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La ficción y la ciencia ficción han jugado sin reparos con la posibilidad de que los seres humanos perduren en el tiempo en estado de animación suspendida. Desde los cuentos infantiles, como el de la Bella Durmiente, hasta las historias de viajes espaciales de larga duración, nos han presentado a personas capaces de sobrevivir durante un tiempo indefinido en estado latente, sin perder un ápice de su lozanía, sin que sus tejidos mueran y sin que su corazón o sus músculos lleguen a atrofiarse. Pero son solo historias imaginadas, la realidad es muy distinta. La realidad es que los seres humanos no podemos entrar en animación suspendida. Sin embargo, ciertos experimentos científicos parecen indicar que esa posibilidad podría ser real en el futuro. Ulises lo cuenta hoy en este programa, os invito a escucharlo.
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A pesar de que las pruebas de atletismo más celebradas son las carreras de velocidad, la realidad es que comparados con muchos de los habitantes de la sabana, los humanos somos mas bien lentos. En lo que sí podemos competir con cierto éxito con el reino animal es en las carreras de fondo. Los caballos pueden correr largas distancias a una velocidad moderada pero sus máximas prestaciones no son muy superiores a las de un atleta humano de maratón. Los lobos y las hienas, también son buenos corredores, pero sus marcas son comparables a las nuestras. Los investigadores Bramble de la Universidad de Utah y Daniel Lieberman de la de Harvard defienden que gracias a la capacidad de coordinarse en grupo y a la resistencia para correr largas distancias, nuestros antepasados lograron convertirse en cazadores y añadieron a sus dietas la carne que les proporcionó energía para sobrevivir y alimentar un cerebro cada vez más grande.
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En febrero de 1971, millones de espectadores observaban, con la mirada fija en el televisor, al norteamericano Alan Shepard en el recorrido de golf más apasionante jamás realizado. Alan, con un traje que reflejaba la luz del Sol con tal intensidad que saturaba la cámara, dejó caer la bola en el suelo, tomó su palo de golf – un hierro 6 -, y se preparó para realizar el “drive” más extraño de la historia. El estilo y el atuendo no eran los más adecuados para ese deporte. Sus manos estaban enfundadas en unos guantes gruesos e hinchados, el traje, abultado, incómodo y poco flexible, cubría todo su cuerpo, una escafandra cubría su cabeza y reflejaba el entorno con tonos dorados, ocultando la cara del jugador y sobre su espalda una voluminosa mochila completaba la estrafalaria vestimenta. Todo a su alrededor parecía un despropósito para un deporte tan elitista, pero, después de todo, el Alan Shepard no se ganaba la vida jugando al golf, era astronauta y tras él se levantaba la imponente figura del módulo de descenso lunar del Apolo 14. Así comienza el relato en el que Ulises nos cuenta cómo debe ser un traje espacial para sobrevivir en la Luna.
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La lucha del ser humano por comprender y dominar la gravedad está llena de frustraciones. A lo largo de la historia, miles de sesudos científicos se han enfrentado a las fuerzas de la naturaleza y han descubierto las leyes que las gobiernan, un conocimiento que les ha permitido tener cierto dominio sobre ellas. Podemos generar luz, calor, magnetismo, electricidad, es más, podemos convertir la luz en electricidad, la electricidad en calor, el calor en movimiento, etc. Pero, aunque conozcamos sus leyes, no sabemos generar gravedad. Hoy Ulises se vale de historias como la construcción de las pirámides, el dramático final de un ahorcado, la ingravidez de un astronauta, un partido de tenis muy especial y el relato de H.G Wells en su novela “Los primeros hombres en la Luna” para comprender esa fuerza omnipresente que gobierna nuestras vidas.
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Salvo cuando hablaba de física o tocaba el violín, resulta difícil imaginar al sesudo y genial Albert Einstein pensando en cosas cotidianas ¡Acaso no resulta difícil de aceptar que el tiempo transcurra a distinto ritmo para personas en situaciones diferentes! ¿Quién, salvo expertos en física, tiene una idea intuitiva y clara de la curvatura del Espacio-Tiempo? Pero bueno, os preguntaréis, ¿es que Einstein no estudió o inventó nada aplicable a la vida cotidiana? La respuesta es ¡Sí! Las ideas de Einstein nos acompañan todos los días. Están presentes cuando se abren puertas automáticas, cuando se encienden sin intervención humana las luces de las ciudades, en los lectores ópticos de los supermercados, cuando obtenemos nuestra posición con precisión con un GPS,etc. Y no solo eso, Einstein inventó un tipo de frigorífico, un audífono, una bomba electromagnética y una cámara automática.
