Эпизоды

  • Las relaciones amorosas son un reflejo del modelo de apego con el que nos relacionamos. Y cómo comenté antes, este modelo se basa en la forma en la que nuestros padres, o aquellos que nos criaron nos mostraron o enseñaron a relacionarnos con ellos. Por eso, antes que nada, es importante poner en contexto mi relato. También importante es recordar que esta es mi experiencia y no la verdad absoluta. Y a pesar de que he compartido historias con otras personas adoptadas, encontrando muchos puntos en común en su relato con el mío, reitero, este es sólo el mío. Mi relato, mi historia..
    Este me resulta un tema sensible y se me hace difícil saber por dónde empezar. Tal vez puedo comenzar por la misma pregunta: ¿Cómo le cayó todo esto a mi pareja?  Esta pregunta, generalmente me la hacen las parejas de gente adoptada. Preocupados por saber de qué forma podrían ayudar, o de qué forma podrían contribuir a que la persona que aman sane una herida tan profunda, muestran enorme interés por saber cómo lo manejó la mía en su momento.¿Pudo acaso soportar mi doloroso proceso de búsqueda? ¿Estuvo ahí para apoyarme en todo? ¿Y qué pasó con el amor y el romance en medio de una tarea tan profunda de sanación?
    Voy a hacer el intento de ser lo más justa y parcial posible, por respeto a todo el apoyo y amor que recibí en su momento que sinceramente, no fue poco.
    Quién fue mi pareja de muchos años, y quién me acompañó en la mayor parte de esta búsqueda es a quién en capítulos anteriores he llamado Juan. La relación se terminó a principios del 2019 de forma muy abrupta y traumática, pero durante los primeros 10 años de esos 13 que estuvimos juntos, fue la relación más linda y saludable que tuve en mi vida. Juan fue quién insistió desde un principio que tenía que buscar mis raíces. Él veía  ese vacío dentro mío y tal vez porque inconscientemente pensaba, tal como lo hacen muchas parejas de gente adoptada, que de yo encontrar mi origen biológico, mis heridas sanarían y yo le podría dar todo el amor que él estaba necesitando, me apoyaba para que yo tomase los pasos necesarios en mi búsqueda.  Él fue quién siempre dijo que no importaba si yo era hija de desaparecidos o no, que había ocurrido una tragedia al comienzo de mi vida independientemente de quiénes fueran mis progenitores. Cosa que a mi me tomó mucho tiempo entender, dado que en mi imaginario, mi mamá me entregó y se deshizo de mi porque era yo una inconveniencia en su vida, pero de haber sido hija de desaparecidos, el mensaje que la realidad me transmitía era exactamente el contrario.Para Juan era claro que una madre en la mayoría de los casos, no quiere dejar ir a su bebé, que tienen que ser circunstancias muy complicadas para que eso suceda.Él realmente se involucró en la búsqueda, viajó conmigo a Argentina, me acompañó a la embajada argentina en Estocolmo a dejar el ADN, estuvo a mi lado cuando recibí el resultado. Aprendió a acariciarme la cabeza cuando tenía ataques de pánico y compró una máquina de hacer smoothies cuando por la ansiedad que me generó la búsqueda, dejé de poder tragar comida sólida y sólo podía ingerir líquidos. 
    Juan era mi mejor amigo. Era de esas parejas que ayudan en todo lo que pueden. Desde la logística de comprar los pasajes a Argentina, hasta aguantarse los comentarios dañinos de mi familia y defenderme cuando veía que yo ya ni reaccionaba. En lo que va del documental él, Simon y yo éramos un equipo. Cada uno tenía su rol. Entre los tres íbamos avanzando lento pero seguro. Pero cómo todo en la vida, las cosas tienen que tomar el curso que tienen que tomar y la ruptura de esta relación fue inevitable.Tal vez  porque me conoció a los 20 y era hora de buscar otros horizontes, o tal vez porque la búsqueda era como una nube negra que lo teñía todo y terminó consumiendo el amor que tenía por mi. Me acuerdo que en octubre del 2015, después de que me habían llamado de la embajada argentina en Suecia para que dejase el ADN, noté que su amor por mi fue desapareciendo lentamente. Yo me desesperaba, pero lo entendía. Dentro mío una voz me decía: “¿Y quién querría estar con alguien como yo? ¿Con este bagage, con tanto trauma, con este constante cansancio?”. Por supuesto que yo intentaba compensar a su vez yendo a  todas las terapias posibles, para delegar la necesidad de apoyo y consuelo en mis grupos de autoayuda, y que no todo recayese en él. Trataba de tener una actitud positiva, de darle espacio a él para que mi búsqueda no tomase todo el espacio en nuestra relación, y más que nada, nunca realmente contarle todo lo que me estaba pasando por dentro para no abrumarlo. Mi prioridad número uno, era protegerlo lo más que pudiese de lo que me estaba pasando por dentro, para que él no se cansase y me dejase. Si, ya sé, suena muy tóxico y autodestructivo, pero no olviden lo que ya conté. La codependencia de los adoptados hacia nuestras parejas es yo diría nuestra marca registrada. Las separaciones no son lo nuestro. Y que nos dejen aún menos.
    Muchas veces, el comentario que recibía de las personas que sabían de mi búsqueda podía ser algo así como: “Que suerte que tenés a Juan!” Lo cuál hacía que yo me desesperase aún más. Ese “que suerte que tenés” me indicaba que yo no lo merecía. Que las horas de esta relación estaban contadas. Casi como un: “Que suerte que te soporta! Yo no lo haría!”. Como si Juan me estuviera haciendo un favor, o un servicio al quedarse a mi lado.Yo siempre le dije que la búsqueda también le pesaba a él, que debía buscar ayuda, ir a terapia, tener algún lugar donde hablar y buscar apoyo. Lo hizo durante un tiempo, pero nada tan serio, ni profundo. ¿Y cómo no le pesaría mi búsqueda? Ver mi dolor y ansiedad? Es importante recordar que somos seres humanos, que es normal sentir el uno con el otro, y que no tiene siquiera que tratarse de un gran amor para sentir empatía. Aunque en este caso sí lo fue, un gran, gran amor. Esto si que lo puedo decir con certeza: A quién nos acompaña en la búsqueda, también le está sucediendo esa búsqueda. Aunque estén de copilotos, van transitándolo a nuestro lado.
    Mirando para  atrás, lo que más me dolió de cómo terminó todo no fue tanto el hecho de que él y una de mis mejores amigas y confidentes terminaran juntos y de que pasasen 6 meses antes de que alguno de lo dos me lo dijera, a pesar de que yo ya había terminado la relación. Sino que consciente o inconscientemente entre los dos trataron de culparme y convencerme de que el hecho de que no me lo dijeran era porque no pensaban que lo pudiera manejar. Que yo y mi búsqueda, y mis dolores, y mi pasado eran la razón por la cúal eligieron no decirme nada hasta mucho más tarde. Según su punto de vista, yo estaba enferma y ellos me hicieron el favor de mentirme. Y tal vez esto no hubiese sido tan destructivo, si no hubiese sido por el hecho de que yo les creí. Yo era el problema, yo era la que cargaba a la gente. Una verdad que realmente resonaba conmigo desde el comienzo de mi vida. Los fantasmas que me dejó mi historia estaban siendo confirmados por las dos personas que más me conocían. Mis miedos más profundos se presentaron de forma perfecta ante mi. O sea, se juntaron el hambre y las ganas de comer, la tormenta perfecta. Es imposible separar los patrones relacionales de nuestra infancia, de cómo nos relacionamos ya siendo adultos. Con esa misma identidad, esa que me dice que soy una carga para otros, de la cual me estoy tratando de alejar desde hace tanto tiempo, entré a mi próxima relación.Y por supuesto el resultado fue muy parecido. Con él traté de esconderlo todo, y siempre se quejaba de que no le compartía nada. Pero apenas le compartía algo le parecía tan abrumante todo que se desesperaba. Después usaba lo que le había dicho en mi contra para culparme de los problemas que teníamos. Y yo le creía, porque estaba nuevamente confirmándome una verdad mía que ya habitaba en mí desde hacía tanto tiempo. 
    Las relaciones amorosas son el reflejo de la imagen que proyecta nuestro espejo interior. Nos vemos a nosotros mismos con los ojos de nuestro niño interior, que se cuenta una historia todos los días sobre que es lo que merece recibir. Se suele decir que el amor verdadero nace de dejarse ver tal cuál  uno es y ser aceptada en las  fortalezas y debilidades. Tener el coraje de mostrarse vulnerable al otro y dejar ver los defectos y virtudes. Que el amor verdadero viene de amarse a una misma primero. Que una tiene que estar entera, y después dejar entrar al otro. Que hay que estar sana, haber integrado cada parte y perdonado cada oscuridad, para poder amar y dejarse amar. Lo cual tiene sentido. ¿Seré entonces un caso perdido? Y las relaciones amorosas no son lo mío?
    Volviendo entonces a la pregunta original: “¿Cómo afectó esto a mi relación? Tal vez la pregunta más acertada es, de que forma esto me afectó a mi. En la vida muchas veces transité por lugares de dolor y pérdida. Después de la pérdida de mi relación con Juan en particular, por la culpa que me quedó, decidí callarme, aislarme y no contar mucho con nadie. No esperar de mi pareja eso de lo que todos hablan que hay que esperar de una pareja. Aprendí a huir y no estar presente emocionalmente, en lo posible, nunca más confiar o tener que depender de alguien. Tal como lo diría mi psicóloga, gracias a cómo terminó esta relación, se terminó de confirmar lo que yo siempre creí de mi misma, que soy una molestia.Si desde chica aprendí a proteger a mi familia de mi dolor, porque nunca lo pudieron manejar, porque los adultos que me rodeaban tenían la madurez de pequeños infantes, si entendí desde hace tanto tiempo que la mejor forma de evitar que me dejen es vivir una doble vida, donde en las relaciones cercanas lo único que muestro es un dolor organizado y manejable, minimizando el desastre, si se confirmó tantas veces que cuando quemen las papas, voy a estar solita con un matafuegos, mi mejor solución fue la soledad y el silencio, también conocidos como disociación.
    Como ya dije antes, mi historia es sólo mía, y porque esta sea la forma en la que me he relacionado con mis parejas, no quiere decir que todos los adoptados nos relacionamos de esa manera. O que esta sea la forma en que me relacione para siempre. Todo cambia, inclusive mi trauma.
    Cada tanto, me encuentro explicándole a amigos y amigas que están en pareja con una persona adoptada, que es ese vacío y dolor que ven en sus ojos. Porque a veces nos mostramos tan necesitados de cumplidos, somos extremadamente leales, no dejamos ir, nos sentimos eternamente solas y solos, y nos cuesta horrores poner límites. O tal vez, porque huimos de las relaciones, no podemos comprometernos y evitamos a la gente y a la verdadera intimidad. Un día inclusive me encontré a mi misma diciéndole a un amigo cuyo corazón fue roto por su entonces novia adoptada, y que en esa ruptura se comportó de forma muy extraña, algo como “¿No te digo? A los adoptados hay que evitarnos!”
    ¿Estamos irremediablemente heridos, y por lo tanto deberíamos ser evitados?Este tipo de pensamiento puede ser una gran trampa: creer que a menos que estemos perfectamente sanados, no somos dignos de amor. El amor no siempre espera la perfección. Florece en la imperfección, en las partes desordenadas de nosotros que aún están sanando. Tal vez una esté luchando con la idea de que se es "demasiado" o "no suficiente", pero eso no significa que no merezcamos amor. Todos merecemos amor, incluso mientras estamos en el proceso de sanación.
    Asi que no. No hay que evitarnos. Pero por ahi es bueno tratar de entender, que ciertas cosas nos cuestan más que a otros. Y que llevar una herida tan grande, como cualquier otra herida humana, demanda un poco de paciencia. Y sobre todo, que la terapia ayuda. Ese vacío, nadie lo puede curar, más que nosotros mismos. No nos pueden salvar, pero sí nos pueden abrazar y estar a nuestro lado, aunque nunca entiendan que es lo que realmente nos está pasando. Y claro está, el trauma de la adopción no es una excusa para justificar ningún tipo de maltrato, sino una explicación para que entiendan de donde vienen las cosas.
    Yo por mi parte seguiré intentando encontrar un camino nuevo y dejar de avergonzarme por mis heridas y debilidades. Conocerme, reconocerme, estudiarme y aceptarme.Me niego a rendirme ante el mensaje interno que me trata de convencer que no nací para ser amada. Que eso existe para otra gente. Un día por vez, un mensaje mucho más hermoso va a ir ganando terreno en mi.Y al fin y al cabo, lo que no me mata me fortalece…..aunque me cueste interminables horas de terapia.

  • La familia que nos adopta es nuestro mundo. En ese mundo vivimos, respiramos, crecemos. Son nuestra referencia, nuestro punto de partida, nuestro hogar. No hay forma de que lo que haga nuestra familia adoptiva no nos influya. Por supuesto que hay que tener en cuenta que todas las familias son diferentes, todas las personas adoptadas son diferentes, todas las situaciones en la que se dió la adopción son diferentes y todas las formas de relacionarse son diferentes. Es difícil generalizar y simplemente decir que si las cosas se hubiesen dado de una forma o de otra, el trauma automáticamente hubiese disminuído.  pero lo que descubrí en mi caso, y por lo que otros me contaron, la forma en la que a una la trata la familia que a una la adoptó va a reforzar o sanar el trauma de que: “A mi me abandonaron porque hay algo defectuoso inherente en mí” también conocido como esa voz interna que como disco rallado dice: “Obviamente nací para ser abandonada y rechazada. Ese es mi destino, esa es quién soy”. Esas voces internalizadas, esas creencias vinieron de algún lugar. No es algo que a los niños simplemente se les ocurre creer. No es algo que eligen. 
    En el 2020, plena pandemia, me encontraba yo luchando contra mis demonios: Mi codependencia, mi inhabilidad de poner límites, mi inhabilidad de cortar con la relación tóxica en la que me encontraba que tan claramente me hacía mal, y mi apego obsesivo hacia una persona con quién realmente no debería estar.
    A pesar de todos los años de terapia, todos los libros leídos y todas las reuniones de doce pasos, había algo que yo todavía no había entendido. Cómo podía ser que a pesar de todo el conocimiento, de toda esa claridad mental todavía seguía repitiendo los mismos patrones relacionales? ¿Podía realmente ser que el comienzo de mi vida me había marcado mucho más de lo que yo había entendido?
    En el 2021, decidí averiguarlo de una vez por todas cuando descubrí que en Suecia se ofrecían sesiones de terapia online gratis para gente adoptada. Y esto sucedía muy probablemente como consecuencia de los datos que salieron a la luz sobre el robo sistemático de bebés en Chile en la década de los '70 y los '80 y la venta de los mismos a países del primer mundo. Países como por ejemplo Suecia, a dónde se estima llegaron alrededor de 2200.
    La terapeuta que me atendió me preguntó si ya había ido a terapia y de qué forma necesitaba ayuda. Yo fui directo al grano, le dije que iba a terapia desde los 17 años, pero sentía que necesitaba información sobre cómo me afectó la adopción y sobre todo, si este trauma se podría haber curado o al menos se hubiese aminorado con la familia que me adoptó. Me pidió que le describiese un poco cómo fue crecer con mi familia, y no le tomó mucho tiempo confirmarme, que más allá de mi adopción, mis padres adoptivos y la forma en la que se manejaron con el hecho de que mi hermano y yo no éramos sus hijos biológicos, hicieron que el trauma inicial a no pertenecer a su mismo clan genético se potenciase muchísimo más.
    Antes de contar la siguiente historia, voy a hacer un paréntesis. Tener hijos no es fácil. Lo he visto en mis amiguos y amigas. Es el amor más grande y la demanda más grande. Es la relación más hermosa y más molesta. Más energizante y drenante. Y por lo que puedo observar, la fragilidad más grande que se puede experimentar. Como dijo mi amigo el otro día: “Es como si tu corazón de repente estuviese fuera de tu cuerpo”. Por eso siempre miré a la gente que decide tener hijos con mucha admiración. 
    Volviendo al tema entonces voy a tomar de referente a mi propia mamá, que es lo que tengo. Cuando murió en el 2013, yo sentí que moría una parte de m'i. Estuve junto a su lado hasta que tomó su último aliento. Ella que tanto miedo le tenía a todo, no debería estar sola en un momento de tanta incertidumbre. Después de su muerte mucha gente se me acercó diciéndome cuánto nos amaba, a mí y a mi hermano. “Se desvivía por ustedes” me dijeron. Yo sonreía y afirmaba: “Si, mi mamá nos dio todo”. Y por dentro pensaba, cómo es que nadie nunca vió lo que pasaba en casa? Durante muchísimos años pensé que yo estaba loca y que me lo había imaginado todo. O que en realidad el problema siempre fue que soy muy sensible y  que todo me afecta. Que su comportamiento era normal, de madre estresada por ser madre. Que mi hermano y yo éramos insufribles, por eso siempre estaba irritada con nosotros. Que si hubiésemos sido mejores hijos, ella se hubiese sentido mejor. O al menos si yo hubiese sido mejor hija. Si no le demandaba nada, si me portaba bien, si no hacía barullo, si la entendía y escuchaba, si no reaccionaba al abuso, a la falta de límites con mi cuerpo, si no reaccionaba a sus comentarios dañinos, a sus golpes. Si yo simplemente dejase de existir, tal vez entonces ella se sentiría más tranquila y no le pesaría tanto ser madre.  
    A terapia empecé a ir a los 17 años. Yo pedí de ir a terapia porque sentía una gran pesadez en el alma, algo que muchísimos años más tarde diagnosticaron como síndrome de estrés post traumático complejo. Para los que no saben, este se diferencia del síndrome de estrés post traumático, ya que es una afección que puede desarrollarse después de que una persona experimenta acontecimientos traumáticos prolongados y repetidos,  como por ejemplo abuso sexual, emocional y psicológico prolongado, con la negligencia agravada durante la infancia, víctimas de secuestro, situaciones de acoso constante, esclavitud, explotación laboral, prisioneros de guerra, supervivientes de campos de concentración, desertores de cultos u organizaciones en forma de cultos; entre otras cosas.  En cambio el síndrome post traumático se desarrolla tras experimentar o ver algún evento traumático. O sea, es la repetición de esos acontecimientos lo que lo hace complejo y el que desarrolle en las personas una serie de mecanismos de sobrevivencia que se diferencian del no complejo.Mecanismos de sobrevivencia como por ejemplo:Dificultades para regular las emociones, ideación suicida, furia explosiva o extremadamente inhibida; amnesia selectiva, disociación, sentimientos crónicos de impotencia, vergüenza, culpa o estigma; aceptar la forma de pensar, los valores y la forma de racionalizar del agresor; aislamiento, desconfianza crónica, enfado y hostilidad hacia los demás; búsqueda repetida de un salvador, falta de relaciones íntimas e incapacidad para autoprotegerse; falta de fe o sentimientos de desamparo, impotencia, desesperanza y desesperación; y pérdida del sentimiento de realidad acompañado por sentimientos de terror y confusión.
    En esas sesiones de terapia especializadas en el tema de la adopción, la terapeuta también me mencionó algo de lo que ya había escuchado hablar varias veces, pero nunca me había animado a adentrar, por miedo a lo que iba a encontrar. La teoría del apego.Esta teoría describe la dinámica de largo plazo de las relaciones entre los seres humanos. Esta teoría propone también que los niños se apegan instintivamente a quien cuida de ellos,​ con el fin de sobrevivir, incluyendo el desarrollo físico, social y emocional.​ La meta biológica es la supervivencia, y la meta psicológica es la seguridad. Dependiendo de cómo los cuidadores se relacionen con los niños, estos desarrollarán distintos patrones de apego como por ejemplo el apego seguro, apego inseguro-evitativo, apego inseguro-ambivalente y también el apego desorganizado. Este patrón será el molde relacional del cual la persona luego se basará para relacionarse en la vida. En el caso de las personas con síndrome de estrés post traumático complejo, en general, se puede observar el desarrollo del patrón de apego inseguro o desorganizado.Ese patrón se caracteriza por, por ejemplo, el deseo y necesidad de conexión y de intimidad, pero al mismo tiempo la incapacidad de poder recibir afecto, y la constante desconfianza.La terapeuta me recomendó leer varios libros sobre la teoría del apego y lo hice. Porque el primer paso a la sanación es entender cuál es el problema, dónde está la herida. Concientizarse del camino recorrido y las secuelas que dejó para entender que parte de una hay que abrazar, que pedacito hay que integrar, y que vergüenza hay que romper.
    Acá viene una de esas verguenzas.En el colegio secundario alemán a donde fui, en ese contexto racista normalizado post segunda guerra mundial del cuál ya hablé y en el que más que claro está, seguía rigiendo la ideología del colonialismo europeo que tanto marcó a todo el mundo, sin ninguna impunidad, pasó lo siguiente. Cuando tenía 14 años los alumnos de los años superiores a mí, me empezaron a llamar “Berta” por el color de mi piel. Este nombre, al menos entonces, era un nombre con el que se referían a las empleadas domésticas. La idea era dejar bien en claro que yo era inferior. Que no pertenecía ahí. Que lo veían, que no me podía escapar. Que yo valía menos que todos los otros. Cada día era una tortura. Por las noches lloraba deseando no tener que despertarme al otro día, y durante los días hacía de cuenta que nada de esto pasaba, me desasociaba de la realidad y sonreía como si nada. Porque nunca podría quejarme, ni protestar, porque dado que  desde casa y desde muy chica, ya me habían dejado en claro, que mis genes eran defectuosos, que venían de gente pobre o gente de la villa, que según sus creencias racistas, era gente de menor valor, el desprecio de los otros alumnos era justificado. Y yo les creía. Esa verdad, como ya conté antes, ya estaba internalizada. Mi alma lloraba por dentro y por fuera cargaba con las creencias racistas de los que me rodeaban, de ser un ser humano de menor valor. 
    Pero no fue hasta el 2008, cuando entré al programa de doce pasos para niños adultos de familias disfuncionales que empecé a entender el daño que me habían causado. De a poco fui rompiendo la negación de que mi familia era amorosa, y fui aceptando que mi familia estaba rota desde el comienzo. De a poco fui creyendo mi verdad, y recuperándome de la depresión que sufrí en el 2009, cuando ya no pude más y lo único que quería era morir. 
    Esta discriminación que yo sufrí de hecho es muy común. No hace falta llegar al extremo de crecer en la sociedad alemana-argentina de post guerra para que estas historias se repitan. El mundo está como está. De a poquito, algún día, irá cambiando. Lo que tiene de particular mi historia, es el hecho de que crecí afuera de mi tribu biológica. De mis colores, de mi fisionomía. De que la familia que me crió, sobre todo mi mamá no podía manejar el hecho que no me pareciese a ella. Quién sabe, talvez si me hubiese parecido a ella, hubiese encontrado otras razones para agredirme. Nunca lo sabremos. 
    Ella me podía decir cosas como: ”Vos podes creer, yo tenía un nene de tres años y encima una recién nacida.” A veces se olvidaba que yo no era su amiga, que era su hija, y que en este caso estaba hablando de mí. Esa vez en particular mi  respuesta fue: ”Y quién te obligó a adoptar una más? Vos sola te complicaste la vida! No hubieses adoptado”. Yo ya tenía treinta y pico cuando pasó esto. Y no fue la última vez. Otra vez que recuerdo fue cuando hablando por teléfono me confesó todo lo que hubiese hecho de su vida si no hubiese tenido hijos, y también para rematar las innumerables veces que me dijo: ”No te quedes embarazada, no te cagues la vida”.Por eso cuando la gente después de su muerte me comentaba del amor que tenía por nosotros, yo sólo sonreía y asentía. Si, nos amó. Seguro hizo lo que pudo. Así como todos hacemos lo que podemos siempre. Pero para responder la pregunta inicial, si. La forma en que te trate la familia que te adopta va a ser crucial en el proceso de sanación. En mi caso particular, creo que mi mamá estuvo decepcionada conmigo desde el día que me fue a buscar al médico, porque me lo recordó toda su vida: “El médico nos dijo que había una bebe hermosa y rubia para buscar, y cuando fuimos eras vos, eras tan fea. Bordó eras, y sin pelos siquiera”. Lo cuál fue confirmado por mi tía que me contó la historia de que unos días después de comprarme, mi mamá fue mostrarme a lo de la vecina preguntando: “No es muy negrita?”.
    El aprender a amarse es esencial para curar las heridas. Todo el mundo lo dice, todos me recuerdan que soy yo la única que lo puede hacer, que yo me puedo liberar del trauma de mi adopción y de mi familia adoptiva. Yo estoy de acuerdo. El amor tiene que venir desde adentro, para no, por ejemplo, repetir los patrones de la infancia en las relaciones actuales. La llave, por suerte, sigue estando en mis manos. Pero me toca trabajar duro y parejo. Las experiencias durante la primera infancia tienen un papel esencial en la arquitectura cerebral. El estar expuesta a situaciones de violencia o de adversidad durante los primeros años de mi vida influyó en la estructura de las conexiones neuronales de mi cerebro. Mi cerebro de niña que tanto quería que la amen y le digan lo linda que era con sus colorcitos y orgullosos anunciasen: “Esta es mi hija”.
    Nota para aquellos que quieran adoptar: Los niños sienten la verdad que ustedes creen sobre su origen. Sobre su valor, sobre la circunstancia de su adopción. Lo que ustedes crean de ellos, ellos creerán de sí mismos. Lo que ustedes les digan, ellos se dirán a sí mismos. Cómo las plantitas. Si las riegan y les dicen cosas lindas, crecen sanas y fuertes. 
    Nota para los adoptados: La identidad es propiedad propia. Nos lo debemos a nosotros mismos aceptarnos e integrar todas las partes de nuestra identidad. No importa la historia que nos cuenten, ni las creencias que proyectan en nuestro ser. Somos, al igual que el resto del mundo seres dignos de amor, infinitos y únicos. 
    Y por lo que va de mí, a veces me doy el lujo de la fantasía de pensar que en algún lugar de este mundo, alguien se parece a mí. Alguien no me ve extraña, alguien me reconoce como parte de su tribu. Y yo de forma inexplicable siento de repente que al menos una parte de mí pertenece a algo. Una parte de mí encontró su hogar.Y por fín, puedo sentir la tierra bajo mis pies.

