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  • «Nadie puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o estimará a uno y menospreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas»
    (Mateo 6:24)

    Dios no se opone a que tengas dinero. Él se opone a que el dinero te atrape. Dios está en contra de que le des prioridad al dinero y deposites tu confianza en éste.

    ¿Por qué? Porque Dios sabe que el dinero es un pésimo dios. Su poder es limitado. Sólo puede ayudarte hasta agotarse; su alcance está delimitado.

    Si necesitas ser sano de una enfermedad incurable, el dinero no te ayudará. Si tu familia se desintegra, el dinero no la restaurará. Pero si buscas primero a Dios, Él te hará prosperar en cada aspecto de tu vida.

    Dios es tan generoso que desea que tengas lo mejor en este mundo, así como tú deseas lo mejor para tus hijos. El plan de Dios es suplir todo lo que tú necesitas conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Pon en orden tus cosas y adopta el plan de Dios: busca primero el reino de Dios y Su justicia.

    ¡Haz que agradar a Dios sea tu prioridad número uno! Pon tus ojos en Él por encima de todo lo demás, y todas estas cosas te serán añadidas.

    Lectura bíblica: Marcos 10:17-21

    © 1997 – 2019 Eagle Mountain International Church Inc., también conocida como Ministerios Kenneth Copeland / Kenneth Copeland Ministries. Todos los derechos reservados.

  • “[Mi firme propósito es] que yo pueda conocerle [que progresivamente pueda llegar a conocerle más profunda e íntimamente, y además percibir, reconocer y entender las maravillas de Su persona más fuerte y claramente], y que de la misma manera pueda conocer el poder sobreabundante de Su resurrección”
    (Filipenses 3:10, AMP)

    Cuanta más comunión tengas con Dios por medio de Su Palabra, más conocerás “el poder de Su resurrección”. Cultivarás el gozo, la fe y las mismas cualidades de Dios, con el simple hecho de tener comunión con Él. Empezarás a entender quién eres en Jesucristo.

    Recuerdo un día en que leí acerca de la mujer con el flujo de sangre que tocó el borde del manto de Jesús y fue sanada.

    Había leído ese relato muchas veces, y me ponía en el lugar de cada uno de los personajes que estuvieron presentes ese día, tratando de identificarme con ellos y de entender cómo se habrían sentido, incluyendo a la mujer del flujo de sangre.

    De repente Dios habló a mi espíritu y me dijo: Lee eso de nuevo, y esta vez ponte en el lugar del que llevaba el manto.

    Me quedé atónito. Señor —dije—. ¿Cómo puedo hacer eso, yo no puedo tomar Tu lugar?

    Ése es el problema con el Cuerpo de Cristo —me dijo—. Por eso el mundo no sabe nada de Jesucristo. Tú te identificas con todos, menos conmigo. Pero Yo te envié a ser Mi testigo, a que Me imites, y a que tomes Mi lugar… ¡no el lugar de los demás!

    Así que leí nuevamente el pasaje bíblico, pero esta vez me puse en el lugar de Aquel que tenía la unción del Espíritu Santo. En vez de arrastrarme hasta tocar el borde de Su vestidura, yo era quien la llevaba, dando libremente lo que Dios me había dado. Después de todo, en la Biblia leemos: «…revístanse ustedes del Señor Jesucristo» (Romanos 13:14; NVI).

    ¿Sabes qué es lo qué más atemoriza más al diablo? Aquellos creyentes que han descubierto que pueden revestirse de Él. Esos creyentes que, en lugar de pedir que Jesús los toque, dejan que la vida de Él fluya a través de ellos hacia los demás.

    Vamos, dale al diablo un buen susto. Ten comunión con el Padre, con la Palabra en la mano y comienza a descubrir hoy mismo quién eres realmente en Cristo Jesús.

    Lectura bíblica: Lucas 8:40-48

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  • «Pero pongan en práctica la palabra, y no se limiten sólo a oírla, pues se estarán engañando ustedes mismos»
    (Santiago 1:22)

    ¿Alguna vez has estado en la situación en la que cada vez que abrías la Biblia recibías un río de revelación? ¿Ahora pareciera como que ese río ha comenzado a secarse? Si es así, te exhorto a volver en el tiempo y examinar la última revelación recibida de parte de Dios. Retrocede y examina si hiciste lo que Dios te pidió. Si no lo hiciste, comienza de nuevo meditando en eso que Dios te dijo y luego ponlo en práctica en tu vida. Pronto verás que comenzarás a recibir nuevas revelaciones de Dios.

    Descubrirás que la revelación es más efectiva cuando haces lo que dice la Palabra. He descubierto eso una y otra vez. Cuanto más hago lo que dice la Palabra, más revelación recibo. Por eso, en Santiago 1:22 la Palabra nos exhorta que no solamente oigamos la Palabra de Dios, sino que la hagamos.

    Quizás te parezca que las cosas que Dios te ha mostrado son demasiado insignificantes. Ni siquiera tienen sentido para la mente natural. Pero, aun así, hazlo. Si tuvieras discernimiento en la esfera espiritual, te darías cuenta de que ellas son mucho más importantes de lo que piensas.

    Explora la Palabra de Dios con nuevos ojos hoy. Ve ante Su presencia con la expectativa de recibir una revelación fresca de las Escrituras y comprométete a ser obediente. Se un hacedor de las revelaciones de Dios y no tan sólo un oidor, y tu río nunca se secará.

