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Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor". Son palabras de la carta pastoral escrita por mons. Javier Echevarría con motivo del Año Eucarístico convocado por Juan Pablo II en 2004.
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Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor". Son palabras de la carta pastoral escrita por mons. Javier Echevarría con motivo del Año Eucarístico convocado por Juan Pablo II en 2004.
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Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor". Son palabras de la carta pastoral escrita por mons. Javier Echevarría con motivo del Año Eucarístico convocado por Juan Pablo II en 2004.
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Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor". Son palabras de la carta pastoral escrita por mons. Javier Echevarría con motivo del Año Eucarístico convocado por Juan Pablo II en 2004.
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Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor". Son palabras de la carta pastoral escrita por mons. Javier Echevarría con motivo del Año Eucarístico convocado por Juan Pablo II en 2004.
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Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor". Son palabras de la carta pastoral escrita por mons. Javier Echevarría con motivo del Año Eucarístico convocado por Juan Pablo II en 2004.
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Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor". Son palabras de la carta pastoral escrita por mons. Javier Echevarría con motivo del Año Eucarístico convocado por Juan Pablo II en 2004.
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Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo —mesa y ara—, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta. —Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?
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Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo —mesa y ara—, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta. —Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?
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Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo —mesa y ara—, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta.—Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?
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Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo —mesa y ara—, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta.—Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?
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Al considerar el prodigio de amor que es la Sagrada Eucaristía, nos vemos impulsados a fomentar con más fuerza los actos de adoración y las acciones de gracias, los actos de reparación y las peticiones. En estas actitudes del alma verdaderamente eucarística se resume el sentir de la Iglesia al instituir –hace ya tantos siglos- la solemnidad del Corpus Christi, y también la del Sagrado Corazón de Jesús. Pretende esta Madre nuestra que todos sus hijos, conscientes de los inmensos beneficios que Dios nos otorga en este Augustísimo Sacramento, manifestemos nuestra gratitud y nuestra adoración a Jesucristo, y le desagraviemos con corazón grande por todas las ofensas que se le infieren, por las nuestras personales, por las de todos los hombres y mujeres. (Beato Alvaro del Portillo).
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Al considerar el prodigio de amor que es la Sagrada Eucaristía, nos vemos impulsados a fomentar con más fuerza los actos de adoración y las acciones de gracias, los actos de reparación y las peticiones. En estas actitudes del alma verdaderamente eucarística se resume el sentir de la Iglesia al instituir –hace ya tantos siglos- la solemnidad del Corpus Christi, y también la del Sagrado Corazón de Jesús. Pretende esta Madre nuestra que todos sus hijos, conscientes de los inmensos beneficios que Dios nos otorga en este Augustísimo Sacramento, manifestemos nuestra gratitud y nuestra adoración a Jesucristo, y le desagraviemos con corazón grande por todas las ofensas que se le infieren, por las nuestras personales, por las de todos los hombres y mujeres. (Beato Alvaro del Portillo)