que sólo los muertos
    podían sonreír, liberados de las guerras;
    y el emblema, el alma de Leningrado,
    pendía afuera de su casa-prisión;
    y los ejércitos de cautivos,
    pastoreados en los patios ferroviarios,
    se evadían de la canción entonada por el silbato de la máquina,
    cuyo refrán iba así: ¡Váyanse parias!
    Las estrellas de la muerte pendían sobre nosotros.
    Y Rusia, la inocente, la amada, se contorsionaba
    bajo las huellas de botas manchadas de sangre,
    bajo las ruedas de las Marías Negras.

    1

    Llegaron al amanecer y te llevaron consigo.
    Ustedes fueron mi muerte: yo caminaba detrás.
    En el cuarto oscuro gritaban los niños,
    la vela bendita jadeaba.
    Tus labios estaban fríos de besar los iconos,
    el sudor perlaba tu frente: ¡Aquellas flores mortales!
    Como las esposas de las huestes de Pedro el Grande me pararé
    en la Plaza Roja y aullaré bajo las torres del Kremlin.

    2

    Apaciblemente fluye el Don Apacible;
    hasta mi casa se escurre la luna amarilla.
    Brinca el alféizar con su gorra torcida
    y se detiene en la sombra, esa luna amarilla.
    Esta mujer está enferma hasta la médula,
    esta mujer está completamente sola,
    con el marido muerto, y el hijo distante
    en prisión. Rueguen por mí. Rueguen.

    3

    No, no es la mía: es la herida de otra gente.
    Yo nunca la hubiera soportado. Por eso,
    llévense todo lo que ocurrió, escóndanlo, entiérrenlo.
    Retiren las lámparas... Noche.


    4

    Ellos debieron haberte mostrado —burlona,
    delicia de tus amigos, ladrona de corazones,
    la niña más traviesa del pueblo de Pushkin—
    esta fotografía de tus años aciagos,
    de cómo te colocas junto a un muro hostil,
    entre trescientos andrajosos en fila,
    tomando una porción de tu mano
    y el hielo del Año Nuevo reducido a brasa por tus lágrimas.
    ¡Vean el chopo de la prisión doblegándose!
    Ningún ruido. Ni un ruido. Aun así, cuántas
    vidas inocentes se están terminando.

    5

    Durante diecisiete meses he gritado
    llamándote al redil.
    Me arrojé a los pies del verdugo.
    Eres mi hijo, convertido en espectro.
    La confusión se apodera del mundo
    y carezco de fuerzas para distinguir
    entre una bestia y un ser humano,
    o en qué día se deletrea la palabra ¡matar!
    Nada queda, salvo flores polvosas,
    un tintineante incensario y huellas
    que conducen a ninguna parte. Noche de piedra,
    cuya brillante y gigantesca estrella
    me mira fijamente a los ojos,
    prometiéndome la muerte. ¡Ay, pronto!

    6

    Las semanas escapan de la mente,
    dudo que haya sucedido:
    cómo dentro de tu prisión, pequeño,
    las noches blancas se paralizaron en llamas:
    y todavía, mientras tomo aliento,
    ellos posan sus ojos de buitre
    sobre lo que la gran cruz les muestra:
    este cuerpo de tu muerte.

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  • 1

    Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
    Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
    Revela insensibilidad. El que ríe
    Es que no ha oído aún la noticia terrible,
    Aún no le ha llegado.

    ¡Qué tiempos estos en que
    Hablar sobre árboles es casi un crimen
    Porque supone callar sobre tantas alevosías!
    Ese hombre que va tranquilamente por la calle,
    ¿Lo encontrarán sus amigos
    Cuando lo necesiten?

    Es cierto que aún me gano la vida.
    Pero, creedme, es pura casualidad. Nada
    De lo que hago me da derecho a hartarme.
    Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara, estaría perdido.)
    Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
    Pero ¿cómo puedo comer y beber
    Si al hambriento le quito lo que como
    Y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
    Y, sin embargo, como y bebo.

    Me gustaría ser sabio también.
    Los viejos libros explican la sabiduría:
    Apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
    Sin inquietudes nuestro breve tiempo.
    Librarse de la violencia,
    Dar bien por mal,
    No satisfacer los deseos y hasta
    Olvidarlos: tal es la sabiduría.
    Pero yo no puedo hacer nada de esto:
    Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

    2

    Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
    Cuando el hambre reinaba.
    Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
    Y me rebelé con ellos.
    Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.


    Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
    Entre los asesinos dormí.
    Hice el amor sin prestarle atención
    Y contemplé la naturaleza con impaciencia. Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.

    En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
    La palabra me traicionaba al verdugo.
    Poco podía yo. Y los poderosos
    Se sentían más tranquilos sin mí. Lo sabía
    Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.

    Escasas eran las fuerzas. La meta
    Estaba muy lejos aún.
    Ya se podía ver claramente, aunque para mí
    Fuera casi inalcanzable.
    Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.

    3

    Vosotros, que surgiréis del marasmo
    En el que nosotros nos hemos hundido,
    Cuando habléis de nuestras debilidades,
    Pensad también en los tiempos sombríos
    De los que os habéis escapado.
    Cambiábamos de país como de zapatos
    A través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
    Donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
    Y, sin embargo, sabíamos
    Que también el odio contra la bajeza desfigura la cara.
    También la ira contra la injusticia
    Pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
    Que queríamos preparar el camino para la amabilidad
    No pudimos ser amables.
    Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
    En que el hombre sea amigo del hombre,
    Pensad en nosotros
    Con indulgencia.