    Lectura bíblica: Santiago 1:22-27

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  • «Procura con diligencia presentarte ante Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que usa bien la palabra de verdad»
    (2 Timoteo 2:15)

    Muchas personas han estado jugando en lo que respecta a la Palabra. En público, se auto-reconocen como gente de fe; pero, en lo privado, nunca abren su Biblia. Luego, cuando vienen los problemas y tratan de permanecer firmes en la Palabra, fallan espiritualmente por completo.

    Bien, el momento de jugar se acabó. Es tiempo de percatarnos de que la verdadera fe involucra acción. En Santiago 2:20 leemos que la fe sin obras [o sin la acción correspondiente] está muerta.

    Si quieres la clase de fe que te mantenga de pie mientras otros caen a tu alrededor, necesitas practicar la Palabra.

    Primero: Necesitas estudiar. Puedes estudiar la Palabra de muchas maneras. No sólo puedes leerla, sino también escudriñarla con concordancias, diccionarios griegos y hebreos y otras guías de estudio. Además, si tienes un reproductor de audio a tu disposición, puedes pasar la mitad del día escuchando enseñanzas. Esa es sólo una manera de estudiarla, pero es poderosa.

    Segundo: Ve a un lugar donde se predique la Palabra. Lo que leemos en Romanos 10:17 «…la fe proviene del oír…», se está refiriendo a la Palabra predicada.

    Siempre que comienzo a sentirme rodeado de problemas y se me dificulta escuchar a Dios, dejo todo y busco algún lugar donde pueda oír la predicación de la Palabra. He recibido más respuestas de Dios de esa manera de las que te pueda relatar. Aunque el predicador no haya hablado acerca de algo que esté remotamente relacionado con el asunto con el que estoy luchando, alguna Palabra de las Escrituras comienza de repente a llevar mis pensamientos en cierta dirección. Y de repente me doy cuenta: “¡Ésa es la respuesta al problema con el que he estado lidiando en las últimas seis semanas!”.

    Tercero: Necesitas comenzar a declarar la Palabra que has oído. Encuentra las promesas de Dios relacionadas con tu situación y confiésalas en voz alta como si ya se hubieran cumplido en tu vida.

    Toma la Palabra de Dios en serio. Estúdiala. Declárala. Transfórmate en un obrero tan diligente que, cuando el mismo diablo te mire, se atemorice y diga: “¡Ahí está un creyente que ya no está jugando!”

    Lectura bíblica: 2 Pedro 1:3-10

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  • Dirígete a la luz Kenneth Copeland «Además, contamos con la muy confiable palabra profética, a la cual ustedes hacen bien en atender, que es como una antorcha que alumbra en la oscuridad, hasta que aclare el día y el lucero de la mañana salga en el corazón de ustedes»
    (2 Pedro 1:19)

    Es con frecuencia que, cuando necesitamos discernimiento para un problema, tratamos de conseguirlo enfocando nuestra atención en el mismo problema. Lo estudiamos. Lo meditamos. Lo examinamos desde todo ángulo. Pero el apóstol Pedro nos presenta un enfoque diferente. Él dice que debemos concentrar nuestra atención en la Palabra de Dios hasta que la respuesta llegue mediante la luz de la revelación.

    Usamos la frase “ver la luz” en las cosas naturales todo el tiempo. Preguntamos: “¿Ya viste la luz en tal o cual asunto?” queriendo significar: “¿Tienes discernimiento de esa situación?”. Bueno, cuando la Palabra de Dios penetra nuestro corazón, ésta nos ilumina (Salmo 119:130). La Palabra trae la revelación que necesitamos.

    ¿Alguna vez has estado en una sala oscura y has tratado de encontrar la salida? ¿O has estado perdido afuera en la noche? ¿Cuál es la primera cosa que buscas en estas situaciones? ¡La luz!

    Quizás provenga del umbral de una puerta o del resplandor de una lámpara en una casa lejana. Pero de cualquier manera, te diriges hacia ella; no pierdes tu tiempo estudiando la oscuridad ni te concentras en eso. Por el contrario, fija los ojos en la luz porque sabes que el resplandor desvanecerá la confusión de la oscuridad y te ayudará a orientarte.

    Si necesitas discernimiento para solucionar algún problema o situación en tu vida, presta atención a la Palabra. Dirígete a la Luz y encontrarás la respuesta que necesitas.

    Lectura bíblica: Juan 1:1-9

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  • «…Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó»
    (Lucas 15:20)

    ¿Cuánto amor tienes por los pecadores?

    Esta puede parecer una pregunta extraña, pero quiero que hoy medites en ella. Con demasiada frecuencia, una vez que somos salvos y nuestra vida está un poco limpia, empezamos a perder nuestra compasión por los que todavía están perdidos. Vemos al borracho que tropieza en la calle o al empleado en la oficina que le miente al jefe y cuenta chistes sucios, y los miramos con desprecio espiritual.

    Pero si en verdad comprendiéramos el corazón de nuestro Padre celestial, no volveríamos a actuar de esa manera. Jesús contó una historia que nos habla un poco de ese corazón: la parábola del hijo pródigo.

    Quizás muchas veces has escuchado cómo el hijo se rebeló contra su padre y lo deshonró, y cómo el padre a pesar de todo, lo recibió en el hogar con gozo cuando el hijo se arrepintió. Pero hay unas palabras en las que quiero que hoy centres tu atención: “Todavía estaba lejos [el hijo pródigo], cuando su padre lo vio”.

