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En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:
«Hace tres años perdí a una amiga que se suicidó. Ella luchó por años con depresión, conductas de autolesión y diagnóstico de trastorno límite de la personalidad....
»Siempre le [dije que el único que podía ayudarla era Dios, y que Él había enviado a su Hijo Jesucristo para darle la salvación]. Ella jamás me impidió que le hablara al respecto, pero al final estaba tan mal que ya no quería creer lo que le contaba sobre Dios....
»Estos últimos tres años han sido los más tristes para mí. ¡Tengo tantas preguntas! ... ¿Qué me pueden aconsejar?»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimada amiga:
»¡Cuánto sentimos la pérdida de su amiga! La tristeza normal que siente se ha intensificado por las preguntas que tiene sin encontrar respuesta. Usted no especifica ninguna de ellas, pero podemos adivinar algunas, tales como por qué su amiga no quiso aceptar la salvación de la que usted le habló, y qué más pudo haber hecho usted que tal vez pudiera haber evitado que ella se suicidara.
»Esas preguntas son difíciles, pero justas. Sin embargo, para poder comprender las respuestas, primero es necesario considerar los factores subyacentes. El trastorno límite de la personalidad es causado por anomalías físicas en el cerebro. Los circuitos químicos y eléctricos (que normalmente vinculan los pensamientos con los comportamientos asociados a éstos) están desconectados, o están conectados de forma aleatoria.
»Imagínese una casa.... Cada grifo de agua en la casa está conectado a los tubos que se conectan a la tubería de agua principal, y ésta a su vez al suministro municipal de agua.... ¿Qué pasa si los tubos de agua están mal conectados o no están conectados a nada? ¿Se imagina el caos que eso produciría en aquella casa? Habría tubos vertiendo agua en las habitaciones, [y baños sin agua]....
»Así mismo su amiga tenía un cerebro con conexiones caóticas. A veces pudo haber dado la impresión de que estaba funcionando debidamente, pero era completamente inestable y poco confiable. Ella no podía comprenderlo, pero era tan insoportable que por último le puso fin.
»Usted está equivocada al pensar que pudo haber hecho algo para reparar las conexiones en el cerebro de su amiga. Usted hizo todo lo posible, y estamos seguros de que su amistad le fue de mucho consuelo y ayuda a ella....
»Si bien es polémico, nosotros creemos que Dios juzga a cada persona conforme a su propia capacidad. Así como un niño muy pequeño no tiene que rendir cuentas por su pecado, creemos que Dios no pedirá que le rinda cuentas ninguna persona que tiene un cerebro que le impida comprender la verdad acerca de Él y de su salvación personal.»
Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo puede leerse con sólo ingresar en el sitio www.conciencia.net y pulsar la pestaña que dice: «Casos», y luego buscar el Caso 828.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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(2o. domingo de febrero: Día Mundial del Matrimonio)
Con motivo de la celebración de sus bodas de plata, el escritor y médico cubano Mario Dihigo cuenta la siguiente anécdota en su obra que lleva por título Cosas de muchachos:
«La gran fecha se acercaba y [nuestras hijas, Nené y Cotica,]... determinaron reunir sus recursos, no muy cuantiosos, para que el regalo común ganara en categoría.
»Es corriente en esos casos que el obsequio sea un objeto de plata. Hasta entonces ellas no habían tenido idea de lo caras que son las cosas hechas con ese metal....
»Recorrieron varias joyerías. En una de ellas, después de ver varios objetos sin decidirse por ninguno, el dependiente les preguntó:
»—¿Les agradaría una palmatoria?
»Ambas se miraron e intercambiaron un gesto de ignorancia.
»—Bueno, haga el favor de enseñárnosla.
»Y resultó que el hombre apareció con un candelero. Nunca habían oído la palabra palmatoria, pero, positivamente, era más elegante que candelero.
»Después de un cambio de impresiones, determinaron seguir buscando. Aunque la palabra era distinguida, el objeto no era tan majestuoso como ellas lo deseaban.
»Continuó la peregrinación de joyería en joyería y no encontraron nada mejor que la palmatoria.
»Decidieron adquirirla y regresaron a la tienda en que se la habían mostrado.
»Las atendió otro dependiente. Solícito, les preguntó qué deseaban y una de ellas, confundiendo la palabra recién aprendida, dijo:
»—Deseamos una manopla de plata.
(Para los que no saben lo que es una manopla, el doctor Dihigo explica, en una nota al pie de página, que es un «instrumento de hierro que cubre la mano para dar puñetazos».)