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  • Mercedes, como la mayoría de la gente con la que me crucé en mi búsqueda, con un par de excepciones, en primera instancia me trató con un poco de desconfianza y distancia. Casi como si me hubiese dicho: “Viniste acá a hacerme perder el tiempo?”. Sentada en su oficina, me mostró un pila de carpetas que eran los casos que estaban esperando que los pasaran a buscar. “Mirá, ves esa pila? Bueno, es de gente que vino, dejó su partida y nunca más volvió. Al pedo me hicieron buscar! Todos quieren que los salven, pero nadie se hace cargo! Aparte te digo una cosa, que hay cola, o sea vos me dejas esto y van a pasar meses antes de que tenga algo”.Al parecer, había cola para hacer la investigación. Mucha gente se acercaba a su oficina con la partida de nacimiento, así que Mercedes tenía muchísimo trabajo. Le expliqué que yo venía desde Suecia, que venía filmando un documental y que en cuanto tuviese una carpeta con toda la información sobre las posibles madres que tenía que ir a visitar, más vale que lo iba a hacer, porque sino el team del documental me iba a matar. Esto ya no se trataba sólo de mí. Yo estaba sola sentada ahí, pero venía con un grupo de gente que me seguía. Esto no era un arranque espontáneo, yo estaba en una misión. Porque a medida que fuimos filmando, que pasaron los años, me di cuenta que la venta de niños era algo tan común y los que buscábamos éramos tantos, y el consenso social tan grande, que lo que comenzó como simplemente la búsqueda de mi identidad biológica, se fue convirtiendo de a poco en una necesidad de hacer visible algo que pareciera invisible para la mayoría de la gente.
    Mercedes me explicó muchas cosas, una de ellas es que yo no fui adoptada ilegalmente, porque una adopción siempre es legal. Hay un documento que dice quien es la madre, a que hora una nació y donde. Yo tengo en vez identidad sustituida. Es decir, tenía una identidad al nacer, la cual fue borrada y sustituida por completo. Y a pesar de que ya el hecho de crecer con gente que no son mis progenitores biológicos afectó mi psiquis de la misma forma que cualquier otra persona que no hubiese crecido con su familia biológica por la razón por la que fuera, la identidad sustituida, me dijo,  conlleva un saborcito especial que nace del contexto en el que sucede. Hay un respeto hacia la historia del niño que nace y hacia la madre que lo dio a luz en la adopción legal, que desaparece en la sustitución de identidad. El recién nacido, totalmente desprotegido es un producto que está a la venta. La madre que lo dio a luz generalmente carece de todo derecho o poder de decisión. Consciente o inconscientemente, los sustituidos lo sabemos. Mercedes me explicó todo esto y más. Me ayudó a ponerle palabras a sensaciones y emociones que llevo en el cuerpo desde hace tanto tiempo sin realmente saber de qué se trataba. También hablamos de la gran diferencia que puede hacer la familia con la que crecemos, como los mismos padres se manejaron con esta verdad, y como hicieron para manejar su propia angustia. Para el final de ese viaje en el 2018, entendiendo nuestra situación especial, Mercedes preparó una lista de catorce mujeres a las que había que ir a visitar. Si. Ni una, ni dos, ni cinco. Eran catorce. Hicimos la cuenta con Simón, un poco dependiendo de cuánto podría yo aguantar desde el punto de vista emocional, y llegamos a la conclusión que serían catorce días de ir a visitar madres, más un par de días de descanso entre medio. Eso implicaría que nuestra estadía se extendería a casi un mes más, y no teníamos el presupuesto para quedarnos tanto más tiempo en Argentina. No llegábamos a hacerlo en ese viaje, así que le dije a Mercedes que teníamos que organizarnos y volver cuanto antes. Nos miró con desconfianza cuando se lo dijimos, pero al fin y al cabo, había un documental que se estaba filmando, con una productora involucrada, ella sabía que abandonar la búsqueda no era una opción. 
    Tal cómo dije antes, siempre puedo contar con la vida para arruinar mis planes. Así fue que ese mismo año, 2018, después de ese viaje a Argentina, la relación de trece años que tenía con mi pareja, lento pero seguro, se fue terminando. Con mudanzas y tristezas entre medio, no tenía plata para viajar a Argentina en el 2019, así que con Simon organizamos un crowdfunding para poder viajar cuánto antes. El 15 de febrero del 2020 tuvimos un evento donde con mi banda tocábamos mis canciones, y entre canción y canción Simon mostraba imágenes de lo que habíamos filmado. El evento fue un éxito total y conseguimos la plata necesaria para viajar. Pensábamos hacerlo en mayo del 2020, pero no contábamos con lo que puso al mundo en cuarentena menos de un mes más tarde del concierto. No contábamos con esa supuesta sopa de murciélago mal hervido. No contábamos con el mundo entero entrando en un letargo durante los próximos años, ni con que Argentina sería uno de los países con la cuarentena más larga y estricta. Tal cómo lo hicieron muchos otros, era tiempo para reorganizarse, tiempo de introspección, de espera, mientras el mundo se acomodaba ante la pandemia. En Suecia las restricciones apenas se sintieron. La distancia social ya existía antes de la pandemia, así que no hubo mucha diferencia. Los eventos en vivo como conciertos se cancelaron, pero ante la nueva realidad, el mensaje de que esta vida es frágil, que se puede terminar en cualquier momento le pegó fuerte a la gente y al contrario de lo que me esperaba, tuve muchísimo trabajo produciendo música. Todos querían cumplir su sueño de grabar sus canciones. Cómo si de repente todos se dieran cuenta que es en esta vida que hay que tratar de cumplir los sueños, porque no hay segunda parte a esta película. Las noticias de Argentina me llegaban a través de mi papá, quién desafortunadamente se cayó bajando las escaleras de su casa en el 2021, lo cuál hizo que su salud empeorara rápidamente. Argentina estaba muy difícil. La pandemia estaba haciendo que todo lo que era complicado antes de la pandemia, se complicara aún más. En Estocolmo me preguntaban cómo iban las cosas en Buenos Aires, que cómo hacía la gente para sobrevivir. Y yo les contestaba lo que vengo contestando desde que me mudé a Suecia: “Los argentinos están acostumbrados a las crisis. Han desarrollado la increíble habilidad de seguir para adelante de formas que uno desde acá no se imaginaría nunca”. 
    Así es, me enteré más tarde, que a pesar de todo lo que estaba pasando, en Argentina muchas otras personas con identidad sustituida se habían organizado y abogaban por el derecho a la identidad biológica. Es decir muchas personas como yo, se cansaron de que nadie las ayudara y luchaban por el derecho que tenemos todas las personas a conocer nuestra herencia genética y cultural, nuestrxs progenitorxs y las circunstancias de nacimiento, entre otras cosas. Es más, habían presentado un proyecto de ley al congreso para poder recibir ayuda de parte del gobierno en la búsqueda de su identidad biológica. Finalmente, el 21 de abril de 2022 se aprobó en la cámara de senadores de la provincia de Buenos Aires la Ley de identidad biológica o de Origen que es una legislación que busca ser una herramienta para aquellas personas que tengan dudas sobre su origen biológico.El objeto de esta ley es garantizar el acceso gratuito de las personas a toda información relacionada con la propia identidad de origen, que conste en los diversos registros de organismos públicos provinciales, a cuyo fin el Estado deberá facilitar los medios necesarios.En otras palabras, la labor de Mercedes, quién sólo trabajaba en Capital Federal, se convirtió en una ley que de a poco está siendo aprobada en todas las provincias de Argentina. Como dije antes, felizmente, estamos destinados a evolucionar.
    Cuando volvimos en junio del 2022, post pandemia, Mercedes ya se había jubilado, así que en vez fuimos a la oficina de derechos humanos a hablar con Cecilia, su sucesora. Cecilia al igual que Mercedes se tomó su tiempo para explicarnos cada caso y le pudimos hacer todo tipo de preguntas. Con paciencia y tenacidad Ceci nos ayudó en todo lo que pudo, siguiendo la investigación hasta el último caso.A Mercedes la ví el último día antes de partir de vuelta a Suecia. Como siempre, un recibimiento duro y cálido al mismo tiempo. Nos encontramos en un café en el centro de Buenos Aires, junto con Simon que filmaba el encuentro. Que felicidad verla, tenía tanto para contarle! Y ella tenía tanto para contarme! Despotricó como siempre contra el gobierno y la corrupción del país, demandando que la gente tiene que empezar a tomar responsabilidad sobre sus vida y dejar de culpar a todo el mundo por todo. Habló de Abuelas de Plaza de Mayo como siempre, y me contó nuevamente sobre su propia historia y la desaparición de su hermano antes de la dictadura militar del ́76. Mercedes misma había sobrevivido tanto. Lloramos juntas, nos reímos juntas y  antes de irme le dije: “No me querés adoptar vos en vez?” haciendo alusión que si igual mi partida de nacimiento es falsa. No me quería ir. Si hay una persona en el mundo que entiende por lo que pasé, lo que me costó, lo que vengo cargando y el vacío por dentro, es Mercedes. Pero el tiempo es tirano, así que me tuve que despedir y seguir mi camino.Mercedes es una fuerza incansable que no se da por vencida. Ese tipo de personas a quien admiro profundamente, que sin pena ni gloria, hizo lo que tenía que hacer, porque era lo correcto. Pero, de dónde venía ese llamado? Porqué le dedicó todo ese tiempo y energía a los sustituidos, a los que a nadie les importaba? Antes de irme alcancé a preguntarle y la respuesta fue tan hermosa como Mercedes misma. Fue más o menos así: “Y, alguien tiene que hacerlo. No puede ser que esto siga así”. Recuerdo la vez que me contó la historia de su nombre “Mercedes” “Sabés qué quiere decir?”, me dijo “Libertadora de esclavos”. Dentro suyo, el deseo de justicia arde fuerte. Será que siempre fue su destino ser quien es? Gracias Mercedes, y gracias Cecilia, por liberarnos a todos nosotros, esclavos de nuestro vacío, esclavos de nuestra búsqueda.