    Esas palabras revelan, de manera conmovedora, el corazón de ese padre amoroso. Nos dicen que incluso antes de que su hijo se arrepintiera, durante esos largos días cuando todavía andaba en pecado, ese padre velaba por él, deseando que volviera al hogar. Todas las mañanas miraba hacia el horizonte esperando ver la silueta de su hijo. Y lo último que hacía cada noche, era mirar de nuevo… forzando su mirada con esperanza. Su hijo estaba constantemente en sus pensamientos, y su corazón siempre estaba lleno de amor por él; la clase de amor abnegado que llevó a ese padre a correr hacia su hijo y besarlo cuando éste regresó a casa.

    Ésa es la clase de corazón que nuestro Padre celestial tiene por los que están perdidos. Es la clase de corazón que tuvo por ti cuando aún vagabas por el mundo. Es la clase de corazón que te aceptó con los brazos abiertos, aun cuando todavía estabas cubierto con la suciedad del pecado.

    Hay mucha gente cansada que aún no ha encontrado esa aceptación. No miremos a esas personas como simples “pecadores”, sino como nuestros posibles hermanos y hermanas, que están perdidos y necesitados de nuestro Padre celestial amoroso. ¡Que Dios nos ayude a mirarlos con amor y a traerlos de regreso al hogar!

    Lectura bíblica: Juan 8:1-11

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  • «El necio da rienda suelta a su enojo, pero el sabio sabe cómo calmarlo»
    (Proverbios 29:11)

    Una de las cosas que debemos aprender como creyentes, si queremos ser siervos fieles del reino de Dios, es cómo mantener nuestra boca cerrada. Muy pocos de nosotros nos hemos especializado en esa habilidad.

    Cuando nos enojamos por algo, pensamos que debemos anunciarlo a todo el mundo. Decimos: “Ahora mismo les diré lo que pienso”.

    No cometas ese error. Nadie quiere ni necesita saber lo que piensas al respecto—y si lo haces, terminarás distanciando a la gente y perjudicándote. En cambio, aprende a guardar silencio.

    Esto aplica especialmente en el área del conocimiento espiritual. Cuando el Espíritu Santo te da discernimiento acerca de una situación, no lo divulgues por toda la ciudad. Si lo haces, llegarás al punto donde el Señor no podrá confiarte con nuevas revelaciones, ni con el conocimiento de asuntos y situaciones.

    Yo lo he visto con mis propios ojos. He conocido de intercesores que han recibido revelaciones acerca de las debilidades o necesidades de alguien. Les ha sido dado el conocimiento del problema en la vida de alguien, para que puedan orar por esa persona. Pero en lugar de guardar esa información entre ellos y Dios en oración, se la han contado a otros. Como resultado, han perdido su eficacia como intercesores.

    No dejes que eso te suceda. Cultiva el arte del silencio del hombre sabio, y se le hará cada vez más difícil al diablo dañar tu vida de oración y tu ministerio intercesor.

    Lectura bíblica: Santiago 3:1-13

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  • «Por tanto, como en todo abundáis, en fe, y en palabra, y en ciencia, y en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, que también abundéis en esta gracia»
    (2 Corintios 8:7, RVA)

    ¿Cómo le ofrendas al Señor?

    ¿Depositas algo de la ofrenda en la iglesia sólo por inercia? ¿O le escribes un cheque a Dios el primer día de cada mes y le pagas como lo haces con todas tus otras cuentas?

    Necesitas considerarlo, porque tu actitud al ofrendar es un asunto muy importante para Dios. Él está particularmente interesado en cómo se presentan las ofrendas. Él no recibirá cualquier cosa que te plazca dar.

    Por ejemplo, en Malaquías, Dios se negó a recibir ofrendas de los israelitas. Estaban presentando animales con defectos, los becerros ciegos y heridos, los animales desechados y que para ellos no servían para nada—pero Dios les dijo que eso lo ofendía. Les dijo: “Ustedes no me respetan ni me honran, así que no aceptaré sus ofrendas”.

    Esa clase de actitud no termina en el libro de Malaquías. Hoy en día, muchas personas no tienen ninguna reverencia hacia Dios al momento de ofrendar. La gente espera que el predicador les dé un golpe en la cabeza hasta que se sientan tan culpables que deben introducir la mano en los bolsillos y sacar dinero.

    Pero quiero que sepas que eso es una ofensa para Dios. Es más, Él le habló directamente a una amiga mía acerca de este tema. Lo que le dijo me impresionó tanto que lo escribí palabra por palabra:

    Me apena cuando en las iglesias se recogen ofrendas —le dijo—. Yo dije que me adoraran. No quiero que le quiten a la gente. Déjenlos que traigan sus ofrendas y que me adoren. Verán los frutos de sus ofrendas.

    Si queremos que Dios se sienta complacido con nuestras ofrendas, debemos hacer lo que el apóstol Pablo escribió en 2 Corintios 8:7. Tenemos que aprender a abundar en esta gracia de dar. Tenemos que dejar de hacerlo de una manera despreocupada, y ser reverentes cuando adoremos a Dios con nuestras ofrendas.

    La próxima vez que se recoja la ofrenda, no des la tuya de forma indiferente. Hazlo con todo respeto. Decide obedecer a Dios. Adórale con tu dinero y se agradecido. Él hará más que simplemente recibirlo; te abrirá las ventanas de bendición.