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Un profesor jubilado y buen jugador de ajedrez, con una visión tan profunda del juego que era capaz de prever ocho jugadas por delante, comenzó a perder facultades y visitó al neurólogo. El doctor le hizo pasar una batería de tests para descubrir cualquier indicio de demencia senil, pero los resultados fueron negativos. El profesor siguió con su vida con el único inconveniente de que ya no jugaba tan bien al ajedrez, hasta que, dos años después, murió repentinamente. El neurólogo que le había atendido realizó la autopsia y, al observar el cerebro de su antiguo paciente, descubrió, asombrado, que la materia gris estaba sembrada de placas seniles, un fiel indicador de la muerte neuronal que aflige a los enfermos de Alzheimer en estado muy avanzado. Por razones desconocidas, algunas personas, especialmente aquellas que tienen un mayor desarrollo intelectual o un nivel más alto de educación, parecen tener algún tipo de protección contra el deterioro mental típico de las edades avanzadas. Los científicos la llaman “reserva cognitiva”.
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Hoy os invito a viajar hasta Venus para conocer cómo ha ido evolucionando el conocimiento que tenemos de ese planeta. La mitología lo consideraba una diosa, pero la ciencia, apoyada en la investigación y la exploración espacial, ha revelado su verdadera cara: Venus es un infierno. No obstante, las últimas investigaciones indican que guarda muchas sorpresas todavía. Mirando a su pasado, Venus pudo haber tenido una evolución paralela a la Tierra. Durante miles de millones de años las condiciones ambientales fueron más agradables, existieron océanos que cubrían el planeta y el ambiente fue propicio para la vida. Hace unos cientos de millones de años el planeta sufrió un calentamiento extremo, provocado por un efecto invernadero desbocado, la temperatura en superficie subió hasta los 450ºC actuales y el ambiente se hizo inhabitable. No obstante, según recientes estudios, ciertas formas de vida microscópica podrían haber sobrevivido en las capas altas de su atmósfera.
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Observar al firmamento estrellado y conocer los nombres de los astros es un viaje por dos mundos muy diferentes: la Astronomía y la Mitología. Hoy Ulises nos invita a escuchar la historia de la diosa Eris quien, al no ser invitada a la boda de Peleo con Tetis, padres de Aquiles, decidió vengarse regalando una manzana de oro que sembró la discordia entre los dioses del Olimpo. Miles de años después, la discordia volvió estar presente, esta vez en el campo de la Astronomía. El descubrimiento, en 2003, de un cuerpo tan grande como Plutón levantó una gran polémica entre los astrónomos que fue zanjada con la expulsión de Plutón del selecto grupo de planetas y su inclusión en una nueva categoría denominada “planetas enanos”. El nuevo cuerpo descubierto lleva el nombre de Eris, la diosa de la discordia.
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Al sur de la cara visible de la Luna existe un cráter enorme, de 233 km de diámetro, al que los astrónomos dieron el nombre de “Clavius”, en honor al astrónomo y matemático alemán Cristóphorus Clavius. El sabio murió en 1612 en Roma, a los 73 años de edad, cuando otro contemporáneo suyo, Galileo Galilei, comenzaba a sorprender al mundo con los nuevos hallazgos que le proporcionaba su recién inventado telescopio. Clavius fue el artífice del calendario Gregoriano, que usamos hoy día, y luchó por dar a conocer las matemáticas como herramienta indispensable para la astronomía y el resto de las ciencias. La revolución que destronaría a la Tierra del centro del Universo llegó cuando Clavius era muy mayor y no pudo unirse a las nuevas corrientes, pero sus obras de matemáticas, continuaron usándose en todos los centros del saber de Europa durante dos siglos después de su muerte. Hoy la historia de Clavius tiene especial relevancia gracias al descubrimiento de agua en la región del cráter que lleva su nombre, un hallazgo que ha sido posible gracias al Observatorio Estratosférico de Astronomía Infrarroja (SOFIA) de la NASA.
