Episódios
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El libro de los Proverbios recoge el oráculo donde Dios dice: “Dame hijo mío, tu corazón, y pon tus ojos en mis caminos”. Y añade: “Sobre todas las cosas, cuida tu corazón”. El centro de nuestra vida afectiva ha de ser para Dios, y solo para Él. De tener otros amores, han de ser amores “in Deo”, es decir, amores que me incrementen el amor de Dios. La pureza de corazón es requisito para la vida contemplativa.
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Alimentar bien nuestra vida interior supone cuidar la lectura espiritual. En primer lugar, la lectura meditada, oracional, del Nuevo Testamento. Si logramos formar “el depósito de gasolina” con palabras de Jesús en nuestra mente, acudirán a nosotros sus enseñanzas cuando las necesitemos. Los libros de lectura espiritual han de ser adecuados a nuestra situación interior presente.
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Estão a faltar episódios?
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La invitación a ser sus amigos procede de Jesús, no de nosotros. Y Él, siendo como es Dios, se adapta perfectamente a nuestro modo. A veces encontramos en la vida alguien con el que hacemos química inmediatamente: cuánto más podrá Jesús ser nuestra alma gemela sin nos animamos a entablar con Él un trato de confiada familiaridad.
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Acostúmbrate a poner tu pobre corazón en el dulce e Inmaculado corazón de María. Grignon de Monfort recomienda hacer ejercicios de coincidencia con ese corazón en tres pasos: renunciar al propio espíritu, poner el de María y perseverar en él. Notaremos la diferencia, pues nuestro corazón no es bueno.
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Hemos sido creados para conocer y contemplar el misterio de la Santísima Trinidad. Pero esa eternidad comienza ya desde ahora, pues desde ahora la Trinidad nos habita. Acostumbrémonos a visitar esos tres Huéspedes que silenciosamente moran en nuestro interior. Adelantemos la glorificación, la alabanza el agradecimiento y el piélago de Amor de la eternidad.
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Estamos invitados a re-conocer a Jesús. “Solo aquellos que tienen la sabiduría de Dios son los que lo reconocen”. Es verdad que nosotros lo conocemos, pero podemos re-conocerlo con una mayor cercanía, en la continuidad para tratarlo, en la confianza. “No os conforméis con un trato superficial; dejar que reaccione el corazón”, invitaba el beato Álvaro. ¿No podría ser más personal, más continuo, más hondo, mi trato con Jesús?
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El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la oración es un combate. Así lo desarrolla el n. 2725, animándonos a vencer los dos enemigos fundamentales: nuestro propio yo y las tácticas del demonio. En las primeras, tenemos que superar la falta de fe, el aletargamiento, en monólogos donde encontramos mil justificaciones. El segundo enemigo son las formas erróneas de entender la oración: el psicologismo, las prácticas y plegarias rituales, etc. Orar es entregarnos a Dios y recibir a Dios que se nos entrega.
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En la fiesta del Bautismo del Señor revaloremos nuestro bautismo. Quizá ignoramos la fecha en que lo recibimos o, si la sabemos, es una fecha que habrá pasado sin pena ni gloria. Sin embargo, esa fecha es más importante que la de nuestro nacimiento, porque es el nacimiento a la vida eterna. No olvidemos el grandioso proyecto del Padre para con nosotros: hacernos partícipes de la divinidad, en la conformación con Jesucristo.
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“La revelación del Sagrado Corazón es el centro del cristianismo y aun en centro del mundo” (Ratzinger). Sintámonos afortunados de conocer esta cima del modo de presentarse Dios. En los miles de años antes de la revelación, los hombres buscaban respuestas a los misterios y adoraban las fuerzas de la naturaleza, animales e inclusive piedras. En el signo del Sagrado Corazón hemos recibido la más maravillosa revelación de un Dios que es todo amor.
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Jesús nos pidió amar a nuestros prójimos como Él nos ama, es decir, sin esperar a que el prójimo esté lleno de cualidades. Ese tipo de amor tendría ribetes egoístas, sería un amor de indigencia. El suyo es un amor de excedencia, que ama por sobreabundancia de amor. Busquemos que el Espíritu Santo nos sea donado, y tendremos la maravillosa realidad del amor divino con el que seremos capaces de amar.