    Lectura bíblica: Malaquías 1:1-14

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  • «A cualquiera que me oye estas palabras, y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca»
    (Mateo 7:24)

    Si quieres que tus obras sean bendecidas, si deseas ver resultados sobrenaturales en tu vida, deberás hacer algo más que simplemente leer la Palabra de Dios. Tendrás que ponerla en práctica.

    Eso fue lo que yo hice. Años atrás, cuando descubrí que Dios era quien tenía la respuesta a todos mis problemas, quién podía suplir todas mis necesidades, me comprometí a obedecer todo lo que se encuentra en Su Palabra. Tomé la firme determinación de actuar con fe en respuesta a todo mandamiento que encontrara en ella.

    Por ejemplo, cuando entendí que la Palabra de Dios me instruye a diezmar, Gloria y yo ya estábamos tratando de que el poco dinero que teníamos rindiera al máximo. ¡Estábamos endeudados hasta la coronilla! Era difícil darnos el lujo de dar el diez por ciento de nuestros ingresos. Pero, de todas maneras, lo hicimos. Decidimos caminar por fe y nos mantuvimos firmes en la decisión de cumplir cada mandato que veíamos en la Palabra. En poco tiempo comenzamos a observar un incremento financiero. Y desde ese entonces nuestras finanzas se han estado incrementando.

    Continúa leyendo y estudiando la Biblia. Escucha audios de enseñanzas, asiste a la iglesia y escucha la predicación de la Palabra. Pero no te detengas ahí; da un paso muy importante: ¡pon en práctica la Palabra que has escuchado y aprendido!

    Lectura bíblica: Mateo 7:17-27

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  • «Si alguno de ustedes requiere de sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios se la da a todos en abundancia y sin hacer ningún reproche»
    (Santiago 1:5)

    Cuando enfrentes un problema, la primera cosa que debes pedirle a Dios, es sabiduría. No le pidas dinero. Ni poder. Ni siquiera sanidad. Solo pídele sabiduría.

    La sabiduría de Dios es la llave que abrirá toda puerta de tu vida y convertirá todo fracaso en éxito. Por lo tanto, deja de desperdiciar el poder de la oración pidiendo las cosas que crees que necesitas y mejor invierte más tiempo escuchando lo que Dios tiene que decirte con respecto a la situación que estás atravesando.

    Si nunca has puesto eso en práctica, necesitas hacer lo siguiente:

    En primer lugar, preséntale todo el problema al Señor; no porque Él no sepa lo que está sucediendo, sino porque hacerlo te ayudará a ver las cosas desde un punto de vista más objetivo.

    Recuerdo cuando acostumbraba contarle mis problemas a mi padre, A. W. Copeland. Por alguna razón inexplicable, mientras se los contaba, yo empezaba a verlos desde otra perspectiva. Mi perspectiva hacia ellos cambiaba, y mi padre me hacía ver cosas que yo no había tomado en cuenta. Lo mismo te sucederá si le cuentas a Dios tus problemas punto por punto.

    En segundo lugar, presta atención al consejo del Espíritu de Dios. Presta atención a lo que Él tenga que decirte por medio de la Palabra. Es muy posible que tu preocupación haya ahogado la Palabra de Dios en tu corazón (Marcos 4:18-19). Si es así, necesitas tomar la Biblia y volver a llenarte de la Palabra, con el fin de que el Espíritu Santo pueda hablarte por medio de ella.

    Cuando estés escuchando al Espíritu de Dios, disponte a aprender y a aceptar la disciplina de su parte si es que la necesitas. Se muy sincero con Dios. Si te has equivocado, reconócelo, y confiesa tus faltas ante Dios. Esos pecados no serán una sorpresa para Él. Dios ya los conoce. La confesión simplemente te da la oportunidad de deshacerte de ellos.

    En tercer lugar, actúa en la sabiduría que Dios te da. Deshazte de tus propios métodos y pon los de Dios en acción. Se obediente. Si no lo haces, esa maravillosa sabiduría no te beneficiará de manera alguna.

    Al orar hoy, descarta tus propias ideas y comienza a buscar la sabiduría de Dios. Es la única cosa que puede resolver permanentemente los problemas que enfrentas. La verdad, es el regalo más precioso que Dios nos puede dar.

    ¡Busca la sabiduría!

    Lectura bíblica: Proverbios 8:10-36

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  • «Pero Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo examina todo, aun las profundidades de Dios»
    (1 Corintios 2:10)

    Dios no está lleno de sorpresas. Él no es un ser impredecible a quien le gusta que estemos adivinando qué se propone hacer. Sin embargo, muchos creyentes tienen la idea de que Él es así.

    Dicen: “Nunca se sabe lo que Dios hará”. Y para decir eso, se basan en 1 Corintios 2:9, donde dice: «Las cosas que ningún ojo vio, ni ningún oído escuchó, ni han penetrado en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman». La interpretación que muchos dan a ese pasaje es que Dios guarda secretos que no quiere dar a conocer a Su pueblo.

    Pero ¡alabado sea Dios!, así no es como Él actúa.

    De hecho, en el versículo 10 de ese mismo pasaje leemos que Él nos ha dado Su Espíritu para revelarnos esos secretos. Él quiere que sepamos todo lo que está en Su corazón. Si andas a oscuras en cuanto a la voluntad de Dios para tu vida, no debes permanecer en esa condición. Él desea que conozcas Sus planes y las cosas que ha preparado, y te los mostrará si se lo permites.

