Episódios

  • A las dos semanas conseguí un trabajo bastante en cuenta, con un horario flexible y bien pagado. Con solo dos meses más, logré juntar dinero y me fui a vivir solo de nuevo. En cuanto conseguí alquiler me dispuse a buscar a alguien experto en brujería. Y es ahí donde decidí desquitarme con mi hermano. Sin embargo, no le realicé un mal directo, fui hacia Mariana. Me entrevisté con un anciano experto en brujería, le planteé que quería hacerle un amarre a Mariana, uno muy fuerte que hiciera, que ella no me sacara de su mente. Aquel anciano era alguien inexpresivo, y a pesar de contarle mi interés por ella no se inmutó en lo más mínimo. Por su puesto que no expliqué mi diferencia con mi hermano, esa parte no me interesaba contarlo. Me pidió que escribiera su nombre y fecha de nacimiento en un trozo de papel. Él deslizó la yema de su dedo gordo sobre el papel varias veces. Lo noté con una expresión dudosa, así que cubrió el papel con algún tipo de perfume o fragancia para repetir el proceso anterior

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  • Había un trabajo de brujería, contenía velas a medio consumir, algo de maíz y pétalos de rosas. Aquí en Montevideo es lo más normal encontrar ese tipo de trabajos frente a las puertas de un banco. Algunos decían que ese tipo de trabajos eran para atraer el dinero y por eso se realizaba frente a un local donde se maneja dinero. Otros, dicen que es para hacerle daño a alguien. Nunca tuve claro para qué eran, porque jamás estuve metido en ese mundo. Lo cierto, es que se me ocurrió la “genial idea” de patearlo. El maíz se desparramó por toda la vereda mientras las velas rodaron, luego se pudieron apreciar algunos bombones Ferrero Rocher que eran y siguen siendo bastante costosos. Uno de nuestros amigos me insultó de mil maneras, nunca pensé que fuera tan creyente, incluso me dio la sensación de que se lo tomó personal. Los demás debieron de separarnos porque mi amigo casi me ataca

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  • Estão a faltar episódios?

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  • Insistí con la combi, pero no quería hacer contacto. Mis manos temblaban en la llave, no me imaginaba conduciendo en esa condición. De pronto, la radio encendió sola, luego cambió de estación a estación por sí misma. Hasta que quedó en la frecuencia 66.6. Recién en ese momento lo comprendí. Fue cuando verdaderamente me di cuenta de que estaba con el Diablo. Bajé de la combi y mostré la cruz de cristo que tenía bajo mis ropas. El Diablo sonrió, me dijo que le daba ternura. Me decía que no quería hacerme daño, que solo quería ese pacto conmigo. La combi, a cambio de ser el dueño del pueblo. Nuevamente, me sentí embriagado, cualquier sensación de estrés se desvaneció, me sentía completamente relajado. Me imaginaba teniendo toda la comida que deseara, toda la bebida que quisiera. Me conquistó la idea de no necesitar trabajar nunca más. El Diablo me extendió su mano, y estuve a punto de estrecharla. El motor de la combi encendió, y eso me regresó a tierra. El Diablo observó la combi con expresión siniestra

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  • Acepté gastar el dinero que me pidiera, con tal de desarmar esa brujería. Sabiendo que el muñeco vudú estaba en casa, le di algo de dinero a mi esposa para que saliera con su madre, les prometí una sorpresa. Mi esposa no se vio convencida, pero esta mujer con tal de gastarme el dinero la obligó a aceptar. Cuando salieron, le pedí a Paulita que se quedara en su habitación, mientras que revolví la habitación de mi suegra de arriba a abajo. No encontraba nada en los cajones y ni en ninguno de sus muebles. Era lógico que debería de esconderlo bien. Traté de ponerme en su lugar para que se me ocurriera donde podría esconderlo. Fue que noté algo extraño en su almohada, y encontré la costura rota. Al meter la mano lo encontré. Saqué un muñeco de trapo. Tenía una pequeña soga en su cuello, con un nudo como si fuese a colgarse de la soga. Los cabellos de Paula estaban hechos un mechón e injertados en la zona de la cabeza

