Episoder
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Todas las historias tienen un final. Aquí termina la aventura de nuestro Principito. Si hemos aprendido algo, sus viajes habrán merecido la pena. A lo mejor, quien sabe, volvemos a verlo algún día. Es importante recordarlo, ya que si lo vemos por ahí debemos avisar a nuestro amigo el piloto. Mientras tanto, busquemos una nueva aventura.
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Alguien hablaba con el Principito cuando llegó el aviador. Nuestro pequeño amigo estaba un poco triste, pero tras terminar esa conversación se dirigió de nuevo al piloto. Quiso contarle muchas cosas. Para empezar, le informó de que pronto saldría de viaje. Y le dijo que aunque eso parecía ser algo triste, no era tal cosa. Con el tiempo, los dos recordarían su aventura con felicidad.
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Ocho días es lo que nuestro aviador tardó en conocer un poco más al Principito. Supo, por ejemplo, que su encuentro no ocurrió por casualidad. Y que el Principito tenía muy buena memoria. También que, aunque no dibujaba muy bien, al Principito le seguían interesando las pinturas que realizaba nuestro piloto.
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Ocho días después de su llegada al desierto, allí estaba nuestro aviador. Aún trataba de reparar su máquina, claro. Junto a él, inamovible, estaba el Principito. Su curiosidad era mucha. Casi tanta como los misterios que lo rodeaban.
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El comercio es una cosa muy curiosa. La gente intercambia dinero o productos para conseguir otros. Unas veces, a cambio de cosas realmente útiles. Otras, sin embargo, se cambian por cosas de poco o ningún valor. Es sorprendente como la gente gusta de tener muchos objetos de poca utilidad.
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En su camino, el Principito conoció un concepto muy extraño para él: las prisas. La gente iba corriendo a todas partes. Andando o en tren, todo el mundo iba muy rápido hacia algún lugar. Tal vez, sin saber muy bien a dónde. Para tratar de entenderlo, el Principito preguntó a un guardavía.
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Entonces apareció el zorro. El Principito no conocía a ese animal, así que quiso jugar con él. El Zorro, que sí conocía a las personas, explicó a nuestro amigo que era un animal peligroso. Que necesitaba confiar en él. Quería jugar, pero primero quería saber quién era él.
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Hay veces que aprecias algo por encima de todo. Ese algo es tuyo. Es único e incomparable. Sin embargo, cuando sales fuera, ves que hay tantas cosas parecidas. No exactas, pero similares. Puede parecer que eso a lo que tanto querías vale mucho menos para ti...
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Es curioso como, en ocasiones, parece que hay alguien esperando hablar con nosotros, pero sin escuchar. Gente que no está interesada realmente en lo que decimos, sino que prefiere escucharse a si misma. Como el eco. Al eco no le importa quien le hable. Solo le interesa repetir lo que decimos más alto y más veces.
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Las flores. Qué extrañas en el planeta del Principito. Sin embargo, en el planeta azul llamado Tierra no son tan extrañas. Algunas son muy especiales, sin duda, pero otras son de lo más común. No suelen hablar mucho con las personas, ya sean grandes o pequeñas. Pero, curiosamente, suelen estar ahí.
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Aunque la Tierra sea, en general, un gran vaso de agua, también vive mucha gente allí. Pero no sólo ellos. En algunos lugares viven seres mucho más listos que ellos. Algunos son buenos. Otros, malos. Todos, eso sí, nuevos para el Principito. Por ejemplo, las serpientes.
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Los viajes del Principito concluyeron en un planeta compuesto mayoritariamente por agua. Cuando lo miras desde fuera, parece una gran pelota azul, pero si miras con un catalejo podrías ver que mucha gente vive allí. Se trataba, claro, de la Tierra. Un planeta diferente a todos en los que el Principito había estado.
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Entre las personas mayores hay gente muy peculiar: los que son más mayores. Muchos dedican su vida a estudiar o a registrar las cosas para que otros puedan estudiarlo. En otros casos, sólo escriben lo que otros cuentan, sin salir a ver el mundo exterior. En su viajes, el Principito conoció a alguien de este tipo.
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El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos, pues apenas cabían en él un farol y el farolero que lo habitaba. El Principito no lograba explicarse para qué servirían allí, en el cielo, en un planeta sin casas y sin población un farol y un farolero.
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Las personas mayores, como ya sabemos, son muy extrañas. Algunas, a veces, hacen algo insólito: vivir para trabajar. Sólo les importa su trabajo y, claro, amasar fortuna gracias a ello. No para gastar o compartir, sino para tenerla. Sin más. Algo que no terminaba de gustar al Principito.
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El tercer planeta estaba habitado por un bebedor. Fue una visita muy corta, pues hundió al Principito en una gran melancolía. Curiosamente, el bebedor estaba haciendo algo que el Principito no comprendía: beber para olvidar que bebía. Y la explicación del bebedor no convenció del todo al Principito.
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El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso. Gente curiosa los vanidosos. Esperan que todo el mundo reconozca que son los más elegantes. O lo más listos. A veces, incluso, esperan que les digas que son los mejores, aunque eso no sea verdad. Son así.
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Se encontraba en la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Para ocuparse en algo e instruirse al mismo tiempo decidió visitarlos. El primero estaba habitado por un rey. El rey, vestido de púrpura y armiño, estaba sentado sobre un trono muy sencillo y, sin embargo, majestuoso.
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El Principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros silvestres para su evasión. La mañana de la partida, puso en orden el planeta. aquellos trabajos le parecieron aquella mañana extremadamente dulces. Todos menos uno. Su flor estaba allí, esperándolo.
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Siempre había habido en el planeta del Principito flores muy simples adornadas con una sola fila de pétalos que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban. Su misteriosa preparación duraba días y días. Pero esta flor era especial. Era SU flor. Y quería conocerla.
- Se mer