    Así que deja de tratar de adivinar. Decide hoy que comenzarás a recibir esa revelación del Espíritu Santo. Cuando leas la Palabra, ora en el Espíritu y pídele que dé a conocer la verdad de las Escrituras. Pídele que derrame Su luz sobre ellas y que te muestre exactamente cómo aplicarlas a tu vida.

    Recuerda que Dios no tiene la costumbre de guardar secretos, sino revelarlos para que los conozcamos. Tómate el tiempo para escucharlo y nunca tendrás que conformarte con una vida de incertidumbre.

    Lectura bíblica: 1 Corintios 2:1-16

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  • «El Señor le respondió: «¿Quién es el mayordomo fiel y prudente, al cual su señor deja a cargo de los de su casa para que los alimente a su debido tiempo?»
    (Lucas 12:42)

    Con frecuencia alabamos a Dios por Su fidelidad. Estamos agradecidos de que siempre podemos contar con que Él esté a nuestro favor. Pero rara vez consideramos el hecho de que Él necesita también que seamos fieles.

    Es cierto. Dios necesita gente con la que pueda contar. Él necesita administradores fieles y sabios a quienes pueda confiar Su casa. En esta hora final, Dios necesita administradores fieles para poder revelarse de forma más amplia a toda la Tierra.

    Quizás digas: “¡Oh, hermana Gloria, Dios no necesita de mí!”

    Sí, Él te necesita. Desde la época de la Creación, cuando le dio al hombre dominio sobre la Tierra, Él ha necesitado gente que trabaje con Él para que Su voluntad se cumpla aquí en la Tierra. Y en la Biblia podemos encontrar un ejemplo de esto. Cuando los hijos de Israel estaban en cautiverio en Egipto y Él quería sacarlos, buscó a un hombre, Moisés, para que hiciera el trabajo. La responsabilidad de Moisés fue extender la mano y exigir que la voluntad de Dios se hiciera en la Tierra.

    ¿Por qué escogió a Moisés? Porque necesitaba a alguien que fuera fiel y se atreviera a actuar conforme a Su Palabra. Necesitaba a alguien con quien pudiera contar, y Él sabía que Moisés era esa clase de hombre. En el Salmo 103:7 leemos: «Dio a conocer sus caminos a Moisés; los hijos de Israel vieron sus obras». Si Moisés no hubiera sido fiel en conocer los caminos de Dios, el pueblo de Israel jamás habría visto las obras de Dios.

    Dios te necesita, así como necesitó de Moisés. Él necesita que seas fiel y estés atento a las cosas espirituales. Él necesita que seas alguien en quien pueda confiar, que conozcas Su Palabra y seas obediente a ella. Dios necesita que seas un administrador que extiende su mano como Moisés lo hizo, para que Él pueda hacer señales y prodigios entre la gente.

    ¿Serás fiel? Es una decisión que sólo tú puedes tomar, nadie más podrá decidir por ti. Ahora mismo, comprométete a ser un siervo fiel y prudente. Di en tu corazón y con tu boca: “¡Dios, puedes contar conmigo!”.

    Lectura bíblica: Salmos 105:23-45

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  • “La gracia nos ha entrenado a rechazar y a renunciar a toda impiedad (inmoralidad) y a todos los deseos (pasiones) mundanos; y también nos ha entrenado a vivir en forma discreta (controlada, moderada), honesta, devota (espiritualmente plenos) en este mundo”
    (Tito 2:11-12, AMP)

    Cuando un atleta inicia su entrenamiento, practica para mejorar sus habilidades. Repite los mismos movimientos una y otra vez hasta que puede hacerlos con toda naturalidad.

    La mayoría sabemos que esa clase de entrenamiento físico es sumamente importante para poder triunfar en lo que se esté compitiendo. Pero ¿sabías que podemos entrenarnos de esa misma forma en lo que respecta a las cosas espirituales?

    ¡Así es! Leemos en Hebreos 5:14 que podemos entrenar nuestros sentidos físicos con el fin de llegar a discernir entre el bien y el mal. Cuando te entrenas o ensayas para algo, te estás exponiendo diariamente a lo que quieres llegar a ser. Lo ensayas y lo practicas una y otra vez hasta que puedas hacerlo con toda naturalidad. Las personas perezosas se han entrenado para ser perezosas. Sin embargo, las personas disciplinadas se han entrenado para ser disciplinadas.

    Pasar tiempo con Dios es un entrenamiento espiritual. Cuando se hace con diligencia, el espíritu se fortalece y empieza a superar los malos hábitos de la carne.

    Por ejemplo, si te cuesta mucho levantarte por la mañana para pasar tiempo con Dios antes de que empiece el trajín del día, si normalmente te rindes a la carne y te quedas en la cama, entonces es necesario que comiences a practicar el hábito de levantarte temprano. Cuanto más lo practiques, más fácil te será.

    No esperes hacerlo perfectamente al principio. No te desanimes cuando falles. Lo que necesitas es entrenamiento. Levántate y vuelve a practicarlo.

    Sé un atleta espiritual. Sométete al entrenamiento y practica las cosas de Dios. Fortalece tus músculos espirituales en la comunión con Dios. Te sorprenderás al darte cuenta de que puedes llegar a ser un gran vencedor.

