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41 Jesús, sentado frente al tesoro, observaba cómo la multitud echaba monedas en el tesoro. Muchos ricos echaban grandes cantidades. 42 Pero una viuda pobre se acercó y echó dos moneditas de muy poco valor. 43 Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad les digo que esta viuda ha echado en el tesoro más que todos los demás. 44 Porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía, toda su vida» (Mc 12,41-44).
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Actualmente la palabra “amor” es una palabra que se ha interpretado de tantas maneras y ha perdido su originalidad.
Hablar con propiedad de Dios-Amor-Unidad, es imposible. Intentar llegar a Dios con nuestros conceptos es inútil. La manera de trascender el lenguaje es la vivencia. Solo una vida de humildad, caridad y fe nos puede llevar a descubrir el Amor de Dios. “Escucha, Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas” es decir con todo nuestro ser. Solo conociendo el amor de Dios desde la experiencia profunda e intima se puede balbucear lo que es el amor de Dios porque Dios es amor en su esencia. -
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En la última etapa del camino de Jesús hacia Jerusalén, donde se consumará la Pasión, se manifiesta la fe de una mujer cananea (7,29); y luego, la fe del hijo de Timeo, un judío ciego, en la ciudad de Jericó. Por un lado, tenemos la fuerza de la fe de una pagana, y por otro, la fuerza de la fe de un judío. Se trata de un ciego que no lo ha sido desde su nacimiento. De hecho, a la pregunta de Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?”, él responde: “¡Que pueda ver de nuevo!” (10,51).
Marcos, al presentarnos al hijo de Timeo, nos invita a darnos cuenta de que estamos frente a un personaje tanto simbólico como real. Alguien que antes veía, pero que ahora ya no puede ver. Alguien que ha perdido todo apoyo, siendo víctima de la frustración y la depresión, ahora vislumbra una solución. Alguien que había perdido el deseo de reaccionar y enfrentarse a la vida, dedicándose solo a pedir limosna, ahora percibe que su situación puede cambiar. Su sufrimiento lo ha mantenido alerta hasta que escucha hablar de Jesús, el Nazareno (10,47). -
La reflexión de este domingo, en ocasión de la Jornada Mundial de las Misiones, se centra en el cuarto cántico del Siervo del Señor de Isaías 53, que describe el sufrimiento de un inocente en favor de los culpables. La justicia humana se ve trastocada, y nos enfrentamos a un Dios que parece irreconocible por su perdón hacia una humanidad ingrata y violenta. La confianza en Dios tambalea, pero su Palabra nos invita a ver en este sufrimiento la obra salvadora del Siervo, es decir, Jesús, quien se ofreció voluntariamente para nuestra redención.
Jesús responde a la petición de poder de los discípulos Santiago y Juan explicando que el verdadero amor consiste en el servicio y el sacrificio. Así como el Hijo de Dios se inclinó para lavar los pies de la humanidad y ofrecer su vida, los discípulos también están llamados a seguir su ejemplo de humildad y servicio. -
La escena se abre con un joven que, con el corazón lleno de deseo, se acerca a Jesús y le pregunta: "¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?" Esta pregunta resuena en lo profundo de cada uno de nosotros, como un eco que nos invita a buscar significado y propósito en nuestra vida. La búsqueda de algo más grande es innata en nuestro ser, un viaje que nos une en una comunidad de buscadores.
Reconociendo en Jesús al "Maestro bueno", el joven manifiesta una conciencia de su autoridad y bondad. Pero Jesús, con gran sabiduría, lo invita a reflexionar: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno solo: Dios." Con estas palabras, no solo revela su divinidad, sino que nos recuerda que la verdadera bondad es un don que proviene de lo Alto. Es una invitación a reconocer que no podemos conquistarla solo a través de nuestras acciones, sino que debemos abrir nuestros corazones a Dios. -
"Dios es infinitamente donación.
Todo lo que hace fuera de sí mismo no es más que un don.
Siendo el Bien supremo, se difunde de manera suprema;
es todo comunión y participación."
