Episoder

  • Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablemos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada.

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  • Soñar no cuesta nada

    "Siempre miraba en la puerta
    en el suelo a la entrada
    por si había algún papelito
    por si se te había ocurrido pasar
    por si habías sentido la necesidad de pasar
    y siempre que volvía de Viña
    tenía el sueño de encontrarte ahí
    sentada en la puerta
    sentada en la escalera
    y siempre te saludaba
    y así me aliviaba,
    en una ínfima medida me aliviaba.

    también cuando los perros ladraban mucho
    pensaba que eras tú
    que podías ser tú
    porque así le ladran los perros a las personas que no conocen
    y el viento en las ramas del damasco
    y en las hojas
    y el viento en las plantas
    también eras tú
    también podías ser tú
    y los perritos que vienen a pedir cáscaras de queso
    también podías ser tú
    pero nunca fuiste tú

    nunca en ninguno de estos casos fuiste tú
    siempre fue el viento
    y los perritos
    y los pasos de otras personas
    y los ladridos para otras personas
    y ya no te confundo con los pies de los perritos
    y ya no te confundo con el viento entre las ramas
    y ya no te confundo con el viento entre las hojas
    y ya no te confundo con el viento entre las plantas
    y ya no te confundo conmigo
    y ya no me confundo contigo
    y ya no nos confundo a los dos. "

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  • Así que, cuando nada salva, en ese lugar donde siempre estoy sola y son las tres de la mañana, no busco alivio. Tan sólo recuerdo aquella tarde y hago lo que dijo mi padre: contemplo al enemigo y me quedo quieta. Después, como todo el mundo, sobrevivo.
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    Quieta
    He pensado a menudo en esta escena; un atardecer de cuando yo empezaba a ser adolescente y estaba en mi dormitorio apenada por, supongo, algún novio, mi padre entró, se sentó a mi lado y me dijo que todo lo que tenía que hacer para dejar de estar triste era pensar, una por una, en todas las escenas que me habían provocado esa tristeza. Que repasara el dolor, una y otra vez, hasta gastarlo: «Hasta que, cuando pienses en eso, ya no te produzca nada», dijo. Después se levantó y se fue. ¿Pudo haberme aniquilado? Pudo. Me dio, en cambio, templanza y voluntad de sobreviviente. Hay un poema, llamado «Desiderata», del poeta chileno Claudio Bertoni, que dice: «Piensas que despertar te va a aliviar / y no te alivia / piensas que dormir te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el desayuno te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el pensamiento te va a aliviar / y no te alivia / piensas que hacer un trámite te va a aliviar / y no te alivia / […] / piensas que el sol te va a aliviar / y no te alivia / piensas que llover te va a aliviar / y no te alivia / piensas que conversar te va a aliviar / y no te alivia / piensas que oír las noticias te va a aliviar / y no te alivia / […] / piensas que el tiempo te va a aliviar / y no te alivia». El dolor es el dios que a menudo nos convoca. Cuando toca caminar en medio de un valle de sombra de muerte, cuando no está claro qué parte de mí soy yo o el monstruo que me habita, sé —lo sé— que nada alivia. Ni despertar ni dormir ni tomar desayuno ni pensar ni hacer un trámite ni el sol ni la lluvia ni hablar ni quedarse muda. Así que, cuando nada salva, en ese lugar donde siempre estoy sola y son las tres de la mañana, no busco alivio. Tan sólo recuerdo aquella tarde y hago lo que dijo mi padre: contemplo al enemigo y me quedo quieta. Después, como todo el mundo, sobrevivo.
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    Este texto fue publicado por primera vez en el periódico "el País", en la columna semanal de Guerriero, posteriormente publicado en su libro "Teoría de la gravedad" que recoge algunos textos de ella. 

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  • No tienes tú la culpa si en tus manos
    mi amor se deshojó como una rosa:
    Vendrá la primavera y habrá flores...
    El tronco seco dará nuevas hojas.

    Las lágrimas vertidas se harán perlas
    de un collar nuevo; romperá la sombra
    un sol precioso que dará a las venas
    la savia fresca, loca y bullidora.

    Tú seguirás tu ruta; yo la mía
    y ambos, libertos, como mariposas
    perderemos el polen de las alas
    y hallaremos más polen en la flora.

    Las palabras se secan como ríos
    y los besos se secan como rosas,
    pero por cada muerte siete vidas
    buscan los labios demandando aurora.

    Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
    ¡Y toda primavera que se esboza
    es un cadáver más que adquiere vida
    y es un capullo más que se deshoja!

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  • Señor, mi queja es ésta,
    Tú me comprenderás;
    De amor me estoy muriendo,
    Pero no puedo amar.

    Persigo lo perfecto
    En mí y en los demás,
    Persigo lo perfecto
    Para poder amar.

    Me consumo en mi fuego,
    ¡Señor, piedad, piedad!
    De amor me estoy muriendo,
    ¡Pero no puedo amar!

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  • Ahora quiero amar algo lejano...
    Algún hombre divino
    Que sea como un ave por lo dulce,
    Que haya habido mujeres infinitas
    Y sepa de otras tierras, y florezca
    La palabra en sus labios, perfumada:
    Suerte de selva virgen bajo el viento...

    Y quiero amarlo ahora. Está la tarde
    Blanda y tranquila como espeso musgo,
    Tiembla mi boca y mis dedos finos,
    Se deshacen mis trenzas poco a poco.

    Siento un vago rumor... Toda la tierra
    Está cantando dulcemente... Lejos
    Los bosques se han cargado de corolas,
    Desbordan los arroyos de sus cauces
    Y las aguas se filtran en la tierra
    Así como mis ojos en los ojos
    Que estoy sonañdo embelesada...

    Pero
    Ya está bajando el sol de los montes,
    Las aves se acurrucan en sus nidos,
    La tarde ha de morir y él está lejos...
    Lejos como este sol que para nunca
    Se marcha y me abandona, con las manos
    Hundidas en las trenzas, con la boca
    Húmeda y temblorosa, con el alma
    Sutilizada, ardida en la esperanza
    De este amor infinito que me vuelve
    Dulce y hermosa...

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  • Voy a dormir
    Alfonsina Storni

    Dientes de flores, cofia de rocío, 
    manos de hierbas, tú, nodriza fina, 
    tenme prestas las sábanas terrosas 
    y el edredón de musgos escardados. 

    Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. 
    Ponme una lámpara a la cabecera; 
    una constelación; la que te guste; 
    todas son buenas; bájala un poquito. 

    Déjame sola: oyes romper los brotes… 
    te acuna un pie celeste desde arriba 
    y un pájaro te traza unos compases 

    para que olvides… Gracias. Ah, un encargo: 
    si él llama nuevamente por teléfono 
    le dices que no insista, que he salido…

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  • Espero curarme de ti

    Espero curarme de ti en unos días.
    Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible.
    Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
    Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

    ¿Te parece bien que te quiera nada más una semana?
    No es mucho, ni es poco, es bastante.
    En una semana se puede reunir todas las palabras de amor
    que se han pronunciado sobre la tierra
    y se les puede prender fuego.
    Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado.
    Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor
    están entre dos gentes que no se dicen nada.

    Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral
    y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero
    cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”,
    “¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”.
    Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías,
    te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”).

    Una semana más para reunir todo el amor del tiempo.
    Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras:
    guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura.
    No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana
    para entender las cosas. Porque esto es muy parecido
    a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

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  •  ... En medio del odio descubrí que había, dentro de mí, un amor invencible. En medio de las lágrimas descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible. Me di cuenta a pesar de todo eso... En medio del invierno descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta.

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  • Réquiem

    Ningún cielo extranjero me protegía, 
    ningún ala extraña escudaba mi rostro, 
    me erigí como testigo de un destino común, 
    superviviente de ese tiempo, de ese lugar. 

    EN LUGAR DE UN PRÓLOGO
    En los terribles años del terror de Yezhov hice cola durante siete meses delante de las cárceles de Leningrado. Una vez alguien me "reconoció". Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, 
    que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja): 
    -¿Y usted puede describir esto?
    Y yo dije: 
    -Puedo. 

    Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro. 

