Episodit
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Dios hizo cosas grandes en María porque vio su humildad. Tendremos también nosotros su beneplácito si encuentra humildad, la profunda convicción de nuestra nada y su todo. Las mil cabezas de la soberbia pueden aparecer en el espíritu de contradicción, en el protagonismo, en caer en el influjo de una sociedad competitiva, en el referirnos al yo en las conversaciones, en el rechazo a la obediencia, etc.
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María, con Jesús en brazos, sale de su ocultamiento de 40 días previsto por la ley mosaica. Va al Templo, y se le anuncia que una espada traspasará su corazón en el ofrecimiento de su Hijo. La pureza se purifica, como para invitarnos a vigilar la propia pureza de nuestro corazón. Más que atender a las virtudes aisladas, monitoreemos nuestro corazón, del que procede todo lo bueno y lo malo.
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Puuttuva jakso?
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Cuando Jesús explica la parábola del sembrador, dice que los pájaros que hurtan la semilla son los demonios. Podemos entender que los granos que constantemente caen en nuestras almas son las mociones del Espíritu Santo. Si no estamos precavidos y entrenados, es muy fácil que ese germen de santificación sea anulado por el maligno. Atendamos a las continuas inspiraciones, diciéndole siempre que sí.
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Ante todo, la Misa tiene como finalidad la gloria de Dios. Porque era la intención primera de Jesús al ser crucificado: Deo omnis gloria! Después, podemos unirnos a la Victima en el Ofertorio, poniendo la parte mala de nuestra vida y de toda la humanidad para que sea sacrificada, y luego la parte buena de nuestra vida y de millones de personas para que esa ofrenda sea santificada.
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El increíble prodigio de la Misa puede banalizarse por la rutina, sepulcro de la verdadera piedad. ¿Cómo conjurar ese peligro, si asistimos con frecuencia al Santo Sacrificio? Quizá descubriendo algún aspecto, resaltando uno u otro de los fines, o bien poniéndole un nombre relacionado con esa celebración. Misterio de fe y de amor en el que procuramos que la celebración no se torne rutinaria.
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Cuando el demonio mudo -que también es sordo, porque se resiste a oír- se apodera de un alma, corta en ese momento el flujo de comunicación de gracia. Dios es la Verdad y el demonio es el padre de la mentira. Maneras de situarnos en el ámbito del demonio mudo: fingimiento, indefinición, medias verdades, doctrinas ambiguas, morales erráticas…
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Al asomarnos, en el Magníficat, al corazón de María, descubrimos su gozo en Dios, su salvador. La cercanía amorosa de Dios es fuente inagotable de alegría, aun en medio de las penas. Dios se alegra con nuestra alegría. Procuremos darle más motivos de alegría alegrándonos ante las cosas pequeñas que nos depara la vida.
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Es frecuente que en las biografías de los santos se resalte el impacto de alguna frase de la Escritura que fue para ellos determinante. El 7 de julio de 1931, san Josemaría recibe la iluminación sobre la frase de Jesús: “Cuando Yo sea levantado sobre la tierra, atraeré todo hacia Mí” (Jn 12, 32). Le supuso una luz para profundizar en el mensaje del Opus Dei: el Crucificado habría de ser puesto en la cumbre de las actividades humanas.
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Jesús nos ha revelado el mayor de los secretos de Dios: cómo es en su interior. Es amor incesante entre las Personas divinas. Y que este prodigio es nuestro, porque la Trinidad vive en nuestro interior. Podemos unirnos a la oración de santa Isabel de la Trinidad que recoge el Catecismo para ejercitarnos en la contemplación trinitaria.
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¿Por qué culmina el Octavario de la unidad de los cristianos con la fiesta de la conversión de san Pablo? Sin duda por la profunda enseñanza del Apóstol sobre la identidad entre Cristo y el cristiano, revelada en el camino de Damasco. Vivo yo, o más bien, no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Busquemos nuestros caminos de Damasco –la Eucaristía, la oración, la penitencia– de modo que, como el Apóstol, logremos vivir en Cristo.
