Episoder
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Entramos a esa caseta de votación para glorificar a Dios en todo lo que hagamos. Entramos para amar lo que Dios ama y aborrecer lo que Dios aborrece. ¿Y qué Dios aborrece?
Proverbios 6.16-17 declara: "Seis cosas hay que el Señor odia, y siete son abominación para Él: ojos soberbios, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente".
¿Cómo mi conciencia puede llevarme a glorificar a Dios si yo vuelvo a apoyar a la gente que va a matar a los no nacidos?
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Es importante entender que la salvación es solamente por gracia. Y no hay nada que el hombre pueda hacer para cooperar o añadir en el medio del acto de redención. El acto de salvación del hombre es resultado exclusivo de la gracia divina interviniendo en nuestra vida cuando estábamos muertos en delitos y pecados.
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Si en nuestra vida como discípulos hay alguien o algo que ocupe el primer lugar, lo que Jesús está diciendo es que eso obstaculiza el discipulado. La salvación es gratis pero la respuesta a la salvación implica ser un discípulo de Jesús, y ser un discípulo de Jesús, por implicación, va a tener un costo. Implica despreciarnos a nosotros mismos, aborrecernos a nosotros mismos.
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En la época del pasaje bíblico de hoy, era un gran privilegio haber sido invitado a un gran banquete por una persona prominente. Como también es un gran privilegio que el Señor nos invite a nosotros, sin merecerlo, a pesar de nuestras faltas, inseguridades, luchas, traumas y pecados. Dios nos invita a disfrutar de su banquete. ¿Cuál es tu excusa para rechazar la invitación?
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Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde, cada uno de vosotros, considere al otro como más importante que sí mismo. No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.
El apóstol Pablo nos da el ejemplo de a quién seguir para lograr hacer esto: "Haya pues en vosotros esta actitud, que hubo también en Cristo Jesús".
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Una de las características de las Sagradas Escrituras es que en ellas no existe elemento alguno de error o confusión. Es decir, que la inerrancia (doctrina central para nuestra fe) es un elemento distintivo derivado del resultado de su autoridad, su claridad, su suficiencia, su fuente de inspiración, su infalibilidad, su autoría, y su veracidad. En línea con lo anterior debemos afirmar también que en ella no hay elemento de contradicción alguna.
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Algunos creyentes entienden que de alguna manera Dios ocultó las verdades de cierta forma en la Biblia, que solo algunos pueden obtener la verdad en ella, y que esos deben dedicarse a decirnos a los demás esas verdades para que las aprendamos. Esa idea no es bíblica; es maligna. Si hay alguien que quiere separarnos de la Escritura, y quisiera que el creyente siga apoyando esa idea tan erronea, es Satanás.
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Hablar de profecías en el presente, versus la Palabra profética más certera, la Biblia, es una premisa que de entrada, puede sonar incómoda para algunos creyentes, incluso polémica. Pero no debería ser así para cualquier cristiano que atesore la Palabra de Dios y que verdaderamente confíe que lo que lee a diario en la Biblia, es exactamente la voz de Dios escrita a puño y letra por hombres que fueron inspirados por el Espíritu Santo. Un cristiano que defiende la vigencia de los dones como el de profecía, no debería tener mayor anhelo de que alguien le hable de parte de Dios, que el deseo por experimentar las riquezas que puede encontrar directamente en su Palabra.
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Si en verdad hemos de conocer a Dios, es absolutamente necesario que Dios nos revele quién es. De otra manera, nos quedaríamos en extrema oscuridad. Es por esto por lo que la Biblia hace énfasis con tanto entusiasmo sobre la autorevelación de Dios. Esta revelación es personal. Dios se revela a sí mismo al decirnos su nombre. Inicia un pacto con nosotros y se nos da a conocer.
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La Biblia está compuesta por sesenta y seis libros agrupados en dos grandes secciones conocidas como Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. El evento que marcó la historia en dos partes es la encarnación de Cristo, el Hijo de Dios, y la misma es relatada a lo largo de los cuatro Evangelios. Pero es importante aclarar que toda la Biblia habla de una sola historia desde el primero hasta el último libro. Es decir, desde Génesis hasta Apocalipsis se nos habla del gran plan de Dios.
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¿Existe algún peligro en no creer en la inerrancia bíblica? ¡Definitivamente, sí! A lo primero que nos enfrentamos es a quienes afirman que la Biblia es falible. Estos deducen que existe error en el mensaje bíblico, implicando entonces que Dios miente. Pero, de acuerdo a Números 23:19 “Dios no es un hombre; por lo tanto, no miente. Él no es humano; por lo tanto, no cambia de parecer”. Implicar que Dios miente es un grave error y una afrenta directa al carácter santo de Dios.