  • El resultado de ADN de Abuelas de Plaza de Mayo dio negativo, y como dijo el juez de la causa, ahí se cerraba el caso. Y a pesar de que Claudia Carlotto me dijo que no era así, que como la tecnología seguía avanzando, existía la posibilidad de que aún se encontrase algún familiar en el futuro, para mí ya no había camino a recorrer.Después de recibir la noticia ese 30 de marzo del 2016, no quería saber más nada ni de mi búsqueda, ni de mis expectativas, ni de mi misma.Más que nada lo que sentía era vergüenza. Había convencido a la gente alrededor mio de mi historia, de que yo era parte de un hecho histórico, de que yo tenía relevancia, que yo era la respuesta a la búsqueda de una abuela que desesperadamente me estaba buscando. Yo era especial. Había hasta logrado convencerme a mí misma de eso. Pero ahí estaban las pruebas. No lo era. En mi mente, y para el resto del mundo, volví a ser simplemente otra persona adoptada, regalada o vendida. Era hija de una persona pobre, un error de alguien que, a diferencia de la clase media y alta, no tuvo acceso a la posibilidad de abortar. Cómo se me ocurrió a mí creer que yo podría ser algo más que eso? No me lo habían dejado ya todos en claro? Yo y mis supuestos “genes villeros".Como ya conté antes, volví a Suecia y decidí encerrarme en mi estudio de música, volcarme al trabajo, y hacer de cuenta que desaparecí. Que no existo. Y que nunca jamás se me ocurriese siquiera pensar en  tocar el tema de la búsqueda de mi identidad, Qué vergüenza que sentía….Pero que me estaba pasando? Porque no era sólamente el dolor y desesperanza de no encontrar una familia biológica, había algo más torturándome el alma. Podía escuchar las voces dentro mío cuando cerraba los ojos. Podía ver las escenas de mi infancia y adolescencia repitiéndose una y otra vez y no encontraba forma de defenderme de estas “verdades” que me acosaban día y noche. Mi pareja en ese momento me decía: “Que seas hija de desaparecidos o no, no cambia el hecho de que de todas formas sucedió una tragedia en el momento en el que naciste”, cuando veía que yo no me permitía sentir el dolor del resultado de la prueba de ADN. Él me decía que el hecho de que yo no hubiese crecido con mi familia biológica ya era herida suficiente. Yo no entendía a lo que se refería. Escuchaba sus palabras, podía entender lo que decía, pero no su significado.Porque no podía yo sentir compasión por mi propia historia? Porque me revoqué a mi misma el derecho a sentir mi propio dolor y en vez sólo sentía vergüenza?Me costó encontrar el enemigo que me acechaba esta vez. Un enemigo inteligente y sigiloso, que se había escondido entre los pliegues de mi corteza cerebral y el tejido muscular de mi corazón, desde donde bombeaba su veneno permanentemente.Lo que había encontrado un huésped perfecto en mí era el racismo que me rodeó desde tan pequeña. Un racismo internalizado que se había normalizado en forma de voz interior que me repetía las razones una y otra vez de porque yo era genéticamente inferior. Una voz certera e insistente que era casi imperceptible. Una voz que no era la mía, sino del mundo en el cual vivimos que categoriza a las personas como superiores e inferiores. Un arma extendida del poder regente que tiene como propósito mantener esas diferencias, las estructuras de poder y privilegios al dividirnos entre negros, morenos y blancos, heterosexuales, bisexuales y homosexuales, mujeres y hombres, sociedades “civilizadas” versus sociedades “primitivas”, países “desarrollados” versus países “en desarrollo” y mucho más, desde el colonialismo Europeo. Bueno, fue mi forma de sobrevivir. Fue lo que tuve que adoptar de niña para poder encontrar un espacio donde me aceptasen.En pocas palabras, mi niña interior se dijo a sí misma: “si no puedes contra ellos, úneteles”, y a pesar del dolor que le causaba, eligió rechazarse a sí misma y así al menos sentir que tenía algo en común con el grupo de personas que la rodeaba, al menos algo con lo que podía identificarse con ellos.Todo ese discurso tóxico había echado raíces dentro mío, pero no de la forma clásica en la que suele verse expresado el racismo. Eso no me hubiese sido difícil de detectar. El discurso racista se expresaba en el rechazo que yo sentía hacia el color de mi piel, hacia mi pelo enrulado y oscuro, hacia mis caderas, hacia todas las ondulaciones de mi cuerpo, hacia las facciones de mi cara, y el color de mis ojos, hacia el tono de mi voz, mi boca grandota y mi risa fuerte. Porque todo aquello, me habían dicho, era muestra clara de que yo era inferior.Tal vez la forma más fácil de describirlo es la explicación que me dió mi amiga mexicana, cuando me contó porqué le había sido a ella tán difícil salir del closet y reconocerse como homosexual. Mi amiga me contó que su familia y la sociedad de clase alta, católica que la rodeó toda su vida, tal cómo sucede todavía en muchas partes del mundo, estaba fuertemente en contra de la homosexualidad. Es más, la homosexualidad estaba asociada con inmoralidad, con perversión. Años más tarde, cuando ella ya se había instalado en Suecia, lejos de la sociedad en la que creció, y sumamente a gusto con la inclusión y apertura mental de la sociedad sueca hacía la variedad de género y orientación sexual, todavía sentía que le era imposible salir del clóset. Y una vez que logró hacerlo, fue un proceso lento el deshacerse de la vergüenza por su orientación sexual. A pesar de que a ninguna de las personas cercanas  que la rodeaba en su nueva vida en Estocolmo, les parecía problemático que no fuera una mujer heterosexual, a ella le demandó años poder aceptarse a sí misma.Lo extraño, me comentó, era que ella nunca jamás sintió rechazo hacia otras personas homosexuales. Nunca trataría a alguien de la misma forma en la que ella se trataba a sí misma, nunca pensaría de la misma forma refiriéndose hacia otras personas. Nunca maltrataría a nadie por no ser heterosexual. La homofobia sólo era hacia sí misma.Los mecanismos de supervivencia del ego pueden ser muy inteligentes y disfrazarse de lo que haga falta, para asegurarse que estemos a salvo.La vergüenza piensa que nos salva del dolor punzante del rechazo de otras personas, al rechazarnos a nosotros mismos primero. Algo así como: “No hace falta que me peguen, yo ya me pego sóla. No hace falta que me rechacen, yo ya sé que no debería ser aceptada” Atacar primero, para evitar que a una la ataquen, y así minimizar o controlar el impacto que la realidad que nos rodea tendría en nuestra niña interior, que tanto desea ser aceptada y vista. Pero por supuesto que duele igual, que todo nos pasa igual. 
    Acá un ejemplo claro de mi infancia:Cómo muchos otros niños, cuando era chiquita, mi mamá en los veranos me mandaba a la colonia. Esta colonia pertenecía a la comunidad alemana. Todos los días nos pasaba a buscar el micro de la colonia, que nos llevaba al club deportivo alemán, donde nos pasábamos el día entero. Hay una escena recurrente de esos tiempos, de cuando yo tenía 6 años, que no me olvido más, que describe cómo yo ya de chiquita había entendido de qué forma se me percibía. Estábamos cambiándonos en el vestuario, todas las nenas de la colonia y yo. Yo veía que me miraban y se hablaban entre sí. Veía cómo me evitaban, veía como murmuraban. Así que me acerqué a un par de ellas y les dije: “Ya sé que soy una negrita. No tienen que jugar conmigo si no quieren”. No me acuerdo bien que pasó después, pero lo que sí recuerdo es que no la pasé mal. Recuerdo ver alivio en la cara de las nenas. Ya no me tenían que rechazar, yo ya lo había hecho por ellas. El racismo estaba internalizado desde hacía tanto tiempo. Y lo más interesante, era que gracias a entender el dolor que me provocaba a mí, que nunca en la vida trataría a otra persona de esa forma. Sólo a mí misma. Yo vine fallada.Yo estaba mal. Nadie más. Muchos años más tarde, a esto se le sumó el mensaje tácito de la sociedad argentina, que me indicaba que yo como posible hija de desaparecidos apropiada tenía un valor mucho mayor, que si simplemente era hija de una persona pobre. Mensaje que fue sentido y confirmado por varias personas que pasaron por el mismo proceso de búsqueda por el que pasé yo. 
    De más está decir, el racismo existe en todas partes. Sin hacer un análisis profundo de porque es algo tán común entre los seres humanos, es innegable ver que fácil que hecha raíces y cómo actúa entre nosotros la mayor parte del tiempo de forma inconsciente y hasta en algunas personas de forma consciente y abierta.A veces, las personas pueden pararse a revisar si los propios pensamientos o forma de actuar son racistas, y corregir su forma de pensar y actuar, e intentar ampliar la  percepción del mundo que las rodea, y a veces no tienen la capacidad de hacerlo. A veces, las personas están tan acostumbradas a ver las cosas de la misma forma y sus creencias están tan arraigadas, que el mero hecho de ver las cosas desde otro punto de vista les genera una migraña, un ataque de pánico o un arranque de rabia. “Porque si no hay raza superior e inferior, entonces, dónde nos posicionamos y que valor tenemos realmente?” dice el ego perezoso que se niega a cambiar. El ego muerto de miedo que no quiere ser rechazado, que quiere pertenecer al grupo correcto de personas. Al grupo elegido y privilegiado.  Personalmente, aunque me reconozco como humana limitada que hace lo que puede con las herramientas que tiene, tengo que decir que prefiero cada día de mi vida ejercitar mi cerebro y ampliar mi percepción del mundo que me rodea. Cuestionar las supuestas verdades con las que crecí y desafiar el miedo de mi ego. El mundo para mí es más lindo así, el racismo nunca me dió nada más que dolor y prejuicios, y esa vida no es la que yo elijo vivir.
    Una vez de vuelta en Suecia, esa misma vergüenza, ese racismo internalizado  me estaba torturando, consumiendo. Por eso mi plan era encerrarme, ir a las reuniones de doce pasos, a mi terapia, dedicarme  a trabajar, y a dejar todo esto atrás. Pero como acabo de mencionar, ese nunca fue mi destino. Mi alma inquieta no lo iba a dejar ir. No iba a permitir que el miedo en mi ego se saliese con la suya.  Así que cuando Simon y Juan decidieron hacer una “intervención” y convencerme de que siguiera, lo hice.Gracias a Martin, entonces llegamos a Los Bartuquitas, y gracias a ellos se abrió una nueva puerta. Fue Paola Klejman, la primera que me contó de una tal “Mercedes Yañez” del departamento de derechos humanos  en el registro civil de la capital. Lo primero que entendí, fue que esta mujer tenía acceso a los archivos de los hospitales municipales y que por eso podía encontrar a las madres biológicas. Parecía tan fácil. Simplemente tenía que ir a presentarme a su oficina con mi partida de nacimiento y ella me ayudaría. “Pero ojo, es una mujer complicada. Si no le caés bien es probable que no te ayude”, me advirtieron. Así que apenas Simon, Juan y yo llegamos a Buenos Aires, en mayo del 2018, junté coraje, me tomé el subte hasta la estación de Tribunales, caminé hasta la calle Uruguay  al 753, donde se encuentra el registro Civil Central, subí al 5to piso, y ahí estaba. En la puerta había un cartel modesto que decía. “Derechos Humanos”. Realmente me sorprendió encontrar esa oficina ahí. Toqué la puerta tímidamente, y desde adentro alguien me respondió con una voz ronca “adelante!”. Abrí la puerta con cuidado y ahí estaba sentada una señora de pelo blanco, largo, ondulado y mirada severa. “Estoy comiendo mi almuerzo” me dijo con una tonada tucumana casi imperceptible, que en realidad quería decir “me viniste a molestar en medio del almuerzo!”. “No tengo apuro”, respondí con mi suequedad más diplomática y cara de piedra, “comé tranquila y me avisás, yo espero acá afuera”. Cerré la puerta y me quedé quietita afuera esperando, hasta que un ratito más tarde su figura pequeña me abrió la puerta y con un tono más tranquilo me dijo: “Pasá”.  Entré a su oficina. Había un escritorio con una computadora y muchas carpetas y archivos por todas partes. Me senté en una de las sillas , casi dudando de que hubiera llegado al lugar correcto, y empecé a decir algo parecido a esto: “Hola, bueno, resulta que soy adoptada y me dijeron que me podías ayudar a encontrar mi origen biológico”. “Trajiste tu partida de nacimiento?” me contestó, “Si” respondí y saqué el documento y se lo mostré. Apenas lo vio sonrió y dijo: “Ahhh, el prolifero doctor Bartucca”. Aparentemente para cuando yo me acerqué a pedir ayuda,  ya se habían acercado muchas otras personas a Derechos Humanos con partidas de nacimiento firmadas por el mismo doctor. “Pero no es sólo él, esto es un negocio familiar…la hermana…el hijo, toda la familia está en esto”. Mercedes ya conocía bien donde se movía este médico. De hecho en un momento llegó a ser el jefe de obstetricia del hospital Santojanni. Me imagino que no era difícil conseguir bebes para vender cuando se está en semejante posición de poder, prácticamente cómo dejar a cargo un rebaño de ovejas a un lobo. Esa primera charla con Mercedes fue una charla larga y sincera. Mercedes no se callaba la boca, me lo decía todo en la cara, y eso me resultó genial. Decía cosas en contra del gobierno, en contra de Abuelas de Plaza de Mayo, en contra de todo un sistema de corrupción, inclusive en contra de la gente que se acercaba a buscar su identidad. De las muchas cosas que dijo, esta es la que más me impactó: “Pero la gente viene acá a buscar su identidad biológica y se piensa que encontrando eso va a solucionar todos sus problemas. ¡No! Se piensa que todos los traumas empiezan y terminan acá. Noooo!!!! ¿Sabes lo que es la identidad? ¡La historia de tu vida! Lo que construís cada día! Háganse cargo, viejo!!! Ya son personas grandes!!!!” Yo no me animé ni a decir mu. Más que nada sonreía con fascinación al encontrar una persona como Mercedes. No pretendía ser otra cosa de lo que era. A pesar de que estoy bastante segura de que es una persona muy sensible a las energías que la rodean, consciente de que hay más que lo físico y material en este mundo, me dijo:” Yo no te voy a tirar las cartas, eh? No estoy acá adivinando, yo voy a inves-ti-gar”. Voy a pasar de tratar de explicar la labor de Mercedes, la libertadora de esclavos, y sé que me va a faltar vocabulario. Si me preguntan a mí, debería escribirse un libro sobre ella y su método de investigación. Mercedes es una fuente de conocimiento que el mundo no se puede dar el lujo de perder.
    Resulta que en un momento, cuando Mercedes ya estaba trabajando para el Registro Civil Central, cuando un día se acercó un hombre desesperado buscando su familia biológica. Insistió e insistió y finalmente Mercedes se acercó a su jefe y le dijo: “ Alguien tiene que ayudar a este hombre” y fue así que inició esto que eventualmente sería la oficina de Derechos Humanos, donde se busca restituir la identidad biológica de la gente con identidad sustituida. Desde entonces lo que hizo hasta que se jubiló, es lo siguiente: Primero entrevistaba a la persona que se acercaba a su oficina. Preguntaba detalles, porque en el relato que las personas recibieron de quienes le dijeran la verdad de su origen biológico generalmente se escondían detalles que de otra forma no se encontrarían. Como por ejemplo, el bebé al llegar a su nueva casa, tenía todavía el cordón umbilical? O ya se le había caído? O por ejemplo en que zona fueron a buscar a ese bebé? Ese tipo de preguntas que a una se le pasan de largo. Después, con la partida de nacimiento, iba a los archivos del registro civil y empezaba la segunda parte de la investigación: El reconocimiento de la información falsa en la documentación. Es decir, Mercedes aprendió a ver cuándo una partida de nacimiento se ve rara. Por ejemplo, que una niña nació un día, falleció al siguiente y la razón que escribió el médico es muy poco clara. También buscaba sobre todo madres jóvenes y solteras, cuyos bebés nunca más aparecen en ningún otro registro. Y también buscaba antes de la fecha de nacimiento que decía la partida y después, porque dado q la información en los documentos generalmente era falsa, había que buscar alrededor de la fecha que decía. Así llegaba a una cantidad de posibles madres, de las cuales averiguaba si vivían, donde vivían, la dirección actual y si era posible un número de teléfono. Así armaba una lista, con orden de probabilidad y de ahi a una le tocaba, siguiendo esa lista, ir a encontrarse con esas madres. Por supuesto que esto también llevaba preparación.  La forma en que una se acerca a esas madres, me explicó, también era muy importante. Primero que nada, no llamar por teléfono! Porque ahi sí que nunca nos recibirían. Segundo, una vez que nos acercamos y nos abren la puerta, en el caso que fuera otra persona que la señora que estábamos buscando, mentir. Nunca jamás decir la razón por la cuál nos acercamos. Esa madre, tal vez nunca le contó a nadie que tuvo una hija. Esa niña pudo haber sido fruto de una violación de la cuál se quiere olvidar, o fruto de un amor que no pudo ser, y ahora que había re hecho su vida talvez nunca había contado que pasó. En vez decir, por ejemplo, que una es la hija de una compañera de la primaria que falleció que le quería dar un mensaje en su última voluntad.  Y finalmente, cuando se conoce a la madre, empezar contando que una está en una búsqueda, que una es adoptada y que según lo que se pudo averiguar, esta madre frente nuestro había tenido una hija en tal hospital, tal día, y que si había posibilidades de que esa hija fuese yo. Mientras que todo esto está pasando muy importante es ver el parecido físico. Y si todo sale bien y la madre se siente cómoda, pedir una prueba de ADN. Yo voy a agregar algo más a esta lista. Hay que contar cómo es que llegamos a ellas, de dónde sacamos la dirección y el teléfono, y que cualquier duda que tengan, que se comuniquen a la oficina de Derechos Humanos. Que su identidad e información están protegidas, y que la única razón por la cual la obtuvimos es porque nos fue dada. Y será por mi codependencia, pero para mí también es importante recordar, que esta mujer que estamos visitando sufrió una pérdida hace muchos años, pérdida que le venimos a recordar, así que acercarnos con gentileza, tranquilidad, sinceridad y calidez, es lo más importante, que a esta mujer delante nuestro esta vida ya le fue difícil.Una vez que Mercedez me explicó todo esto, me preguntó: “Tenés alguna pregunta más?” “No, es hora de ir a tocar puertas”, le respondí con una mezcla de miedo y expectativa, sintiéndome chiquita, frágil e invencible a la misma vez.



  • Para el 2016, la búsqueda me había llevado al doctor Bartucca, al mercado de venta de bebés, al consenso social que hace todo posible, a la realidad tirana que decide el destino de los bebés que nacen de madres pobres en hospitales municipales, a la impunidad de la gente, al miedo de perdernos de nuestros padres adoptivos, y a la herida que conlleva ser un ser humano que fue traficado, vendido como una mascota.Y ya que está, me voy a tomar un minuto para explicar o aclarar la diferencia entre una adopción legal y una adopción ilegal, lo cuál en realidad se llama sustitución de identidad, porque la identidad original se borra completamente y en vez se la sustituye con una nueva.
    En la adopción legal, está casi siempre involucrado un organismo que controla que ese bebé o niño que carece de progenitores que se puedan hacer cargo de él, sea protegido y tratado con el mayor respeto y cuidado posible. Generalmente hay registro de dónde vino ese niño, lugar y fecha de nacimiento, y hasta a veces se puede encontrar el nombre de la madre o padre en algún lugar, y al menos a nivel legal se sabe que hubo consentimiento de parte de los padres biológicos, para que la adopción se realizase. Dependiendo de el país o sistema, el procedimiento de adopción se diferencia un poco, pero la idea básicamente es que los derechos del niño/a sean protegidos y de que su destino sea una familia que tenga los medios para asegurarse que al niño se le provea la estabilidad material y emocional para que pueda crecer y desarrollarse lo mejor posible.Los padres que quieran adoptar deben pasar por un proceso donde se decide si son aptos para ser padres adoptivos o no y luego, deben esperar un tiempo hasta que finalmente haya un niño que esté buscando un nuevo hogar. Inclusive, un tiempo después de la adopción, la familia es visitada por trabajadores sociales para chequear que el niño se encuentre bien con su nueva familia.La sustitución de identidad-a la cuál generalmente se la llama adopción ilegal, sucede en la oscuridad, en secreto, por fuera de las leyes.Se trata de evitar toda información sobre las raíces biológicas del niño, o sea quiénes fueron los progenitores, dónde y cuándo nació, y de qué lugar vino, como si mágicamente y espontáneamente se hubiese materializado y empezado a existir. No se sabe si los padres biológicos dieron su consentimiento o no a la entrega del bebé, y no es poco frecuente que ese bebé haya sido robado justo después del parto, fingiendo su muerte.Los que manejan el sistema de sustitución de identidad generalmente son médicos o parteras, que no le tienen que rendir cuentas a nadie, y no tienen que responder a ninguna ley o reglamento, más que al precio que pone el mercado. Los padres adoptivos son seleccionados según cuánto puedan pagar, o también por otra conveniencia. En ningún momento se chequea si son aptos para ser padres, o si se le puede asegurar a ese niño que va a estar rodeado de estabilidad emocional y material para que se pueda desarrollar lo mejor posible. Es más, ese niño puede ser vendido a cualquiera, para cumplir cualquier tipo de propósito, porque nadie va a chequear, ni demandar, ni encarcelar. Ese niño es propiedad del comprador, y en el mejor de los casos, el comprador es una pareja de clase media con estabilidad emocional y material y  con muchísimas ganas de ser padres y amor para dar. En el peor de los casos ese niño va a ser un objeto que va a satisfacer a su dueño de la forma en que este quiera, lo cuál también es conocido como esclavitud.En ambos casos, la persona adoptada legalmente y la persona con identidad sustituida (o ilegalmente adoptada) cargan en algún punto con el trauma del abandono. Pero en el caso de haber sido traficada, la persona carga con el trauma de abandono y algo más. Algo lo cuál me es difícil poner en palabras, algo oscuro y perverso, consecuencia de haber tenido un precio, de haber sido simplemente parte de una transacción. Algo que nace del hecho de que en el momento más vulnerable de nuestras vidas, se nos utilizó para provecho ajeno, quitándonos toda dignidad, reduciéndonos a un producto. Es muy difícil sacarse de encima esa sensación, eso de ser una cosa, un objeto. Construir una autoestima sana sobre esos cimientos, salir al mundo con la fuerza necesaria para confrontar los obstáculos de la vida, soñar que el mundo es un lugar amable, y que somos merecedores de una vida digna, que somos merecedores de amor.Igual, no creo que estemos solos en esta sensación. Siempre hubo en la historia de la humanidad, los conquistadores y los conquistados, los que dominan y los dominados, los oportunistas y las oportunidades, dueños y esclavos, sistemas que sostienen las dinámicas de poder y reiteran generación tras generación los mismos patrones, tratando de mantener todo en el mismo lugar, para siempre. Y en medio de todo eso, ayudando a que esto se mantenga así,  están el trauma y la desolación  como una radio interna con un mensaje que dice que “Esta es la única forma de sobrevivir. Mejor mirar a otro lado" "Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”.Todo eso, siempre ha existido.Pero por suerte, eso no es todo lo que mueve esta Tierra. Hay otras fuerzas que son menos perceptibles, pero igual de fuertes. Que siguen las leyes de causa y efecto. Como el péndulo, lo que va, viene, lo que sube, baja. Todo en el Universo está en constante movimiento. No hay acción sin reacción. Ni tampoco hay forma de que el alma humana, sin importar cuánto la hayan doblegado, tarde o temprano no reclame su dignidad. No se defienda ante la injusticia. No se pare ante la realidad y diga:”Me cansé, esto no va más, algo tengo que poder hacer”.Causa y efecto. Acción y reacción.Tal cómo se ve a través de la historia, y detrás de cada movimiento social, el péndulo un día empieza su recorrido hacia el otro lado, y es hora de cambiar. Por supuesto que eso también generará una reacción contraria ya que el cambio es incómodo, y el cerebro humano, según lo que entendí, perezoso.Pero un día, en algún momento los astros se alinean, las fuerzas se juntan, el péndulo cambia de dirección, el timing es el correcto, y nacen aquellas personas, cuyas almas claramente vinieron a este mundo a hacer ruido. A reclamar sus derechos, a poner las cosas en su lugar. Movidas por el dolor, con un fuerza ciega, van a buscar su verdad incansablemente, y gracias a estas personas va a haber más consciencia en el mundo, de lo que la había, antes de que habitaran este planeta.En la historia de mi vida particularmente, se hacen llamar “Los Bartuquitas”. Las personas que fueron vendidas a través del doctor Celestino Bartucca.Que se organizaron y abrieron un nuevo camino. Que no se dejaron convencer por las mentiras que escucharon de su origen biológico y empezaron a buscar respuestas. En su dolor, en su búsqueda, en su necesidad de sanar, de encontrar paz, me dieron la oportunidad a mí de encontrar la mía.Porque, en las palabras de Bob Marley “podrán engañar a algunas personas, algunas veces pero no podrán engañar a todos, para siempre, así que levántate y pelea por tus derechos”Es inevitable, estamos destinados a evolucionar.Aunque nos lleve milenios.
    Habíamos vuelto de Suiza, de encontrarnos con Martin, mi héroe involuntario y de haber averiguado gracias a él, que había mucha gente que se preguntaba sobre la venta de bebés y la clínica privada que tenía el doctor Bartucca. Me dolía el alma, me costaba respirar. Me habían vendido como a una mascota. Lo único que quería era desaparecer. Apagar mi cerebro y hacer de cuenta que esta no era mi vida. Dormir y despertarme dentro de 100 años cuando el mundo haya cambiado. No tenía a donde ir con la nueva información. No tenía dónde encontrar consuelo. Con Simon y con Juan, no sabíamos cómo seguir la búsqueda, parecía que habíamos nuevamente llegado a un callejón sin salida. Entonces mi amigo Santi, quién nos estaba ayudando desde Argentina dijo: “Porque no contactan a la chica que subió el video a YouTube? Por ahi ella sabe algo más.”Mandé un mensaje, pensando que jamás me contestaría, pero para mi sorpresa, me contestó al día siguiente. Era Lorena Quiroga, la misma mujer que había sido partícipe de la cámara oculta al doctor Bartucca. Lorena estaba en la búsqueda de su identidad biológica desde hacía años, así que me pasó toda la información que había juntado y me contó aparte que no estaba sola, que eran un grupo de personas que se habían encontrado y que se estaban ayudando. Lorena me contó que su búsqueda comenzó a sus 15 años, que antes de eso, su familia había mantenido en secreto el hecho de que tenía identidad sustituida. Pero como suelo decir, la verdad siempre encuentra alguna forma de expresarse, y en el caso de ella fue gracias a un accidente con fuego al que sobrevivió, que su inconsciente vio la oportunidad de comunicarle lo que llevaba por dentro. Resulta que un tiempo después de ese accidente, Lore empieza a sufrir de ataques de pánico y síndrome de despersonalización e irrealidad, lo cuál la lleva a ir a una psiquiatra, quién termina concluyendo que lo que se despertó a través del accidente es un trauma que tiene que ver con su infancia temprana. Lore, que siempre había sospechado que era adoptada, pudo finalmente confirmarlo al poco tiempo al hablar con su tía, que rompió el pacto de silencio de la familia. Con la ayuda de su tía entonces emprende su búsqueda y trata de localizar al doctor Bartucca, lo cuál realmente no fue fácil. Quería saber qué más podría saber el médico sobre su origen biológico. Finalmente, y después de muchas vueltas llega hasta la puerta del departamento del médico, quién se ve sorprendido e irritado al darse cuenta que ella lo había encontrado. Pero esta no era la primera vez que se veían. Los padres adoptivos de Lorena, se sentían tan agradecidos  de haberla podido adquirir que cada tanto iban con ella a visitarlo para expresar su agradecimiento.En esa visita, a sus 15 años de pura valentía, Lore se presentó sola en el domicilio de Celestino Bartucca y le pidió información. Él le preguntó qué sabía, y una vez que ella le contó lo que le había dicho su tía, él completó la historia con un par de detalles. Años más tarde, Lorena se iba a dar cuenta que era todo mentira.Los años fueron pasando y como hicimos tantos otros, Lore llega a contactarse con Abuelas de Plaza de Mayo, donde le dicen que no tienen ninguna búsqueda de gente antes del ‘75, o sea antes del golpe militar del ‘76, pero que hay grupos en redes de gente que está buscando. Así es como en el 2003 ella llega a “Raíz Natal”  un portal para gente que está buscando su origen biológico y al relato de Paola Klejman, quién habla de su venta a través del doctor Bartucca. Fue recién ahí que Lorena entendió que ella también había sido vendida, traficada, y que el tal doctor Bartucca no era tan benevolente como sus padres lo habían pintado. Lore y Pao entran en contacto y ya para el 2006 se une también Fernando, Alfredo y Adriana. Todos vendidos a través del mismo médico. Y para reírse un poco de la situación, mecanismo infalible de los seres humanos cuando la realidad nos supera, y juntar fuerza del hecho de que no los unía el amor sino el espanto, empezaron a llamarse a sí mismos “Los Bartuquitas”.Deciden encontrarse, compartir historias e intercambiar información sobre su búsqueda. Y llegan a la conclusión  de que ninguno de ellos tenía la verdad del relato sobre su origen biológico. El doctor Bartucca, para asegurarse que sus compradores pagasen buen dinero por los bebés, les aseguraba que estos recién nacidos eran hijos biológicos de gente educada y de buen estatus social. Lo que les contaba eran diferentes versiones de estas 3 historias:El bebé era producto de Una maestra con un médicoUn médico con una enfermeraUna señora viuda de 40 años que era la amante de su cuñado o vecino y que pensando que ya estaba en la menopausia, en vez había quedado embarazada.En las tres versiones, la madre deja al bebé sin mirar atrás. Aparte, Los Bartuquitas, caen en la cuenta de que el doctor, con la excusa de que quería ir a ver donde vivían los futuros padres adoptivos, para asegurarse  de que el bebé tendría un buen hogar, en realidad iba a ver cuán lujosas eran las casas y así determinar cuánto les cobraría por el bebé. A los padres de Lorena por ejemplo les cobró  10 000 dólares. A otros padres el valor de un departamento. Un tiempo más tarde, buscando de qué forma podrían tomar algún tipo de acción legal contra el médico, se acercaron a hablar con la abogada y representante legal de Abuelas de Plaza de Mayo, Alcira Rios. Alcira, sobreviviente de un campo clandestino de la dictadura militar, experta sobre el robo sistemático de bebés  de ese período ya se había reunido con Paola anteriormente, y le había dicho que dado que eran un grupo de personas traficadas por el mismo médico, podían hacer una denuncia grupal, y que en ese caso el delito no prescribía. Pero en este segundo encuentro, por razones desconocidas, les explicó que ellos, “Los Bartuquitas”, se encontraban en un vacío legal. No había leyes que los amparase, ya que la sustitución de identidad, prescribe, la falsificación de documento público era un delito leve y también prescribe y lo único que se podía hacer era levantar cargos por secuestro a sus propios padres, lo cuál por razones obvias, no lo iban a hacer. Lore y Pao y los otros "Bartuquitas" quedan devastados por la noticia. No tenían a dónde ir. No había forma de encontrar ni justicia, ni su verdad.Pero dicen que cuando se cierra una puerta, el Universo abre otra, y esta vino en forma de el programa de TV “La Liga”.Fernando, uno de "Los Bartuquitas" conocía a uno de los entrevistadores de “La Liga”, Diego Alonso. Eran amigos del barrio, y cuando Fernando le contó a Diego que “Los Bartuquitas” no eran una persona, ni dos, sino muchos más, este habló con la productora del programa y decidieron hacer un programa sobre la identidad. El único problema era que no podían conseguir que el doctor Bartucca quisiera participar, por razones obvias. No contestaba ni el teléfono. Un día estaban "Los Bartuquitas" y el equipo de producción del programa reunidos en la cocina de Fernando, casi por darse por vencidos, cuando como en una de esas escenas como de película, Lorena dice:” Y si le hacemos. Una cámara oculta?” y se ofrece a participar. Con la excusa de que su marido no le creía la historia de su origen, le pide al doctor Bartucca de que por favor se reuniese con él en un café, así le podía contar de hombre a hombre la historia de su adopción. Bartucca accedió, y fue gracias a eso que aparece en el programa diciendo que no guardaba registros de ninguno de los bebés o de sus madres y de que Lorena no era hija de “negrita”. En el mismo programa de tv, Fernando cuenta que sospecha que tiene un hermano mellizo, que Bartucca lo vendió por separado, y hasta aparece otra mujer, Graciela, diciendo que a los bebés los subastaban. Ella, también vendida por el mismo doctor, cuenta que traían a los futuros padres al hospital y dependiendo del poder adquisitivo, les ofrecían los bebés de mayor precio o menor precio. Los rubios, blancos y de ojos claros eran por supuesto los más caros.El programa fue un éxito, y gracias a que se emitió aparecieron muchos más Bartuquitas. Todos buscando su verdad. Cómo dije antes, aparentemente el doctor Bartucca era un médico muy prolífico. Por otro lado, aparte del programa de tv, Paola, la otra Bartuquita original, en su incansable búsqueda, después de haberse acercado a Abuelas de Plaza de Mayo sin ningún resultado positivo, fue a visitar la oficina de derechos humanos a buscar algún tipo de ayuda, alguna respuesta.  Esa oficina se encontraba en el registro civil de Buenos Aires, dónde se hallan todos los registros de nacimiento de todas las personas nacidas en Capital Federal. O sea, si hay un lugar con toda la documentación, y algún tipo de dato que podría servir a esclarecer un poco el origen biológico de las personas, era ese. Pao, lo hizo durante 9 años, insistiendo, pidiendo ayuda, hasta que finalmente, cuenta que en el 2013 le llegó un mail diciendo que aparentemente Bartucca había vendido muchos bebés, y que lo conocían por la extensión de su labor de tráfico de recién nacidos. Pao no dudó y al día siguiente se acercó a la oficina de derechos humanos. Quién le había escrito ese mail era Mercedes Yañez, que desde su oficina había encontrado una forma de rastrear el origen biológico de las personas que llegaban a ella con un certificado de nacimiento falso. No todo estaba perdido. De repente, había una persona que sin ningún método, entrenamiento previo o gran presupuesto, podía ver en los certificados de nacimiento, algo que al resto se les había pasado de alto. Mercedes, siguiendo su conocimiento e intuición, podía ver lo invisible al resto de las personas.Un tiempo más tarde del programa “La Liga”, me contó Lorena que los Bartuquitas se fueron dispersando y que hoy en día mantienen poco contacto. “La búsqueda es pesada, hay que ir de a poco, sino te consume” me dijo. Ella sintió que después de hacer la cámara oculta, no sentía tanta necesidad de seguir. El hecho de que había capturado al doctor a cámara diciendo lo que dijo, le dio la sensación de justicia que necesitaba. Puso el programa en su canal de YouTube, y cuando alguien se comunica con ella, los rediríge a “Raíz Natal” y a la oficina de  Derechos Humanos. “Hay que saber cuando descansar y rearmarse, sino te terminás rompiendo, Nata” me dijo.Es verdad, los héroes, los precursores, los que no se rinden, los que buscan justicia, los que no se callan, los que aguantan, los que no duermen, los que marchan, los que insisten, los que lloran, los que gritan sin que nadie escuche, sin que a nadie le importe, los que abogan para que cambien las leyes, los que tocan cada puerta, los que rezan, los que buscan la paz de la verdad con resiliencia infinita y voluntad de hierro, también necesitan descansar. Y vivir. Porque esta vida se pasa tan rápido. No sea cosa que se pierdan de todo lo hermoso que también hay.Desde el otro lado del mundo, por todo lo que hicieron, por tanta luz, les estoy eternamente agradecida.Les prometo, ruido que hicieron, no va a pasar desapercibido.