    Lectura bíblica: 2 Pedro 1:2-11

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  • «¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!»
    (Filipenses 4:13)

    Estás corriendo la carrera que tienes por delante, moviéndote a toda velocidad con la bendición de Dios. De repente, ¡zas! Te estrellas contra una pared. Puede ser una pared de enfermedad o de dificultad económica, de fracaso espiritual o de problemas familiares. Sin importar que tipo de pared sea, el efecto siempre es el mismo. Te detiene por completo.

    La pregunta después del impacto es: ¿Qué harás? Te sentirás tentado a retroceder y a renunciar pero, ¡no lo hagas! Dios te capacitará para atravesar esa pared y proseguir a la meta.

    No estoy diciendo que es fácil. En realidad, es bastante difícil. Pero deberás perseverar en los tiempos difíciles si quieres progresar en la vida.

    Pregúntale a cualquier atleta y te dirá lo mismo. Si el atleta ha triunfado, sabrá de qué se trata. Él ha tenido que entrenarse y prepararse al máximo. Ha sentido que le duele el costado y también los pulmones; ha tenido calambres en las piernas y los muslos. Cuando sintió que ya no podía más, escuchó el grito del entrenador: “¡Vamos! ¡Muévete!”.

    Los atletas le llaman a eso “estrellarse contra la pared”. Cuando eso sucede, el cuerpo dice: “No más, es todo lo que puedo hacer. No puedo seguir. No puedo ir más rápido, me rindo”.

    Pero el atleta experimentado sabe que “la pared” no es el final, sino una señal de que está a punto de alcanzar un nuevo nivel. Si se esfuerza un poco más, volverá a recobrar las energías. De repente, irá más rápido que antes, alcanzará un nivel de excelencia que no hubiera podido alcanzar de ninguna otra manera.

    Cuando te sientas en la peor condición y el fracaso esté golpeando a tu puerta, sumérgete en la Palabra de Dios. Quizás medites en un pasaje en particular por días o semanas, esperando recibir una revelación, al parecer sin éxito. Pero de pronto, como la aurora de la mañana, la luz irá en aumento hasta que el día sea perfecto. Eso quiere decir que la manera de atravesar esa pared de problemas es abriendo un agujerito en ella con tu fe y con la Palabra de Dios.

    Luego continúa perforando ese agujero. ¡No te detengas! ¡Y, muy pronto, las fuerzas de Dios irrumpirán con violencia, demoliendo todo obstáculo a su paso! Una vez que eso suceda, nunca más serás el mismo y quedarás totalmente convencido de que sólo se necesita una irrupción como ésa para convertirte en ese campeón que nunca se rinde y que nunca desfallece.

    Lectura bíblica: 1 Corintios 9:24-27

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  • “Cada uno dé como había pensado y propuesto en su corazón: no con pesar o con tristeza, o por obligación, porque Dios ama (Él se complace en premiar sobre todas las cosas, y no está dispuesto a abandonar o despreciar) al dador alegre (gozoso, ‘pronto para actuar’)… Y poderoso es Dios para hacer que abunde en ustedes toda gracia (cada favor y bendición terrenal)”
    (2 Corintios 9:7,8 AMP)

    Algunos te dirán que necesitas “dar hasta que duela”. No lo creas. Dios no quiere regalos entregados con sufrimiento. ¡Él quiere regalos ofrecidos con gozo! De hecho, ésas son las únicas dádivas que a Él le agradan.

    Es por eso mismo que Dios añadió Su promesa de abundancia a Su mandato de dar con alegría. Ambos están conectados.

    La llave que abre la tesorería de Dios es una ofrenda gozosa, llena de fe y regocijo. ¿Has visto alguna vez un grupo de personas dando de esa manera? Yo lo he visto. Nunca lo olvidaré. Hace algunos años estaba en una campaña cuando el tiempo de la ofrenda se convirtió en una celebración sobrenatural y espontánea. Kenneth entonaba el canto llamado “Bread upon the water” (Pan sobre el agua), y la gente danzaba por los pasillos mientras se acercaban a ofrendar. El gozo en ese lugar fue maravilloso. Sanidades y milagros grandiosos sucedieron esa noche.

    Pero lo que más me impresionó fue la forma alegre y entusiasta en que la gente trajo sus ofrendas a Dios. La ofrenda no era extraída de ellos como cuando un dentista extrae una muela. La ofrecieron alegremente.

    El concepto de “dar hasta que duela” no proviene de Dios. Él prefiere que le des diez pesos con esa clase de regocijo que veinte con dolor. En 2 Corintios 8:11-12 (NVI), el apóstol Pablo insta a la iglesia de Corinto a dar con buena voluntad. Buena voluntad. ¡Eso es lo que Dios busca!

    Si no has dado de esa manera en el pasado, toma la firme decisión de comenzar a hacerlo. Arrepiéntete de las veces en que has dado de mala gana. Luego, pasa un tiempo especial en oración con Dios y Su Palabra, para que la próxima vez que ofrendes, lo hagas con un corazón dispuesto.

    Olvídate del “dolor” de dar. Sé un dador alegre, gozoso y dispuesto. Créeme—¡tus bendiciones abundarán!

    Lectura bíblica: 2 Corintios 9:6-15

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  • «Cuando [el diablo] habla mentira, habla de lo que le es propio; porque es mentiroso y padre de la mentira»
    (Juan 8:44)

    Para algunas personas es difícil creer en las promesas de Dios porque han visto muchas cosas en el mundo natural que parecen contradecirlas. Han visto diezmadores fieles irse a la quiebra. Han visto cristianos enfermos que no han recibido sanidad.