«Cuando el dependiente pudo hablar —continúa narrando Dihigo—, con voz insegura dijo:
»—¿Y para qué quieren ustedes una manopla de plata?
»—Para regalársela a papá y mamá que cumplen veinticinco años de casados.1
Afortunadamente el matrimonio Dihigo de esta anécdota no habría empleado jamás aquel regalo. Pero lo trágico es que en la sociedad actual sí hay cónyuges que le darían uso a tal objeto de combate. Porque lamentablemente hay muchos matrimonios en que el maltrato físico es algo común y corriente...
Según el libro de Génesis, el matrimonio es tan singular que cuando dos personas se casan, «se funden en un solo ser».2 En otras palabras, llegan a ser un solo cuerpo. Por eso San Pablo, al citar ese pasaje, dice que «el esposo debe amar a su esposa como ama a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo», explica el apóstol, pues nadie que está en sus cabales odia a su propio cuerpo, sino que lo cuida.3 De ahí que golpear a su esposa es como golpearse a sí mismo.
Dejemos, pues, de maltratarnos, y amémonos más bien, tal y como nos amó Cristo. Él se dejó maltratar para que dejáramos de maltratarnos unos a otros, y entregó su vida para que entregáramos la nuestra, no sólo veinticinco años sino hasta la muerte, por amor.4
Carlos Rey
1 Mario E. Dihigo y Rosa Dihigo Beguiristain, Cosas de muchachos (Miami: Ediciones Universal, 1998), pp. 9‑10. 2 Gn 2:24 3 Ef 5:25‑33 4 1Jn 4:7‑11
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En este mensaje tratamos el caso de un muchacho que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:
«Tengo doce años de edad.... Estoy estudiando la Biblia, pues me asusta esto del fin del mundo y creo que he conseguido algunas respuestas en la lectura de ésta. Pero parientes y amigos me dicen que no crea en todo lo que está escrito en la Biblia, pues a través del tiempo varias personas la han manipulado, le han quitado partes y le han puesto otras a criterio personal. Según ellos, ha perdido credibilidad con esto....
»No sé qué hacer. Espero que me ayuden y, con su respuesta, hacerles ver a mis amigos que la Biblia es la Palabra de Dios.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimado
»... El tema de tu consulta es muy importante. Lamentablemente, en el breve espacio que tenemos, no podemos darte muchos detalles, pero sí podemos asegurarte que la Biblia es digna de confianza.
»Los libros de la Biblia fueron escritos originalmente en rollos de papiro, que es la clase de papel que había en los tiempos en que vivieron los autores. Nosotros creemos que Dios inspiró a esos autores de modo que escribieran las palabras que Él les ponía en la mente. Posteriormente, al igual que se hacía con otros libros, hombres llamados escribas copiaban a mano, con muchísimo cuidado, cada letra. Hicieron aquellas copias en diferentes siglos y en varios países, y hoy se encuentran partes de ellas en museos de algunas naciones del mundo.
»Los eruditos bíblicos se dedican a comparar las copias para ver si hay diferencias. Como tienen varias copias de cada libro, que se han encontrado en varios lugares y en diferentes siglos, pueden comprobar si hay algo que se ha cambiado, añadido o quitado. Si hay cincuenta copias, y cuarenta y cinco de ellas tienen una oración escrita exactamente igual, entonces los eruditos bíblicos dan por sentado que las otras cinco copias tienen errores y que la oración original es la que se encuentra en las cuarenta y cinco copias iguales.
»Como casi ninguno de nosotros habla los idiomas de la Biblia, que son el hebreo, el arameo y el griego, es necesario que se traduzcan los libros originales. Algunos traductores prefieren traducir esos libros de la Biblia del modo en que se escribe su lenguaje en la actualidad, mientras que otros prefieren traducirlos del modo en que se escribía su lenguaje hace algunas décadas o incluso hace siglos. A eso se debe que las librerías que venden libros de temas religiosos tengan tantas versiones de la Biblia. Una versión dice: “Cada uno cosecha lo que siembra”, mientras que otra dice: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”1 Pero ambas expresiones significan lo mismo. Y lo que importa es el sentido y no las palabras exactas que emplean los traductores en esas versiones.
»Cuando leas la Biblia, acuérdate de pedirle a Dios en oración que te ayude a entender el sentido que tienen las lecciones y las historias. Así aprenderás lo que Dios quiere decirte, y no importará tanto si tus amigos o familiares están de acuerdo contigo, porque sabrás tú mismo que Dios se ha comunicado contigo. Ellos no pueden comprender eso si no lo han experimentado por sí mismos.