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  • Muchos prometen ofrendas, otros prometen con acciones. Lo importante es hacerlo con fe, y no abusar de ello. A La Santa Muerte se la venera por lealtad, por fidelidad, por amor. No por conveniencia. Todas estas cosas que les digo pueden que sean obvias. Pero, a pesar de ser evidentes, muchos lo olvidan justo en el momento de actuar. Mejor dicho, muchos lo olvidamos. Dejamos las copas a un lado y comenzamos a besarnos. Poco a poco la temperatura fue elevándose entre nosotros. Pero, algo falló. Y es que no pude activar la situación ahí abajo. Suena cómico que haya pasado eso, pero yo me asusté porque acababa de romper mi promesa. Voy a ser honesto con ustedes. No sé si fue un acto de La Santa Muerte por romper mi promesa, o si fueron mis nervios que provocaron esa situación. Hasta el día de hoy estoy con dudas. Después de la noche más vergonzosa de mi vida me fui a casa con las manos vacías. Hice hambre y no comí, como decía un viejo amigo

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  • A medida que pasaba el tiempo mi interés se pronunciaba, así que decidí investigar sobre el agua de calzón. Pregunté a algunos conocidos e investigué algo en internet. Confié más en lo que me dijeron las personas de boca a boca. Al tener claro los ingredientes, puse manos en acción.

    Tomé mi ropa interior y la coloqué en agua hirviendo, luego algunas especias. Prefiero no relevar los ingredientes para no entusiasmar a alguien a hacerlo. Con el agua lista, tenía entendido que no era necesario que la bebería, tan solo era cubrir algún regalo con ella. Así que compré una rosa y la dejé sobre el agua en la olla una vez que esta se enfrió. Cuando todo estaba listo, tomé una ducha, me coloqué perfume, aunque me vestí normal para tampoco llamar mucho la atención, y toqué la puerta de su casa. Ella abrió y se mostró algo sorprendida por mi visita, y le regalé la rosa. Se le escapó una sonrisa entre tímida y vergonzosa. Intercambiamos miradas por un momento, me quedé esperando una respuesta, pero no dijo nada


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  • Al terminar con la tarea salimos con mi madre. Subimos al coche y ella suspiró. Me observó sin decirme nada, pensé que había cometido algún error. Ella me preguntó si vi al anciano que estaba en la silla, y le respondí que sí. Al saber la verdad se me heló la sangre. El anciano era un espíritu que guiaba a mi madre. No supe cómo reaccionar, intenté decir alguna palabra, pero mis labios temblaban. Fue cuando ella me recordó su advertencia de antes, de que hay cosas que no tienen vuelta atrás. Nos quedamos unos momentos en el coche mientras esperaba que mis nervios disminuyeran

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  • La señora explicó que podía ayudarme a abrir mis caminos, pero, que debía de hacerlo bien. Y, enfrentar las consecuencias. La advertencia me dejó perplejo, le pedí más explicaciones. Ella comentó algo del equilibrio y otras cosas. Les seré sincero, no entendí lo que dijo, yo solo quería mejorar mi situación en mi trabajo, así que no presté atención a nada, y ese fue mi gran error. La señora me pidió nombre y apellido de cada una de las personas que odiaba, y que sentía que estaban en cargos que no les correspondía. Ella me dio tiras de papel, en cada uno anoté los nombres. Luego los cubrió en un extraño aceite aromático, tomó una vasija de barro con algo de carbón, y los prendió fuego. Con el humo del carbón, cubrió cada uno de los papeles. Luego los colocó en un paño rojo y me lo ofreció. No me animé a tomarlo, observé a la señora con temor. Entre tartamudeos pregunté que tenía que hacer. Ella se rio por lo bajo, me hizo sentir tan novato en esos asuntos que no supe cómo responder. Le cuestioné porque no lo hacía ella, y fue que me explicó que una parte la hacía ella, y otra yo. Me dio las indicaciones de todo lo que tenía que hacer, le pagué y me fui