    DEDICATORIA
    Un dolor semejante podría mover montañas, 
    e invertir el curso de las aguas, 
    pero no puede hacer saltar estos potentes cerrojos 
    que nos impiden la entrada a las celdas 
    atestadas de condenados a muerte...
    Para algunos puede soplar el viento fresco, 
    para otros la luz solar se desvanece en el ocio,
    pero nosotras, asociadas en nuestro espanto, 
    sólo escuchamos el chirriar de las llaves 
    y las pisadas de las recias botas de la soldadesca. 
    Como si nos levantáramos para misa primera, 
    día a día recorríamos el desierto, 
    andando la calle silenciosa y la plaza, 
    para congregarnos, más muertas que vivas. 
    El sol había declinado, el Neva se había opacado 
    y la esperanza cantaba siempre a lo lejos. 
    ¿Que sentencia se dictó?... Ese gemido, 
    ese repentino fluir de lágrimas femeninas,
    señala a una distinguiéndola del resto, 
    como si la hubieran derribado,
    arrancándole el corazón del pecho. 
    Entonces déjenla ir, trastabillando, a solas. 
    ¿En dónde estarán ahora mis innombrables amigas
    de aquellos dos años de estadía en el infierno?
    ¿Qué espectros se burlan de ellas ahora, en medio 
    de la furia de las nieves siberianas, 
    o en el círculo nublado de la luna?
    ¡A ellas les lloro, Hola y Adiós! .

    Introducción

    Era aquella una época en que sólo los muertos
     podían sonreír, liberados de las guerras;
     y el emblema, el alma de Leningrado,
     pendía afuera de su casa-prisión; 
    y los ejércitos de cautivos, 
    pastoreados en los patios ferroviarios, 
    se evadían de la canción entonada por el silbato de la máquina,  
    cuyo refrán iba así: ¡Váyanse parias! 
    Las estrellas de la muerte pendían sobre nosotros.
     Y Rusia, la inocente, la amada, se contorsionaba
     bajo las huellas de botas manchadas de sangre, 
    bajo las ruedas de las Marías Negras. 

     1 

    Llegaron al amanecer y te llevaron consigo. 
    Ustedes fueron mi muerte: yo caminaba detrás.
     En el cuarto oscuro gritaban los niños,
     la vela bendita jadeaba. 
    Tus labios estaban fríos de besar los iconos,
     el sudor perlaba tu frente: ¡Aquellas flores mortales!
     Como las esposas de las huestes de Pedro el Grande me pararé 
    en la Plaza Roja y aullaré bajo las torres del Kremlin. 

    Apaciblemente fluye el Don Apacible; 
    hasta mi casa se escurre la luna amarilla. 
    Brinca el alféizar con su gorra torcida 
    y se detiene en la sombra, esa luna amarilla. 
    Esta mujer está enferma hasta la médula, 
    esta mujer está completamente sola, 
    con el marido muerto, y el hijo distante 
    en prisión. Rueguen por mí. Rueguen.

     3

     No, no es la mía: es la herida de otra gente. 
    Yo nunca la hubiera soportado. Por eso,
     llévense todo lo que ocurrió, escóndanlo, entiérrenlo. 
    Retiren las lámparas... Noche. 


    4

     Ellos debieron haberte mostrado —burlona, 
    delicia de tus amigos, ladrona de corazones,
     la niña más traviesa del pueblo de Pushkin— 
    esta fotografía de tus años aciagos, 
    de cómo te colocas junto a un muro hostil, 
    entre trescientos a

  • 1

    Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
    Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
    Revela insensibilidad. El que ríe
    Es que no ha oído aún la noticia terrible,
    Aún no le ha llegado.

    ¡Qué tiempos estos en que
    Hablar sobre árboles es casi un crimen
    Porque supone callar sobre tantas alevosías!
    Ese hombre que va tranquilamente por la calle,
    ¿Lo encontrarán sus amigos
    Cuando lo necesiten?

    Es cierto que aún me gano la vida.
    Pero, creedme, es pura casualidad. Nada
    De lo que hago me da derecho a hartarme.
    Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara, estaría perdido.)
    Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
    Pero ¿cómo puedo comer y beber
    Si al hambriento le quito lo que como
    Y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
    Y, sin embargo, como y bebo.

    Me gustaría ser sabio también.
    Los viejos libros explican la sabiduría:
    Apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
    Sin inquietudes nuestro breve tiempo.
    Librarse de la violencia,
    Dar bien por mal,
    No satisfacer los deseos y hasta
    Olvidarlos: tal es la sabiduría.
    Pero yo no puedo hacer nada de esto:
    Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

    2

    Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
    Cuando el hambre reinaba.
    Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
    Y me rebelé con ellos.
    Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.


    Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
    Entre los asesinos dormí.
    Hice el amor sin prestarle atención
    Y contemplé la naturaleza con impaciencia. Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.

    En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
    La palabra me traicionaba al verdugo.
    Poco podía yo. Y los poderosos
    Se sentían más tranquilos sin mí. Lo sabía
    Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.

    Escasas eran las fuerzas. La meta
    Estaba muy lejos aún.
    Ya se podía ver claramente, aunque para mí
    Fuera casi inalcanzable.
    Así pasé el tiempo
    Que me fue concedido en la tierra.

