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Una de las primeras imágenes incorrectas que nos proporciona el cine con respecto al cinturón de asteroides es que se trata de un enjambre desordenado de rocas moviéndose cada una de forma caprichosa y sin apenas huecos entre ellas. Nada más lejos de la realidad. Los asteroides, quizá por su origen común, se mueven todos en órbitas más o menos circulares (alguna hay más elíptica que otra) alrededor del Sol, casi todos ellos en el mismo sentido (coincidente con el del resto de planetas no retrógrados) y de una forma mucho más ordenada de la que el cine nos hace pensar a priori. Y en cuanto a los huecos entre rocas, la realidad es bien distinta: el cinturón está prácticamente vacío.
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Alrededor de un kg más. Esa es la cantidad de cerebro que el Homo Sapiens presenta frente a sus primos: el pan paniscus (o bonobo, aunque también chimpancé pigmeo) o el pan troglodita o chimpancé común. El bonobo o el chimpancé tienen alrededor de 450 cc de materia gris. El ser humano, alrededor de 1500. Y en ese kilo de diferencia está todo. Nuestra inteligencia, nuestra capacidad para resolver problemas, nuestra posición en la escala más alta entre los depredadores...
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Uno de los conceptos más extraños para mí (hablo como físico teórico) es el tiempo. Cada vez que alguien me ha preguntado qué es el tiempo, me ha puesto en grandes apuros. Apuros que suelo solventar, como en tantas otras ocasiones (es algo que debo agradecer a mis profesores), tirando de diccionario. Según la RAE, el tiempo es (en su acepción segunda, que es la que nos interesa por su significado físico) “la magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro. Su unidad en el Sistema Internacional es el segundo”. Suena bien y no está mal como una definición para el día a día. Sin embargo, analizando la definición desde el punto de vista de la física teórica, deja bastante que desear. Pero es verdad: lo reconozco. No tengo otra. No sé qué es el tiempo en realidad, aunque sí que es cierto que debe tener algo que ver con el pasado, el presente y el futuro…
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Nunca hasta ahora ha sido tan imprescindible para la humanidad medir el tiempo con exactitud. Nuestra sociedad está plagada de aparatos y dispositivos que necesitan poder medir el tiempo con precisión exasperante. Desde un “simple” GPS hasta los ingenios espaciales más sofisticados. Toda esa tecnología no sirve si no somos precisos en la medición del tiempo. Y que esto estaba empezando a ser así ya se notó a mediados del siglo pasado, cuando en 1956 fue necesario modificar la definición que tenemos para el segundo.
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El señor Strutt nació el 12 de noviembre de 1842 en Essex, Inglaterra, y falleció el 30 de junio de 1919, en el mismo lugar. El señor Strutt, John William Strutt, era físico y también profesor universitario y recibió en 1904 el premio Nobel de física por sus investigaciones con los gases: descubrió los gases nobles argón y radón y realizó estudios acerca de la densidad de los gases. Pero al señor Strutt le conocemos más por su baronía que como señor Strutt: fue el tercer barón de Rayleigh, y por Rayleigh le recordamos todos.
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Siempre me han intrigado los virus. No es nada fácil definir la vida y precisamente los virus se encuentran en una zona intermedia entre lo que podemos considerar vida y lo que no. Grosso modo, podemos decir que un virus no es más que un trozo de código genético rodeado por una envoltura y que «tiene la misión» de replicarse, para lo cual necesita del mecanismo de una célula o bacteria, puesto que el virus en sí carece del aparato necesario para conseguir esa réplica de sí mismo. Por eso, para algunos, son la forma de vida más simple; pero para otros ni siquiera están dentro de lo que se consideraría una forma de vida.
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Visto desde el espacio, nuestro planeta se nos muestra de un azul intenso, brillante. Por eso decimos que la Tierra es el planeta azul. Tres cuartas partes del mismo son agua, así que tiene sentido que esto sea así. Pero, ¿de qué color es el agua realmente? ¿Es azul? Cuando contemplamos nuestro planeta desde el espacio, vemos el agua azul. Cuando observamos el mar, vemos el agua azul. Pero cuando estamos en la orilla del mar, en un día de calma, diríamos que es transparente. Igual que cuando la observamos dentro de un vaso de cristal. En realidad, el agua es azul aunque no siempre lo percibamos así.
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Nuestro sentido del tacto no es bueno para medir la temperatura de un cuerpo. Al tocar algo, que lo notemos frío o caliente dependerá, en primer lugar, de la temperatura de nuestra mano: si el objeto que tocamos está más caliente que nuestra mano, diremos que el objeto está caliente; si el objeto en cuestión está más frío que nuestra mano, nuestra percepción será de frío. No podremos decir nada acerca de la temperatura real del objeto: únicamente podremos hablar de nuestra percepción.