»¡Esperamos que Dios te hable mediante su Palabra!
»Linda y Carlos Rey.»
El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, puede leerse con sólo pulsar el enlace en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego el enlace que dice: «Caso 116».
Carlos Rey
1 Gá 6:7
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Fueron treinta kilómetros de carrera, treinta kilómetros en los que el convoy de carga corrió normalmente. Los maquinistas se limitaban a mirar de cuando en cuando los controles y atisbar las vías por rutina. De pronto les llegó el mensaje: «Detengan el tren. Hay un auto debajo de un vagón.»
Bajo las ruedas había un pequeño Volkswagen, enrollado como un pliego de papel; dentro del auto había dos jóvenes completamente destrozados. El tren los había arrastrado a lo largo de treinta kilómetros. Fue impresionante y conmovedor el hallazgo de los jóvenes.
Antes de llegar a ese triste final, ambos habían sido arrastrados en la vida por otros factores. Su muerte fue casi inevitable. Primero habían sido arrastrados del hogar a temprana edad por la corriente que arrastra a una buena parte de la juventud: la desobediencia a los padres y el ansia de una vida de libertinaje. Después los habían arrastrado el alcohol y las drogas, que también llevaban en el auto.
Al final los había arrastrado la locura de ganarle una carrera al tren. El tren llegó primero al cruce de las vías, y el pequeño auto se metió debajo de las ruedas de hierro. No fue necesario nada más. El auto y sus ocupantes fueron arrollados por el tren.
Al principio el licor y las drogas son un hilo de agua que corre mansamente, produciendo cierto placer y euforia. Pero poco después se convierten en un arroyo tumultuoso, hasta que se vuelven un torrente irresistible y terminan siendo un mar donde todo naufraga: la conciencia, la inteligencia, la moral y la vida misma.
¿Qué puede detener ese irresistible torrente? ¿Qué puede frenar esa loca carrera? Ha cobrado ya muchas víctimas jóvenes. ¿Quién sabe cuántas veces estos adolescentes no habrían hecho angustiosamente esas preguntas, y cuántas veces habrían rogado: «¡Detengan este mundo loco, que quiero bajarme!»? Por eso hay que volver a preguntar: ¿Qué puede librar a una persona de esa esclavitud del vicio, del alcohol, de las drogas?
En medio de esa furiosa corriente hay un remanso de paz y de calma. Ese remanso es Jesucristo. Él dijo: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (Juan 14:27). Quien encuentra a Cristo encuentra la paz. Él está a nuestro lado ahora mismo.
Hermano Pablo
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En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:
«Hace seis meses me casé con un hombre que me ama y me respeta.... Nos llevamos bien, pero he notado que, para cada cosa que él va a hacer, llama a la mamá y se lo hace saber.... Le dice absolutamente todo, desde lo que se cocina en casa hasta la hora en que se levanta. Y si él no le contesta los mensajes, ella se molesta con él....
»Nosotros la visitamos los domingos, pero casi siempre quiero volver a casa.... La Biblia dice que dejará el hombre o la mujer su casa o familia para hacer la suya propia. No sé cómo hablar con él. No quiero que piense que tengo algo en contra de mi suegra.»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimada amiga:
»¡La felicitamos por su matrimonio reciente! Nos encanta el hecho de que su esposo la ame y la respete. ¡Esa es una gran bendición!
»Tiene usted razón de que la Biblia dice que el hombre debe dejar a su padre y a su madre para unirse a su esposa.1 Concordamos en que es muy importante, y por eso les aconsejamos a las parejas que no se casen sino hasta que tengan la solvencia económica para separarse de sus padres y vivir por su propia cuenta. Pero no comprendemos por qué se refiere usted a eso. Su esposo sí se separó de sus padres, y ahora vive con usted.
»Hay quienes creen que el esposo que trata bien a la mamá es un hombre que así mismo tratará bien a la esposa. Ese trato considerado demuestra que él tiene las virtudes de la compasión, la bondad, el respeto y la lealtad.
»De cualquier manera, sólo podemos darle un consejo basado en lo que usted nos cuenta. Usted dice que su esposo llama a la mamá, responde a los mensajes de ella, y le cuenta “absolutamente todo” a ella. Pero usted no menciona que la mamá le dice lo que él tiene que hacer, ni que él considera más importante la opinión de ella que la de usted. Y usted tampoco dice que él visita a su mamá todos los días, dejándola a usted en casa sola, ni que él es negligente con usted para atender más bien a la mamá.