    3

    Vosotros, que surgiréis del marasmo
    En el que nosotros nos hemos hundido,
    Cuando habléis de nuestras debilidades,
    Pensad también en los tiempos sombríos
    De los que os habéis escapado.
    Cambiábamos de país como de zapatos
    A través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
    Donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
    Y, sin embargo, sabíamos
    Que también el odio contra la bajeza desfigura la cara.
    También la ira contra la injusticia
    Pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
    Que queríamos preparar el camino para la amabilidad
    No pudimos ser amables.
    Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
    En que el hombre sea amigo del hombre,
    Pensad en nosotros
    Con indulgencia.

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  • Holita, en este espisodio te leo fragmentos de "Primavera con una esquina rota", con la finalidad de que te genere ganas de leerlo completo.
    Este libro me ha hecho emocionarme, reír y también sufrir por todas la desgracias de LATAM, habla del dolor del exilio y la separación, la libertad y su ausencia, el autoritarismo y la represión, pero sobre todo del amor, la pasión y la familia. Posee una calidad narrativa y exquisita y unos personajes entrañables.
    Una chulada, si te gusta comparte, suscríbete y dale mucho amor.
    Lean y amen ♥

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  • Texto Publicado en Instrucciones para vivir en México, compilado por Guillermo Sheridan. México: Editorial Joaquín Mortiz, 1990.

    Jorge Ibargüengoitia
    (Guanajuato, México, 1928 - Madrid, 1983)

    Malos Hábitos
    Levantarse temprano

    El viernes pasado encontré en Revista de Revistas un artículo escrito por mi buen amigo Loubet que es una especie de oda a los que se levantan temprano. Además de bien escrito está bien ilustrado. Allí aparecen los panaderos, los lecheros, los barrenderos, los que van a hacer ejercicio en Chapultepec, los niños que piden aventón para llegar a clase de siete, etcétera.
          Esta lectura, unida a la circunstancia de que hoy tuve que levantarme a las cinco de la mañana, me han hecho recapacitar y llegar a la conclusión de que francamente, levantarse temprano no sólo es muy desagradable, sino completamente idiota.
          Ahora comprendo que los últimos veinte anos los he pasado en un mundo dado a la molicie.
          —Paso por ti cuando reviente el alba. Es decir, a las nueve y media de la mañana —dicen mis amigos.
          Pues sí, un mundo dado a la molicie del que no pienso salir.
          Los efectos de madrugar son de muchas índoles, pero todos ellos corrosivos de la personalidad. Hay quien se levanta temprano a fuerzas, se para frente al espejo a bostezar y a arreglarse el cabello y la cara con el objeto de dar la impresión de que se lavó. Este intento generalmente es patético. Si alcanza lugar sentado en el camión que lo lleva al trabajo se duerme sobre el hombro del vecino, desayuna en la esquina del lugar donde trabaja unos tamales, o bien dos huevos crudos metidos en jugo de naranja -que es una mezcla que produce cáncer en el intestino delgado- pasa la mañana sintiéndose infeliz, trabajando un poquito y quitándose las lagañas; se va de bruces en el camión de regreso, a las seis de la tarde.
          Los que se levantan temprano a fuerzas constituyen un grupo social de descontentos, en donde se gestarían revoluciones si sus miembros no tuvieran la tendencia a quedarse dormidos con cualquier pretexto y en cualquier postura. En vez de revolucionar, gruñen y dicen que el destino les hizo trampa.
          Los que madrugan por gusto son peores.
          —Yo siento que la cama materialmente me avienta a las cinco de la mañana.
          —Mal veo despuntar el sol, brinco de la cama, abro la ventana y pregunto “¿solecito, solecito, qué quieres de mí hoy?”
          —Cuando me estoy rasurando oigo el canto del primer jilguero, después, un regaderazo con agua helada, me seco con una toalla especial de ixtle para que me abra el poro, y por último mi té de boldo. Quedo como nuevo.
          Esta clase de gente tiene la costumbre de salir a la calle de noche y caminar con paso vivaz por el centro del asfalto —le temen a la banqueta, porque creen que hay gente agazapada en los zaguanes, lista para asaltarlos; no se dan cuenta de que los asaltantes están dormidos a esa hora— dejan a su paso una estela de agua de Colonia o talco desodorante que queda flotando en el ambiente hasta que pasa el primer autobús. Van a misa de cinco, a la Adoración Nocturna, a hacer ejercicio, a pasear un perro desmañanado, o, peor todavía, a despertar al velador del edificio para que les abra el despacho.
          Son por lo general, gente de dinero y creen que la fortuna que tienen se las concedió Dios nomás por el gusto que le da verlos levantarse temprano. Aconsejan esta práctica saludable a todo el que encuentran -en realidad no tienen otro tema de conversación, inventarían refranes si pudieran, como no pueden, repiten el consabido de “al que madruga, Dios le ayuda”, que es una afirmación que carece de fundamento histórico.
          Esta clase de personajes también tiene la tendencia a obligar niños a que les piquen la panza con el dedo.
          —Mira niño, es como de fierro. Aprende: estoy así porque me levanto temprano. Tengo sesent