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No lo negaré. La Astrobiología me fascina. Ese afán del ser humano por entender la vida es una de las características principales de nuestra especie. Y nadie podrá negar que es precisamente ese afán el que nos ha traído hasta aquí. Porque no es sino nuestra curiosidad la que nos ha hecho evolucionar y no conformarnos. La inteligencia ha demostrado ser el factor crucial en la evolución de las especies: ninguna otra especie es capaz de adaptarse al medio como lo hacemos nosotros. Y hemos llegado a un punto en el que no sólo nos adaptamos al medio: tenemos la capacidad de modificarlo. Detrás de nuestra evolución está nuestra curiosidad por aprender, por conocer el Universo, por entender sus leyes. Por entender la vida.
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En 1998, Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess, firmaron el destino de muchos astrónomos del futuro. Futuro lejano, sí, pero futuro al fin y a la postre. También firmaron su propio destino, porque en 2011 recibieron el premio Nobel de Física por lo que anunciaron en 1998. Filosóficamente hablando quiero pensar que Saul, Brian y Adam están equivocados. Pero como científico, tengo que atenerme a los hechos. Ya habrá tiempo de discutir con Dios cuando llegue el momento. Y precisamente Saul, Brian y Adam hablan de hechos. De datos: irrefutable, incontestable. Durante los últimos trece años, muchos grupos de investigación han confirmado las observaciones. Pero nadie aún ha conseguido explicar el por qué de los resultados. Sin duda, la Real Academia de Ciencias sueca se reserva un Nobel para el que lo consiga.
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Visitar el museo del Prado con la intención de deleitarse en el arte nos puede deparar muy gratas sorpresas en el mundo de la ciencia. Por ejemplo, podemos descubrir la historia de la ciencia en los cuadros pintados por artistas de otras épocas; podemos analizar la evolución de la astronomía y del pensamiento científico y cosmológico mientras admiramos cuadros de Rubens o Murillo. Puede considerarse casi un ejercicio de Astronomía Forense, pero también lo es, ¿a qué negarlo?, un ejercicio placentero, relacionado con la historia del arte. Al final, no me cansaré de decirlo, ciencia, arte, historia, literatura… todo ello está relacionado y es una pena no empaparse al máximo de todos estos campos del saber.
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Hay unos versos escritos por Walt Whitman (1819-1892) que no dejan de sorprendernos si los analizamos bien. Se trata del poema “Año de meteoros”, de la colección “Hojas de Hierba”. Dejo aquí un extracto:
No me olvido de cantar acerca de cómo se movía [el barco] rápidamente y rodeada de decenas de miles de pequeñas naves,
Ni del cometa que surgió repentinamente y ardiendo por el norte,
Ni de la extraña y gigante procesión de meteoritos que pasaba, deslumbrante, por encima de nuestras cabezas,
Sólo por un momento, sólo por un momento guió a sus bolas de luz extraterrestre sobre nuestras cabezas, y después se fue
De ello, e irregular como lo eran ellas, canto, con sus destellos, que iluminarían estos cantos.
¡Oh año salpicado del mal y del bien – año de profecías!
¡Año de extraños y pasajeros cometas y meteoritos!
Y mientras me muevo rápidamente entre vosotros, destinado a caer y a ser olvidado rápidamente, ¿qué es este canto?
¿Qué soy yo sino uno más de tus meteoritos?" -
Mil seiscientos millones de kilómetros más allá de Urano se encuentra Neptuno, el dios del mar de los romanos, el Poseidón griego, de una belleza azul que deslumbra. Fue “encontrado”, y digo bien, en 1846 por el astrónomo alemán Johan Galle (1812-1910). La localización de Neptuno es, sin duda, uno de los éxitos de la teoría de Newton y de John Couch Adams (1819-1892), matemático y astrónomo británico que pasó a la historia de la ciencia por predecir la existencia y posición del nuevo planeta utilizando únicamente las matemáticas y la teoría de la gravitación de Newton, por supuesto.
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Lo reconozco: si no hubiera estudiado física, habría estudiado biología. En concreto genética. Aunque la base de la genética no deja de ser la química y, por tanto, la física, por ser la química parte de la física, la genética en sí tiene mucho que ofrecer para una mente curiosa. De ahí que quiera contar hoy un estudio que, aunque tiene ya algún tiempo, me sigue pareciendo muy actual y espectacular.