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  • Pensé que se trataba de una broma para salir de una incómoda situación. En ese momento supuse que se había metido con las drogas y por eso ganaba tanto dinero. Incluso cuadraba con su estado por estar consumiéndolas. Pero no, no era eso. De verdad hizo un pacto con el diablo. Me explicó que buscó la manera de sostener la familia desde la muerte de nuestro padre y el diablo se le apareció. Le ofreció dinero y comida infinita a cambio de su alma. Su cuenta del banco estaría siempre con dinero, y en cuanto gastara algo la cantidad regresaría como si el gasto nunca hubiera sucedido. Tal y como el refrigerador, comiera lo que comiera, lo que consumiera volvería a aparecer. A todo esto, le pregunté por su estado, y contestó que es el precio por vender su alma. Dice que al vender tu alma la vida se acorta porque se consume más rápido. Ya que, el diablo vive en la tierra otorgando favores a los humanos a cambio de su vitalidad

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  • De boca en boca conseguí un brujo con una buena reputación. Aquel sujeto me recibió de brazos abiertos. Con poca información comprendió exactamente qué era lo que quería. Le pedí que los separara, que se odiaran, que perdieran cualquier sentimiento de amor entre ellos, pero sin hacerles daño. El brujo me observó con mirada acusadora.

    —Si los separas, eventualmente los vas a lastimar —dijo el brujo.

    Intenté ser más específico con mi pedido. Le expliqué que no quería que se enfermaran o que alguno llegase a perder la vida. Solo separarlos, porque con eso podría volver con Amelia. El brujo liberó una ligera sonrisa, como si lo que yo le dijera fuera una tontería.

    —Para separarlos precisas un hechizo. Para regresar con ella necesitas un amarre —explicó el brujo.

    —No es cierto. Si los separo, Amelia volverá conmigo —respondí ofendido.

    El brujo tiró las cartas para ver mejor el asunto. Sonreía en cada carta que veía.

    —Amelia te quiere. Pero no te ama. Simplemente, te aprecia —dijo el brujo.

    —Puedo hacer que me ame si vuelve —dije.

    El gesto del brujo fue ambiguo.

    —Puede…—dijo —. Pero podría no hacerlo.

    —Entonces haga las dos cosas. Sepárelos y haga el amarre —pedí, aunque no se vio convencido


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  • —¿Quién te crees que eres? —preguntó La Santa Muerte sin mover su calavera.

    Intenté hablar, pero me ahogaba en el pánico.

    —Conoce tu lugar, no soy tu mascota, ¿cómo puedes quitarme algo para cumplir tus caprichos? —. Dijo La Santa Muerte.

    Quise disculparme, pero las palabras no salían por mi boca. La Santa Muerte se acercó a mí. Permaneció en silencio por un buen momento. Sentía un viento gélido a su alrededor que me erizaba. Comencé a llorar por los nervios, ella se quedaba allí observándome con sus ojos vacíos. Me mantuvo en suspenso por mucho tiempo. No sé cuánto pasó, si fueron tres minutos o media hora. Lo cierto es que estuve ahí torturándome solo con su siniestra presencia. La Santa Muerte acercó su mano huesuda a mi pecho, apoyó su dedo índice cerca de mi corazón. Sentí cada una de las venas de mi cuerpo arder y perdí el conocimiento.


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  • Me tomó de la mano y al salir del bar pedimos un taxi. Nunca en la vida me había sentido tan afortunado. Aunque, cuando pasan muchas cosas buenas, entre ellas, se esconde la desgracia. Una vez en su apartamento los besos y caricias no faltaron. No demoramos en quitarnos la ropa y terminar en su cama. Lo hicimos por un buen rato. Ni yo me creí capaz de aguantar tanto. En un momento, yo me encontraba encima de ella boca abajo mientras me abrazaba. Enrolló sus piernas en mí y me abrazó con fuerza apretando sus uñas en mi espalda. Comenzó a realizar una presión fuera de la normal, estaba comenzando a lastimarme, y no comprendía cómo era posible que tuviera tanta fuerza. De pronto, siento que ahí abajo ella me ejerce una presión muy fuerte...