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Ulises nos invita viajar 90 millones de años hacia atrás en el tiempo para visitar la Antártida. A pesar de encontrarse en una posición semejante a la actual, investigaciones recientes describen un continente antártico muy distinto. En lugar de estar cubierto de una densa capa de hielo de 2000 metros de espesor medio, en tiempos del Cretácico, la Antártida disfrutaba de un clima templado. Testigos de sedimentos de aquella época, extraídos del fondo del mar de Amundsen en 2017, contienen granos de polen, esporas, plantas y raíces que indican la riqueza de vida de aquella época ¿Por qué era tan diferente? Diversas investigaciones hablan de un periodo extremadamente cálido en la Tierra, provocado por un exceso de dióxido de carbono en la atmósfera que triplica a la cantidad actual.
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Historias y leyendas hablan de maldiciones que protegen a las tumbas faraónicas con signos mágicos, trampas diabólicas y todo tipo de amenazas imaginables, para castigar a los profanadores en este mundo y en el más allá. La Ciencia no cree en esas cosas pero los resultados de ciertas investigaciones, a veces, parecen sumarse a ellas. Investigadores canadienses y egipcios decidieron medir la radiactividad ambiental tumbas de monumentos del antiguo Egipto. Los detectores marcaron índices notables de radiación alfa en la Pirámide de Sakhm Khat en Saqqara y en la Tumba de Serapeum ¿A qué era debida esa radiactividad? ¿Acaso algún poderoso faraón tuvo en sus manos el secreto de la energía atómica cuatro mil años antes de su descubrimiento? Nada de eso, la Ciencia encontró la respuesta: El radón.
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Las preguntas de un grupo de niños reunidos alrededor de un telescopio animan a Ulises a emprender un viaje imaginario por el Cosmos en busca de oyentes capaces de captar señales de la Tierra. Gracias a los últimos descubrimientos científicos ahora sabemos que existen planetas semejantes al nuestro, en tamaño, alrededor de otras estrellas. Algunos de esos mundos se encuentran situados en “zona habitable”, es decir, en lugares donde reciben radiación suficiente de su estrella como para exista agua en estado líquido en su superficie, un requisito indispensable para la vida. Utilizando los datos reales de esos planetas, Ulises emprende un viaje alucinante para explicar qué escucharían sus habitantes, si existieran y tuvieran una tecnología suficientemente desarrollada, al captar las señales electromagnéticas procedentes de la Tierra.
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Sabemos en qué lugar vivimos, en qué ciudad, estado o país habitamos y conocemos muy bien el planeta al que pertenecemos. Sin embargo, más allá de la Tierra y del Sistema Solar los conocimientos se van haciendo más y más escasos. Hoy, Ulises ayuda a ampliar ese conocimiento con un viaje Imaginario por las barriadas estelares de nuestra ciudad cósmica: La Vía Làctea. Usando el combustible de la imaginación cruzaremos la galaxia, atravesaremos el inmenso agujero negro que alberga en su centro y saldremos de ella para visitar otras ciudades estelares situadas a millones de años luz. Veremos enormes aglomeraciones, como Andrómeda, y visitaremos otras mucho más pequeñas, llamadas galaxias enanas, que en su conjunto conforman el enorme entramado urbano que se conoce como Grupo Local.
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La visita al Teatro Romano de Mérida, para asistir a una de las representaciones del Festival Internacional de Teatro Clásico, nos ha permitido vivir la experiencia de disfrutar de una obra clásica en un entorno que tiene más de dos mil años de antigüedad. El teatro, construido en los años 16 y 15 antes de Cristo, es una joya arquitectónica que originalmente tenía un aforo de 6.000 espectadores, aunque, en la actualidad, su capacidad es algo menos de la mitad. Asistir a la obra de teatro en semejante entorno infunde en nosotros un enorme respeto por los arqueólogos, esas personas, muchas veces anónimas, que rescatan para nosotros la historia y las obras del pasado. Hoy no está Ulises, es Melibea quien nos habla de Arqueología.