Padre Giacomo Spagnolo
Las lecturas del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario hablan sobre el hombre y la mujer.
En particular, el Evangelio nos lleva a la región de Judea, más allá del Jordán, como precisa el Evangelista al inicio. De hecho, el versículo 1 proporciona el contexto fundamental dentro del cual se insertan los pasajes del décimo capítulo del Evangelio según Marcos: Jesús se dirige ahora decididamente a Jerusalén, dispuesto a enfrentar todas las consecuencias de su enseñanza y de sus decisiones.
Este pasaje vuelve a presentar el significado profundo y los compromisos del matrimonio según el plan original de Dios. Se habla del hombre y la mujer, y los opositores de Jesús buscan ponerlo en aprietos con preguntas insidiosas. Los fariseos discutían sobre una norma dejada por Moisés que permitía la posibilidad de repudiar a la mujer en caso de que ocurriera algo vergonzoso. A menudo se piensa que en estos casos la ley puede resolver la cuestión, y de este modo nacen normas sobre normas y, sobre todo, alineamientos ideológicos. De hecho, los fariseos pretenden que Jesús se posicione ya sea con los más estrictos de la escuela de Shammai, que consideraban vergonzoso y pasible de repudio solo el adulterio declarado, o con los más liberales de la escuela de Hillel, que opinaban que bastaba con cualquier ofensa al marido. -
Jesús se presenta como un hombre sin barreras, es inclusivo, capaz de recuperar a las personas, sean cuales sean sus condiciones sociales y religiosas porque Dios es un Dios para todos; por eso, hoy nos invita a vivir la acogida recíproca, la tolerancia, el respeto a los más débiles y la fidelidad al Espíritu de Cristo.
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Pero ellos no comprendían estas palabras y tenían miedo de PEDIRLE explicaciones... Les preguntó: '¿De qué discutían por el camino?' Y ellos callaban. En efecto, por el camino habían discutido entre ellos quién era el más grande". Normalmente, quien no entiende pregunta, pide explicaciones. Pero aquí, el miedo, además de hacerlos sordos, también los hace mudos. Sus discípulos tienen ese espíritu que, en el pasaje anterior, no podían expulsar del muchacho. Jesús, aunque acompañado por los suyos, en realidad está solo, no es comprendido por quienes están más cerca de Él. Así que se comunica con un gesto, como se hace con los sordomudos: quiere desenmascarar al demonio mudo, que cierra a los discípulos a la Palabra insinuando otra palabra, una palabra de poder que confunde la grandeza con el éxito y permanece en silencio ante la debilidad, el límite y la entrega al otro.
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Jesús se encuentra hablando con sus discípulos. La cuestión es saber: ¿Quién dice la gente que soy? Y ustedes: ¿Quién dicen que soy yo? Ir descubriendo la identidad de Jesús es también descubrir nuestra propia identidad.
Pedro es quien toma la palabra y, delante de todos, dice: "Tú eres el Mesías". Jesús invita a guardar silencio y revela abiertamente el futuro que debe atravesar. Con franqueza, habla de su pasión y muerte, porque esa también es parte de su propia identidad. En el corazón de Pedro entra el miedo y la incertidumbre; por eso, habla con Jesús en privado y pretende adelantarse en el camino pascual de Jesús para disuadirlo. En ese momento, Jesús reprende a Pedro y le dice que debe ir detrás de Él.
Es entonces cuando Jesús incluye a la multitud en el diálogo y habla precisamente de lo que había encomendado a sus discípulos guardar en silencio: su identidad como Mesías. Esto ocurre después de hablar de la cruz, porque no se puede hablar de la identidad de Jesús sin la cruz. No hay verdadero seguimiento de Jesús sin el encuentro con el Jesús crucificado. -
«Effatà»: ábrete a la vida
En el relato evangélico de este domingo, Jesús elige un camino que está fuera de la tradición religiosa de Israel; recorre las fronteras de Galilea, encontrando la parte más íntima de cada hombre que va más allá de cualquier división política, cultural, religiosa y racial. Él acaba de vivir esta experiencia con la mujer sirofenicia.
