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“Hoy día estoy en algún lugar en mi vida. Pertenezco a la estirpe de los ancianos. Quiero ser poeta de la tradición oral, hablar como los Ancianos, los verdaderos nómadas. Yo no he caminado por Nutshimit, la tierra de mis ancestros. Ellos me la han contado. He escuchado mis orígenes. Ellos me han bautizado de agua, de lago puro. Uno a uno, ellos van dejándonos. Y con ellos se van las palabras de la tundra, las corrientes de los ríos, la calma de los lagos. Yo me siento heredera de sus palabras, de sus historias, de su nomadismo. Como ellos, yo he caminado por la tundra, he honrado al caribú. En algún lugar, una piedra sobre una gran piedra indica mi presencia”.
Estableciendo una relación entre los mitos fundacionales y el testimonio, construyendo un puente entre la oralidad y la palabra escrita, la indígena canadiense Josephine Bacon presentó su primer libro titulado “Los palos mensajeros / Tshissinuatshitakana” en 2009, cuando ella tenía 62 años.
Lo que se destaca en la obra de Bacon es que es la obra de una indígena que toma la palabra para hablar de su mundo, utilizando su propia lengua. Se caracteriza por su brevedad, como si en sus páginas ella quisiera reproducir la vasta expansión de los bosques y la tundra canadiense.
Joséphine Bacon es una escritora innu nacida en 1947 en la reserva indígena de Pessamit, que se encuentra en la costa norte de la provincia de Quebec, a unos 804 kilómetros al norte de la capital de Canadá, Ottawa.
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“Él sabía ahora que el apartamento de Florentine le recordaba aquello que más temía: la pobreza. Él sentía su olor de, ese olor implacable que tiene la ropa vieja, esa pobreza que él podía reconocer con los ojos cerrados. En ese momento se dio cuenta que Florentine encarnaba aquella vida miserable que su ser entero rechazaba. También vio con claridad cuál era ese sentimiento que le empujaba hacia aquella muchacha. Ella era el reflejo de su propia miseria, su infancia triste, su juventud solitaria. Ella representaba todo lo que él odiaba, todo aquello a lo que él se negaba y que sin embargo permanecía anclado en lo más profundo de su ser, aquello que en el fondo era su naturaleza y el poderoso aguijón de su propio destino. Era su propia miseria, era su propia tristeza a quien tenía entre sus brazos, lo que podría ser su vida si es que él no se deshacía de ella como de un traje vergonzoso”.
Más que una denuncia de la pobreza y la injusticia a la manera de la novela “Germinal” de Emile Zola en la que su autor presenta la indigencia en la que viven los mineros del carbón en Francia a finales del siglo XIX, la autora canadiense Gabrielle Roy busca en su novela “Una felicidad de segunda mano”, publicada en 1945, describir las condiciones de vida en el barrio montrealense de Saint Henri en 1940.
Gabrielle Roy nació en St. Boniface, en la provincia de Manitoba en el seno de una familia franco-canadiense el 22 de marzo de 1909 y falleció el 13 de julio de 1983 en la ciudad de Quebec.
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William Ormond Mitchell bajo los cielos de las Praderas
“Aquí estaban los elementos comunes más básicos de la naturaleza, sus elementos más simples: la tierra y el cielo encarnados en la pradera de Saskatchewan que se extendía con toda su inmensidad alrededor del pueblo, hasta perderse en la lejana línea del cielo. Pradera resplandeciente bajo el sol de junio, esperando la infalible visita del viento, suave al principio, apenas acariciando las largas hierbas, dándoles vida. Más tarde se convertía en una larga ráfaga de calor que levantaba la negra capa vegetal de la tierra y la amontonaba en las fosas que bordeaban los caminos, o la acumulaba en gran cantidad contra las vallas”.
Así empieza la novela “Quien ha visto el viento”, escrita por el autor canadiense William Ormand Mitchell, nacido el 13 de marzo de 1914 en el pueblito de Weyburn, en la provincia de Saskatchewan y fallecido el 25 de febrero de 1998, a los 83 años en la ciudad de Calgary, Alberta, después de una larga batalla contra el cáncer.
“Quien ha visto el viento”, presenta a Brian O’Connal, un niño que vive en un pueblito de Saskatchewan. A sus ojos, el viento es una presencia constante y se convierte en una especie de lenguaje a la vez físico y espiritual para entender el mundo en la década de los años 30, período de la Gran Depresión en Canadá.
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Al Purdy, el vecino de Ameliasburgh
“La batería de mi coche está muerta porque dejé los faros encendidos en un aparcamiento, miro alrededor y veo toda la maldita nieve que cayó al por mayor para mi desgracia y luego empiezo a caminar por la carretera helada en busca de un carro grúa. No sirve de nada hacer autostop, hay muy poco tráfico, además los habitantes de Winnipeg odian a los peatones, especialmente cuando hace 20 grados bajo cero. Tomo un atajo a través de un campo que me ahorrará quizás una milla. La nieve es poco profunda cerca de la carretera, pero más lejos, la cosa se hace más profunda, sin duda que debajo viven conejos calentándose con cocinas a leña y los gusanos deben usar parkas. Mis pies se hunden como un caballo artrítico hasta que estoy con la nieve hasta las nalgas, jadeando malamente, sabiendo que una dieta de comida chatarra y cerveza no me ha preparado para estos esfuerzos atléticos”.