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Jesús comienza su actividad predicadora anunciado la llegada del Reino de Dios. La gente no comprende, o comprende mal. ¿Entendemos nosotros lo que significa? El Reino de Dios es Él, es la comunicación de su vida divina, la Gracia Santificante. Nada vale como ella, ni aun la suma de los bienes naturales del Universo entero. Y perderla es la única verdadera desgracia. Valorémosla, amémosla, y ayudemos a que otros mucho vivan y aprecien el Estado de Gracia.
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No son palabras meramente simbólicas: Jesús nos habla de comer una carne y beber una sangre. Creemos firmemente que ese prodigio sucede al comulgar, y hemos de tomar cada vez mayor conciencia de aquello. Alma, cuerpo, sangre, agua, llagas… el misterio nos rebasa, y la invitación a la unión es manifiesta.
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San Pablo asegura que, en medio de sus tribulaciones, sobreabunda de gozo. ¿Cómo puede ser eso posible? Por la revelación de la salvación a través de la cruz. Y debemos recordarlo con frecuencia porque tendemos a minimizar la cruz que Dios nos pone en nuestras espaldas. La Iglesia crece a través del sufrimiento amado, que es identificación con el Crucificado.
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Esa breve palabra aramea la recoge san Marcos en la oración de Jesús en el huerto. San Pablo la recogerá también en dos ocasiones, diciendo que, por tener el espíritu del Hijo, hemos de llamar Abba a Dios. Nos habla de una intimidad muy cercana y de un abandono confiado. Repasemos si es así nuestro trato con el Padre celestial.
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En la historia de la salvación vemos a los protagonistas recibir -sin que lo sospecharan- la llamada y la misión que Dios les confía. Radicalmente el hombre es un ser llamado, no el que define el cuándo y el cómo de su existencia. Porque el proyecto es divino, y a nosotros se nos pide ser dóciles a las señales. Vendrán dadas a través de la Providencia del Padre, de las palabras del Hijo y de las inspiraciones del Espíritu Santo.
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El libro de los Proverbios recoge el oráculo donde Dios dice: “Dame hijo mío, tu corazón, y pon tus ojos en mis caminos”. Y añade: “Sobre todas las cosas, cuida tu corazón”. El centro de nuestra vida afectiva ha de ser para Dios, y solo para Él. De tener otros amores, han de ser amores “in Deo”, es decir, amores que me incrementen el amor de Dios. La pureza de corazón es requisito para la vida contemplativa.
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Alimentar bien nuestra vida interior supone cuidar la lectura espiritual. En primer lugar, la lectura meditada, oracional, del Nuevo Testamento. Si logramos formar “el depósito de gasolina” con palabras de Jesús en nuestra mente, acudirán a nosotros sus enseñanzas cuando las necesitemos. Los libros de lectura espiritual han de ser adecuados a nuestra situación interior presente.
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La invitación a ser sus amigos procede de Jesús, no de nosotros. Y Él, siendo como es Dios, se adapta perfectamente a nuestro modo. A veces encontramos en la vida alguien con el que hacemos química inmediatamente: cuánto más podrá Jesús ser nuestra alma gemela sin nos animamos a entablar con Él un trato de confiada familiaridad.
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Acostúmbrate a poner tu pobre corazón en el dulce e Inmaculado corazón de María. Grignon de Monfort recomienda hacer ejercicios de coincidencia con ese corazón en tres pasos: renunciar al propio espíritu, poner el de María y perseverar en él. Notaremos la diferencia, pues nuestro corazón no es bueno.
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Hemos sido creados para conocer y contemplar el misterio de la Santísima Trinidad. Pero esa eternidad comienza ya desde ahora, pues desde ahora la Trinidad nos habita. Acostumbrémonos a visitar esos tres Huéspedes que silenciosamente moran en nuestro interior. Adelantemos la glorificación, la alabanza el agradecimiento y el piélago de Amor de la eternidad.
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