  • “La identidad es un derecho Natalie”“La verdad sobre tu origen, es tu derecho Natalie”
    Desde afuera es tan obvio, tan claro. Sobre todo para todo aquel que creció sabiendo su origen biológico. Cada tanto me cruzo con alguna serie o película donde alguno de los personajes es adoptado o adoptada y brevemente después de que al espectador se le presenta esa verdad, el personaje sale en busca de su origen biológico. Sin ningún problema, se suben a un autobús, tren, avión, lo que sea, llegan a destino, tocan la puerta, aparece alguno de los progenitores, y hasta talvez hasta hacen tests de ADN, y continúan su camino integrando su nueva realidad. Así de facil. Y la familia que los crió o los ayuda, o los apoya o no se enteran. Se puede ver un poco de conflicto, pero nada del otro mundo. Inconscientemente todos los espectadores piensan: “Obvio que tiene que buscar, cómo va a andar por la vida sin saber quién es?”.Obvio que tenemos que buscar. ¿Cómo vamos a andar por la vida sin saber quienes somos?Pero entonces,¿qué es lo que nos detiene? O mejor dicho, entonces, ¿qué es lo que me detuvo?Ya les conté que uno de los grandes desafíos fue enfrentar el racismo internalizado con el que vivía. Desafiar las verdades y creencias que han infectado al mundo entero desde el colonialismo europeo y, en cambio, dar espacio a la noción de que valgo lo mismo  que todos los demás, independientemente de la cantidad de melanina en mi cuerpo.Después por supuesto no hay que olvidar toda la historia con Abuelas de Plaza de Mayo, la dictadura militar argentina, el crímen de lesa humanidad que fue el robo sistemático de bebés en esa época. Ni tampoco perder mi identidad nuevamente  y mi pasaporte alemán, más el miedo de las consecuencias que sufriría mi papá de encontrar un familiar en el banco genético de Abuelas de Plaza de Mayo.Una creería que eso es suficiente para querer hacerme dejar atrás mi verdad y la búsqueda de mi identidad biológica, pero eso no era todo, había más..La otra razón era algo que he escuchado mencionar a varias personas adoptadas con las que he compartido mi historia: 
    No le queremos romper el corazón a nuestra familia adoptiva. No queremos que nuestras madres, padres, hermanos y hermanas piensen que no los amamos, que no fueron suficiente, que somos unos desagradecidos, que en realidad siempre quisimos estar en otro lado, creciendo con otra gente.No puedo hablar por todos los adoptados por supuesto. Somos tantos y hay tantas versiones de adopciones que sería pura ignorancia generalizar. Esta es una observación nada más, por haberlo conversado con otros adoptados legal o ilegalmente. Pero dado que es algo tan recurrente, me parece un detalle importante de mencionar. La búsqueda de nuestras raíces biológicas poco tiene que ver con nuestra familia adoptiva. Si parto nada más de mi historia, a pesar de que mi familia carecía de armonía y de el amor que yo tanto necesitaba, siempre fueron y serán mi familia. Única e irreemplazable. Es más, según lo que mis terapeutas siempre me dijeron, los niños adoptados se aferran a su familia adoptiva muchísimo, y son muy leales por el terror a ser abandonados nuevamente. Esto inclusive cuando la adopción sucedió a los días de haber nacido y al contrario de lo que muchos dicen: “Los recién nacidos no recuerdan nada de eso” y piensan que el cambio de familia debería pasar completamente desapercibido para el bebé.En general, los adoptados  no somos muy buenos que digamos con eso de perder gente o dejar ir.  No es lo nuestro. Después por supuesto hay que ver cómo lo manejamos, pero en general, donde enganchamos, no soltamos.Personalmente, los lazos más importantes, los patrones psicológicos, mi cultura y la forma de relacionarme en general con el mundo, para bien o para mal, lo heredé de mi familia adoptiva. La búsqueda de mis raíces no es una búsqueda para reemplazar a mi amada familia disfuncional. Eso es imposible. Me guste o no, esa es mi familia y esa es la herencia que me dejaron. El amor profundo que les tengo es inamovible. La búsqueda de mi identidad biológica pasa por totalmente otro lado. Al principio, no tenía en claro que es lo que estaba buscando entender, y como dijo Mercedes Yañez, quién durante muchísimos años se dedicó a recuperar la identidad biológica de gente como yo: “No te pienses que por encontrar tu origen biológico se van a solucionar todos tus problemas”. Yo en ningún momento pensé que sería así, que de encontrar mi origen biológico, se solucionarían todos mis problemas.. Lo que necesitaba encontrar no era sólo mi sangre o  mi genética, era algo mucho más grande e inexplicable que eso.Después del último viaje a Argentina, donde viajé para contactar a mis posibles madres biológicas me quedó claro, que lo que yo quería en realidad era entender qué pasó. ¿Cómo me pudo dejar ir mi mamá? Alguna vez pensó en mí? O fui realmente tan insignificante para ella como me lo pintó mi familia adoptiva?  Es querer entender el contexto. Porque aunque sea duro y desgarrante, es importante saber qué pasó, cómo pasó y porqué pasó.  Es poner las cosas en su lugar. Cuando pensé que a mis padres los había matado la dictadura militar, era tener que aceptar la realidad y la época en la que vivieron, la crueldad humana, el sadismo, la ignorancia total, la impotencia de los ciudadanos ante los gobiernos, el hecho de que en algún lugar, en algún archivo, se encuentra la verdad pero hay gente que todavía no me permite acceder a ella. No buscaba justicia, aunque no me parece mal que haya gente que la busque. Cuando ese camino se cerró, y en cambio la búsqueda me llevó a  entrar en otra realidad, una realidad extremadamente cruel, como es la realidad en la que  viven las mujeres que potencialmente podían ser mis madres biológicas, tuve que nuevamente, al tocar esas puertas, aceptar la realidad desgarrante de la pobreza, el capitalismo y la vulnerabilidad de ciertos estratos sociales. Fue aceptar que nada tiene sentido, que por alguna razón a mi no me tocó crecer en ese contexto, y que la vida es una lotería.. Fue aceptar que “ que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”, que tel mundo es caótico, que no hay mucho de lo que pueda hacer al respecto y que debo aceptar mi impotencia ante la realidad y estar agradecida por la suerte que tuve.Fue tratar de colocar el dolor y la injusticia en un lugar de mi donde no me bloquease del amor y la luz que hay en mi vida. Poder llorar a los muertos. Poder sobrevivir mi propia historia.Poder aceptar y dejar ir. 
    Perdonar y sanar.
    Y si esa es mi verdad, y es todo lo que hay, una se preguntaría ¿para qué hacer tanto viaje? ¿Para qué ponerle a esto tanta energía? Porque hay algo peor que la realidad desgarrante, y es la fantasía. Es flotar por los aires de la ignorancia, estar en negación, separada del mundo, en una dimensión paralela, en un mundo interior lleno de preguntas que no se silencian. Es tener un compartimiento del cerebro, del corazón, del alma y del cuerpo siempre en secreto ocupados tratando de completar un rompecabezas al que le faltan piezas. Como he dicho antes, no creo que todos los problemas se resuelvan con saber nuestra identidad biológica, pero al menos saber que pasó es sentir la tierra bajo nuestros pies. Por más que esta tierra sea cruel e injusta, no importa. Sigue siendo nuestra tierra, parte de nuestra historia, nuestro contexto.Y nuestra familia, es nuestra familia. Les aseguro que los lloré  a mares cuando se murieron, que los extraño eternamente y sin importar mi edad, siempre sigo buscando la aprobación de mi mamá y mi papá  adoptivos. Ahí lo hermoso de la adopción, el amor trasciende la sangre y la biología. Al amor no lo frena la disfunción. Es el superpoder que tienen los niños, para ellos lo natural es amar. El corazón de nuestro niño interior añora siempre que mamá y papá nos vean. Siempre añora volver a casa. Por eso, la búsqueda no es una cuestión familiar, es personal.No nos van a perder nunca. Es más, si nos ayudan en vez de trabar la búsqueda, van a poder compartir con nosotros nuestra verdad. Van a poder acompañarnos en ese momento tan duro que es aceptar la realidad.Eso sí que es algo que me hubiese encantado decirle a mi mamá y mi papá: “No teman, mi corazón es interminable y siempre hay lugar para ustedes. Nunca me van a perder”.Familia tengan fe, la verdad nos liberará a todos, siempre. 

  • “Tu partida de nacimiento es falsa”, “tu adopción es ilegal”, “si te preguntan en el colegio, tu mamá es argentina”. 
    Desde chica me dijeron que yo era adoptada y que la cosa no había sido legal. La historia era la siguiente: Una mamá del jardín de infantes de mi hermano le había dicho a mi mamá que había una nena que necesitaba ser adoptaba, así que mi mamá fue con mi papá y mi hermano a buscarme a lo de un médico en capital. Siempre tuvieron miedo de que la gente se enterara porque pensaban que los iban a meter en la cárcel. Recién en el 2018 me enteré que el crimen de apropiación de bebés prescribe a los 12 años, lo cual es completamente absurdo, pero así también lo es el mundo. Ningún niño/a de 12 o menos años de edad va a andar demandando a sus propios padres por haberle adoptado o apropiado ilegalmente. En caso de que se estén preguntando acerca de las consecuencias legales que enfrentaría el médico, bueno, eso es aún más leve. Simplemente tendría que enfrentar cargos por fraude por los certificados de nacimiento falsos.Gran diferencia en el caso que esto suceda en el margen de la apropiación de bebés que tenga que ver con la dictadura militar, lo cual se clasifica como crimen de lesa humanidad y ahi sí, no prescribe.
    El médico que me entregó, rellenó la partida de nacimiento con el nombre de mi nuevo papá y mi mamá y una fecha de nacimiento que no sabemos si es la verdadera o no. Según mi mamá, cuando le preguntaron sobre mi origen biológico, de forma amenazante el médico respondió: “La quieren o no?” Y en esa época, plena dictadura militar, no se hacían preguntas, así que sin más me llevaron a casa. Y no fue hasta que en Abuelas de Plaza de Mayo me pidieron la partida de nacimiento, que jamás pensé en ese médico o la relevancia de mi  partida de nacimiento. Yo ya me había mudado a Suecia y de a poco comenzado mi nueva vida cuando un día me llama un amigo y me avisa que  de Abuelas me piden que me comunique con ellas. Resulta que el médico que firmó mi partida de nacimiento ya estaba siendo procesado en otros casos así que era muy posible que yo fuese una de las nietas que estaban buscando y que si me podía acercar a dejar una muestra de ADN. Eso fue en el 2002.El médico que firmó mi partida, Celestino Bartucca, fue la razón por la cuál todo esto comenzó.Años más tarde, cuando me acerqué a la oficina de derechos humanos del registro civil de Capital Federal para continuar mi búsqueda, averigüe que Celestino era un médico, en las palabras de quién estaba  en ese momento a cargo de esa oficina, Mercedes Yañez, ”muy prolífico”. De él se sabía que durante años no sólo se dedicaba a la venta de bebés sino que también realizaba abortos clandestinos en su clínica privada. Aparte, también era el jefe de obstetra del hospital municipal Santojanni. 
    Celestino aparentemente era un hombre muy trabajador. Éramos tantos los niños que él vendió que de hecho son un grupo que está en contacto de alrededor de 30 personas que se hacen llamar los Bartuquitas. Todos con identidad substituida y entregados o más bien dicho, vendidos  a través de Celestino Bartucca.Pero el prolífico doctor Bartucca no actuaba solo. Es imposible. Eso de andar vendiendo bebés no es tan fácil como parece. O en realidad sí lo es, pero hace falta gente por toda la logística que implica. Por ejemplo, hacen falta parteras que consigan los bebés. Ellas eran quienes o convencían  a la madre que está por parir a entregar a su bebé que iba a tener un mejor futuro en una familia de clase media,  o también sino los robaban fingiendo la muerte del recién nacido. Aparte también hacía falta gente que contacte a las parejas de clase media que quieran comprarlos. 
    Como cualquier empresa que vende un producto, hay la gente que tiene la materia prima, en este caso las madres pobres que se acercan a los hospitales municipales, los que compran la materia prima, o sea las parteras,  está el vendedor, en este caso Celestino, que se encarga de legalizar la cuestión y finalmente los compradores, gente de clase media que quiere tener hijos y o se cansaron de esperar el proceso de adopción legal, o saben que no los van a dejar adoptar legalmente, o simplemente no les importa nada y quieren un bebé y punto. 
    El negocio es bueno en un país como Argentina. Los bebés pueden llegar a valer hasta el valor de un departamento, dependiendo de si son blancos y rubios, blancos con pelo oscuro o los que valen menos como yo, de piel marrón y  pelo oscuro. En fin. Calculo que tampoco hay que olvidar a la policía de la zona donde trabajaba Celestino que seguramente sabía perfectamente a lo que él se dedicaba. Toda esta gente era parte de la misma maquinaria, sin olvidar tal vez la parte más importante: El consenso social. Porque sin consenso social, esto no sucede. 
    Ya sé, es complicado. Nada es blanco o negro. Una situación social tan difícil, al menos como lo era en Argentina cuando yo nací, una situación económica que nunca mejora, las clases sociales que parecen castas sociales, la gran necesidad y ausencia de seguridad social y en medio de todo esto, las madres pobres, totalmente indefensas ante un sistema  que no las valora y las ve como paria, fácilmente da lugar a que todo esto exista, haya existido y siga existiendo. Yo crecí toda mi vida escuchando que tuve suerte. “Porque imagínate dónde estarías ahora si no hubiese sido que te adoptaron”. Y en parte es verdad. La diferencia entre comer y no comer influye muchísimo en el crecimiento de un niño. El estrés de los padres por tener que luchar cada día para mantener a flote a una familia con lo más básico, también influye muchísimo en cómo se forma ese niño. La educación que recibí, y en mi caso el pasaporte que heredé, que me permitió mudarme a Suecia sin ningún tipo de problema, también influyó en mi vida. 
    Pero entonces, si es tan así, porque siento dentro mío tanta necesidad de saber que pasó en el momento de mi nacimiento? Porque deseo saber cuál fue la historia detrás de mi entrega, que aunque sea una historia dura, llena de injusticia, oscura y cruel aún así la prefiero antes de continuar con el vacío de la incertidumbre? Porque no en vez les escribo una oda de agradecimiento al doctor Bartucca a su familia y sus secuaces? Porque no siento sólo agradecimiento a mis padres, a mi historia y al consenso social de mi país que hizo todo esto posible?Porque hay grupos en Facebook de gente que busca desesperadamente su identidad biológica y su verdad, sin importar cuál fuera esta?Y que habrán pensado mis padres cuando me fueron a buscar y cómo dijo mi mamá: “Nos habían prometido una nena rubia”? Pensaron: “Si la vestimos bien y le lavamos el pelo con el shampoo para cabellos rubios de Helena Rubenstein por ahi no parezca tan negrita y nunca nadie va a preguntar de donde vino?”O será que nadie, absolutamente nadie se puso realmente a pensar que significaría todo esto?Si. Ya sé. Nada es blanco o negro.Y aunque me duela hasta la médula, quiero creer que todo es parte de todo. Y que de alguna forma inexplicable, en esta vida, hay un plan para todos.Inclusive para el doctor Celestino Bartucca.