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En agosto de 2012, NASA hizo fácil lo difícil. La nave CURIOSITY aterrizaba o amartizaba, como lo queramos decir, en suelo marciano. No es tarea fácil llevar una sonda a Marte. Y lo es menos, si esa sonda es del tamaño de un coche y lleva entre sus tripas la tecnología punta de la que somos capaces actualmente. Por otra parte y para añadir un poco más de dificultad, la nave no era adaptativa: es decir, llevaba el plan de vuelo definido desde Tierra, por lo que no hubiéramos podido evitar lanzarla contra una tormenta de arena, si esas hubieran sido las condiciones en el momento y lugar de aterrizaje. No es fácil llevar una sonda a Marte. Y si no, que se lo digan a la ESA que, hace unos meses, perdía el módulo de aterrizaje de la EXOMARS, la sonda Schiaparelli, intentando una hazaña similar. La ESA tiene una asignatura pendiente con Marte.
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Una de las primeras misiones en las que se embarcó el ser humano cuando comenzó a atisbar la «orilla del océano cósmico» fue la de los Viajeros 1 y 2, los Voyager 1 y 2. A modo de carabelas, como diría Carl Sagan, estas naves exploran el cosmos. Se diseñaron para un viaje sin retorno, pensando que, aunque no volvieran, pudieran enviarnos imágenes e información de lo que veían. Y así ocurrió desde finales de los años 70 en que fueron construidas y lanzadas. Son rudimentarias. Unas de las primeras sondas construidas por los primitivos exploradores humanos del cosmos. Pero son una obra de arte.
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Nuestro universo está lleno de misterios. Retos para los astrónomos y la tecnología. La nueva generación de telescopios junto con la aplicación de técnicas de VLBI, nos está permitiendo «mirar» más lejos y aumentar la resolución de nuestros telescopios. ALMA es, sin duda, el mejor ejemplo de ello. Los casos de éxito de este complejo astronómico son innumerables y misterios antiguos ya no lo son tanto. Como muestra, un botón: las manchas Lyman-Alfa, enormes nubes de gas que pueden llegar a los cientos de miles de años luz de tamaño y que se encuentran a distancias enormes brillando espectacularmente.
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Por su tremenda masa, Júpiter es un auténtico caza cometas. No es raro que estas bolas de hielo sucio, como un día de 1950 las definió con mucho acierto Fred Lawrence. Whipple (1906-2004), ronden al más grande de los planetas de nuestro sistema solar. Y, en ocasiones, como le ocurrió al cometa Shoemaker-Levy en 1994, choquen literalmente con él. Se trata de un planeta de gran masa, con una gran capacidad gravitatoria para atraer a estos objetos que, en muchas ocasiones, comienzan un viaje de millones de años desde la nube de Oort, a unos 100.000 Unidades Astronómicas (una Unidad Astronómica equivale a la distancia Tierra-Sol, es decir, 150.000.000 km).
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Atrás quedaron los tiempos en los que no se sabía de dónde obtenían las estrellas su energía. No son tiempos tan lejanos como uno pudiera pensar a priori. El siglo XX dio comienzo sin tener clara esta cuestión y con cálculos acerca de cuánto podría vivir el Sol si obtuviera su energía, por ejemplo, de la quema del carbón. A veces, el científico muestra la inocencia del niño que va descubriendo el mundo. No nos paramos a pensar en lo que hemos hecho hasta ahora como especie. En nuestros descubrimientos… En las respuestas que ahora somos capaces de dar a preguntas que han acompañado al ser humano desde su origen. ¿Por qué brillan las estrellas? ¿Qué son las estrellas? ¿Cuánto tiempo viven las estrellas? Nuestra ciencia se ha mostrado exitosa a la hora de responder a estas cuestiones. Y en el siglo XXI, un estudiante obtiene de su profesor respuestas que hace bien poco formaban parte del imaginario o de la filosofía, que viene a ser lo mismo.
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Las AGN (Active Galactic Nuclei) o Galaxias con Núcleo Activo son los bichos raros del Universo. Raros, no en el sentido presencial, sino en cuanto al conocimiento que de ellas tenemos. Por ejemplo, las galaxias Seyfert son galaxias que albergan en su interior un núcleo activo. Son galaxias espirales o espirales barradas en su mayoría y quizás en cierto modo todas las espirales son en mayor o menor medida, galaxias Seyfert, con núcleos más o menos activos. Por otro lado, los quasars, a veces, parecen ser los centros de galaxias activas (Galaxias de Núcleo Activo). Uno podría pensar que todos estos objetos exóticos son lo mismo y que todo depende de lo que podemos ver debido a la distancia y sus líneas y espectros de emisión.