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  • Holita, en este espisodio te leo fragmentos de "Primavera con una esquina rota", con la finalidad de que te genere ganas de leerlo completo.
    Este libro me ha hecho emocionarme, reír y también sufrir por todas la desgracias de LATAM, habla del dolor del exilio y la separación, la libertad y su ausencia, el autoritarismo y la represión, pero sobre todo del amor, la pasión y la familia. Posee una calidad narrativa y exquisita y unos personajes entrañables.
    Una chulada, si te gusta comparte, suscríbete y dale mucho amor.
    Lean y amen ♥

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  • Texto Publicado en Instrucciones para vivir en México, compilado por Guillermo Sheridan. México: Editorial Joaquín Mortiz, 1990.

    Jorge Ibargüengoitia
    (Guanajuato, México, 1928 - Madrid, 1983)

    Malos Hábitos
    Levantarse temprano

    El viernes pasado encontré en Revista de Revistas un artículo escrito por mi buen amigo Loubet que es una especie de oda a los que se levantan temprano. Además de bien escrito está bien ilustrado. Allí aparecen los panaderos, los lecheros, los barrenderos, los que van a hacer ejercicio en Chapultepec, los niños que piden aventón para llegar a clase de siete, etcétera.
    Esta lectura, unida a la circunstancia de que hoy tuve que levantarme a las cinco de la mañana, me han hecho recapacitar y llegar a la conclusión de que francamente, levantarse temprano no sólo es muy desagradable, sino completamente idiota.
    Ahora comprendo que los últimos veinte anos los he pasado en un mundo dado a la molicie.
    —Paso por ti cuando reviente el alba. Es decir, a las nueve y media de la mañana —dicen mis amigos.
    Pues sí, un mundo dado a la molicie del que no pienso salir.
    Los efectos de madrugar son de muchas índoles, pero todos ellos corrosivos de la personalidad. Hay quien se levanta temprano a fuerzas, se para frente al espejo a bostezar y a arreglarse el cabello y la cara con el objeto de dar la impresión de que se lavó. Este intento generalmente es patético. Si alcanza lugar sentado en el camión que lo lleva al trabajo se duerme sobre el hombro del vecino, desayuna en la esquina del lugar donde trabaja unos tamales, o bien dos huevos crudos metidos en jugo de naranja -que es una mezcla que produce cáncer en el intestino delgado- pasa la mañana sintiéndose infeliz, trabajando un poquito y quitándose las lagañas; se va de bruces en el camión de regreso, a las seis de la tarde.
    Los que se levantan temprano a fuerzas constituyen un grupo social de descontentos, en donde se gestarían revoluciones si sus miembros no tuvieran la tendencia a quedarse dormidos con cualquier pretexto y en cualquier postura. En vez de revolucionar, gruñen y dicen que el destino les hizo trampa.
    Los que madrugan por gusto son peores.
    —Yo siento que la cama materialmente me avienta a las cinco de la mañana.
    —Mal veo despuntar el sol, brinco de la cama, abro la ventana y pregunto “¿solecito, solecito, qué quieres de mí hoy?”
    —Cuando me estoy rasurando oigo el canto del primer jilguero, después, un regaderazo con agua helada, me seco con una toalla especial de ixtle para que me abra el poro, y por último mi té de boldo. Quedo como nuevo.
    Esta clase de gente tiene la costumbre de salir a la calle de noche y caminar con paso vivaz por el centro del asfalto —le temen a la banqueta, porque creen que hay gente agazapada en los zaguanes, lista para asaltarlos; no se dan cuenta de que los asaltantes están dormidos a esa hora— dejan a su paso una estela de agua de Colonia o talco desodorante que queda flotando en el ambiente hasta que pasa el primer autobús. Van a misa de cinco, a la Adoración Nocturna, a hacer ejercicio, a pasear un perro desmañanado, o, peor todavía, a despertar al velador del edificio para que les abra el despacho.
    Son por lo general, gente de dinero y creen que la fortuna que tienen se las concedió Dios nomás por el gusto que le da verlos levantarse temprano. Aconsejan esta práctica saludable a todo el que encuentran -en realidad no tienen otro tema de conversación, inventarían refranes si pudieran, como no pueden, repiten el consabido de “al que madruga, Dios le ayuda”, que es una afirmación que carece de fundamento histórico.
    Esta clase de personajes también tiene la tendencia a obligar niños a que les piquen la panza con el dedo.
    —Mira niño, es como de fierro. Aprende: estoy así porque me levanto temprano. Tengo sesenta años y mírame.
    Llegan a los sesenta como jóvenes, dando brinquitos y mueren de sesenta y uno, víctimas de una trombosis cuádruple.
    Los que inventaron que es bueno levantarse temprano son los que determinaron que los turnos de trabajo cambien rayando el sol, que los fusilamientos de lleven a cabo al amanecer, que se reparta la leche al alba, que no se permita la entrada de carga después de las siete de la mañana, etcétera. En resumen son los únicos responsables de que la ciudad empiece a funcionar a una hora de la que nada bueno puede esperarse. (18-vii-72)

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  • El cuento pertenece al libro "El hombre ilustrado" de Ray Bradbury, lo puedes descargar y leer el cuento completo acá.

    «¿Tienes miedo? -No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.
    -¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?
    -No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
    -No hemos sido tan malos ¿no es cierto?
    -No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.»

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