Le traen a un sordo mudo. Un hombre que no puede comunicarse, aislado, prisionero del silencio, una vida sin palabras y sin música, una vida a medias, pero tiene amigos, una comunidad que le quiere y lo lleva ante Jesús. A Jesús nunca llegamos solos; siempre necesitamos a alguien que nos lleve, que camine con nosotros.
Este sordo mudo, encerrado en su silencio, se parece un poco a todos nosotros, cuando nos da ganas de cerrar la comunicación, cuando no podemos expresar lo que sentimos por dentro, cuando ya no queremos escuchar palabras violentas, inútiles, malas. En una cultura en la que prevalecen palabras falsas, estamos tentados a encerrarnos en nosotros mismos, aislarnos.
Y le rogaban que le impusiera las manos. Pero Jesús hace mucho más. Lo toma, probablemente de la mano, y lo lleva a un lado, lejos de la multitud; le muestra una atención especial, el maestro está totalmente para él, y comienzan a comunicarse así, sin palabras, solo con miradas.
Siguen gestos muy corporales, íntimos, casi “arriesgados”: Jesús pone los dedos en los oídos del sordo mudo. Los dedos: como el alfarero que modela delicadamente el barro que ha moldeado, como los dedos de Dios en la creación, los dedos en los oídos del sordo mudo dicen la obra de Dios.
Luego, con la saliva, toca su lengua. Jesús le da algo suyo, que está en su boca: la saliva, el aliento, la palabra, son símbolos de la vida.
Los gestos de Jesús expresan una intimidad profunda. Y quizás ese mutismo expresa precisamente la necesidad de relaciones verdaderas y sinceras.
Jesús en ese silencio y con esos gestos entrega a ese hombre la única palabra necesaria: «Effatà, ábrete». Ábrete, como se abre una puerta al huésped, el cielo después de la tormenta, los brazos a un abrazo. Ábrete a tus cerraduras, a las relaciones difíciles y que te han decepcionado. Sal de tu soledad, ábrete a los demás, a Dios y al mundo que tienes delante con lo que eres, con tus heridas, con tus límites, con tus cualidades y potencialidades. Ábrete a la vida.
Una vida curada florece como una flor: «Y al instante se le abrieron los oídos, se le desató el nudo de la lengua». Primero los oídos. Porque el primer elemento en la relación con los demás y con Dios es la escucha. Sin ella, no hay relación verdadera.
Pidamos al Señor que nos ayude a romper nuestras resistencias y a dejarnos llevar a un lado, solos con Él; que toque nuestros oídos y nuestra lengua, ponga en nosotros su vida. Como el joven Salomón, pidamos un corazón dócil, capaz de escuchar (1Re 3,9). Porque es del corazón de donde nace la escucha, y de la escucha una relación más profunda, humana y fraterna. -
Las palabras de Jesús son claras, pero los discípulos no entienden y cuando están a solas con él, lejos de la multitud (cf. 7,18), le piden explicaciones; lo que no aceptan es lo que estas palabras exigen de sus vidas. Se trata de desechar ciertas tradiciones y no sólo comportarse como no judíos al comer. Jesús está derribando las barreras levantadas por los padres y sus palabras afirman un universalismo que los discípulos sólo comprenderán después de la resurrección, cuando se encuentren evangelizando el mundo.
Vivimos en un período de continuas transformaciones y de peligro para la autenticidad de la fe. La fe no se defiende levantando vallas, sino con la oración, la reflexión y celo apostólico.
Jesús nos enseña a vivir en feliz armonía el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo y nos invita a mirar la vida y el mundo a partir de nuestro corazón, pidiéndo a Dios que lo purifique para que cree en nosotros un corazón puro y renueve un espíritu firme (cf. Sal 50, 12) para hacer el mundo más limpio. -
Una respuesta que también ilumina nuestras vidas en la hora de la crisis. ¿Dónde podemos ir, dónde está la salvación, dónde está el sentido de la vida, dónde podemos encontrar plenitud, paz y felicidad? Es decir, quien nos enseña a amar de verdad y donde se satisface nuestra sed de Dios es solo en Jesús. Solo podemos ir a Él, a Jesús, porque solo Él tiene las palabras de Vida y hemos creído y sabemos que Él es el Hijo de Dios. ¡Esta es la certeza de nuestra vida y es por esto que todo lo que hagamos sea para mayor gloria de Dios!
