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(Antevíspera del Aniversario 101 de La Sonora Matancera)
«Parecía como si el cielo me estuviera bendiciendo con tantos premios y reconocimientos que se me dieron. Cada vez que recibía un honor, me preguntaba lo mismo que me pregunté la primera vez que subí al escenario del teatro Olympia en París», declara Celia Cruz en su autobiografía titulada Celia: Mi vida.1 Pero, antes de dar a conocer lo que la famosísima cantante se preguntó en aquella ocasión, ¿por qué no hacemos un breve repaso de los premios y reconocimientos que recibió en el transcurso de su carrera artística?
Comencemos con aquellos denominados premios:
Premio de Honor del Alcalde de Nueva York por Artes y Cultura; Premio Mujeres Hispanas Triunfadoras del gobernador de Nueva York; Premio Don Quijote del Consejo de la Herencia Hispana en Miami; Premio por Logros en su Trayectoria Artística de parte de la Institución Smithsonian; Premio a la Excelencia de parte de la cadena Univisión y Billboard; Premio Éxito de Vida de la Universidad de Panamá con beca artística en nombre suyo; Premio Gaviota de Plata en el Festival de Viña del Mar, Chile; y por si todos esos premios fueran poco, 3 Premios Grammy y 11 nominaciones más para el Grammy; y 4 Grammys Latino y 3 nominaciones más para el Grammy Latino.
Pasemos ahora a los reconocimientos, que constan de medallas, condecoraciones, estrellas, doctorados, nombramientos, membresías, homenajes, honores y logros:
Medalla Presidencial de las Artes del presidente Bill Clinton; Medalla de Honor de la presidencia de la República de Colombia; Medalla de Sebastián de Belalcázar en Cali, Colombia; Condecoración Pewter Apple de la Ciudad de Nueva York; Estrella en la Calle Ocho de Miami; Estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood; Doctorado de Honor de la Universidad Internacional de la Florida; Doctorado de Honor de la Universidad de Miami; Doctorado de Honor de la Universidad Yale; calle nombrada Celia Cruz Way en el Festival de la Calle Ocho en Miami; nombre grabado en la pared del Madison Square Garden en Nueva York; Reconocimiento Camino de la Fama del Teatro Jackie Gleason de Artes Escénicas en Miami Beach; Día de Celia Cruz celebrado en Nueva York y en San Francisco, California; reproducción de cera en el Museo de Cera en Hollywood; Salón de la Fama de la Revista Billboard; primera afrolatina en aparecer en una moneda estadounidense; y, para completar, el 3 de marzo de 1987, en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, ¡impuso récord mundial con 240 mil personas en un concierto al aire libre!2
Ante semejante lista, lo que se preguntaba Celia era: «¿Cómo hizo una negrita de Santos Suárez [en La Habana] para llegar tan lejos?» A lo que respondía: «Dios es el que hace que todo sea posible. Todo esto ha sido cosa suya, no mía.»3
Ahora bien, si la diva Celia Cruz tuvo en su corazón responder con tal modestia, con mayor razón cada uno de nosotros debe pensar de sí mismo con moderación, como recomienda San Pablo, y reconocer que Dios «brinda su ayuda a los humildes», como afirma Santiago. Pues él luego nos aconseja: «Sean humildes delante del Señor, y Él los premiará.»4
Carlos Rey
1 Celia Cruz con Ana Cristina Reymundo, Celia: Mi vida (New York: HarperCollins, 2004), p. 166. 2 Ibíd., pp. 151,154-59,166-67,176,188,191,205,219; «Artist: Celia Cruz», Grammy Awards [Premios Grammy] <https://www.grammy.com/artists/celia-cruz/1461> En línea 2 agosto 2024; «Artista: Celia Cruz», Latin Grammys [Grammys Latino], Latin Recording Academy [La Academia Latina de la Grabación] <https://www.latingrammy.com/artistas/celia-cruz/19735-02> En línea 2 agosto 2024; «Celia Cruz y su grito “¡Azúcar!” inmortalizados en una moneda de 25 centavos de dólar», The San Diego Union-Tribune, 24 julio 2023 <https://www.sandiegouniontribune.com/2023/07/24/ celia-cruz-y-su-grito-azcar-inmortalizados-en-una-moneda-de-25-centavos-de-dlar> En línea 2 agosto 2024. 3 Ibíd., pp. 166-67. 4 Ro 12:3 (NVI); Stg 4:6,10 (TLA)
Un Mensaje a la Conciencia
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(12 de enero: Aniversario 101 de La Sonora Matancera)
«Los últimos días de una vida suelen ser los más dramáticos y desconcertantes. La gente no sólo piensa en la partida final como algo que sella la cronología, sino como algo que [le] permite comprender los múltiples milagros que se manifiestan en el transcurso de una vida. Y así es cuando se trata de Celia Cruz.»