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Debemos recordar que nunca estamos solos con nuestra habilidad cognitiva para entender la Biblia. Si fuera así, entonces sí tendríamos que preocuparnos. Pero no es así. Nuestro Señor Jesucristo nos prometió el Espíritu Santo, quien nos “enseñará todas las cosas, y recordará todo lo que Él ha dicho” y nos “guiará a toda verdad”. Esta es una realidad que no podemos pasar por alto. Debemos orar al Señor por la dirección de su Espíritu cada vez que nos acercamos a la Palabra y no apoyarnos en nuestro propio entendimiento.
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La Escritura es infalible, pero nosotros no. Nuestra interpretación de algún pasaje bíblico puede que no sea el mismo mensaje que Dios intencionó dejarnos. Esto se vuelve aún más probable y más cierto cuando usamos textos aislados para apoyar principios no bíblicos que muchas veces son totalmente contrarios a la intención y el contexto para el cual se escribió. La corriente humanista de nuestra sociedad tiende a usar textos bíblicos para sigilosamente establecer pautas no bíblicas de una manera que aparente que sí lo son.
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Hoy día vemos algunas versiones encontradas de algunas lecturas bíblicas y un mal uso de textos para sostener pensamientos humanos no bíblicos. El ser humano, al hacer cualquier tipo de lectura, puede inconscientemente traer a colación sus experiencias, aprendizajes, sesgos culturales y sociales que tiene arraigados en su ser, haciendo la interpretación una particular, individual y personal. Es por esta razón que tenemos que estar apercibidos de esta situación y buscar la razón innata del texto, en el contexto y situación en que se escribió, y buscar el propósito del autor al escribir para poder darle una interpretación más certera y verdadera. De manera que el mismo pasaje nos diga lo que el autor en realidad nos quiso decir en su inspiración por el Espíritu Santo en los momentos que lo hizo.
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Lo que Jesús quiere enseñarles a estos religiosos y fariseos del pasaje de hoy, es que el amor y la gracia de Dios están por encima de las leyes, de los dogmas y la rigidez religiosa. Que el amor ha llegado para sanar, salvar y libertar, no importando el día ni la hora. Jesús vino a enseñar sobre el reino, a sanar y salvar lo que se había perdido. A los que nadie quería. Jesús ve mucho más allá. Más allá de las intenciones.
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La santa y divina Palabra de Dios es la fuente y método principal de interpretación de la Biblia misma, como fundamento sólido e inequívoco. Este es uno de los principios más importantes dentro de la hermenéutica: la creencia de que la Biblia es la herramienta indispensable para interpretarse a sí misma. A través de todo el canon bíblico, están plasmados los relatos y ejemplos que conducen hacia esta afirmación. Es por esto que queremos resaltar diligentemente por medio de la guía del Espíritu Santo varios pasajes que afirman dicha conclusión.
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Cuando hablamos de Dios Padre y de Cristo Su Hijo, debemos hacer distinciones sutiles pero importantes para entender las particularidades de los términos “Palabra” y “Logos”. El evangelio de Juan 1:1-4 presenta un “Verbo” y un “Logos” coexistiendo de manera perfecta, clara, libre de confusiones, donde el “Verbo (Palabra) es hecho carne”.
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Enfocarse únicamente en el testimonio de Cristo y los apóstoles en cuanto a la naturaleza de las Escrituras y no ver la Biblia en su totalidad como inspirada por Dios, es un error, en sí mismo es ilógico, irreverente e injustificado. El camino correcto consiste en tratar la Escritura sobre la presuposición de que, habiendo sido dada por Dios, es fiel a los hechos físicos, morales y espirituales; porque ese es el enfoque que los fundadores del cristianismo modelaron en su propio ministerio y que con toda autoridad enseñaron a sus seguidores.
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Desde el Génesis hasta Apocalipsis, una cosa parece ser la constante; el hombre se presenta como un ser incrédulo, y tal incredulidad lo lleva a desobedecer a Dios pues no le es posible obedecer a algo o alguien en el cual no puede verse genuina y profundamente identificado, a menos que ocurra un cambio radical en su corazón endurecido y rebelde a su Creador. Tal cambio transforma a ese hombre, muerto en su propio pecado, en uno nacido de nuevo y por lo tanto, dispuesto a responder a la Palabra de su Dios. Es lógico entonces pensar que el creer antecede a la obediencia. En el creer se manifiestan tres aspectos importantes que nos ayudan a entender el resultado del llamado de nuestro Padre: la confianza, la obediencia y la entrega. Sin un cambio de mente, es decir, sin el milagro de la metanoia, ninguno de estos aspectos se podrían manifestar.
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