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  • Mi hija saltó del susto, ella no estaba en la cama. Se quedó parada como si estuviera escondiendo algo. Podía ver la luz de una vela detrás de ella. Encendí la luz y le pedí que me permitiera ver, pero comenzó a llorar. Quedé espantado al percatarme de un trabajo de brujería. Se trataba de una fotografía mía y de mi esposa, nuestros nombres estaban escritos en rojo en un trozo de papel y olía a perfume. La vela era de color rojo y estaba recién encendida. Le pregunté a mi hija qué estaba haciendo, aunque ya tenía una idea. Ella me confesó entre llantos que me hizo un amarre para que no me separara de su madre. La abracé para contenerla, pero le expliqué que no podía jugar con esas cosas. Retiramos la brujería y prometimos no decirle nada a su madre para no preocuparla.

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  • Pensé que se trataba de una broma para salir de una incómoda situación. En ese momento supuse que se había metido con las drogas y por eso ganaba tanto dinero. Incluso cuadraba con su estado por estar consumiéndolas. Pero no, no era eso. De verdad hizo un pacto con el diablo. Me explicó que buscó la manera de sostener la familia desde la muerte de nuestro padre y el diablo se le apareció. Le ofreció dinero y comida infinita a cambio de su alma. Su cuenta del banco estaría siempre con dinero, y en cuanto gastara algo la cantidad regresaría como si el gasto nunca hubiera sucedido. Tal y como el refrigerador, comiera lo que comiera, lo que consumiera volvería a aparecer. A todo esto, le pregunté por su estado, y contestó que es el precio por vender su alma. Dice que al vender tu alma la vida se acorta porque se consume más rápido. Ya que, el diablo vive en la tierra otorgando favores a los humanos a cambio de su vitalidad...

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  • A las dos semanas conseguí un trabajo bastante en cuenta, con un horario flexible y bien pagado. Con solo dos meses más, logré juntar dinero y me fui a vivir solo de nuevo. En cuanto conseguí alquiler me dispuse a buscar a alguien experto en brujería. Y es ahí donde decidí desquitarme con mi hermano. Sin embargo, no le realicé un mal directo, fui hacia Mariana. Me entrevisté con un anciano experto en brujería, le planteé que quería hacerle un amarre a Mariana, uno muy fuerte que hiciera, que ella no me sacara de su mente. Aquel anciano era alguien inexpresivo, y a pesar de contarle mi interés por ella no se inmutó en lo más mínimo. Por su puesto que no expliqué mi diferencia con mi hermano, esa parte no me interesaba contarlo. Me pidió que escribiera su nombre y fecha de nacimiento en un trozo de papel. Él deslizó la yema de su dedo gordo sobre el papel varias veces. Lo noté con una expresión dudosa, así que cubrió el papel con algún tipo de perfume o fragancia para repetir el proceso anterior...

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  • El cadáver quedó solo, movía sus extremidades de manera errática cada cierto tiempo. Estos movimientos post mortem, digamos que son aleatorios. Pero, logré darme cuenta de que se sentó de golpe. Su torso realizó un claro movimiento de 90 grados, quedando perfectamente vertical. Me causó impresión, pero a la vez me pareció curioso. Me mantuve concentrado en el cadáver mientras los demás seguían con la práctica. Pero, su rostro torció levemente hacia mí. Como si quisiera observarme a pesar de tener los ojos cerrados. Quedé petrificado ante lo que estaba presenciando, fueron tres segundos donde olvidé todo lo que sucedía a mi alrededor. Traté de buscar una explicación, pero estaba lejos a una coincidencia por su postura. Después de girar su cabeza hacia mí, levantó el brazo lentamente mientras su mano temblaba, y me señaló con el dedo índice. Lancé un grito que generó pánico en todos. Al retroceder, choqué con uno de mis compañeros y caí al suelo...