  • Después de siete años de no tener contacto alguno nos encontramos gracias a las redes sociales. Él apareció en Facebook un día y nos hicimos amigos por ahí. En esos tiempos, 2009-2010, yo me estaba recuperando de un burn out que me dejó aislada en casa y del que me fui más o menos rehabilitando de a poco y con mucha paciencia. Un día vi que Martin había posteado algo sobre la dictadura militar y me atreví a preguntarle si él creía ser hijo de desaparecidos también. Le conté sobre mis sospechas  y de que me había acercado a Abuelas de Plaza de Mayo antes de mudarme a Suecia, pero que no me animaba a dejar el ADN. Él, con la seguridad que lo caracteriza, me contestó: “Yo no creo serlo, pero estoy por viajar a Argentina, querés que te averigüe si vos lo sos?” Le respondí que si, sin entender bien cómo podía ser que él pudiese averiguar tal cosa, y al mismo tiempo sin animarme a preguntarle. Martín viajó a Argentina y a las semanas volvió, pero yo no tenía la fuerza para escuchar la respuesta. Recién un año más tarde junté suficiente coraje para hacerlo  y su respuesta fue: “Tenía miedo de que me preguntaras, porque la respuesta es dura. Sí, lo sos. Yo en cambio, no.” Lo hablamos por chat en Skype. Le seguí haciendo preguntas, pero me dijo que era la única información que le habían dado. Le pregunté si podía hablar directamente con ellos, y aún más importante, quiénes eran “ellos”. “Nata, esta es gente pesada. No te metas”, me respondió.
    Recién en el 2018 entendí a lo que se refería. Martín desde que llegó a Suiza trabajó en la parte de seguridad, gracias a su pasado en la policía y militares. Y gracias a que trabajó duro y constantemente logró un muy buen estatus económico y social. Básicamente, Martín, después de sobrevivir Argentina se reinventó y rehizo su vida. Un poco como yo, quitando el éxito económico y estatus social.
    Después de que me contase lo que había averiguado, nuevamente perdimos el contacto. Esto de recibir noticias tan movilizantes me lo tomo siempre con mucha calma, y en ese entonces, yo que recién salía de mi pico de depresión, quería dedicarme más que nada a producir mi música y rehacer mi vida desde un lugar más sano. Tenía 33 años y había lanzado mi primer single producido por mi, “No te doy más” a través de mi compañía discográfica “El Sol y la Luna music”. Todo un logro para alguien que dos años antes apenas se podía levantar de la cama, atender el teléfono o salir de la casa. 
    El camino de rehabilitación de un burn out, o de cualquier tipo de depresión o trauma es largo, complejo y hay que tener mucha paciencia y constancia. En mi caso, en ese momento al menos, consistía en entrenar, ir a mis reuniones de 12 pasos, meditar, alimentarme bien, e ir a las charlas de mi amigo Jeremy Halpin , experto en medicina china, sobre la conexión entre la energía, el cuerpo, las emociones y el alma. Estaba decidida a salir para adelante, y lidiar con la búsqueda de mi origen biológico no era un lujo que me podía dar en ese momento. En teoría, entendía lo esencial que es la identidad biológica de una persona, pero todo el asunto me sobrepasaba tanto que no veía la razón por la cual meterme ahí. Decidí que era el momento en mi vida de construir mi futuro de la forma en que yo lo quería construir. 
    Ya era el 2012 y era tiempo de invertir en mi carrera, tener estabilidad económica, y eventualmente más adelante, si era lo que queríamos con mi pareja, hasta pensar en tener una familia. 
    Siempre puedo contar con mi vida para arruinarme los planes.
     Llegó el 2013 y con ese febrero la muerte de mi mamá, y la búsqueda no pudo esperar más. Estaba escrito en las estrellas. A partir de ese año el ruido dentro mío me aturdiría hasta que le hiciera caso. Lento pero seguro, la puerta se abrió, y yo caí como Alicia en el país de las maravillas cayendo en la madriguera del conejo.Lo que siguió ya la conté. Fue ir a Abuelas de Plaza  de Mayo y eventualmente dejar mi ADN a finales del 2015, para ver si mi familia biológica se encontraba en su banco de datos genéticos.
    Ese mismo año, 2015, me había ganado una beca del Comité sueco para becas de Arte  para trabajar con el artista Kevin Johansen y aproveché para viajar a Argentina y quedarme hasta recibir el resultado, que como ya conté dió negativo.
    Volví a Suecia en abril del 2016 a retomar mi vida sueca con un plan: Me iba a encerrar en mi estudio, deprimirme y trabajar. Ese gran vacío y desesperanza que me había dejado el resultado de ADN me iba a consumir, y yo lo iba a dejar. No me iba a resistir, no iba a tener más esperanzas, no iba a tratar de encontrar el lado positivo de todo esto, ni tratar de entender que aprendizaje me había dejado. Simplemente me iba a hundir en mi dolor y lástima por mi misma.
    Pero Simon, y Juan, mi pareja de ese momento, tenían otros planes. Vinieron los dos juntos un día a mi estudio y me emboscaron diciéndome: “Ya está? Te vas a dar por vencida?”. Me insistieron un buen rato, me dieron todas las razones por las cuáles no me podía dar por vencida, muy seriamente me explicaron que si lo hacía me iba a arrepentir en el futuro y que al final si ya habíamos llegado tan lejos, porque no seguir un poco más, que alguien tenía que saber algo más. De alguna forma debería haber otra forma de seguir la búsqueda, que por que no, contratar a un detective privado? A lo que finalmente  dije: “Bueno, puede ser que haya alguien que me pueda ayudar” 
    Es en esta parte del relato, cuando cuento esta historia, que en mi cabeza aparece un personaje del  programa para niños de la televisión mexicana “Chespirito”. Un super héroe con el que crecí, que llevaba como emblema un corazón enorme en su pecho, el Chapulín colorado. La escena era siempre la misma, alguien estaba en problemas y decía “Y ahora, quién podrá defendernos” y de la nada aparecía él, y todos gritaban “El Chapulín colorado” a lo que él respondía “No contaban con mi astucia” y salvaba el día.Asi que ahi, cuando Simón mencionó al detective privado pensé: “Voy a llamar a mi Chapulin colorado”.. Le mandé un mensaje a Martin ahí nomás y por supuesto él contestó a los minutos. 
    Así retomamos nuevamente las aventuras de Naty y Martin, el Chapulín colorado.
    Le conté todo lo que había pasado. Todo. Toda la vuelta con Abuelas de Plaza de Mayo, el documental, mi tristeza.Y Martín, que es un héroe nato, sin dudarlo un minuto, decidió ayudarme otra vez. 
    Simon, Juan y yo viajamos a Suiza en octubre del 2016. Nos quedamos sólo un par de días, yo le llevé una copia del expediente que Abuelas de Plaza de Mayo tenía sobre mi caso y Martín apenas lo leyó, mandó un mensaje a un contacto en Argentina para que le proveyese  información sobre el doctor que me vendió, Celestino Bartucca y la dirección donde yo supuestamente había nacido. Al la hora nos llegó la respuesta: Había mucha gente que preguntaba sobre esa dirección y ese doctor, sobre todo casos que tuvieran que ver con el robo de bebés en época de la dictadura militar. También nos mandó el link de un video en YouTube de una cámara oculta al doctor Bartucca, donde quedaba en claro que la venta de bebés era común y prácticamente no se penalizaba. Quién había subido el video era Lorena Quiroga, partícipe de ese video. Mujer valiente que también habiendo sido vendida por el doctor, buscaba su verdad. 
    Volvimos de Suiza y a mí me dolía el alma. Me habían vendido como a una mascota. 
    La realidad es mucho más linda cuando una se la imagina que cuando una la confronta. Pero también volví con una fuerza interna gracias a que Martín, que realmente no tenía porque, había movido sus contactos y dedicado su precioso y escaso tiempo a nosotros durante un par de días. 
    Ante esa realidad tan pesada, un héroe se levantaba y cambiaba el curso de mi historia. Un héroe se quitaba el camuflaje y se mostraba por quién realmente era y me levantaba del lodo. 

    Nos volvimos a ver en Paris, cuando con Simon fuimos a encontrarnos con Ignacio Carlotto y Claudia Carlotto, y nuevamente cuando juntos viajamos a Argentina en el 2018 y averiguamos sobre el tráfico de bebés y tratamos de conectar la dictadura militar con el doctor Bartucca. Él último viaje a Argentina lo hicimos Simón y yo solos. Por supuesto que lo extrañe a Martin, pero también comprendo que por la razón que fuera, seguramente tuvo que poner su tiempo y energía en otras cosas. 
    Martín y yo nadamos en el mismo agua y aunque de muchas formas somos muy diferentes, en algún lugar dentro nuestro somos muy parecidos. Cuándo él me mira sé que me vé y cuando yo lo miro creo o espero que él sepa que yo también lo veo. Haber podido hacer parte de este viaje con él fue un lujo, poder habitar en su aura fue fascinante. 
    Hay gente así en el mundo, con tantas capas y facetas y profundidades que son interminables. Martín es uno de ellos. Un héroe que se camufla de muchas otras cosas pero que siempre va a ser quién siempre fue, ese niño que conocí, que jugaba a ser detective en los recreos, el que defendía a los que no se podían defender, el que amaba la justicia desde tan chico. Su alma siempre va a ser su alma. Y yo siempre voy a saber que está ahi. No importa el camino que tome en la vida. Martin siempre va a ser mi héroe involuntario. Mi Chapulín colorado.

  • Una de las cosas que no me canso de repetir, es que si hay algo que aprendí con el tiempo, es que las cosas no son blanco y negro, o las personas buenas o malas. La vida no es como una película de Hollywood, donde los personajes carecen de matices y el malo es fácil de detectar desde el principio del relato. La realidad y las personas son mucho más complejas y están llenas de grises, explicaciones e historias, por eso es tan difícil a veces entender que es lo que realmente está pasando. Aunque sea una verdad incómoda y al cerebro en realidad le gustaría simplificar, clasificar, juzgar y descartar, tarde o temprano va tener que aceptar que todo viene de algún lugar y todo va hacia algún lugar. Como peces en la  corriente de agua formada por la historia de la humanidad. Y en esas aguas tratamos de nadar un recorrido único, pero nunca fuera de la corriente que nos tocó vivir. En pocas palabras, hacemos lo que podemos con el destino que nos fue dado.
    Aparentemente Martin y yo nos conocimos apenas nuestras familias nos adoptaron, o más bien dicho adquirieron Su hermana y mi hermano iban juntos al kindergarten de la escuela alemana a la que después también nosotros iríamos. Ahi las dos madres se conocieron, cada una con su respectivo bebé marroncito y me imagino compararon adopciones. Desde ese entonces nos conocemos. Fuimos juntos al kinder también y después estuvimos en la misma clase en la primaria. Martín fue mi primer novio en segundo grado, junto con otro Martin. Sí, aparentemente en ese entonces yo era poliamorosa. 
    Martín le dijo al otro Martín que en realidad él y yo pegábamos mejor dado que el color de nuestra piel era parecido. Éramos los dos marroncitos en una escuela llena de blancos y rubios. De hecho, se podía ver quienes eran adoptados en mi escuela, porque eran en general los marroncitos, con alguna que otra excepción. En los recreos Martin jugaba a ser detective, y siempre jugaba el personaje de héroe justiciero. Era más alto que los otros y se sabía que con Martín no se jodía. Mi mamá me contaba que él ya de chiquito iba con su hermana en colectivo al colegio. A nosotros nos llevaba el micro del colegio. “Que valiente” pensaba yo siempre. Martín nació para ser héroe. Yo al lado de él siempre me sentí blanda e inofensiva.
    Despues de la primaria Martín desapareció de mi radar. Hizo la secundaria en el Liceo militar porque él lo eligió, lo cuál para mi, a esa edad, era impensable. El liceo militar sonaba como un castigo, algo a donde se manda a los niños que necesitan disciplina. Él siguió por ese camino y yo seguí por el mío, en la secundaría del colegio alemán Goethe. 
    Lo veía cada tanto en los campamentos de verano e invierno que organizaba la comunidad alemana. Los campamentos “DAL-Deutsche Argentinische lagergruppe” que mucho más tarde entendí, tenían un resabio de los tiempos oscuros de Alemania y su “Hitler Jugend”. Ahi nos veíamos con Martin. Èl ya había ido desde chico. Yo me uní recién a los 14 años. Por supuesto en ese entonces, ninguno de nosotros lo veía de esa forma. Al menos para mí, era con la alegría que se siente si a una le gusta acampar y estar en contacto con la naturaleza, algo que todavía hoy en día siento.Era dormir en carpa, bañarse en el río, cocinar para todo el grupo, juntar madera para el fuego, hacer caminatas de varios días, dormir bajo las estrellas y cantar por las noches. Ahi aprendí a tocar canciones en la guitarra de Leon Gieco, Seru Giran, Sui Generis, Creedence, Rod Steward, Rolling Stones, Pink Floyd, Cat Stevens  y canciones tradicionales alemanas que se asocian todavía con una época de Alemania que es preferible olvidar. O al menos no repetir nunca jamás. El “DAL” me enseñó a estar cerca de la naturaleza, a amar las noches y las estrellas, a sentir una añoranza por algo más allá de la realidad, me enseñó a soñar. Muchos años más tarde, ya viviendo en Suecia, caí en la cuenta de la historia oscura de la comunidad alemana en Argentina. Como dije antes, nada es blanco o negro, En medio de esa oscuridad, y rodeada de una sociedad que se empeñaba en clasificar a las personas por su color y genética, y Martin y yo que no encajábamos en ella,  yo aprendí a ver las estrellas, y a tocar canciones que todavía hoy toco (en eso no están incluidas las alemanas). Ambas cosas me siguen salvando todavía cuando la realidad me sobrepasa. 
    Después de mis 15 años Martin no vino más a los campamentos. Cada tanto me mandaba cartas, porque de celulares no había ni rastros en esa época, y me contaba cómo le iba la vida en el liceo. Martin parecía vivir una vida llena de aventura, mientras que la mía era una vida aburrida de adolescente sobreprotegida de clase media. Más allá de las peleas y violencia constante en mi familia, no pasaba absolutamente nada en mi vida. 

    Pasaron los años y poco sabía de Martin, más que después del liceo se unió a la Policía Federal de la provincia de Buenos Aires, la cuál al menos en ese entonces, tenía la peor reputación de todas las fuerzas policíacas. Se decía que eran los más corruptos, sanguinarios y desalmados. Que lo mejor siempre era no tener nada que ver con la policía.Y nuestros caminos hubiesen seguido separados, si no hubiese sido que al parecer mi destino tenía que cambiar bruscamente, con la violación que sobreviví el 7 de agosto del 2001. Como el crimen tomó lugar en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires, mi caso fue a parar a San Isidro, que era la comisaría donde trabajaba Martin. Él, que en realidad estaba en la sección de narcóticos, me dijo que ese día en la pila de expedientes que le habían puesto sobre su escritorio, apareció un caso que usualmente no se le asignaría. Un caso de violación. Y cuando miró más de cerca se dio cuenta que era yo. Es realmente creer o reventar.De todas las comisarías, de todos los detectives, de todos los escritorios, a Martín le tocó ser el detective mi caso. 
    Me acuerdo del primer encuentro con él para hablar de lo que había pasado. Yo cargando con la típica vergüenza que caracteriza a todas y todos los sobrevivientes de abuso sexual, eternamente agradecida de que fuera a él a quién le tuviera que contar los detalles. Algo en sus ojos me decía, que para él yo no era un caso más. Algo me decía que él estaba de mi lado, él estaba en mi equipo. Así fue que entramos en contacto otra vez. 
    Cómo conté, al tiempo de la violación, en un viaje de turismo aventura conocí al sueco de 35 años de quién me enamoraría y por el cual me mudaría en junio del 2002 a Estocolmo. Vendí todo y me fui. Necesitaba comenzar una nueva vida, en un nuevo lugar, lejos de quién fui, lejos de mi historia , lejos del personaje que yo interpretaba en la realidad en la que vivía.
    De Martín supe poco durante esos años. Que le habían tendido una cama y que había terminado en la cárcel era una de ellas, y de que después se mudó a Suiza a rehacer su vida fue otra. Como Al Pacino en la película “Serpico”. 
    Recién en el 2010 y gracias a Facebook y a que yo me encontraba mucho tiempo en casa y en las redes sociales gracias a que unos meses antes mi depresión post traumática tuvo un pico y sufrí de un burn out, vi que posteó un día algo sobre los militares y la dictadura y de la nada le pregunté: “Vos crees que también sos hijo de desaparecidos?”, “no lo creo”, me contestó, pero si vos querés saber te averiguo”“Bueno, si, dale” le contesté.Habían pasado aproximadamente siete años desde la última vez que hablamos, pero como siempre, yo sentía que nuestras vidas seguían un trayecto paralelo. Cómo si nuestras almas antes de nacer se hubiesen puesto de acuerdo de encontrarnos cuando estuviésemos de este lado, y acompañarnos, para no perdernos del todo en este mundo tan confuso.
    Así regresó Martín a mi radar, cómo el héroe involuntario que es.No lo sabía en ese  momento, pero unos años más tarde, gracias a él, me volvería la esperanza al cuerpo.Por segunda vez.

  • Desde la primera vez que me enteré que era adoptada, a los creo 5 o 6 años, cada vez que se toca el tema en cualquier situación posible, lo que sigue directamente después es algún tipo de comentario que trata de dirigir mi percepción de lo que pasó hacia un lugar de insignificancia, de normalización.
    Demás está decir, que el 99% de las personas que han hecho esto, no son adoptados y han crecido con su familia biológica.

    Por ejemplo: “Pero tu origen biológico no importa, lo que importa es tu familia de verdad” o también “pensá que suerte que tuviste, imagínate donde hubieses ido a parar sino”, otro es: “mamá no es la que te parió, sino la que te crió” el clásico “vos buscas excusas para hacerte la víctima y no hacerte cargo de tu vida”, también: “ vos elegís identificarte como adoptada porque es lo que conocés y quién serías sin esa identidad?”, o sino también “todos tenemos problemas, yo a veces también me pregunté si era adoptado/a”. 
    En los últimos tiempos desde que empecé a contar sobre la búsqueda que se empezó a filmar en el 2015, el comentario más frecuente fue: “No dejes que esto defina tu vida, trata de vivir en vez”. Todos estos comentarios, creo yo, nunca fueron hechos para dañarme. 
    Tal como lo percibí después de mi violación, la gente al sentirse impotente ante la injusticia, lo que trata de hacer es controlar el daño que causó la realidad tan incambiable, ya que no hay forma de cambiar la sociedad y realidad en su totalidad. Tal cómo los comentarios después de mi violación que apuntaban a que yo podría haber hecho algo para evitarlo, o que podía hacer algo para evitar el trauma que causó, muchas personas han tratado de controlar el daño de una sociedad cruel de la que son parte, al poner la culpa de mi dolor en mi.
    Para dar un ejemplo más concreto, lo que sucede es esto: 
    Imagínense que por una razón que una no puede controlar, una termina pisando un piso prendido fuego y se quema los pies. Entonces la reacción de la gente sería: “Porque caminaste sobre ese piso?” Y no “Porque estaba ese piso prendido fuego?”Mientras se curan las heridas de la quemadura te empujan a que camines “Ya pasó, está en el pasado, cuánto tiempo más va a durar tu rehabilitación?” Y no: “como están esas heridas?”Mientras te siguen doliendo la planta de los pies y te es difícil caminar: “Yo también me pregunté alguna vez si mis pies se habían quemado, todos tenemos problemas a veces” en vez de: “No me puedo realmente imaginar lo que es ese dolor, pero acá estoy si necesitas hablar”.Mientras buscás distintas formas de desinfectar las heridas para que se curen de una vez por todas: “Es que en realidad a vos te gusta identificarte como la quemada, te gusta hacerte la víctima” en vez de: “Fuerza! Un día por vez ya vas a ir sanando”Y cada vez que la frustración a una la colma y desearía ser otra y no tener que hacer todo ese proceso de rehabilitación: “Es que en realidad a vos te gusta ser la quemada. Quién serías si no fueras esa? Vos sabes que hay gente que se quemó mucho más que vos no?” En vez de simplemente dar un abrazo y un: “Estás avanzando, seguí para adelante, te amamos tal como sos”. En el caso de que la ansiedad provocada por el dolor de la realidad que se está tratando de evitar, haga que una busque formas de huir y de mantenerse entretenida como trabajar por demás, nunca quedarse quieta, buscar relaciones tóxicas, o alimentarse de mala forma: “Deja de huir! Tu problema es que no confrontás tu dolor! ¡No aceptás tu pasado! No dejás ir!” En vez de un simple: “Cómo andás?” Y el último y el más frecuente: “No dejes que esto defina tu vida, trata de vivir en vez”. 
    En este comentario hay tanta información que no sé ni por donde empezar. 
    La frase que se me viene a la mente es: “Lo que dice Juan de Pedro, dice más de Juan que de Pedro”A ver, si lo analizamos un poco, de qué forma pude yo dejar que esto no definiera mi vida? Acaso en el momento que nací? Debí haberme parado ahi nomás y dicho: “No, no quiero que me adopten”. 
    O cuándo repetidamente la sociedad me marcó desde chica que yo era distinta, debí haber respondido: “No, no les permito que me definan como distinta!”. 
    O cuando mi mamá repetidamente me decía que yo tenía genes villeros, debí haberla parado ahi nomás y dicho: “Primero que nada, no creo que ser villera aparezca en el genoma humano, segundo, que tiene de malo ser villera y tercero, en el caso de que hubiese un gen así, según la ciencia en este momento, es el hábitat lo que activa las distintas características en las personas, o sea, si mi gen villero se activó, es gracias a vos.”

    Yo de bebé fui ilegalmente adoptada. No crecí con mi familia biológica. No sé cuál fue la razón pero me tocó ese destino. Eso es un hecho. Yo no dejé que me definiese, porque no tuve opción. El verbo “dejar” en esa oración implica que yo lo elegí. Los bebés no eligen. Existen. Los adultos tienen más opciones. La identidad que recibí de una sociedad como la argentino/alemana es una que me fue dada. Por que razón es justamente esa la identidad que me fue dada tiene que ver con muchas razones muy complejas, que mucho tienen que ver con ignorancia, consciencia y los tiempos que vivimos. No es personal, pero es lo que me tocó. Que me pase gran parte de mi vida adulta tratando de deshacerme de esa identidad y tratando de encontrar una identidad más amplia, abarcativa y acorde con quién realmente soy, es mi elección. Esa es mi voluntad. Por eso es que decidí buscar; para entender, aceptar y eventualmente dejar ir, todo a su debido tiempo. 
    Eso si que lo aprendí de mi violación. 
    Los traumas nos forman, hasta que ya no nos forman más, hasta que nos reconstruimos, hasta que pasamos a ser más que el total de las partes que nos componen. Lo más importante es acompañarse en cada paso, con compasión a esa persona que carga con el dolor. De la misma forma que se acompaña a una mejor amiga. Viendo el coraje, la frustración, la tristeza y la fuerza. 