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P. Ermes Ronchi sugiere leer el pasaje sustituyendo el verbo "comer" por el verbo "amar". "Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él", se traduce entonces: quien ama mi humanidad se convierte en mi casa, el lugar donde el amor encuentra su hogar. Amar crea un hogar. Y esto vale tanto para Dios como para el hombre.
“La vida en su verdadero sentido no se tiene en uno mismo por sí solo, ni siquiera solo de sí mismo: es una relación. Y la vida en su totalidad es relación con Aquel que es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el mismo Amor, entonces estamos en la vida. Entonces ‘vivimos’.” (Benedicto XVI) -
Ir a Jesús atraídos por el Padre. Jesús fue enviado al mundo por el Padre y aquellos que van a Jesús son enviados y confiados a él por el Padre. Jesús ha venido para hacer la voluntad del Padre y la voluntad del Padre es la salvación de sus hijos e hijas. Quien cree en Jesús tendrá la vida eterna y será resucitado en el último día. El Padre, que es la fuente de la Vida, da la vida – ¡y la vida eterna! – a sus hijos e hijas a través del Hijo. Es el Padre quien atrae a todos hacia sí para que seamos hijos e hijas. La fe es la obra por excelencia del Padre en el corazón de los hijos (6, 29.37).
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En el evangelio de este domingo, Jesús nos indica que, para hacerlo, es necesario permanecer unidos a la fuente, al alimento que no perece.
La multitud alcanza nuevamente a Jesús desde el otro lado del lago, lo busca, porque ha experimentado ser alimentada y saciada con el alimento que Él les ha dado.
"Ustedes me buscan no porque han visto señales, sino porque han comido de esos panes y se han saciado".
Jesús dialoga con estas personas, las hace reflexionar sobre la experiencia de saciedad que han tenido con Él y se presenta como el pan enviado por el Padre para ser alimento que sacia: "el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo". -
Compartir para vivir
Estamos en el texto de la multiplicación de los panes, el cuarto signo del evangelio de Juan. El relato comienza anunciando que Jesús deja Jerusalén y se dirige «a la otra orilla del mar de Galilea», tierra de paganos. Jerusalén se había convertido en un lugar en el que las personas eran oprimidas y explotadas por el imperio romano. De esta manera, la multitud, siguiendo a Jesús, deja la tierra de la opresión y la explotación.
En realidad, esta multitud que sigue a Jesús, saliendo de Jerusalén, toma el camino opuesto. Se acercaba la fiesta de Pascua y cada judío debía ir a Jerusalén para celebrar el recuerdo de la liberación de Egipto, pero ya no era una fiesta de libertad y vida para el pueblo. De esta manera, Jesús preparó un escenario nuevo para celebrar la verdadera Pascua liberadora. La multitud ve cómo Jesús comunica la vida a los débiles, ve los signos que realiza y se siente atraída por la esperanza. En el tiempo del desierto, el pueblo sufría hambre. Aquel que da la vida se preocupa por lo necesario para vivir y se acerca a ellos.
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Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado: después de un tiempo de misión, los discípulos regresan y le cuentan a Jesús lo que han vivido. Jesús, con su manera amorosa, escucha atentamente lo que cuentan.
"Venid solos a un lugar desierto y descansad un poco": este pasaje nos muestra que tanto los discípulos como los misioneros de hoy no son personas extraordinarias, y necesitan tiempo de descanso para recuperar las fuerzas. Jesús se preocupa por las personas que lo siguen y quiere alejarlas de las multitudes, invitándolas a un lugar desierto. El tiempo de reposo de la misión es necesario e indispensable, porque también es un tiempo de reflexión y de restaurar las fuerzas. Tiempo para entrar en el desierto de nuestro corazón y reflexionar sobre nuestra acción misionera, tiempo de silencio, para revisar el camino y orientar los pasos del seguimiento.