Con esa reflexión comienza la escritora mexicana Ana Cristina Reymundo el prólogo a la autobiografía titulada Celia: Mi vida, que es el fruto de más de 500 horas de entrevistas que le hizo a la famosa cantante.
«Celia nació en la isla de Cuba, donde la música es tan necesaria como el aire que se respira, pero nada en sus antecedentes vislumbraba su grandeza —continúa Reymundo—. Sin embargo, en el seno de ese hogar, en ese rincón de La Habana de antaño, [se forjó] su destino estelar. Su canto fue su pasaporte al mundo, y con él le llevó al mundo el cariñoso abrazo de su querida Cuba natal....
»... Nuestros caminos se [cruzaron en el año 2002] en Nueva York —cuenta la coautora mexicana—. Para entonces, yo era una escritora con entrevista pautada con la legendaria cantante. Llegó la hora de la entrevista y la Reina de la Salsa no llegaba. La puntualidad es una de las muchas cualidades que distinguen a Celia Cruz.... De repente llegó la diva, acompañada por su esposo —de quien nunca se separaba—, y su representante, Omer Pardillo. “Chica, perdóname por haber llegado tan tarde [—se disculpó—]. Yo sé que tu tiempo es tan valioso como el mío. A pesar de que he tenido un día complicado, decidí mejor llegar tarde que no llegar.” ...
»... [Más tarde,] tras un par de cortinas... Omer me [explicó] que Celia estaba enferma... que la demora se debía a una serie de análisis que le habían hecho a Celia ese mismo día, y que a las seis de la mañana del próximo día ingresaría en el hospital... [y] me pidió que orara por ella.... En sólo doce horas Celia estaría en el quirófano, luchando por su vida, lo cual [ninguno de nosotros] hubiera adivinado....
»... Conforme la fui conociendo... [en los momentos en que se despedía de su vida mortal, su corazón] se fue abriendo [ante mí] como los pétalos de una flor... mientras me contaba la historia de su vida.»1
En enero de 2012, el historiador y bloguero mexicano Ramón Carrillo entrevistó a Ana Cristina Reymundo y le preguntó acerca de la experiencia de haber pasado más de 500 horas conociendo a fondo a Celia Cruz. Ella respondió: «Aprendí de [Celia] mucho sobre cómo puede ser de cercana y tierna una vida entre un hombre y una mujer. Aprendí también cómo debe ser un artista de agradecido con su público sin permitir que... le robe su vida interior o personal. Finalmente... pude ver lo que es en verdad [vivir] el momento... presente.... Fue una mujer llena de gracia y sabiduría.»2
Quiera Dios que también nosotros aprendamos de Celia a poner en práctica las enseñanzas de Jesucristo de no preocuparnos por el mañana y de ser agradecidos con quien le debemos gratitud, como también a esforzarnos por seguir el ejemplo que Él nos dejó, desde su niñez, de crecer en gracia y sabiduría.3
Carlos Rey
1 Celia Cruz con Ana Cristina Reymundo, Celia: Mi vida (New York: HarperCollins, 2004), pp. 3-7. 2 Ramón Carrillo, «Ana Cristina Reymundo» Mis Entrevistas, 21 enero 2012 <https://entrevistasramoncarrillo.wordpress.com/ 2012/01/21/ana-cristina-reymundo> En línea 1 agosto 2024. 3 Mt 6:34; Lc 2:52; 17:11-17
Un Mensaje a la Conciencia
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En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:
« Soy un joven de veinticuatro años. Hace aproximadamente dos años y medio empecé a seguir a Jesucristo, pero no he podido dejar de pecar. Me siento muy triste porque no quiero ser más una persona inconstante. Me siento deprimido, y no sé qué hacer porque cada vez que peco me siento muy mal. Quiero saber cómo acercarme más a Dios. Quiero ser honesto, ser una persona intachable. No quiero ser más una mala persona.»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimado amigo:
»... Lo felicitamos por reconocer su pecado y desear ser libre del control que ejerce sobre su vida. Lo cierto es que todos somos tentados y todos pecamos.1 De modo que usted no es muy diferente a los demás....