    Con todo esto no quiero decir tampoco que no es cierto que a veces me siento como una víctima y quiero hacerme una bolita sobre mi sofá y no salir de mi casa nunca más. O que a veces el dolor y lástima por mí misma no me permiten ver lo hermoso que hay en la vida, el amor, la abundancia, la belleza y creatividad. No, eso también me pasa. Pero cuando me dicen que trate de vivir mi vida en vez, me pregunto si se pensarán que yo soy millonaria y no tengo que salir a trabajar y hacer lo necesario para vivir mi vida como cualquier otra persona adulta. No.Nadie me paga las cuentas así que mejor que me cuide y esté sanita.Por suerte y probablemente gracias al programa de 12 pasos, encontré una forma de todavía poder levantarme de mi cama. Si algún día eso cambia, contemplaré otras opciones, como por ejemplo medicación. En el caso de que “tratar de vivir” en realidad se refiera a ”tratar de disfrutar de la vida”, bueno eso es un poco más difícil. Pero creanme, no es por falta de voluntad. A veces las heridas no me dejan en paz. Aparte, eso de disfrutar la vida y sentir agradecimiento por lo que se tiene, no es difícil para todos?Ah, y porque no sano más rápido? No lo sé. Creo que en algún lugar de todo esto hay un plan. El otro día iba pensando, sin realmente merecer tal comparación pero para usar un ejemplo bien claro, que si no hubiese sido por el dolor que sintió Martin Luther King, que hubiese sido de ese cambio social?Talvez haga falta que seamos exactamente quienes somos, y recorrer el camino que estamos recorriendo de la forma en que lo hacemos, porque en nuestra sanción, en cada historia y cada camino,  existe la sanción de todos.No sé.Sólo sé que no voy a dejar de estar triste porque me lo digan. Lo único que va a pasar es que voy a dejar de hablar, de contar, de compartir. Me voy a deprimir convencida de que merezco mi soledad. Convencida de que merezco mi abandono. De que todo es mi culpa.Y después voy a hacerme una bolita sobre mi sofá y querer desaparecer.
    Dejar de vivir mi vida no es una opción. Voy a siempre hacer lo que pueda, con la fuerza y las herramientas que tenga, como todo el mundo.Ahora, en nombre de todos nosotros que estamos en una búsqueda tan fuerte cómo es la de la identidad biológica, les pido gente querida, compasión, comprensión, abrazos y escucha. No se preocupen por el resto, que venimos así desde el comienzo de nuestros tiempos, y ya estamos bastante acostumbrados.Vivir, vamos a vivir.

  • Pasaron los años y cómo ya conté antes, después de la muerte mi mamá en el 2013 y de escuchar que uno de sus últimos deseos era que encontrase mi verdad, siempre pensando que era hija de desaparecidos, finalmente tomé el coraje para hablarle a mi papá. Era importante informarle lo que iba a hacer, por las consecuencias que le iba a traer. Para mi gran sorpresa, su respuesta fue positiva. Yo había esperado trece años para tener esta conversación. Me había preparado de todas las formas posibles, esperando cualquier tipo de reacción suya menos esta. Se vé que lo había pensado. Tan sorprendente fue su reacción que yo, que hablo hasta por los codos, me quedé muda. 
    Era febrero del 2015, me estaba ya por volver a Suecia, pero como desde la Conadi me habían escrito unos meses antes preguntándome si sentía que estaba lista a dejar el ADN, decidí pasar a visitarlos para hacer unas preguntas antes de volverme a Suecia y dejarlo ahí. Quería volver a Suecia, a mi casa, a mis amig@s, a mi psicóloga, a mi trabajo, a mi lugar en el mundo sana y salva de todo, para poder procesarlo mejor.Las preguntas que tenía eran triviales para el resto del mundo, pero importantes para mí. 
    Por ejemplo, si encontrasen una familia en su banco genético, cuánto tiempo tardaría hasta que se cambiase mi apellido? Y se cambia automáticamente mi pasaporte argentino? Y mi DNI? Y que pasaría con mi pasaporte alemán? Y mi permiso de residencia en Suecia? Y mi cuenta de banco? Y mis tarjetas? Y cuánto tardaría todo el proceso?Si iba a perder el control de mi identidad, quería saber al menos a nivel práctico que implicaría. Al fin y al cabo, por dentro llevo una gran parte que es alemana, la que necesita estructura y predictibilidad.Fui a la Conadi con mi amigo Adri, quién me había acompañado la primera vez que me acerqué a Abuelas porque él me insistió, yo en realidad iba a ir sola. Gracias a Dios por esos amigos sabios que la acompañan a una en la vida. Llegamos y nos llevaron a la oficina de la persona, quien estaba a cargo de mi caso. Todo comenzó bien. Él tenía mi expediente abierto sobre su escritorio. No recuerdo cómo comenzó la charla, pero sí que le dije que venía a hacerle unas últimas preguntas. Le dije que iba a dejar el ADN en Suecia, y me dijo que porque no lo dejaba en ese mismo momento. Yo con tranquilidad le traté de explicar porque, pero mis respuestas parecían irritarlo. Yo no entendía que estaba pasando, pero como estaba tan acostumbrada a dar explicaciones en mi vida, con paciencia y sin alterarme, traté de ser clara y mantener la calma. Cuando se lleva tanto trauma por dentro, en un mundo que no parece entender mucho al respecto, una de las soluciones es explicar lo necesario para que la gente que me rodea, a falta de entendimiento, al menos me deje tranquila y yo poder continuar en paz con mis procesos internos.Así que ahí sentadita esa tarde calurosa en la oficina de la Conadi, viendo la irritación de esta persona, tranquila, traté de explicarle porque no iba a dejar el ADN ahí y en ese momento. Pero todo lo que decía parecía irritarlo  más. Hasta el punto que me empezó a amenazar. Y como yo no daba brazo a torcer y no me alteraba con lo que me decía, finalmente concluyó nuestra charla cerrando mi expediente y diciendo: “Si no dejas el ADN ahora, no te puedo garantizar que no te obliguemos a dejarlo” a lo que yo le contesté: “Lo que ustedes decidan o no, yo no lo puedo controlar. Hagan lo que tengan que hacer, que yo voy a hacer lo mismo, que es informarme”. 
    Porque ese es mi deber como persona adulta. Informarme, tomar mi responsabilidad, juntar fuerza, y hacer lo que puedo con mis limitaciones de humana. 
    La situación era tan irreal, que parecía una película. Él, sentado del otro lado del escritorio reclinado en su silla con mi expediente cerrado delante suyo, como en esas escenas donde se interroga a un preso, o criminal, o sospechoso o inclusive a un supuesto terrorista capturado por las autoridades, a punto de ser arrojado al calabozo. Y yo, tratando de demostrar que vine en son de paz, y que no quería problemas. Tratando de mostrar mi inocencia. 
    Esta escena estaba tan fuera de lugar, ocurriendo en el último sitio donde se esperaría que ocurriese.La charla duró casi una hora. Salimos de ahi con mi amigo, también horrorizado, lo más rápido posible del edificio. Juré nunca jamás volver a acercarme a Abuelas o a la Conadi, Pensé: “me vuelvo a Suecia y que me vayan a buscar”. 
    Por supuesto cuando le conté lo que pasó a mis conocidos nadie me creyó.  Sobre todo en Argentina. Y entiendo por que. Después de todo lo que sufrieron las madres cuyos hijos desaparecieron en la última dictadura militar argentina, después de tener que pelear por cada milímetro de justicia, de incansablemente buscar la verdad con la esperanza de recuperar a sus nietos, es imposible concebir que puedan errar de alguna manera. 
    Todos hacemos eso. Ponemos a la gente en pedestales, necesitamos héroes inmaculados. Héroes perfectos, casi con características divinas, porque algo tiene que ser bendito en este mundo. Sobre todo en Argentina. Alguien o algo tiene que poder estar más allá de la realidad corrupta e injusta. Alguien nos tiene que salvar. Pero en el acto de elevar a otros por encima de todo, nos olvidamos que todos somos meros humanos, nadando en la corriente social que nos rodea, errando y aprendiendo todo el tiempo. No somos infalibles, nadie lo es. Todos hacemos lo que podemos con lo que nos fue dado, en la época en la que nos tocó vivir. Creer que un ente como Abuelas de Plaza de Mayo es perfecto e infalible es una locura. Han hecho grandes cosas. En su tenaz búsqueda de la verdad y justicia, han logrado cosas increíbles. Y a ellas les debemos tanto, pero no son de origen divino. Son gente como todos, aprendiendo, errando, tratando.
    Como conté anteriormente, cancillería me contactó en agosto del 2015. El juez me dijo que dejara el ADN porque mi caso se judicializó. Yo entremedio viajé a Argentina porque era el cumple 75 de mi papá y quería asistir a la fiesta de cumpleaños. Ya emprendiendo el viaje de vuelta, en migraciones al ver mi pasaporte se lo llevaron sin darme una explicación y me lo devolvieron al rato, también sin darme una explicación y casi me pierdo el avión de vuelta a Suecia. Inclusive en el 2016, cuando ya había dejado el ADN al llegar a Argentina, me retuvieron en un cuarto de migraciones, hasta que pudieron contactar al juez de mi causa. En el mismo cuarto retenían a otro individuo. Si, asi es, me retuvieron en un cuarto, como a un criminal. A la hora, cuando finalmente pudieron hablar con el juez, me dejaron ir. 
    Fue muy difícil no sentirse como un objeto todos estos años. Objeto portador de evidencia. Un objeto que  robaron en un estado de vulnerabilidad total, un objeto que vendieron a una familia, un objeto que tenía que sólo sentir gratitud por crecer en esa familia. Objeto que tenía que entregar su identidad en nombre de la justicia de un país, para poder encontrar la otra identidad que tanto le hacía falta.
    La noticia de que no habían encontrado un familiar en el banco genético de Abuelas no me la dieron personalmente. Me mandaron un mail el miércoles antes de Pascuas. No me dijeron si si o si no, simplemente que había llegado el resultado. Tuve que esperar hasta el lunes para que me lo dieran. Se pueden imaginar la angustia de esos cuatro días? 
    Cuando el lunes llamé al juez su secretario me contestó: “Ah, que, no te lo mandé? El resultado es negativo” Y me explicó que básicamente dejarían de buscar. Yo le pedí que por favor retiren mi nombre de migraciones, que no tenía ganas de que me retuvieran otra vez al salir del país, y él sorprendido que lo habían hecho, me explicó que lo que deberían haber hecho en vez, era simplemente avisarle al juez cada vez que yo entraba o salía del país, nada más. Me pidió disculpas por eso, y me aseguró que no habría más problemas. 

    Así se terminó el capítulo de Abuelas de Plaza de Mayo. Con un detalle más, lo cuál me parece muy importante mencionar. En el 2016 viajé a Paris con Simon para encontrarme con el pianista y nieto recuperado, Ignacio Montoya Carlotto. Estaba de gira por Europa y Claudio Carlotto, su tía, lo acompañaba. Fue un encuentro increíble, que me llenó de inspiración. Ignacio es una persona inteligentísima, sensible, talentosa, y con un hermoso sentido del humor. Y Claudia, quién me contó que en tiempos de exilio fue a parar a Suecia y lo odió, se mostró cálida y comprensiva. Me dijo que había escuchado lo que pasó con la persona en la Conadi y a cámara me pidió disculpas. Me dijo que él ya no trabajaba en Abuelas y que el encuentro que tuve con él nunca debería haber sucedido. Que lo sentía muchísimo.Así es como se hacen las cosas. Todos erramos. Sólo somos humanos tratando de superarnos. Nada más. Los pedestales nunca sirvieron para nada. 
    En cambio asumir errores, concientizarse y mejorar si. Esa es nuestra verdadera salvación. 
    O mejor dicho, la única salvación.

  • El día que finalmente fui a Abuelas de Plaza de Mayo me temblaban las piernas. Fui con un amigo que me sostuvo los últimos metros hasta la puerta de sus oficinas. Cuando yo hice mi presentación espontánea en Abuelas de Plaza de Mayo-que quiere decir básicamente que me presenté diciendo que tenía sospechas de que era hija de desaparecidos, no éramos muchos los que nos acercábamos. Era, aparentemente inusual. Todo esto cambió con el gobierno Kirchnerista que vino más tarde, y hoy en día es bastante sabido que es lo que hay que hacer si una tiene sospechas de ser hija de desaparecidos y quiere presentarse en Abuelas de Plaza de Mayo.Para mí fue como salir del closet. Me hice visible ante un posible, según mi familia, enemigo. Como conté antes, en ese entonces sólo se escuchaban historias sobre cómo perseguían a la gente y una vez que sospechaban que habían encontrado a un hijo o hija de desaparecidos no paraban hasta sacarles una muestra de ADN y condenar a la familia que los crió. Y claro está, tenían razones para hacer esto.
    En la mayoría de los casos esos bebés eran hijos  de mujeres detenidas-desaparecidas que se encontraban embarazadas y que eran  mantenidas con vida en los centros clandestinos de detención hasta el parto. Inclusive hasta a veces  estas mujeres eran torturadas a pesar de estar embarazadas. La dictadura organizó un reglamento secreto para establecer el procedimiento en estos casos y organizó maternidades clandestinas dentro de los centros clandestinos de detención o en sus cercanías, con médicos y enfermeras bajo mando militar. Una vez producido el parto, se asesinaba a la madre y se confeccionaban documentos falsos para el bebé, borrando su identidad original. Los bebés eran entonces entregados a parejas que, en la mayoría de los casos, eran cómplices o encubridoras del asesinato de los padres biológicos y de la supresión de la identidad de los niños. En algunas oportunidades, los niños fueron inscriptos como propios por los apropiadores y, en otros, mediante adopciones ilegales. (Wikipedia)

    Por alguna razón y lógica que todavía me cuesta entender, tenía sentido matar a las madres, pero no a los bebés recién nacidos. Según lo que entendí, creían que los bebés recién nacidos podían ser salvados de las ideologías de izquierda de sus padres biológicos, si es que eran criados por gente de derecha. 
    No recuerdo si fueron una o dos veces que fui ese año. Si recuerdo conocer a Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas, a Abel Madariaga secretario de Abuelas  y creo que inclusive a Claudio Carlotto, coordinadora de la Conadi.  Me acuerdo poder charlar un poco con Abel y Estela y sentir que estaba en la presencia de almas grandes, de gente con integridad, que por las cosas que habían vivido y visto llevaban coraje en los ojos. Me hablaron sobre la identidad, que era mi derecho y que todos necesitamos saber de dónde venimos. Por primera vez, sentí que alguien sabía lo que me estaba pasando.Me pidieron traer mi partida de nacimiento para poder iniciar una investigación y determinar si de hecho podían haber sospechas de que yo era hija de desaparecidos. De ser así, me pedirían después una la de ADN para compararlo con las muestras de ADN del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) donde se encuentran almacenadas todas las muestras de los familiares que buscan a los niños desaparecidos por el terrorismo de Estado, y de todas las personas que sospechan ser hijas de desaparecidos, y ya dejaron su muestra. 
    Pero en absolutamente ningún momento se habló de coerción. 
    Unos días más tarde le pedí la partida de nacimiento a mi papá y como ya dije antes, no recuerdo mucho de ese día, más que probablemente era domingo porque estaba toda la familia en casa, y que  la reacción de toda mi familia consistió más que nada en de gritos, nervios, caos y amenazas. Yo, que nunca fui rebelde, ni de presencia imponente, ni de esas a las que no les importa el conflicto, no dí brazo a torcer. Dejé mi partida de nacimiento en Abuelas de Plaza de Mayo y al poco tiempo me mudé a Suecia, siguiendo a ese sueco vikingo del que me enamoré. Ese que parecía tan valiente y seguro de sí mismo. Ese que a diferencia del mundo que me rodeaba, abogaba por los derechos humanos.Llegué a Estocolmo el 9 de junio del 2002, cuatro días antes de ver a Argentina perder en el mundial contra Suecia, lo cuál agregó más aún a esa sensación bizarra de haberme mudado al otro lado del planeta.  Al tiempito de haberme instalado, me llegó un mensaje de mi amigo Dario que era mi contacto con la Conadi. Había sido contactado por ellos, diciéndole que tenían noticias importantes y que si los podía llamar. Para los que no saben que és la Conadi, es la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, que impulsa la búsqueda de hijos e hijas de desaparecidos y de personas nacidas durante el cautiverio de sus madres, durante la última dictadura cívico-militar Argentina, a fin de determinar su paradero y restituir su identidad. Básicamente son los detectives de Abuelas, los que hacen la parte de investigación.Tomé coraje y llamé, como quién quiere saber pero no quiere saber en realidad. Me dijeron que el médico que firmó mi partida de nacimiento, el doctor Bartucca, ya estaba siendo procesado-me acuerdo justamente de esa palabra “procesado” por otros casos. Dado que esto era una fuerte indicación de que fuera muy posible que yo era hija de desaparecidos, me pidieron de dejar el ADN cuando esté preparada a dejarlo. 
    Nuevamente, nada de coerción. Me acuerdo de estar sentada en el living de ese departamento enorme en Kungsholmen, la zona de Estocolmo donde vivíamos, en estado de  shock, sin saber que hacer de mi misma. Apenas mi novio sueco  llegó del trabajo le conté lo que había pasado, pero él no pareció entender para nada lo que implicaba el llamado que había tenido. Al parecer  había grandes posibilidades de que encontrase una familia biológica. O sea, si dejaba el ADN se cambiaba mi identidad y empezaría un proceso para determinar que rol jugaron  mi papá y mamá en mi apropiación. “Hasta acá llegó mi amor por la justicia” pensé “Algún día, si las leyes cambian, si me puedo asegurar que no le pasa nada a mis padres, dejaré ese ADN”.Así fueron pasando los años, yo convencida de que si dejaba el ADN iba a encontrar una familia y al mismo tiempo  con terror de que me obligasen y perder tanto.En los años que siguieron, el gobierno argentino cambió y la concientización de lo que pasó en la última dictadura militar creció. También la concientización de los derechos a las mujeres y la desigualdad social. No digo esto porque simpatice con algún partido político. La razón por la que noté un cambio, es que mi mamá empezó a hablarme de esos temas cuando me llamaba por teléfono. Mi mamá que no leía un libro a menos que fuera de recetas de cocina, que en algún momento cuestionó si la Tierra realmente era redonda y que tenía como referencia cultural personajes de televisión como  Mirta Legrand y Susana Giménez, que si no saben quienes son, bueno sin querer ser cruel, puedo decir, no han sido estandartes de la cultura elevada y sofisticación del país, un día empezó a hablar de las Abuelas y del feminismo. Si esta información y cambio de actitud le había llegado hasta a mi madre, entonces realmente había habido un cambio en la sociedad Argentina!Yo, sin contarle a nadie, cada tanto mandaba un mail a la Conadi, preguntando si habían cambiado las leyes. Era lo único que me preocupaba. Había alguna forma en la que yo pudiese restituir mi pasado biológico sin tener que destruir mi presente? Para mi, y tal vez para muchos otros en la misma situación que yo, el precio a pagar por obtener la verdad del pasado a veces resulta muy alto. Perder mi identidad para imponer otra dos veces en la vida, suena bastante innecesario. No era que yo era una niña, cuando esto comenzó yo ya tenía 23 años, una mujer hecha y derecha. Con toda la herencia cultural de mi familia adoptiva. Una cruza rara de híbrido alemana por mi papá, austríaca por mi mamá y argentina por el país donde crecí. Llevando un apellido imposible de pronunciar para la mayoría de los hispanoparlantes y un extraño amor  a lo noreuropeo. Yo, a mi familia siempre los adoré. Así de disfuncional como era todo, a pesar de la violencia y la negligencia de mis padres, los adoraba. Cuando mi mamá falleció de cáncer en el 2013, estuve a su lado hasta su última respiración. Y cuando lo abracé a mi papá antes de irme al aeropuerto el treinta de junio del 2022, sabiendo que sería la última vez que lo abrazaría, por dentro sentí que me moría.Entregar mi apellido, mi historia, mi herencia, mi familia, porque en algún momento de mi nacimiento el mundo caótico que me rodeaba tomó decisiones acordes a una ideología de ese momento y de esa forma determinó para siempre el curso de mi vida, es mucho pedir.Yo no estaba preparada a perder tanto. Y eso sin tener en cuenta las consecuencias a mi familia. No me podía imaginarlos presentarse a un juez a declarar y ser maltratados como seguramente lo iban a ser, simplemente porque “buscaron” a la bebé equivocada. Que como me dijo mi papá: “Si hubiese sabido que venías de ahí nunca te hubiese adoptado. Yo no estoy de acuerdo con esa ideología”.Así que me tomé mi tiempo. El deseo de saber mi identidad biológica se vio interferido por mi miedo a todo lo que perdería de encontrar mi origen. El derecho a mi identidad venía con un costo enorme. Aparte, la vida en Suecia me tenía bastante ocupada, tratando de sobrevivir como artista y músico. Y con todo ese trauma encima que me mantenía despierta por las noches y debilitada durante los días. Tratando de vivir mi vida más allá de las heridas y los dolores. Tratando de soñar y encontrar la alegría en lo cotidiano. Que con semejante dolor en el alma, les puedo asegurar, requiere mucha energía. Todavía hoy tratar de ser feliz y sentir agradecimiento por esta vida, para mi es un trabajo de tiempo completo. Así que eso de andar tomando grandes decisiones, lo dejé para mucho más adelante.