Ellos se fueron solos, en barca, a un lugar desierto y apartado: el desierto no es solo un lugar de delicias y oasis, el desierto nos lleva al encuentro con nosotros mismos, con lo más profundo de nuestro ser. El desierto es éxodo y nos lleva al encuentro con la vida y la libertad. Es en el desierto, en la intimidad con Cristo, que la soledad propicia, que encontramos el sentido de nuestro actuar misionero y de nuestro ser. Para los misioneros y discípulos de Cristo, el desierto debe ser el puerto seguro, pero la multitud corre también allí porque tienen hambre del encuentro con Cristo y su Palabra. -
Muy interesante
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Interesante reflexion
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La vida está llena de mucha belleza y bondad, pero también está marcada por experiencias dolorosas, traumáticas, de soledad o angustia ante una situación de enfermedad incurable. Puede ser el profundo dolor y el llanto sin fin de quien ha perdido a un hijo en plena infancia o juventud, o de quien se siente impotente ante una difícil realidad que no está en sus manos resolver. A esto, a veces, se añade la depresión. Cualquier situación humana en la que no hay signo de vida, paz y alegría puede convertirse en tristeza, desesperación y muerte.
Palabra que Ilumina
La vida, a pesar de estos duros golpes, conserva una luz de esperanza y una fuerza oculta que permite emerger de todo aquello que no es vida, de lo que aflige y oprime el corazón, de lo que esclaviza, de esos momentos de oscuridad. Y quien hace posible lo que es imposible para el hombre es la presencia de Jesús.
En el evangelio de este domingo aparecen dos figuras femeninas: una mujer que sufre mucho desde hace 12 años a causa de una grave enfermedad: tenía hemorragias y, por lo tanto, pérdida de vida. Está afligida porque su condición es grave y parece que no hay esperanza de curación. La otra figura femenina es la hijita de doce años de Jairo, un jefe de la sinagoga, que está muriendo. Las dos mujeres protagonistas del evangelio están bloqueadas por la enfermedad y la muerte.
La mujer con hemorragia tiene un fuerte deseo de "tocar" las vestiduras de Jesús para "ser salvada" y se siente impulsada hacia la fuente de vida, y va hacia la persona que cree que puede curarla porque para ella la salvación es que el sangrado se detenga. Una fuerza emana de Jesús, y Él de inmediato la tranquiliza dándole vida en plenitud de salud a través de la fuerza de la fe, la confianza y el coraje de esta mujer. Jesús, además de sanar el cuerpo de la mujer, transforma su gesto desesperado en una relación liberadora con Él y al mismo tiempo la reintegra en la vida social.
Esta y otras curaciones manifiestan la amorosa cercanía de Dios en Jesús, quien no solo se deja tocar por quien busca la vida en Él, sino que él mismo toca a las personas. Esto sucedió con la hija de Jairo, un jefe de la sinagoga. Es Jesús mismo quien "toma de la mano" a la niña recién muerta y hace que la vida vuelva a fluir en el cuerpo y la sangre de la niña. Aquí también, además de "resucitar" a esa hija, Jesús restaura la plenitud de las relaciones porque, de hecho, el milagro ocurre en presencia de los padres a quienes se devuelve la niña.
Estos milagros nos revelan que a través del cuerpo de Jesús, Él da vida, levanta a los muertos, sana a los que sufren y libera de todo mal. Nosotros tenemos el don de su Palabra y de los Sacramentos que producen estos efectos en nuestra vida, aunque a veces no seamos completamente conscientes. Tocamos la humanidad de Jesús y, al tocarla, tocamos su divinidad y somos inevitablemente tocados por su divinidad que nos moldea, nos transforma, nos consuela, nos redime, nos absorbe porque su poder y ternura entran en nosotros.
Actuar
Nos pide a nosotros, como pidió a Jairo: "No temas, solo ten fe". Solo pide la confianza y el abandono a Él y a su Palabra. - Se mer