  • El cuento pertenece al libro "El hombre ilustrado" de Ray Bradbury, lo puedes descargar y leer el cuento completo acá.

    «¿Tienes miedo? -No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.
    -¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla? 
    -No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
    -No hemos sido tan malos ¿no es cierto? 
    -No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.»

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  • Se recomienda escuchar el audio a la par que se sigue la lectura.
    El ensayo completo lo puedes descargar acá: https://drive.google.com/file/d/1xCh6VzyLCuqftOn79HNHkKMWlCEX5m_3/view?usp=sharing

    Algunas notas del ensayo:

    «Puede decirse que nuestro problema no consiste sola ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo.»

    «Hay un verdadero abismo de la acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a la «causa» absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión.»

    «Lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto.»

    «Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.»

    «En el carnaval de miseria y derroche propio del capitalismo tardío se oye a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad.»

    «Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón.»

    «En medio del pesimismo de nuestra época surge la lucha de los proletarios que ya saben que un trabajo insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores; surge la rebelión magnífica de las mujeres que no aceptan una situación de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado.»

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  • El texto completo lo puedes leer acá:
    Coral Herrera Gómez Blog : Nunca te enamores de un votante de (extrema) derecha (haikita.blogspot.com) 

    1.-La mayoría se define como "conservadores", es decir, quieren que todo siga como está, sin cambios.

    2. Sienten un profundo desprecio hacia la gente que cree y lucha por un mundo mejor.
    3. Sufren todas las enfermedades de transmisión social, pero no buscan tratamiento para su odio.
    4. Creen que tus impuestos no son para que tú vivas mejor:
    5. por eso apoyan la evasión fiscal y las bajadas de impuestos para ricos.
    6. Creen que el motor de la economía son los grandes banqueros y empresarios, pero entienden que ellos están para recibir dinero, no para contribuir al desarrollo de un país.
    7. Creen que los empresarios y los políticos tienen derecho a robar del dinero que ponemos entre todos y todas, porque para eso están en el poder.
    8. Creen que si no has triunfado en la vida, es porque realmente no quieres. Los votantes de derechas desprecian profundamente a los pobres.
    9. Si no tienes dinero para pagarte unas gafas, unos audífonos, una silla de ruedas o un tratamiento dental, si no puedes curarte un cáncer ni tienes para un seguro médico, pensarán: "jodeté, no te has esforzado lo suficiente".
    10. Creen que tu pobreza es inevitable, y necesaria.
    11. Creen que los ricos son gente que se esfuerza y trabaja mucho, y por tanto se merecen acaparar los recursos de un país.
    12. Se oponen a la renta básica universal porque si todo el mundo tuviera ingresos y por tanto, derechos, ¿a quién explotarían esos grandes empresarios?
    13. Si eres mujer, recuerda que los votantes de derechas se oponen a los derechos de las mujeres y de las niñas.
    14. Defienden con ardor el derecho de los embriones a nacer, pero una vez que nacen, no quieren ni oír hablar de los derechos de la infancia.
    15. No sólo están en contra del derecho a tener una vida digna, sino que también están en contra del derecho a una muerte digna.
    16. Están en contra del derecho al amor y al matrimonio igualitario.
    17. Si necesitas cuidados médicos, recuerda que los votantes de derechas están en contra del derecho universal a la salud.
    18. Si quieres estudiar, recuerda que están en contra del derecho universal a la educación.
    19. Los votantes de derechas creen que los derechos humanos son solo para unos pocos, y creen que son una oportunidad de negocio increíbe.
    20. No podrás nunca construir una relación igualitaria: los de derechas creen que unas personas son superiores a otras, y que las superiores tienen derecho a dominar, explotar y abusar de las inferiores.
    21. Son tan misóginos y machistas que creen que las mujeres  son culpables de las agresiones que sufren.
    22. Los votantes de derechas practican la caridad y no la justicia social.
    23. Les encanta la violencia: muchos de los votantes de derechas creen que tienen derecho a torturar animales o asistir a espectáculos en los que se les tortura.
    24. Son negacionistas de la violencia machista y del cambio climático.
    25. Creen que es más importante la economía que tu vida, y la vida de la gente, pero cuando hablan de "la economía", se refieren a las finanzas de los ricos, no a la economía de la población.
    26. Defienden las guerras "porque la venta de armas estimula la economía".
    27. Defienden el saqueo de los países más pobres por parte de las transn