    En realidad, sería más exacto decir que piensan que han visto esas cosas. Esto sucede porque, en el mundo, hay un engañador muy activo. Un impostor que con diligencia ha estado haciendo el mismo trabajo desde el huerto de Edén: engañando a la humanidad para que crea que la Palabra de Dios es una mentira.

    Y después de maquinarlo por miles de años, lo ha perfeccionado. La próxima vez que él diablo trate de hacerte ver las cosas como si la Palabra de Dios no fuera a obrar en tu vida, piensa en eso; cuando te haga ver que toda esperanza está perdida, dile: “No me preocupan las apariencias. Yo creo en la Palabra y rechazo toda duda”.

    Déjame mostrarte lo que quiero decir. ¿Has visto un espectáculo de magia donde alguien se mete dentro de un cajón y luego lo parten por la mitad con una sierra? Puedes verlo con tus propios ojos. Los pies de la persona salen por un lado del cajón y su cabeza se asoma por el otro, el cajón queda dividido en dos. Entonces, el mago une las dos mitades, y la persona que estaba en el interior del cajón salta fuera del el.

    Ahora dime, ¿de verdad creíste, aunque sea por un instante, que a esa persona la cortaron por la mitad? ¡Claro que no! Sabías que habías visto un truco, un engaño, algo que parecía de cierta manera cuando, en realidad, era de una forma completamente diferente. Quizás no sepas cómo se hizo. Tal vez no seas capaz de explicarlo. Pero sabes que a una persona no pueden cortarla por la mitad y luego volverla a unir.

    De esa manera debes pensar con respecto a la Palabra de Dios. Necesitas aprender a confiar y a depender de ella, a tal punto que cuando Satanás te muestre algo en el mundo natural que parezca contradecirla, puedas decir: “Bueno, yo vi eso, pero no voy a ser tan insensato para creerlo. Yo sólo creo la Palabra de Dios”.

    Si haces eso, el padre de mentira nunca podrá engañarte.

    Lectura bíblica: Salmos 119:89-104

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  • «Pero Moisés le respondió a Dios: «¿Y quién soy yo para ir ante el faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?» Y Dios le respondió: «Ve, pues yo estaré contigo. Y esto te servirá de señal, de que yo te he enviado: Cuando tú hayas sacado de Egipto al pueblo, ustedes servirán a Dios sobre este monte»
    (Éxodo 3:11-12)

    ¿Alguna vez has tenido un sueño inspirado por el Espíritu Santo, un sueño de hacer algo realmente grande para Jesús? ¿Un sueño de ser tan próspero que puedas financiar un avivamiento en toda la nación? ¿El sueño de llevar miles de personas al Señor?

    Quizás lo hayas tenido alguna vez, pero tal vez no te atreviste a llevarlo a cabo. Posiblemente pensaste: “Yo no puedo hacer eso. Satanás me ha mantenido derrotado por tanto tiempo que tengo una imagen muy pobre de mí mismo”.

    Si es así, te tengo buenas noticias. Si confías en Dios, aunque tu autoimagen sea muy pobre, no te apartarás del éxito. Lee el libro de Éxodo y verás el ejemplo de un hombre que lo demostró. Su nombre era Moisés.

    Moisés no tenía una buena imagen de sí mismo. Había cometido un error gravísimo al inicio de su carrera. Fue un error que lo llevó al desierto, en el que estuvo 40 años pastoreando las ovejas de otra persona.

    Moisés había soñado una vez con ser el libertador del pueblo de Dios, pero ya no. En su opinión, él era un derrotado… un fracasado… ¡un frustrado!

    Pero Dios no pensaba así. De hecho, cuando Dios se apareció a Moisés en el desierto, no le pidió que le mostrara sus méritos. Tampoco le mencionó nada acerca de su turbio pasado. Sólo le dijo que fuera a ver a Faraón y que le dijera que dejara ir al pueblo de Dios.

    Pero Moisés seguía lidiando con la pobre imagen que tenía de sí mismo. “¿Quién soy yo para presentarme delante del Faraón?”, balbuceó él. ¿Sabes cómo le respondió Dios? Le dijo: «…Ve, porque yo estaré contigo».

    No importaba quién era Moisés. Lo que importaba era que el Dios viviente estaba con él. Lo mismo es cierto acerca de tu vida hoy. No necesitas poseer una lista de éxitos para responder al llamado de Dios. No necesitas un gran conjunto de méritos espirituales. Todo lo que necesitas es la presencia del Señor.

    Piensa en eso, cuando el diablo te diga que eres un fracasado y que nunca podrás hacer lo que Dios te ha puesto en el corazón, ponlo en su lugar. Dile que no importa quién eres, pues el Dios viviente está de tu lado. ¡Luego, atrévete a seguir tu sueño!

    Lectura bíblica: Éxodo 3:1-14

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  • «Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica, es como quien construye su casa sobre el suelo y no le pone cimientos. Si el río golpea con ímpetu la casa, la derrumba y la deja completamente en ruinas»
    (Lucas 6:49)

    ¿Has pasado por tiempos en tu vida cuando parece que cada vez que asistes a la iglesia, cada vez que pasas tiempo en oración y cada vez que abres la Biblia, recibes una revelación de Dios? Yo sí. Espiritualmente, todo va muy bien. Me hace sentir más alto que un pino frondoso. Pero, de repente, algo empieza a suceder. Comienzo a secarme en las cosas espirituales.