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El viento se ha convertido en una de las fuentes de energía renovable más importantes en el mundo. Según el último informe del Consejo Global de energía eólica, la producción mundial alcanzó los 486 gigavatios en 2016. Los países más avanzados en este campo ya consiguen generar una proporción importante de su energía a partir del viento. Dinamarca, por ejemplo, genera el 40 por ciento de la energía que consume gracias a un enorme parque de aerogeneradores, le siguen Uruguay, Portugal, Irlanda y España, donde obtenemos más del 20% de la energía por este medio. Los datos son impresionantes, pero Ulises no quiere aburrirnos con números. Pensando de manera especial en los más jóvenes, ha pedido colaboración al mismísimo Don Quijote para le ayude a hablar de la energía eólica en este podcast.
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En los experimentos científicos se utiliza una enorme diversidad de aparatos, cuyo funcionamiento escapa al más común de los mortales. No obstante, para comprender algo, siempre conviene contar con la ayuda de un experto en la materia. Aunque el experto que hoy nos trae Ulises para explicar el funcionamiento de un acelerador de partículas no sea quizás el más idóneo, él opina que puede ayudar a que comprendan las explicaciones sus oyentes favoritos: los niños. Así pues, gracias a la ayuda del Tío Obdulio, el rey del tirachinas, Ulises explica con sencillez cómo son esas máquinas, entre las que figura la más grande del mundo: el Large Hadron Collider (LHC).
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En 1945, un famoso escritor de ciencia-ficción, llamado Arthur Clarke, sugirió la posibilidad de colocar tres satélites en órbita geoestacionaria para comunicar toda la Tierra. Una sugerencia que era muy atrevida, si se tiene en cuenta que aún faltaban doce años para que surcara el firmamento el primer ingenio espacial fabricado por el ser humano. En 1957, comenzó la era espacial con el lanzamiento del primer Sputnik por la, entonces, Unión Soviética. A partir de aquel momento, la idea de colocar satélites en la órbita geoestacionaria ya no resultó tan descabellada. Apenas dos décadas después de Clarke lo propusiera, sus ideas se hicieron realidad y ahora, centenares de satélites ocupan un lugar en el llamado “Cinturón de Clarke”.
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El Plutonio fue descubierto en 1940 por Seaborg, Kennedy, McMillan y Wohl. En la naturaleza casi no existe, tan solo se han encontrado trazas en algunas minas de uranio. Si lo presentáramos al uso, tendríamos que decir que es un metal blanco plateado, altamente reactivo y radiactivo, que se funde a 640 º centígrados. Su densidad es muy elevada, hasta el punto que, si llenáramos con él un tetrabrick de los utilizados habitualmente para envasar un litro de leche, éste pesaría nada menos que 19,8 kilogramos. No obstante, eso es algo que jamás lograríamos hacer porque, si intentáramos reunir esa cantidad, se produciría una explosión nuclear de efectos devastadores. Esto, desgraciadamente, tiene su reflejo en la historia que hoy nos cuenta Ulises.
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En 1924, Albert Einstein recibió el artículo científico publicado por un joven físico hindú llamado Satyendranath Bose. En él, se describía a la luz como un gas de partículas llamadas fotones. Ciertamente se trataba de un gas extraño, porque los fotones descritos por Bose no se comportaban como los objetos que nos rodean. Para hacernos una idea de su teoría y, como las cosas se entienden mejor cuando se comparan con objetos de la vida diaria, Ulises nos invita hoy a trasladarnos a una sala de billar, donde, por cierto, recibirá la ayuda de Guadalupe, la reina del lugar. Os invito a escuchar lo que sucede en el podcast que hoy les ofrecemos.
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El pasado 20 de marzo fui testigo, junto a Ulises, de un eclipse parcial de Sol, incluso sacamos unas preciosas fotografías que publicamos en su momento en CienciaEs.com. En otra ocasión pudimos observar otro eclipse, aquella vez de Luna, una de cuyas impresionantes imágenes ofrecemos a la derecha. Observar un eclipse, ya sea de Sol o de Luna, es un espectáculo que ha fascinado a la humanidad desde tiempos remotos hasta el punto de dar luz a un enorme número de bellas historias, como la que hoy nos cuenta Ulises. ¿Por qué es tan difícil ver un eclipse total de Sol? ¿Por qué los eclipses de Luna, con ser más abundantes, suceden tan espaciados en el tiempo? ¿Por qué no vemos cada mes un eclipse de Sol y otro de Luna? Ulises nos cuenta la razón.
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