  • Yo crecí en una familia alemana de clase media en la zona de Martinez, San Isidro, Buenos Aires. Los que son de Buenos Aires saben perfectamente que es lo que eso representa, pero para los que no son de Buenos Aires, acá viene un resumen.San Isidro, que está ubicado en la zona Norte de la cuidad de Buenos Aires, es conocido por ser una zona de gente rica, con apellidos europeos, ingleses, alemanes y franceses y por ser muy de derecha. Lo cual no es raro. Los ricos generalmente son de derecha porque les conviene un sistema que mantenga sus privilegios y aumente su estatus social y financiero. Ojo, esta es una gran generalización, pero para resumir algo muy complejo por ahora digamos que es así. Yo crecí entonces rodeada de gente de derecha. Y para hacer las cosas un poco más extremas, crecí en la época menemista. Para los que no saben que significa esto, básicamente Argentina tuvo un presidente desde 1989 a 1999 que no sólo privatizó todo el país, sino que también indultó a muchísima gente que había sido condenada por el gobierno anterior, como por ejemplo a los ex-miembros de las juntas de comandantes condenados en el Juicio a las Juntas de 1985. Menem fue el presidente del olvido, y la sociedad en la que yo crecí estaba feliz de olvidar con el dólar uno a uno con el peso argentino.  Lo poco que se hablaba en las reuniones familiares sobre los desaparecidos, se culminaba con un “algo habrán hecho, si no estabas metido en esa no te pasaba nada”. A Abuelas de Plaza de Mayo se les temía fuertemente. Se las veía como ogros, sedientas de venganza que lo único que querían era que corriese más sangre. Y la representante de esto según ellos era Hebe de Bonafini, una de las madres fundadoras de la organización, quien según decían, en su activismo abogaba por el enfrentamiento armado con el gobierno. Lo cuál era una imagen distorsionada sobre el resto de la organización, cuyo activismo pasaba por totalmente otro lado.No había ningún tipo de comprensión, ni compasión, ni empatía hacia su búsqueda. Eran unas señoras locas que buscaban a sus hijos e hijas que por terroristas habían desaparecido como solución al desastre que habían causado. De los hijos de los desaparecidos ni se hablaba. Jamás se los mencionó. Nuevamente el “algo habrán hecho” justificaba absolutamente todo. Básicamente, según el mensaje que recibí en mi casa, con las Abuelas no había que meterse. Son jodidas y no buscan justicia, sólo querían sangre y venganza, lo mejor que se puede hacer es mantener la cabeza gacha y pasar desapercibida. Será por eso que de chica mi mamá me decía “si en el colegio te preguntan a quién te pareces, decí que a tu mamá que es argentina”. Mi mamá, a todo esto era  hija de austríacos y a su vez se parecía a uno de los niños Von Trapp de la película “La novicia rebelde” (The sound of music), o sea menos argentina imposible. Así que yo crecí como esas nenas privilegiadas de clase media de Zona Norte, sin importarme mucho nada de todo esto. Era algo lejano. Recuerdo que mi amiga del colegio, también adoptada, solía leer libros sobre la dictadura, y hasta identificarse fuertemente con eso, sin decirlo, pero probablemente creyendo que ella era uno de esos niños hijos de desaparecidos. A mi me aburría todo eso, y en el fondo sentía que ella quería ser especial, y por eso quería creer que era una de esas niñas. Porque como dije antes, inconscientemente la sociedad donde crecí nos informaba que esos bebés eran especiales, no como el resto que eran hijos de pobres nomás. A mi me parecía ridículo andar hablando de algo de lo cuál no sabíamos nada, y como se decía alrededor mio, mejor mirar para adelante. Hasta ese día en que todo cambió y entendí que lo único que quedaba era presentarme a Abuelas de Plaza de Mayo. No fue fácil, con quién me iba a encontrar en Abuelas de Plaza de Mayo? Acaso eran los ogros vengativos de los que todos alrededor mio hablaban o eran las heroínas que como Don Quijote peleaban contra los molinos de viento de una sociedad que las ridiculizaba y quería olvidar?
    Argentina es un país con tantos grises, que casi es imposible confiar en alguna institución. Es difícil ir contra un sistema que  obliga a las personas a sólo pensar en la propia supervivencia. Cuando la realidad de un país es tan disfuncional, obliga a sus habitantes a estar un constante estado de alerta y estrés enloquecedor. Por supuesto que dentro de ese sistema hay gente que intenta cambiar el estado de la realidad que los rodea, y desde ya les mando mis saludos y elogios más grandes. La admiración que les tengo es interminable. Ahora, porque me decidí hacerlo, tiene que ver no sólo por la violación que sobreviví el 7 de agosto del 2001, sino también con el sueco que conocí en el viaje que hice de turismo aventura a Mendoza con mi prima.Voy a rebobinar un poco  aver si me siguen en esta historiaEse 7 de agosto del 2001 era un día soleado de invierno en Buenos Aires. Era un hermoso día seco, lo cual podía sentir en mi pelo que no era el típico desastre que genera la humedad porteña en mis rulos. Como ya conté un poco en el capítulo anterior, salía de mi clase de instructorado de yoga y cuando estaba distraída mirando como el sol se reflejaba en los pétalos rojos  de las flores del jardín de la casa que justo estaba pasando, un chico se me acercó por atrás y me amenazó que tenía que hacer lo que él dijera o me iba a matar. Primero me quiso robar, pero yo no tenía un peso encima. Después me obligó a caminar con él. Caminamos y caminamos, yo muerta de miedo no traté de huir, ni gritar. Eventualmente encontró un lugar aislado, y yo sabía lo que venía. La violación fue rápida, y como muchas otras sobrevivientes, negocié para que no me pegara, bien consciente de lo frececuentes de los femicidios en Argentina. Nada nos acerca más a la vida como la presencia de la muerte. En ese momento de claridad total surgieron los dos pensamientos que me seguirían toda la vida, el primero del cuál ya hable: “Esto es todo? Toda mi vida tratando de hacer todo lo que todos quieren de mi y ahora voy a morir?” Y el segundo que inconscientemente tenía que ver con las sospechas de ser hija de desaparecidos: “Si muero ahora nunca van a saber que pasó, nunca me van a encontrar”. 
    Pero sobreviví y un par de meses más tarde mi psicóloga me dijo que la naturaleza sana y que irme de viaje a Mendoza con mi prima Lily era una muy buena idea. Como es esta vida y el destino, en el hostel donde nos quedábamos conocí un sueco. Parecía un ser de otro planeta. Alto, grandote, con una cascada de pelo lacio largo color cobre. Como la mayoría de los suecos, al menos de palabra, muy consciente de los derechos humanos y la injusticia de la sociedad. Cuando le conté lo de mi adopción me dijo: “Por supuesto que tenés que buscar. Todos tenemos derecho a nuestra identidad”. Yo le creí. Era la primera vez que escuchaba esas palabras: “La identidad es un derecho”. Nunca antes había considerado ese concepto. Mi origen siempre había sido una nebulosa de especulaciones sobre de dónde vienen mis genes. Especulaciones que me aseguraban que era mejor no saber nada, que me decían que me conformara con simplemente haber sido adoptada por una familia. A mí me había tocado eso, y era todo lo que había. Si había algo que se me permitía sentir, algo que cada tanto alguien me recordaba, era sentir agradecimiento:  “Mirá que suerte que tuviste, andá a saber a dónde estarías ahora si tu mamá y tu papá no te hubiesen ido a buscar”. El derecho a la identidad se me había revocado de entrada, y yo tenía que conformarme con eso. Conformarme y ser feliz. Pero mi alma, que recién había sobrevivido un episodio donde una persona se tomó la libertad de sacarme el derecho a mi integridad física, reduciéndome a la nada misma, escuchó las palabras del sueco  que las dijo con tanta certeza y seguridad y se recordó a sí misma que esta vida le pertenece a ella, que esta vida se puede terminar en cualquier momento así que es hora de vivirla. Esa claridad, esa fuerza, hicieron que yo fuese en contra de toda mi familia, de las creencias con las que crecí y tomase la decisión de acercarme a Abuelas de Plaza de Mayo. La vida me descarriló totalmente del camino que venía transitando, y ahora que había perdido mi rumbo inicial, porque no enfrentar mis miedos más profundos y salir del anonimato de mi adopción y arriesgarme a que me vieran? Al fin y al cabo, la victoria siempre perteneció a los valientes.

  • La relación con mi familia en general siempre fue difícil. La relación con mi familia durante  esta búsqueda fue difícil y un poquito más.A mi edad ya entendí que todos hacemos lo que podemos con lo que nos fue dado en esta vida y es imposible dar lo que nunca se recibió por ende fue imposible para mis padres dar más de lo que recibieron. Hace un par de años le pregunté a mi papá si recordaba cuando fue que mi mamá empezó a ser esa persona amarga y agresiva con quién yo crecí. Las peleas en casa siempre fueron fuertes. Mi mamá las empezaba siempre, y mi papá soportaba la agresión hasta que explotaba. Las peleas entonces se convertían en maratones de agresión física, psíquica y emocional de parte de ambos, que duraba durante días. Y en ese torbellino imparable en que se convertían crecimos mi hermano y yo. La violencia y maltrato a los niños eran muy comunes y hasta diría normales en esa época. Cosas que en aquel entonces se tomaban como parte cotidiana  de la educación de los niños, hoy harían reaccionar a la mayoría. Pero todo realmente escaló cuando yo tenía 11 años, después de la muerte de mi abuela. Y nunca entendí porque mi papá soportaba a una mujer tan agresiva y cruel como mi mamá. Siempre creí que algo debía haberle pasado en el camino que la transformó en ese monstruo. La única respuesta que conseguí de mi papá fue que ella realmente soñaba con tener hijos y después de intentar durante 10 años la frustración y tristeza la cambiaron. Finalmente nos adoptaron y así se cumplió el sueño de los dos hijos, la casa, el auto y el marido proveedor. Pero así y todo, había un dolor en su alma que no la dejaba en paz. Y mi papá que lo único que quería era jugar al tenis, tener dos hijos, una casa, un auto y una hermosa mujer ama de casa, tampoco tenía paz. Su paz siempre dependió de la paz de ella. Mi hermano, el primero en ser adoptado tres años antes de mí, siempre fue el orgullo de la familia, algo que era obvio para todos los que nos conocían. Él, no sólo  sufrió la típica sensación de los primerizos  de ser desplazado  cuando yo llegué, sino que también fue quién recibía mucha más violencia física que yo. Talvéz por ser el hijo varón, aprendió a confrontarlos y por eso recibía castigos mucho más duros. Yo veía eso, y aprendí a no quejarme, o contestar, o tomar espacio, o estar triste. Aprendí a evitar el golpe. Ninguno de los dos tuvimos paz. Él aprendió a defenderse, yo aprendí a desaparecer, poner cara de poker y hacer de cuenta que “acá no pasa nada” Hace un par de años caí en la cuenta de que no es normal que una niña de 6 años le rezase a Dios por las noches para que  se la llevase con él porque todo lo que hace está mal y es sólo una molestia en este mundo. En mi egocentrismo de niña, pensando que yo era la causa de todo esto, pensé que era mi tarea traer esa paz que no existía.Que era mi tarea salvarlos, protegerlos, de hacerlos reír, de explicarles y mostrarles cuánto los amaba, de pedirles e implorarles que dejasen de pelear, tratando arduamente de entender qué era lo que les dolía tanto y buscar la solución, un alivio para que por fin tuviesen paz por dentro y me viesen a mí. Para que hubiese amor en mi familia, el amor que seguí esperando durante tantos años. Hice, como los niños hacen, todo lo que pude para hacer que me amen como yo quería que se me amasen, pero no lo logré nunca. Por eso preguntar sobre mi adopción estaba totalmente fuera de mis posibilidades. 
    El fantasma más grande, según lo que yo entendí, de los padres adoptivos, es que sus hijos adoptados un día vengan y les digan que se terminó. Que no los aman y que van a buscar su verdadera familia. Esa ansiedad de perder a esos hijos tan deseados los vuelven medio locos. Y es comprensible. Debe de ser aterrador. Yo sentía eso todo el tiempo. “Madre es la que te cría. Hasta una yegua puede parir”, solía decir mi mamá para que me quedase en claro que no valía la pena buscar a mi mamá biológica. Los hijos sienten con sus padres. Los hijos entienden más allá de sus palabras. Así que yo nunca mencioné ningún deseo de ir a buscar a mi mamá biológica. No tenía a dónde ir. La sensación que tenía era de que mi mamá biológica ni se molestó en hacer las cosas legalmente. Se deshizo de mí y punto  “como una yegua”.
    En ese entonces empezamos a escuchar sobre Abuelas de Plaza de Mayo y su búsqueda de los bebés robados por la dictadura. Pero nunca jamás a nadie se le ocurrió que yo fuera una de esas. Como ya mencioné antes, acorde a las normas sociales de la época, Yo era hija de villera/yegua, también conocida como persona pobre sin moral que me dejó sin mirar atrás. Pero por suerte esta familia me quiso adoptar y darme la comodidad de una vida de clase media. Tal como todo el mundo me venía diciendo: “No hay que mirar para atrás. El pasado no sirve de nada”.Lo bueno o malo, según cómo se vea, es que la vida tiene sus planes propios.
     Mis sospechas de ser hija de desaparecidos comenzaron en algún momento del 2001, pero fue gracias a la violación que sobreviví el 7 de agosto de ese mismo año que cambió el rumbo de muchas cosas en mi vida. Ese día salía de la clase del instructorado  de yoga y en vez de tomar la calle más transitada para caminar las 6 cuadras a mi casa, tomé la paralela. Ahí me interceptó un chico que me amenazó con matarme, me secuestró y eventualmente violó. Ese día, como suele todavía suceder en Argentina, pensé que iba a morir. Todavía sigue siendo bastante fácil violar y después matar a las mujeres y en el 2001 era más fácil aún. Pensé que había llegado mi momento, justo después de la violación miré alrededor mío a ver si alguien me iba a salvar pero no había nadie. Este era mi destino y pensé: “Yo siempre hice todo lo que todos querían que hiciera, siempre me porté bien, siempre traté de no molestar, de no rebelarme, esperando a tener el permiso de ser y ahora voy a morir. Que desperdicio de vida. Al final todo te pasa igual”. Al final de ese día logré convencer a mi captor de que me dejase ir, y fue así que comenzó la recomposición de mi ser. Con la fuerza del dolor y probablemente la adrenalina de haber sobrevivido, poco tiempo más tarde le pedí la partida de nacimiento a mi papá para acercarme a Abuelas de Plaza  de Mayo y comenzar con la búsqueda. No recuerdo bien que pasó, es más, si no fuera por mi amigo Adri no me acordaría de absolutamente nada. Al parecer él presenció la escena en que mi papá me entregaba la partida de nacimiento a los gritos de que: ”Nos vas a mandar a todos en cana”, y de mi mamá gritando que si no hubiese sido por ellos yo estaría muerta. Mi familia me trató de convencer de que el pasado no significa nada y de que sólo estaba buscando excusas para hacerme la víctima. 
    Todos estaban en contra de que buscase. Y no sólo en contra, estaban violentamente en contra. Muertos de miedo por lo que se leía en los diarios sobre Abuelas de Plaza de Mayo, muertos de miedo porque los dejase, muertos de miedo de que la historia fuera cierta: Habían comprado un bebé que fue robado por los militares. Esa fue la última vez que hablé del tema con ellos. Fui a Abuelas, hice lo que tuve que hacer, me mudé al tiempo a Suecia y nunca más mencioné el tema. Mi mamá cada tanto trataba de sacarme información diciendo que había ido a una bruja y que esta le había dicho que yo seguía buscando en silencio pero que iba a esperar a que ella muriese para buscar libremente. La bruja tenía razón, pero yo lo negaba todo. Mi mamá no podía manejar la angustia de mi búsqueda, y menos mi papá. Así que para qué generar más ansiedad que después tengo que andar calmando y manejando? No, mejor me llamé al silencio. 
    En enero del 2013 le diagnosticaron cáncer de pulmón e hígado a mi mamá en fase 4. Yo no llegué a verla consciente, pero mi tía Mary me dijo que una de las cosas que ella venía diciendo últimamente es que quería que yo encontrase a mi mamá biológica. Mi mamá solía decir que miraba ese programa en la tele que se llamaba “Gente que busca gente” a ver si llegaba a aparecer alguna madre que buscaba a su hija que se pareciese a mí. Y cuando me lo  decía eso yo le respondía: “Yo ya tengo una mamá”. A mis ojos, mi mamá era una nena con gran incapacidad de regular sus emociones. Toda mi vida la protegí de mí, y no iba a parar hasta el día que dejase esta dimensión. 
    Una vez que ella murió, tuve que tomar coraje y hablar con mi papá. En el 2015, cuando volví a Argentina, le dije que nos fuéramos a tomar un café. Durante 13 años preparé lo que iba a decir: “Pá, las abuelas ya están grandes, no puedo esperar más.“ Así que fue exactamente eso lo que le dije ese día en ese café de la Plaza de Martinez y para mi gran sorpresa, mi papá coincidía conmigo en un 100 por ciento. De mis familia, él siempre fue el más razonable. Su respuesta fue positiva, a él también le parecía que ya era hora y aparte concluyó esa conversación diciendo: ”Yo no estoy de acuerdo con esa ideología”, refiriéndose a la forma en que la junta militar decidió resolver el tema de qué hacer con los bebés que nacían de los gente que capturaban, torturaban y asesinaban. No era la reacción que me estaba esperando de mi papá. Al parecer en esos 13 años de silencio mi mamá y mi papá tuvieron tiempo para pensar. Me imagino que  fue probablemente porque los gobiernos que asumieron la presidencia desde que me fui a Suecia visibilizaron la labor de Abuelas de forma positiva y pusieron a luz las atrocidades de la Junta militar del ´76, que  hizo que la consciencia les pesase fuertemente. Así que con el permiso de mi papá, me acerqué al año siguiente a Abuelas de PLaza de Mayo y dejé el ADN, que dio negativo. Lo primero que hice al recibir la noticia fue llamarlo a mi papá y contarle: “Pa, dio negativo el resultado de ADN de Abuelas de Plaza de Mayo”. Era importante que supiese que ya no tenía por qué temer, nadie lo iba a ir a buscar y hacer de su vida un infierno. Su respuesta fue bien típica suya: “ Para eso me llamás? Que pizza querés comer hoy por la noche?”. Lo hermoso de esto es que Simón filmó ese momento, que como muchos otros momentos con mi familia, superó la ficción. Después de eso, mi papá nunca entendió porque seguí buscando: “Si le hace mal”, decía cuando se le preguntaba. “Para mi ella tiene que dejar todo eso atrás”. Gracias a que seguimos buscando, supe cada vez más y más sobre como fue mi compra, y cómo se dan las cosas en el mercado de la compra de niños. Mi papá siempre dijo que no se acordaba de nada. “Eso pasó hace 40 años, no es importante para mí” fue siempre su respuesta. Y cuando le conté todo lo que había averiguado me lo confirmaba. Pero nunca me ayudó. Calculo que la culpa da amnesia. La última vez que viajé a Argentina para finalizar la búsqueda, le pregunté si sabía porque había ido, y me dijo que sí. Y después de visitar la última madre me preguntó: “Y? Encontraste algo?”,”no” le respondí con un tono despreocupado, casi como que ni me importaba. Cuando Simon le preguntó que le parecía mi búsqueda, mi papá de la misma forma despreocupada le respondió: “Por mí que haga lo que quiera, mientras que no le haga mal”. Nunca jamás le podía mostrar el  dolor a mi papá. Nunca jamás expresaría mis ganas de realmente saber la verdad sobre mi origen. Con respecto al documental, era su opinión que estamos perdiendo el tiempo: “Quién va a querer ver eso?”, siempre nos dijo a Simon y a mí. 
    Nunca quise realmente hablar del tema con ninguno de ellos. La falta de armonía y espacio para tener conversaciones en calma, hizo imposible que pudiese sincerarme y contarles lo que me estaba pasando. Si ya de por sí todo era tan difícil entre nosotros, menos iba a andar tratando de hablarles de un tema tan volátil como es la búsqueda de mi identidad biológica. 
    Mejor no decir nada y actuar en silencio. Mejor protegerlos y protegerme de mi verdad.