»La Biblia contiene tantas referencias al pecado que sería imposible citarlas todas. Por eso nos limitaremos a sólo una cita bíblica. Dice así: “Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no está en nosotros.”2 La persona a la que se refiere esta cita es Dios. Así que afirmar que no hemos pecado es lo mismo que llamar mentiroso a Dios....
» Todos los seguidores de Cristo tenemos que confesar a Dios continuamente el pecado que hemos cometido, ya sea en el pensamiento o en la acción.... Sin embargo, hay diferencias notables en los tipos de confesiones que hacen las personas. Nuestras pequeñas nietas están dispuestas a decir rápidamente: “¡Perdón!” aunque no sea sino sólo porque esperan que esa palabra las saque del problema. Si le confesamos algo a Dios de esa manera, con la motivación de salir del problema, es probable que volvamos a pecar porque nuestra confesión no ha sido acompañada de arrepentimiento sincero.
»Por el contrario, hay una confesión que sí procede de un arrepentimiento sincero. Cuando Dios ve que estamos genuinamente arrepentidos, no sólo nos perdona sino que también nos acerca más a su presencia. Y cuando disfrutamos de esa relación más estrecha, eso nos impulsa a estar más resueltos a evitar los desvíos que nos llevan hacia el pecado.
»Usted ha sido creado a la imagen de Dios, así que el tomar malas decisiones no lo convierte en una mala persona. Si usted piensa que lo es, está negando la eficacia de lo que Dios ya ha hecho en su vida y negando también que Dios lo ha perdonado del pecado cometido en el pasado. El ser seguidor de Cristo significa que la meta es seguirlo activamente, acercándose cada vez más a Él con el paso de los días, las semanas, los meses y los años.»
Con eso termina lo que Linda, mi esposa, recomienda en este caso. El caso completo puede leerse con sólo pulsar la pestaña en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego buscar el Caso 824.
Carlos Rey
1 1Jn 1:10 2 1Co 10:13; Ro 3:23
Un Mensaje a la Conciencia
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Era la noche del 9 de marzo de 1687. Acababan de recogerse en sus lechos los moradores de Santafé de Bogotá. De repente los hizo saltar de la cama un sonido retumbante que salía de las entrañas de la tierra. Cundió el pánico. Volvió a rugir el suelo subterráneo y los santafereños salieron a los patios. Cuando bramó por tercera vez, se volcaron en masa a la calle, lanzando alaridos y suplicándole a Dios misericordia. Tan seguros estaban de que se trataba de la ira divina que buscaron asilo en la iglesia más cercana, rogaron por el perdón de sus pecados y prometieron lealtad incondicional con tal de salir de allí con vida. Los gemidos de los aterrorizados feligreses no hicieron sino provocar el llanto de los niños y los aullidos de los perros. Cuando por fin cesó el estruendo, los espantados habitantes de Santafé volvieron en fúnebre procesión a sus hogares, como cadáveres que se dirigen al féretro, pero no volvieron a descansar en paz. Al contrario, pasaron largos meses en los que cualquier ruido nocturno les ponía los pelos de punta.
Si bien fue desmedida la reacción del pueblo, la de su máximo dirigente fue descomedida. A la hora de la verdad, el presidente Don Gil de Cabrera y Dávalos no titubeó en atribuir aquel aparatoso ruido a una temible invasión extranjera que constaba de bombas, obuses y otras piezas de artillería, intensificadas por disparos de arcabuces y mosquetes y el redoble de tambores. Convencido de que iba a librarse una batalla campal, movilizó a la guarnición de la ciudad bajo la luz de las antorchas. Afortunadamente, no hubo que disparar ni un solo proyectil. No fue sino hasta que se había calmado del todo el temor colectivo, que se supo que aquello que los súbditos consideraron la manifestación de la ira de Dios, y el máximo mandatario una aplastante invasión luterana, no era más que el eco de un terremoto cuyo epicentro estuvo en el sur, a gran distancia de la tranquila ciudad colonial de Santafé.1
Este capítulo de la obra Sucedió en una calle, escrita por el cronista colombiano Alfredo Iriarte, nos lleva a reflexionar sobre el origen de las calamidades. Lo cierto es que los fenómenos naturales, como los terremotos, no provienen necesariamente ni de Dios ni del diablo. Más bien, Dios permite que se desaten esas fuerzas naturales —que tienen explicaciones científicas— para que concentremos nuestra atención en las cosas de arriba y no en las de abajo.2 Él sabe que si nos concentramos en la tierra, que es inestable y temporal, no descansaremos en paz ni en ella ni en el cielo eterno que nos ha preparado.3 En cambio, si nos concentramos en el cielo, no tendremos nada que temer, aunque se desmorone la tierra, porque Dios será «nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia.»4