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San Josemaría nos ha ayudado a salir del mundo gris en el que hubiéramos vivido. Ha venido para sacudirnos, invitándonos a vivir un mundo nuevo. Demos gracias a Dios porque nos ha ayudado a que nuestra fe crezca. Esa fe, al final, nos permitirá vivir en continua oración. Las contrariedades ofrecen una oportunidad de oro para crecer en la fe.
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Pensar en María siempre nos alegra, nos pacifica, como si recibiéramos un aroma del Paraíso. Ella está más allá de toda miseria y de toda imperfección. “Junto a ti, María, como un niño quiero estar, quiero que me eduques, que me enseñes a rezar”. Nos da lecciones de todas las virtudes, pero su lección fundamental es su misma persona.
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Agradezcamos a Dios su creación más alta: la de las personas angélicas. Son poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su mandato. E intervienen además en nuestras vidas para custodiarnos y llevarnos al Cielo, que es su lugar propio. Agradezcamos también a los ángeles adoradores de la Eucaristía y a los que participan con nosotros en la liturgia de la Misa. Querámoslos y seamos amigos suyos.
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El primer concilio ecuménico, celebrado el año 325 en la ciudad de Nicea, definió la naturaleza divina de Jesús de Nazaret, consustancial al Padre. Es tentación frecuente presentar un Jesús no-Dios, buscando que tenga más aceptación en la sociedad. Corremos el peligro de ser arrianos, si no en la afirmación de la fe en la divinidad de Jesús, sí en la práctica, por ejemplo, cuando dudamos de la eficacia de los sacramentos o de la oración de petición.
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En la liturgia de la palabra de la Solemnidad de Epifanía aparece de continuo la actitud de los Magos: adorar. Adoran al Niño porque es Dios. La principal de las herejías de la antigüedad, el arrianismo, le negaba la consustancialidad con el Padre. Tal herejía no acabó con la condena de Nicea, sino que todos, de alguna manera, tenemos un pequeño arriano al acecho, por ejemplo, cuando se nos pierde la centralidad de Jesucristo y lo relegamos a un plano secundario.
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Jesús es luz, y con su luz llamó a los Magos a través de la estrella. El libro del Apocalipsis llama a Jesús “lucero de la mañana”: sigamos esa señalización única, intentando que nuestra vida se colme con su Presencia. El camino es largo y azaroso, pero confiemos: si alguna vez perdemos el rumbo, Él se conmoverá con nuestro deseo y volverá a manifestársenos muy pronto.
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La celebración litúrgica de hoy es una sencilla memoria libre. Pero, considerándolo despacio, la devoción al Santísimo Nombre de Jesús nos trae infinidad de bienes: hace a Dios tan cercano que podemos tratarlo con su nombre propio. Además, produce lo que significa: Yahvé salva. Hagamos la prueba: repitamos muchas veces Jesús, Jesús, Jesús… y se alejarán los demonios, y Jesús estará presente para salvarnos de todo peligro.
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Al inicio del Año Nuevo nos preguntamos por la esperanza. Esta virtud es medio indispensable para que se desarrolle el amor. El amor solo se desarrolla en condiciones favorables, es decir, en la conciencia de saberse amados. Detectar la raíz de nuestro desaliento, porque si me represento algo como imposible, dejaré de desearlo. De Dios obtenemos cuanto esperamos.
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Cuando Jesús explica la parábola del sembrador, dice que los pájaros que hurtan la semilla son los demonios. Podemos entender que los granos que constantemente caen en nuestras almas son las mociones del Espíritu Santo. Si no estamos precavidos y entrenados, es muy fácil que ese germen de santificación sea anulado por el maligno. Atendamos a las continuas inspiraciones, diciéndole siempre que sí.
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La Oración sobre las Ofrendas de la Solemnidad habla de gozarnos, con María, no solo de las primicias de su gracia, sino también de su plenitud. Las primicias, la Inmaculada; la plenitud, su maternidad. Con ella, nuestra Señora es elevada hasta los linderos de la Unión Hipostática. Alabemos a Dios por haber querido que una de nuestra misma estirpe tuviera tal dignidad. Nos ubica en lo que somos: seres llamados a la divinización.
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