  • Siempre sentí una soledad enorme. Existencial. La sensación de que mi vida fue un error y de que no debería haber nacido me siguió desde chica. Me acuerdo de a veces rezarle a Dios por las noches pidiéndole que me llevase. Al mismo tiempo, no dejar que mis familia supiera esto, para que no se enojasen. Recién a los 17 años le pedí a mis padres de ir a la psicóloga y básicamente desde entonces que voy a algún tipo de terapia. Ser paciente ha sido parte de mi identidad, diría uno de mis mejores amigos. Sí, es verdad. Que sería de mí, si yo no fuese esta? Eternamente rota, eternamente reparándome, eternamente buscando ser otra. El problema fue siempre el mismo: mi autoestima. Y cómo llegamos acá? Qué me pasó que me dejó así? O será que lo elegí esto de ser la víctima eterna? Porque más allá de  que todos estamos un poquito abollados en algún lugar, consecuencia de vivir en el planeta Tierra, lo que siempre más me molestó de mi, es tener esas voces interiores que se encargan de debilitarme todos los días y me hacen tomar decisiones que continúan manteniéndome en un lugar de abuso. Y por supuesto al mismo tiempo saber que está en mí correrme del mismo abuso, y no poder. Ojo, a esta altura estoy mucho mejor que antes, un día por vez voy sanando. Pero así y todo, cada tanto me irrita y me genera aún más odio hacía mi misma el no ver lo bueno en mí y en el constantemente meterme en relaciones y situaciones que confirmen que yo no valgo la pena. Es frustrante. Pero cuando esto llegó a su cúspide fue en el 2008. Había caído víctima de una obsesión con una persona que se dio cuenta cuanto lo admiraba y aprovechó la ocasión para sacarme todo el juego de autoamor que tenía. Sentí que él me veía y esa parte de mi escondida salió a la intemperie para recibir amor. Por supuesto todo tenía que ver con la música. Ese lugar de mi prohibido que había sido criticado sistemáticamente por mi familia, y que me había salvado la vida tantas veces. La música, mi salvación. El único lugar que durante años me había llevado lejos de donde estaba, hasta el día que finalmente me fui lejos de hecho, a Suecia, a comenzar mi nueva vida. Pero en el 2008 y ya con tantos años de terapia encima, más el libro “Las mujeres que aman demasiado” me quedaba en claro que yo no tenía capacidad de elegir alejarme de donde estaba, que yo era mi peor enemiga y que no tenía ningún tipo de poder sobre mi tendencia. Así fue que en agosto del 2008 entré a un programa de 12 pasos. Muy, pero muy de a poco, empecé a desenrollar esta maraña de pensamientos, sentimientos y culpas que llevaba por dentro. Y eso que recordemos, yo ya venía haciendo terapia hace rato. Muy de a poco fui rompiendo la negación y viendo lo que realmente había por debajo. Pero muy de a poco. Porque lo que hay por debajo de las adicciones son monstruos con dientes filosos y garras afiladas, acompañadas de la voz asesina de la culpa. En las palabras de Gabor Maté “no te preguntes porqué la adicción, preguntate porqué el dolor”.  Es realmente irritante verse reaccionar como codependiente. Es como si otra entidad de repente tomase el control del cuerpo de una y antes de poder frenarlo, ya está diciendo palabras que una no quería decir y moviendo el cuerpo para donde una no lo quiere mover. Cuando estoy en lo que en los 12 pasos se llama “en carrera”, es muy difícil conectarme con mi verdad, saber lo que me pasa, tomar decisiones, poner límites o removerme de situaciones abusivas.  El miedo a perder a la gente que me rodea me genera pánico y me transforma en la perfecta víctima. “Yo sólo quiero que me quieran, y que se queden a mi lado”, dice mi niña interior, preparada a pagar el precio que sea. La peor parte es que siempre encuentra gente que le haga recordar la familia con la que creció para ver si ahora finalmente gana ese amor que no pudo recibir de chica. Y siempre, pero SIEMPRE pierde. Porque el pasado ya pasó. Lo único que se puede hacer es aceptarlo. Aceptar la realidad, el dolor y  llorar. Esta soledad existencial no es sólo de los adoptados. Todos la llevan por dentro. Nacimos y morimos solos. Y somos nosotros los que tenemos que vernos a nosotros mismos, sentir compasión por esa historia, darnos el tiempo de procesarla, frenar todos los días un ratito y preguntarnos como andamos, para curar esa soledad. La meditación por ejemplo ayuda muchísimo. El participar de grupos con gente que tuvo o tiene las mismas experiencias de vida también. Hay que romper el silencio. Romper con la vergüenza de lo que sentimos y pensamos para que no nos carcoma por dentro. Al fin y al cabo, todos queremos ser vistos y amados por quiénes realmente somos. Eso es universal.Y ahi vamos los adoptados. Como nadie sabe realmente de que estamos hechos y que significa la identidad, es decir hay muchas teorías pero nadie sabe realmente, sobre todo nadie sabía  en la época donde yo fui adoptada, se presumió que era simplemente recibir una nena y criarla en un contexto y la nena como tabula rasa que era crecería para ser idéntica a su familia adoptiva. Talvez el primer problema comenzó cuando me fueron a buscar a lo de el médico que me vendió. El doctor Celestino Bartucca. Según lo que me dijo mi mamá, les habían prometido una nena rubia, y cuando llegaron era yo. Me lo contaba siempre marcando la decepción. Lo fea que era. Inclusive años más tarde me enteré que al día siguiente de haberme adquirido, me llevó a lo de la vecina y preguntó si no le parecía que yo era “muy negrita”. La vecina se horrorizó y se lo contó a mi otra vecina, quién ha sido como mi tía, que me contó esta historia en el 2010. Y gracias a Dios por eso, porque a veces pienso que todo esto me lo inventé. Yo era una tabula rasa, con el pequeño detalle de mis genes. Genes que una y otra vez me repitieron eran de “negrita villera”. Y esto claro, según los valores racistas de la sociedad, vendrían a ser los peores genes del acervo genético. Demás está decirlo, que realmente no ayudó el haberme criado en la sociedad alemana post Segunda Guerra Mundial de Buenos Aires.El pasado hay que aceptarlo. Y yo viajé a Buenos Aires en junio del 2022  a tocarle las puertas a mis posibles madres biológicas para hacer eso. A ver si podía aceptar mi realidad. A ver si podía dejar de culparme, a ver si podía entender que me estuvo pasando todo este tiempo y porque esa soledad interminable que me hace caer de rodillas frente a mi codependencia. Fui a Buenos Aires a ver si podía reparar ese pedazo de mí que no podía abrazar, porque seguía sintiendo que era mi culpa el que me hubiesen entregado a otra familia. Que yo era un error, una molestia. Que nunca debería haber nacido. Que aparecí en este mundo y desde entonces estoy tratando de ser alguien que valga la pena ser querida. Tratando de explicar que no vine a sacarle el lugar a nadie. Que soy buena, y sobre todo leal. Yo no abandono. Nunca. Me quedo hasta el final aunque me destruya. El Titanic se hunde y yo voy a estar en la banda tocando. Y vale la pena quedarse a mi lado porque...
    “Por favor quédate a mi lado. Por favor no me sueltes mamá, que este mundo me da miedo. Por favor mamá que lo que viene va a ser muy duro. Yo prometo ser la mejor hija si me dejas que me quede a tu lado.”
    Y acá podría terminar este capítulo sobre mi codependencia.Pero pensándolo mejor, le voy a dar unos minutitos más. Hace no tanto leí un artículo, sobre la relación entre los adoptados y la adicción, la depresión, los suicidios o intentos de suicidio, los divorcios, la incapacidad de mantener relaciones afectivas funcionales y ciertas enfermedades.Nuestras tendencias autodestructivas son evidentes. Hay un ruido por dentro que no estamos pudiendo calmar. Como si tuviésemos un llanto por dentro que es inconsolable. Pero como es tan difícil identificarlo, aceptarlo, hablarlo, ese ruido se convierto en un vacío pesado y estático. Por supuesto que no somos todos iguales. No todos sentimos o vivenciamos lo mismo. Mucho va a depender de la nueva familia que nos adopte. Pero las estadísticas hablan por si mismas.El dolor es inevitable. En esta vida todos vamos a sentir dolor en algún momento. Pero el sufrimiento no es necesario. Yo el alivio lo encontré en el programa de doce pasos de codependientes anónimos. Y a pesar de que mi codependencia todavía domina mis días, voy encontrando el amor a mi misma, entendiendo a esa niña que tanto añora que la amen y que hace cualquier cosa por que se queden a su lado. Algún día talvez sea libre.Mientras tanto rezo la oración de serenidadDios concédeme la serenidad 
    para aceptar lo que no puedo cambiar Valor para cambiar aquello que puedoY la sabiduría para reconocer la diferencia
    Gracias



  • Para encontrar algo, primero hay que entender qué es lo que se está buscando. Y yo no creo haber entendido que era lo que estaba buscando hasta que toqué las puertas de las mujeres que potencialmente podían ser mis madres biológicas.La identidad no es una cosa permanente. Hay componentes de la identidad que se modifican constantemente. Hay otros que no tanto. La identidad biológica, por ejemplo, es una de esas que no cambia muchísimo. Es decir, a menos que se hagan tratamientos o intervenciones importantes al cuerpo, lo más probable es que nos parezcamos a algún familiar biológico. Y que heredemos la genética de nuestra ascendencia  biológica.Si simplificamos la pregunta: Encontraste tu ascendencia  biológica? Entonces  la respuesta es fácil. Es un si o un no.Pero cada vez que me hacen esta pregunta, la respuesta no es simple, porque yo escucho otra pregunta. Lo que yo escucho es: “Ahora entendés mejor quién sos y que fue lo que pasó en el momento de tu nacimiento, y porqué te abandonaron?Por eso es difícil encontrar una respuesta simple, porque no es tan simple. Ahora, si fuese ser que encuentro a alguien que biológicamente está relacionado a mi, bueno, sería maravilloso. Porque es algo que nunca tuve y me hace falta. Pero como dije, esa es una respuesta mucho más simple.En lo que iba de la búsqueda, no me quedaba  en claro qué era lo que realmente estaba buscando. Es decir, tenia un presentimiento, pero no entendía bien. Gracias a las conversaciones con Mercedes Yañez pude ir encauzando un poco que era lo que estaba pasándome. Esa gran pregunta fue el verdadero  viaje. Qué es lo que estoy buscando sanar? Qué pedazo de mi me falta? Y porqué es tan importante?Si tomo en cuenta que mi búsqueda empezó el día que empecé a sospechar que era hija de desaparecidos, entonces puedo decir que lo que estuve buscando todo este tiempo era aceptar lo que pasó. Y cómo pasó. Y lo difícil es tener que reconstruir la verdad cuando una no la tiene. Las expectativas, el vacío, los sueños y las fantasías que conlleva ese vacío son fuertísimas. Como si mis pies nunca tocasen el suelo. Porque hay una verdad que no entendía. No era tanto eso de encontrar quién soy, ya que a mi edad ya soy quien soy, sino encontrar porqué soy. Entonces tocarle la puerta a las mujeres que potencialmente podrían ser mis madres biológicas le puso nombre y apellido a esa fantasía. Aunque ninguna fuera mi madre, todas eran mis madres. Y en sus relatos pude ver y entender algo que sin sus relatos valientes nunca hubiese entendido ni encontrado, y se llama contexto. Estas madres nunca olvidaron a sus hijas. No importaba la razón del embarazo, esa niña que nació no fue simplemente un error que había que corregirlo al entregárselo a otras personas. Esa niña siempre quedó en la memoria de estas madres. Nunca las dejó. La repuesta que yo estaba buscando, se respondió en un gran por ciento. “Como me pudiste dejar ir? Como me pudiste entregar a extraños que sabe Dios que harían de mí? Tan poco valía yo? Tan poco te valía?” No me dejaron ir. No había otras opciones. Y la familia que me adoptó no fue elegida. Simplemente estaba ahi, en el momento indicado. Nada más. No fue personal. Yo no lo causé, ni lo controlé. Todo fue. La vida es una ruleta, y te toca lo que te toca. No es justa, no hay reglas. O si las hay son muy difíciles de entender y no está a mi alcance intelectual hacerlo.Entonces mi repuesta es, si, encontré mucho. Y entendí que al menos en mi experiencia, las madres no se olvidan de sus hijos. Nunca.Y todo esto no fue personal. No tiene nada que ver conmigo.Pero eso sí, me pasó a mi.

  • Es necesario comenzar explicando que fue lo que pasó allá en el 2015.

    Después de recibir la llamada de la embajada argentina, sobre que cancillería me estaba buscando, entré en pánico.

    A tal punto que hice algo que no había hecho nunca en mi vida. Llamé a mi pareja y llorando le dije: ”Me encontraron, me encontraron. Por favor ven a casa”.

    No soy ese tipo de persona. No ando llamando a la gente pidiéndole que me vengan a rescatar, pero ese día me dio un ataque de pánico tan fuerte que pedí ayuda.

    Esta reacción en realidad tenía que ver con algo que pasó unos meses antes, cuando casi al finalizar mi viaje anual a Buenos Aires, decidí ir a Abuelas de Plaza de Mayo para hacerles las últimas preguntas sobre qué pasaría si de hecho yo dejase el ADN y se encontrase una familia.

    Yo entiendo que para la mayoría de la gente, viéndolo desde afuera, parecería bastante irrelevante. Es decir, al lado de resolver un crimen de lesa humanidad y recuperar mi identidad biológica cualquier cosa parece irrelevante.

    Pero para nosotros, que estamos de este lado, no lo es. Así que en mi opinión, todo aquel que tenga algo que decir al respecto, si no se encuentra en la misma situación en la que nos encontramos nosotros que tenemos que afrontar tal decisión, que se llame al silencio.

    Para mi al menos, era algo en lo que pensé durante 13 años, antes de poder tomar el gran paso. Y de hecho me había decidido que lo iba a hacer. En ese mismo viaje, me senté por primera vez con mi papá y le informé que ya era hora. Que las abuelas estaban grandes y que ya no podía esperar más. Él, para mi sorpresa, me contestó “ que me parece muy bien” y que “si alguna vez hubiese sospechado que vos venías de una de esas familias, nunca lo hubiese aceptado”. Mi papá me dio permiso. Esto también estaba sucediendo porque dos años antes, mi mamá antes de entrar en ese coma inducido por la morfina cuando ya el cáncer avanzó y no hay vuelta atrás, le confesó a mi tía que “ espero que Natalie encuentre a su madre biológica”.

    Todos sospechábamos que yo era hija de desaparecidos.

    Según lo que yo había entendido hasta el momento es que dos cosas sucederían si mi ADN coincidía con algún ADN del banco genético de Abuelas:

    Por ley, se cambiaría mi identidad y pasaría a tener el apellido de mi familia biológica

    Se iniciaría un proceso legal y una investigación para determinar si mi papá tuvo algo que ver con el robo de bebés sistemático de la dictadura militar.

    Esto para mi significaba sobre todo dos cosas: Mi pasaporte alemán pasaría a no ser válido (lo cuál es realmente molesto si una vive en un país europeo desde hace 13 años, ya que como todos sabemos, no es fácil conseguir una visa como argentina para quedarse en Europa) y segundo y aún más importante, talvéz lo más importante, mi papá la iba a pasar muy mal.

    No fue una decisión fácil, pero ya la había tomado. Así es que me presenté en Abuelas en marzo del 2015 a hacer las últimas preguntas para después volver a Suecia y dejar el ADN ahí, en la embajada argentina. Con la mala suerte que me atendió un sujeto nefasto que durante una hora me trató de convencer de dejar el ADN ahi en ese momento y finalmente, cuando vio que yo no daba brazo a torcer, me amenazó con que me iban a obligar.a dejarlo. Un psicópata en el lugar donde supuestamente estaban trabajando para reparar los daños de las psicosis de la junta militar del ´76. Si estos son los buenos y me tratan así, imagínense los malos. “Argentina realmente es el reino del revés” pensé y juré nunca jamás acercarme a Abuelas.

    La peor parte, como siempre, fue que nadie me creía. Cómo podía ser que en Abuelas hubiera alguien así trabajando? No habrá tenido que ver con mi actitud? No lo abre imaginado? Yo que soy tan sensible? Y al fin y al cabo, si yo igual pensaba dejar el ADN, no me daba lo mismo dejarlo ahí mismo?

    No, no me daba lo mismo. Dejar el ADN como decisión propia, dentro de un contexto donde lo estoy dejando porque soy parte de un hecho histórico donde yo no tuve poder en absoluto y fui víctima junto a mi madre de la decisión de un grupo de personas, y después fui a parar a una familia que nada tenía que ver conmigo, no me da lo mismo. Estaba entregando la identidad que se construyó durante 38 años y el amor de mi papá a cambio de la verdad. Si ese es el precio a pagar que al menos que sea una decisión propia.

     Me volví a Suecia y cerré esa puerta. Pero me encontraron. Así que me presenté a la embajada y hablé con el juez que estaba a cargo de mi causa. Básicamente me dijo que querían mi ADN, que el caso se había judicializado y que si no lo dejaba voluntariamente, iban a tener que allanar mi casa.

    Le dije que me diera un mes para pensarlo.

    Un mes necesitaba, porque viajaba a Argentina para el cumple 75 de mi papá. Necesitaba entrar y salir del país sin que me molestaran. Me dijo que sí.

    Pero a la semana me llamaron de la embajada diciendo que ya tenían los papeles y que me acercara a dejar el ADN.

    Me dijeron que el juez les había dicho que accedí.

    Ahí fue cuando me cansé. Y entendí que si no hay una cámara para filmar todo, nadie me creería. También entendí que en esta época donde todo está en las redes sociales, la gente tiende a comportarse cuando está en frente de una cámara.

    Así fue que contacté a Simon, un amigo de mi pareja. Simón estaba estudiando guión en ese momento, y ya filmando documentales. Le pareció muy interesante mi historia así que me preguntó si podía hacer un documental de mi búsqueda. Le dije que sí. Mientras que filme todos estos procedimientos y hacía me podía proteger al menos un poco de todos los abusos. De ser así, accedía a ser parte de su documental.

    Así fue que Simon y yo empezamos a filmar. Porque sin testigos, no hay verdad.


  • La respuesta simple sería en el 2015, cuando Abuelas De Plaza de Mayo me contactó para dejar el ADN.Para los que no saben quiénes son, Abuelas de Plaza de Mayo es una organización no gubernamental creada en 1977 cuyo objetivo es localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños desaparecidos y dados en adopción ilegal por la dictadura militar argentina del 1976 al 1983.Fue así. El 14 de agosto del 2015 recibí una llamada de la embajada Argentina en Suecia diciendo que me estaban buscando de la cancillería argentina. Cuando pregunté por qué asunto era, me dijeron que no me lo podían decir, pero me preguntaron si estaba dispuesta a presentarme.Para hacer corta una historia larga, básicamente mi caso se judicializó. En Abuelas de Plaza de Mayos habían recibido varias denuncias anónimas sobre mi adopción y ya no podían esperar más. O sea, recibieron varias llamadas anónimas de personas diciendo que sospechaban que yo era hija de desaparecidos.Cuando me presenté en la embajada argentina en Estocolmo hablé con el juez de la causa que me explicó que si no dejaba la prueba de ADN por voluntad propia iban a tener que mandar a la policía sueca a hacer un allanamiento y obligarme a dejar mi ADN. Así que finalmente y después de un par de vueltas dejé el ADN el 7 de diciembre del 2015.Y todo lo que eso implicó realmente es largo de explicar, así que por ahora lo voy a dejar ahí.La pregunta más interesante tal vez sea, cuando empecé a sentir curiosidad por conocer mi origen biológico. Eso es un poco más complejo de contestar. Porque en ningún momento sentí un ímpetu de saber de dónde venían mis genes.Desde chica siempre escuché decir en mi familia, especialmente a mi mamá, que yo tenía genes villeros.Como mi piel era más oscura que la de mi hermano, también adoptado, y me reía más fuerte que él, y no mostraba ningún tipo de sofisticación, yo venía acorde a sus creencias, obviamente de la villa, yo era obviamente de menor “casta”. Estas eran sus creencias racistas. El racismo en Argentina tiene sus raíces en el colonialismo pero, por supuesto, fue muy evidente en las partes de Buenos Aires a las que se mudaron los alemanes de la Segunda Guerra Mundial.Y esto se reflejaba en todas partes. En el colegio por ejemplo, yo siendo marroncita, recuerdo que a la edad de 6 años unos chicos se me acercaron en el recreo y me dijeron: "Vos sos una negra", lo cual, acorde a las normas sociales racistas, no era nada bueno. Y eso continuó todo mi tiempo escolar. Siempre me quedó bien claro que yo no pertenecía a la supuesta “raza blanca superior”, yo tenía genes villeros. Por supuesto que ir a un colegio alemán en Buenos Aires, no ayudó en nada.Entonces ¿para qué buscar más? Para qué hacerme preguntas de las cuáles ya tenía respuestas?¿Para confirmarlo? No, la sociedad en la que  crecí ya me había convencido de quién yo era y de mi valor como persona  y lo que más quería era huir de ese pasado y esa verdad. Pero un día se me presentó la oportunidad de pertenecer a otra verdad, a otra realidad, a otra “casta”. En vez de ser hija de villera, podía ser hija de una revolucionaria que luchó por un mundo mejor y más justo. Una guerrera que cayó en manos de los militares, mientras peleaba por los derechos humanos. Entonces de ser así, en mis venas correría una sangre totalmente diferente. Y mis genes serían valientes y transgresores. Yo, la hija de una mártir, de una luchadora, de un símbolo de la verdad!Y cómo es que le dí una oportunidad a esta teoría? Fue más o menos así:Un día nos invitaron al casamiento de la hija de una amiga de mi mamá. Debe de haber sido en el 2001. Esta hija que se casaba iba al mismo colegio que yo pero era unos años más grande. No entendía bien porque nos habían invitado. Esta pareja amiga de mi mamá y mi papá no se nombraban mucho en mi casa. No era de esas parejas con las que mis padres salían a cenar frecuentemente, o hacer deportes, ni con las hijas de ellos teníamos mucho contacto. Así y todo siempre sentí que había una conexión importante con ellos, que eran gente especial para mi mamá y mi papá. Lo que sí sabía era que gracias a ellos, mi mamá se había enterado de que yo estaba en adopción en lo de un médico. Y que gracias a ellos me pudieron ir a buscar. Nada más. Siempre me pareció un dato trivial. Nada que llamase la atención, hasta después del casamiento. Llegamos al lugar, quedaba en zona norte de Buenos Aires, en el mismo lugar donde a veces íbamos con el colegio a hacer deporte. Fui con mi papá, mi hermano y mi novio en ese momento. Mi mamá no fue, no recuerdo porque. Debe de haber sido algo importante, debe de haber estado de viaje, porque sino no se lo perdería, a mi mamá le encantaban las fiestas, ver cómo se vestía la gente, ver que comida servían, como se veía la novia. Y aparte, mi mamá realmente quería a los padres de esta chica que se casaba. Bueno por la razón que fuera, mi mamá no estaba ahí. Yo me acuerdo que tenía un vestido negro de una tela que brillaba, un vestido barato y cortito que encontré en alguna tienda. Mi papá, mi hermano y mi novio, traje, como corresponde. Cuando llegamos a la recepción era como cualquier casamiento. Gente feliz charlando, brindando, todo muy elegante, siguiendo las normas de zona norte. Lo único que llamaba la atención eran los hombres uniformados.”Que ridículos” pensé “hasta en este momento tienen que ponerse eso? No se pueden relajar un poquito?” Esos uniformes, con esos sombreros, sables o espadas, eran realmente necesarios? Parecían disfraces. Me reí y no pensé más en eso. La noche transcurrió como cualquier otro casamiento. Seguro que la pasamos bien y comimos rico, la verdad ya ni me acuerdo. Los detalles se hacen muy borrosos con el tiempo. Sobre todo porque lo que pasó al día siguiente se robó toda mi atención. El día en que toda la narrativa sobre mi origen se cambió.Era domingo, y mi novio como era de costumbre pasó por mi casa. Era mi primer novio, y por suerte mi mejor amigo. Una persona sensata, tranquila e inteligente, todo lo contrario a mi familia. Él estudiaba administración de empresas y también venía de una familia de clase media, pero bastante más funcional que la mía. Yo me pasaba casi todos los fines de semana y las vacaciones con ellos. Eran como mi segunda familia.Ese domingo mi novio dijo de ir a caminar, así que fuimos a dar una vuelta cerca de casa. Se lo veía preocupado, me dijo tenía algo que decirme.Vi que le costaba verbalizarlo, algo le estaba pesando.Su familia era de esas que se contaban cosas en la mesa. Se hablaba de cómo había sido el día. Se hablaba y se opinaba. No como en la mía, donde sólo eran gritos, insultos, decepción y burlas. Ese domingo en el desayuno, su papá le preguntó cómo había sido el casamiento y él le contó sobre los hombres uniformados. Entonces su papá sacó una conclusión que talvez yo hubiese sacado también si hubiese tenido más en claro la historia argentina: “Natalie, no será hija de desaparecidos?”. Le costó contármelo. Sabía que si abría esa puerta, lo único que había del otro lado era dolor. Y tenía razónA partir de ese día nunca tuve paz. Era tan obvio. Sentí como si la historia de todo el país de repente colgase de mis espaldas.Lo único que podía hacer a partir de ese momento era acercarme a Abuelas de plaza de Mayo.Tomó unos meses, pero fui. No recuerdo bien la fecha, pero sé que fue antes de mudarme a Suecia el 9 de junio del 2002 y después de la violación que sobreviví el 7 de agosto del 2001. El día que me presenté a Abuelas de Plaza de Mayo me acuerdo que parada en frente del edificio, me temblaban las piernas. Estaba muerta de miedo, pero fui igual.Y así fue cómo esta búsqueda se inició.De repente yo podía ser otra persona. De repente yo era una persona especial, el bálsamo que podría sanar las heridas de una nación. La representación en vida de que la verdad no se puede matar, ni enterrar, ni hacer desaparecer.Y así, y durante un tiempo pasé a tener genes nuevos.Durante un tiempo, pude ser otra.