Carlos Rey
1 Alfredo Iriarte, Sucedió en una calle (Bogotá: Editorial Espasa Calpe, 1996), pp. 33-35. 2 Col 3:2 3 Heb 4:9-11; Jn 14:1-3 4 Sal 46:1-3
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(Día de los Reyes)
Cuenta la historia, a modo de leyenda, que sucedió en las cercanías del Castillo de Montiel, en la Ciudad Real de España, el 23 de marzo de 1369. Dentro de la tienda de campaña del capitán francés Beltrán du Guesclin se encontraron Pedro I el Cruel (también llamado el Justiciero) y su hermanastro Enrique de Trastámara, conocido como el Bastardo. El encuentro entre los dos pretendientes al trono de Castilla culminó cuerpo a cuerpo, trabados en una lucha a muerte. En el curso de la pelea Pedro derribó a Enrique y desenfundó su espada para matarlo, pero en eso intervino Beltrán, que era comandante en jefe de las llamadas Compañías Blancas que servían los intereses de Enrique. Sin más ni más aquel mercenario francés sujetó a don Pedro para que su rival Enrique pudiera apuñalarlo, no sin antes pronunciar las palabras que llegarían a ser famosas: «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor.» Gracias a la ayuda del francés Beltrán du Guesclin, Enrique de Trastámara degolló a su hermanastro y así llegó a ser nombrado rey con el nombre de Enrique II. La historia habría de recordarlo como «el de las Mercedes» debido a los muchos favores que les concedió a los miembros de su camarilla.
De ahí el refrán que dice: «Ni quito ni pongo rey», que se limita a la primera parte de la frase histórica de la que procede. En tono cínico, el dicho se emplea para expresar la necesidad que se tiene para ayudar o favorecer a una persona, cualesquiera que sean el motivo y las consecuencias de tal ayuda.1
Eso mismo pudo haberle dicho al rey Herodes cualquiera de los tres sabios del Oriente, a quienes la tradición llama reyes magos, si hubiera tenido que explicarle sus acciones al malvado monarca después de adorar al Niño Dios. Lo cierto es que los sabios llegaron a Jerusalén y se enteraron en la corte de Herodes de que el futuro rey de los judíos había de nacer en Belén de Judea. Pero los reyes magos no volvieron a Jerusalén para avisarle a Herodes que habían encontrado al niño Jesús, tal como él les había pedido, porque se les había advertido en sueños de que no lo hicieran, sino que regresaran a su tierra por otro camino.2
Cuando Herodes se dio cuenta de lo sucedido, mandó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y en sus alrededores, a fin de asegurarse de eliminar al tal aspirante al trono. Pero un ángel del Señor ya se le había aparecido en sueños a José, el padre de Jesús, y le había advertido que debía huir a Egipto porque Herodes iba a buscar al niño para matarlo.3 Fue así como se frustraron los planes del rey de Judea, y se llevaron a cabo los planes del Rey del universo. Los sabios del Oriente ni quitaron ni pusieron rey, pero ayudaron a su señor, el Señor de señores. Tal parece que ellos contemplaron lo que no llegaron a comprender ni Herodes al principio ni Pilato al final de la vida de ese niño: que el reino de aquel rey de los judíos no era de este mundo,4 ya que Jesucristo no había venido al mundo para imponer su voluntad y reinar sobre un trono, sino para reinar en el corazón de todo el que voluntariamente lo coronara rey de su vida.
Carlos Rey
1 Gregorio Doval, Del hecho al dicho (Madrid: Ediciones del Prado, 1995), p. 282‑83; Alberto Buitrago Jiménez, Dichos y frases hechas (Madrid: Espasa Calpe, 1997), pp. 269‑70; y Luis Junceda, Del dicho al hecho (Barcelona: Ediciones Obelisco, 1991), pp. 52‑53. 2 Mt 2:1‑12 3 Mt 2:13‑18 4 Jn 18:33‑38
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En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:
«Siendo divorciado, me casé con una mujer viuda, con dos hijos que acepté como si fueran míos.... Ella había sido maltratada por su madre y su antiguo esposo, y ese maltrato lo repitió con sus hijos.... También a mí comenzó a tratarme como si yo fuera su tercer hijo, hasta el punto de llegar al maltrato físico y verbal....
»Siempre me amenazaba que se iba a ir de la casa, y lo hizo finalmente llevándose todo.... Se fue junto con sus hijos.