    En esos tiempos lo mismo da orar o leer la Palabra, ya que en lo espiritual no puedo llegar a ninguna parte. ¡Estoy tan seco que mi espíritu rechina!

    Eso solía desconcertarme. No sabía cuál era la causa. No tenía ningún pecado en mi vida. De eso estaba seguro. Seguía orando, seguía meditando, seguía poniendo en práctica y confesando la Palabra. Pero en lugar de obtener resultados, no lograba llegar a ninguna parte. Me paraba frente al espejo y confesaba fe una y otra vez, y la única cosa que sucedía era que mi voz se agotaba.

    Si eso te ha sucedido, ¿puedo hacerte una sugerencia? Regresa al pasado y piensa en lo último que Dios te pidió que hicieras y no hiciste—¡y hazlo!

    Probablemente no es nada grave. Sólo una cosa que parece insignificante. Pero, créeme, esas pequeñas desobediencias secarán el fluir del Espíritu tanto como las más grandes.

    La mayoría de nosotros no nos damos cuenta de eso. Nos arrodillamos y oramos: “Señor, yo quiero ir a China por ti. Iré a África. Iré a Rusia”. Pero cuando Dios dice: Ve a la casa de tu vecino, no le damos importancia.

    “Yo no puedo hacer eso —decimos—. No le caigo bien. Además, quiero ser como el hermano Schambach y montar una gran carpa evangelística”.

    Si has actuado de esa manera, arrepiéntete. Luego, vuelve al lugar de donde te desviaste y haz lo que Dios te dijo. Recuerda: de ahora en adelante, por más insignificantes que parezcan ser las instrucciones de Dios, obedecerlas no es algo pequeño. Esos hechos simples de obediencia son los que harán que tu casa espiritual permanezca en pie, o se derrumbe. Todas esas cosas pequeñas combinadas se convierten en el rumbo que toma nuestra vida.

    Lectura bíblica: Lucas 16:1-10

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  • «…no se hagan perezosos… sigan el ejemplo de quienes por medio de la fe y la paciencia heredan las promesas»
    (Hebreos 6:12)

    Has estado viviendo por fe y confiando en que Dios suplirá lo que necesitas. Pero ¿qué haces cuando las respuestas se demoran y sientes el deseo de darte por vencido?

    ¡Se paciente!

    En estos días no se habla mucho acerca de la paciencia. Pero, cuando se trata de recibir de Dios, es tan importante como la fe. La paciencia marcará la diferencia entre el éxito y el fracaso.

    La paciencia moldea y sostiene la fe hasta que el resultado se manifiesta. Después de que hayas meditado en las promesas de Dios y las tengas en tu espíritu, la paciencia te animará a permanecer firme. La paciencia es poder. Ésta tiene la valentía de rechazar la mentira de Satanás, la cual te dice que la Palabra de nada te servirá. La paciencia sabe que la Palabra de Dios nunca ha fallado. La paciencia no se retirará atemorizada, sino que permanecerá firme en fe hasta que reciba la respuesta.

    Cuando los resultados de tu fe parezcan demorarse, ¡no te des por vencido! Continúa pacientemente dándole prioridad a la Palabra de Dios en tu vida, y puedes estar seguro de que recibirás la promesa de Dios.

    Lectura bíblica: Hebreos 10:32-39

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  • «Y ustedes también, hijos de Sión, alégrense y llénense de gozo en el Señor su Dios; porque él les ha dado la primera lluvia a su tiempo, y enviará sobre ustedes lluvias tempranas y tardías, como al principio»
    (Joel 2:23)

    Se avecina una inundación espiritual. Dios lo ha prometido. Él nos ha prometido un derramamiento del poder del Espíritu Santo que producirá la cosecha más grande de almas que jamás se haya visto.

    Como creyentes, por años lo hemos leído en la Palabra y escuchado desde los púlpitos. Por tanto tiempo hemos estado observando el cielo, esperando que suceda, que ya tenemos calambres en nuestros cuellos espirituales. Hemos tenido esta imagen mental de Dios derramando Su Espíritu desde un enorme cántaro celestial encima de nosotros.

    Pero ¿sabes qué? Hemos estado mirando en la dirección equivocada. Los cántaros que Dios usará para derramar. Su poder están aquí en la Tierra. Jesús lo explicó así: «Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura» (Juan 7:38).

    El derramamiento del tiempo final que hemos estado esperando va a estar compuesto de aguas vivas que emanarán de los creyentes. El Espíritu Santo dentro de nosotros, será la fuente de todas las señales, maravillas y milagros que los profetas anunciaron. Cuando comencemos a orar con fervor la oración de intercesión, el derramamiento de ese poder comenzará a fluir.

    En Zacarías 10:1 leemos: «Pidan ustedes al Señor que llueva en la estación tardía, y el Señor enviará relámpagos y a cada uno le dará lluvia abundante y hierba verde en el campo».

    Nuestras oraciones intercesoras son las que liberarán el gran derramamiento del Espíritu de Dios. Al comenzar a unirnos y clamar a Dios, los ríos de agua viva en cada uno de nosotros se unirán y llegarán a ser una inundación de poder espiritual en la Tierra.

    Así que, pide y ora por una fuerte inundación del Espíritu Santo. Intercede por el derramamiento. Haz de este diluvio de poder espiritual sea una prioridad en tu vida de oración. ¡Gloria a Dios, ya empezó a llover!

    Lectura bíblica: Joel 2:23-32

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