  • PARA LOS QUE llegan a las fiestas
    ávidos de tiernas compañías,
    y encuentran parejas impenetrables
    y hermosas muchachas solas que dan miedo
    —pues uno no sabe bailar, y es triste—;
    los que se arrinconan con un vaso
    de aguardiente oscuro y melancólico,
    y odian hasta el fondo su miseria,
    la envidia que sienten, los deseos;

    para los que saben con amargura
    que de la mujer que quieren les queda
    nada más que un clavo fijo en la espalda
    y algo tenue y acre, como el aroma
    que guarda el revés de un guante olvidado;

    para los que fueron invitados
    una vez; aquellos que se pusieron
    el menos gastado de sus dos trajes
    y fueron puntuales; y en una puerta,
    ya mucho después de entrados todos,
    supieron que no se cumpliría
    la cita, y volvieron despreciándose;

    para los que miran desde afuera,
    de noche, las casas iluminadas,
    y a veces quisieran estar adentro:
    compartir con alguien mesa y cobijas
    o vivir con hijos dichosos;
    y luego comprenden que es necesario
    hacer otras cosas, y que vale
    mucho más sufrir que ser vencido;

    para los que quieren mover el mundo
    con su corazón solitario,
    los que por las calles se fatigan
    caminando, claros de pensamientos;
    para los que pisan sus fracasos y siguen;
    para los que sufren a conciencia
    porque no serán consolados,
    los que no tendrán, los que pueden escucharme;
    para los que están armados, escribo.
    Los demonios y los días, 1956

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  • Silencio

    Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un pro­grama, frágil punto que mal nos une al súbitamente im­probable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tie­ne vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.

    Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanque­ce todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan hue­lla. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silen­cio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.

    La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las úl­timas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más dis­tantes.

    Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomo­darán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con espe­ranza por las escaleras.

    Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. En­tonces él, el silencio, aparece.

    El corazón late al reconocerlo.

    Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al princi­pio el silencio parece aguardar una respuesta —cómo ar­demos por ser llamados a responder—, pronto se descu­bre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzga­dos por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justifi­caciones forzadas, humildes disculpas hasta la indigni­dad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y se: perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.

    Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su in­dignidad. Él es el silencio.

    Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, ho­rror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.

    Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si es­tuviéramos en un navio tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navio. Y éste navegara tan lar­gamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que as venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El cora­zón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Sólo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando ést


  •  | No te quedes inmóvil |  | 
     | al borde del camino |  | 
     | no congeles el júbilo |  | 
     | no quieras con desgana |  | 
     | no te salves ahora |  | 
     | ni nunca |  | 
     | no te salves |  | 
     | no te llenes de calma |  | 
     | no reserves del mundo |  | 
     | sólo un rincón tranquilo |  | 
     | no dejes caer los párpados |  | 
     | pesados como juicios |  | 
     | no te quedes sin labios |  | 
     | no te duermas sin sueño |  | 
     | no te pienses sin sangre |  | 
     | no te juzgues sin tiempo |  | 


     | pero si |  | 
     | pese a todo no puedes evitarlo |  | 
     | y congelas el júbilo |  | 
     | y quieres con desgana |  | 
     | y te salvas ahora |  | 
     | y te llenas de calma |  | 
     | y reservas del mundo |  | 
     | sólo un rincón tranquilo |  | 
     | y dejas caer los párpados |  | 
     | pesados como juicios |  | 
     | y te secas sin labios |  | 
     | y te duermes sin sueño |  | 
     | y te piensas sin sangre |  | 
     | y te juzgas sin tiempo |  | 
     | y te quedas inmóvil |  | 
     | al borde del camino |  | 
     | y te salvas |  | 
     | entonces |  | 
     | no te quedes conmigo. |  

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