Ese es un fragmento de “Un día típico en Winnipeg”, texto escrito por el poeta canadiense Al Purdy, nacido el 30 de diciembre de 1918 en el pueblito ontariense de Woole. La noticia de que su fallecimiento el 21 de abril de 2000 en North Saanich, Columbia Británica, fue una muerte asistida causó estupor entre sus conocidos.
Autor de casi 40 libros de poesía, sus textos pertenecen a una generación en la que preocupaciones sobre temas como género, indigenismo, multiculturalismo, poscolonialismo e identidad sexual todavía no eran visibles. Su trabajo fue documentar, desde un registro popular, la geografía y los hábitos de una diversa población canadiense.
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“En una piel de león” de Michael Ondaatje
“Un camión avanza por la calle Dundas, luego toma la calle del Parlamento para ir hacia el norte. Desde la plataforma del camión tres hombres miran la oscuridad que desfila delante de ellos, con los músculos relajados en esta media hora que queda antes de empezar a trabajar, como si ellos no fueran los dueños de esos brazos y piernas que se balancean desde sus cuerpos, apoyados contra la cabina del camión Ford”.
Esa es una de las escenas de la novela “En una piel de león”, escrita por el autor canadiense Michael Ondaatje, nacido en 1943 en Colombo, Sri Lanka Uno de sus personajes es Nicholas Temelcoff, un joven macedonio que huye de la guerra para encontrar refugio en la ciudad de Toronto.
En la actualidad Toronto sigue siendo una ciudad impetuosa, muscular, siempre en constante crecimiento. Aunque ficticia, la historia de Nicholas Temelcoff, un refugiado macedonio que llegó a esta ciudad hace cien años es similar a la de miles y miles de inmigrantes y refugiados que continúan llegando a la ciudad más populosa de Canadá para convertirse a su turno en obreros de la construcción.
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El regreso de Patricia Louise Tinmuth
“Ahora las piedras cambian de carácter / vestidas con un pelaje de muguet verde mate/ y pequeños botones de sal, / y siento el aliento del mar / que ha respirado boca a boca conmigo / desde que comenzó mi tiempo / y esto lo sé / como sé lo que guardo en la cabeza. / He sido restaurada caminando entre el barro marino / y las piedras reclamadas por las algas / caminando hacia el mar que se estira a la distancia”.
Ese es un fragmento de “Delta del arroyo”, texto escrito por la poeta canadiense Pat Lowther, publicado en una antología de sus textos editada por Christine Wiessenthal en 2010.
Pat Lowther nació en la ciudad de Vancouver el 29 de julio de 1935, con el nombre de Patricia Louise Tinmuth. Esta ciudad, la más grande en la provincia de Columbia Británica, que se encuentra frente a las aguas del océano Pacífico en la costa oeste de Canadá, tiene paisajes magníficos en los cuales, en una sola escena, se pueden apreciar las aguas marinas, los grandes bosques boreales y las montañas nevadas que la rodean.
En su corta vida, interrumpida trágicamente cuando su cuerpo fue hallado en un arroyo en 1975, ella se reconoció en los textos y el compromiso político de Pablo Neruda, y dedicó a Chile la potencia de su sensibilidad poética.
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“Barómetro en aumento” de Hugh MacLennan
“Parpadeando bajo la luz, él miró detenidamente Halifax expandiéndose a la distancia bajo las ramas desnudas de los árboles desde la base circular de la Ciudadela. Casi todas las calles y edificios guardaban para él fragmentos de su historia personal, que se remontaba unos veintisiete años, cuando llegó por primera vez como un muchacho cargado con la simplicidad de la vida en la granja, para estudiar en el Colegio Dalhousie”.
En este fragmento, tomado de la novela “Barómetro en aumento”, publicada en 1941, Angus Murray, el personaje creado por el escritor canadiense Hugh MacLennan observa una ciudad costera, Halifax, que en diciembre de 1917 está a punto de ser obliterada por lo que sería la explosión más grande causada por el ser humano hasta ese entonces.
La novela cuenta las peripecias de una pareja, Neil Macrae y Penelope Wain, llamada Penny, por unir sus vidas en medio de la ciudad de Halifax que jugó un papel clave durante la Primera Guerra Mundial.
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Un sándwich en el Wilensky
“Del lugar de donde salió Duddy Kravitz, los chicos crecen sucios, tristes y también punzantes, como la hierba que crece junto a las vías férreas. Él podía haber nacido en Lodz, pero cuarenta y ocho años antes su abuelo compró un billete de barco de tercera categoría que zarpaba hacia Halifax. Duddy podía haber nacido en Toronto, lugar a donde su abuelo quería llegar, pero el billete de tren que Simcha Kravitz le compró a la compañía Canadian Pacific Rail le alcanzaba solamente para llegar hasta la estación de tren Bonaventure en Montreal, y nunca pudo llegar a Toronto”.
Ese fragmento, tomado de la novela “El aprendizaje de Duddy Kravitz”, escrita por el autor canadiense Mordecai Richler en 1959, describe algunas calles de la ciudad de Montreal que hoy hacen parte del barrio llamado Mile End.
Mordecai Richler nació en el 27 de enero de 1931 en Montreal y vivió hasta los doce años en el 5257 de St. Urbain. Ese paisaje urbano sirvió de trasfondo al trabajo literario de un polémico autor que falleció a los 70 años en Montreal, el 3 de julio de 2001.
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