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  • Intenté seducirlo y convencerlo de que solo yo podría hacerlo feliz, pero mientras más me acercaba más me rechazaba, era imposible que me aceptara como mujer. A veces, parecía que me tenía miedo. Si hacía algún movimiento repentino, él se asustaba, y yo no entendía por qué. Le hablé una y otra vez de que ya estábamos juntos, de que nos conocíamos de toda la vida, y que no tenía sentido conocer a otras personas teniéndonos a nosotros, pero no quiso entrar en razón. Luego de un mes, me explicó que ya no deseaba tener novia. Pero, yo si quería ser su novia, porque en realidad, él no lo sabía, pero ya estábamos más unidos que una pareja. Pasábamos la mayor parte del tiempo juntos, éramos más una pareja que otra cosa, pero nunca lo vio de esa manera.

    Tuve que conseguir más dinero, contacté de nuevo con la bruja para un cambio de planes. Le pedí un amarre...


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  • —¿Quién te crees que eres? —preguntó La Santa Muerte sin mover su calavera.

    Intenté hablar, pero me ahogaba en el pánico.

    —Conoce tu lugar, no soy tu mascota, ¿cómo puedes quitarme algo para cumplir tus caprichos? —. Dijo La Santa Muerte.

    Quise disculparme, pero las palabras no salían por mi boca. La Santa Muerte se acercó a mí. Permaneció en silencio por un buen momento. Sentía un viento gélido a su alrededor que me erizaba. Comencé a llorar por los nervios, ella se quedaba allí observándome con sus ojos vacíos. Me mantuvo en suspenso por mucho tiempo. No sé cuánto pasó, si fueron tres minutos o media hora. Lo cierto es que estuve ahí torturándome solo con su siniestra presencia. La Santa Muerte acercó su mano huesuda a mi pecho, apoyó su dedo índice cerca de mi corazón. Sentí cada una de las venas de mi cuerpo arder y perdí el conocimiento.


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  • Acepté gastar el dinero que me pidiera, con tal de desarmar esa brujería. Sabiendo que el muñeco vudú estaba en casa, le di algo de dinero a mi esposa para que saliera con su madre, les prometí una sorpresa. Mi esposa no se vio convencida, pero esta mujer con tal de gastarme el dinero la obligó a aceptar. Cuando salieron, le pedí a Paulita que se quedara en su habitación, mientras que revolví la habitación de mi suegra de arriba a abajo. No encontraba nada en los cajones y ni en ninguno de sus muebles. Era lógico que debería de esconderlo bien. Traté de ponerme en su lugar para que se me ocurriera donde podría esconderlo. Fue que noté algo extraño en su almohada, y encontré la costura rota. Al meter la mano lo encontré. Saqué un muñeco de trapo. Tenía una pequeña soga en su cuello, con un nudo como si fuese a colgarse de la soga. Los cabellos de Paula estaban hechos un mechón e injertados en la zona de la cabeza....

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  • la mujer me pidió que la mire a los ojos. Su sonrisa se apagó, y les juro que me sentí tan mal por ella que no tengo forma de explicarlo. Me dio la sensación de que la puse triste, me dio culpa. Hasta le pedí perdón. El semáforo se puso en verde y continué con el viaje en un incómodo silencio. Aquella mujer me pagó y me preguntó cómo me sentía. Algo en mi interior se movilizó, creo que fue una especie de mini ataque de pánico al querer decir en pocas palabras todo lo que me pasaba. El aire me empezó a faltar, me ahogaba. Aquella mujer con una paciencia extraordinaria me tranquilizó. Me dijo que la vaya a ver en cuanto terminara de trabajar. Me señaló su casa y me dijo que tocara timbre con confianza. Le dije que no tenía intención de conocer a alguien, pero ella rio. Me explicó que no quería conocerme, sino ayudarme. Ella bajó del taxi, antes de que arrancara el vehículo me señaló y me dijo:

    —Esa mujer te quiere ver sufrir.


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