»A pesar de todo, la sigo amando.... ¿Qué debo hacer?»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimado amigo:
»Muchas personas no están al tanto de casos de mujeres que maltratan al esposo, así que el caso suyo pudiera llevarlas a preguntarse si usted está contándonos acertadamente todo lo que sucedió. Bien pudieran pensar que los hombres siempre son más grandes y más fuertes que las mujeres, o que usted está exagerando la seriedad de lo ocurrido. Sin embargo, para lograr nuestro objetivo vamos a dar por sentado que todo lo que nos está contando es acertado.
»Siempre les aconsejamos a quienes nos consultan que tomen medidas para protegerse, sea quien sea la persona que les causa peligro.... El hecho de que ella se fue pudo haberle salvado a usted la vida.
»Cuando a un hombre lo maltrata físicamente una mujer, él tiene que esforzarse por practicar el dominio propio. Si contraataca, cualquiera, por lo general, supondrá que él es el agresor. Pero si no se defiende, pudiera sufrir heridas. Si sujeta con fuerza a la mujer a fin de protegerse, bien pudiera causarle moretones que darían la impresión de que él es el agresor.
»Cuando yo era niña, vi a mi mamá, que era una mujer pequeña, atacar a mi papá, que era mucho más grande que ella, en ocasiones en que los dos estaban ebrios. Ella se volvía muy agresiva, mientras que él sólo quería dormirse. Los efectos del alcohol anulaban del todo el hecho de que él era mucho más grande y fuerte. Afortunadamente, ella nunca llegó a herirlo de gravedad, pero sí se divorciaron cuando yo tenía diez años.
»Usted pregunta qué debe hacer ahora. Basados en los principios bíblicos que sostenemos, preferimos aconsejarle lo que no debe hacer. No suponga que su esposa se ha ido para siempre. Y ni siquiera considere tener relaciones sentimentales con otras mujeres. Recuerde que prometió serle fiel a su esposa, y a no ser o hasta que ella se divorcie de usted, esos votos siguen vigentes.
»En vez de rumiar sobre sus propios problemas, entréguele su situación a Dios y pídale que lo guíe en esta nueva etapa de su vida. Permita que su amor divino lo colme y le dé un nuevo propósito en la vida.»
Con eso termina lo que Linda, mi esposa, recomienda en este caso. El caso completo se puede leer si se pulsa la pestaña en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego se busca el Caso 704.
Carlos Rey
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El fin de semana llegó como siempre, alegre y bullicioso, al poblado de Baroda, estado de Gujarat, India. Las prostitutas salieron a ejercer su oficio, y los salones de bailes se llenaron de bailarines.
Gujarat es el único estado de la India donde se prohíbe la venta de bebidas alcohólicas. Ese sábado por la tarde 251 personas habían sido hospitalizadas, y de ellas murieron paralizadas cien. Otras veinticinco quedaron ciegas, y el resto gravemente enfermas. ¿Cuál era la causa? Tres irresponsables habían vendido clandestinamente licor hecho en las casas con alcohol metílico, un veneno mortal.
El fin de semana dejó de ser alegre para volverse trágico. Los habitantes de Baroda, India, pueblo que ya había tenido tres veces tragedias de esta clase, habían bebido licor hecho con veneno.
En realidad, toda bebida alcohólica es veneno. No todas están hechas con alcohol metílico, pero todas tienen su pequeña o gran dosis de tóxico, que va adormeciendo y entorpeciendo la mente, y convirtiendo al bebedor en un individuo de capacidad disminuida.
La propaganda comercial de licores puede ser muy elegante, muy bien preparada, realizada por expertos del arte; pero los hospitales, las cárceles, los manicomios y los cementerios cuentan una historia muy distinta. Allí no hay placer ni delicias como las mencionadas por la propaganda, sino vómito, sangre, locura, idiotez y muerte.
¿Somos víctimas del alcohol? No tratemos de ocultar nuestra esclavitud. ¿Podemos pasar una semana sin beber? ¿Lo hemos tratado? Muchas veces lo que decimos poder hacer es una cosa y lo que realmente podemos hacer es otra. Seamos sinceros. ¿Podemos de veras pasar una semana sin beber alcohol? Si la respuesta es negativa, necesitamos ayuda.
Hay un grupo llamado Alcohólicos Anónimos que ayuda a las personas esclavizadas por el alcohol. Para reforzar esa ayuda con algo que puede cambiar todo nuestro ser, tenemos que invitar a Cristo a que sea el Rey y Señor de nuestra vida.
Hermano Pablo
Un Mensaje a la Conciencia
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