»Recuerde que la Biblia también nos manda que honremos a nuestro padre y a nuestra madre,2 y al parecer, eso es lo que su esposo está haciendo. Creemos que sería sabio de su parte que cambiara su manera de ver este asunto. En vez de estar un poco celosa de que su esposo tenga una relación estrecha con la mamá, esté agradecida de que él es un hombre de esos que muestran un interés profundo por sus seres queridos.
»Usted en definitiva no es la primera esposa a quien le resulta difícil llevarse bien con la suegra. Sin embargo, creemos que le resultará más fácil si se esfuerza por no considerarla como su rival, ni como alguien que quiere quitarle algo que le pertenece a usted. Esfuércese más bien por verla como la ve su esposo. Ámela porque él la ama a ella.»
Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. Este caso y este consejo pueden leerse e imprimirse si se pulsa la pestaña en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego se busca el Caso 708.
Carlos Rey
1 Gn 2:24 2 Éx 20:12
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(Antevíspera del Aniversario de la Muerte del Indio Hatuey)
Era jefe indígena de la región caribeña de la Guahaba. Huyó de Haití en canoa en 1511, junto a los suyos, y fue a parar en la isla de Cuba. Allí se refugió en las cuevas y los montes de oriente.
Un día señaló una cesta llena de oro y dijo: «Este es el dios de los cristianos. Por él nos persiguen. Por él han muerto nuestros padres y nuestros hermanos. Bailemos para él. Si nuestra danza lo complace, este dios mandará que no nos maltraten.»
A los tres meses de atreverse a hacer semejante declaración, los españoles lo atraparon y lo ataron a un palo, cual serpiente venenosa. Antes de prender el fuego que lo reduciría a carbón y ceniza, un sacerdote le prometió que, si aceptaba bautizarse, le esperaría la gloria y el eterno descanso. La valiente víctima le preguntó: «En ese cielo, ¿están los cristianos?» Ante la respuesta afirmativa del instruido sacerdote, el aborigen eligió el infierno, y se dispuso a que el representante de Dios encendiera la leña cuyas llamas lo habrían de consumir. Por eso en Baracoa se yergue, orgulloso, el busto del indio Hatuey.1
¿Quién hubiera pensado que un indígena iletrado llamado Hatuey fuera el inusitado instrumento que Dios habría de usar para recalcar una de las lecciones más importantes del Sermón del Monte? «No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar —enseñó Cristo—. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas.»2
Hatuey tenía razón. El oro había llegado a ser el dios de los únicos cristianos que él tuvo la desdicha de conocer. Pero lo que ignoraba era que ese dios carecía de poder. Si no tenía poder ni para hacer de veras felices a aquellos aventureros españoles, menos poder tenía para salvarlo a él de semejante avaricia. De modo que su danza a ese dios fue en vano. Lo peor de todo es que también ignoraba que el que sí tenía poder para salvarlo eternamente era precisamente ese Dios a quien pretendían servir sus conquistadores, pero a quien ellos habían reemplazado por las riquezas. Por eso Hatuey jamás llegó a conocer a aquel Dios que murió también por él con el fin de darle vida plena en esta tierra, y vida eterna en el paraíso celestial.3
Más vale que aprendamos la lección de Hatuey y de sus verdugos. Elijamos al verdadero Dios y no acumulemos tesoros en la tierra sino en el cielo. Así ni la muerte de Cristo ni la de Hatuey habrán sido en vano.
Carlos Rey
1 Eduardo Galeano, Memoria del fuego I: Los nacimientos, 18a ed. (Madrid: Siglo XXI Editores, 1991), p. 67. 2 Mt 6:19-21,24 3 Jn 3:16; 10:10
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(Aniversario de la Publicación de «Nuestra América» de José Martí)
En su obra titulada El Martí que yo conocí, Blanche Zacharie de Baralt nos explica algo que muchos desconocen: que «aunque la independencia de Cuba era su [objetivo] primordial, tuvo Martí que ganarse la vida [y] mantener a la esposa y al hijo que se habían reunido con él en Nueva York. [Así que] intensificó su trabajo de periodista, [escribiendo] en el New York Sun [y] en varias revistas de México, Venezuela y otros países hispanoamericanos.
»Escribía sin cesar.... Su labor periodística era asombrosa. Lo publicado en periódicos sudamericanos llena diez gruesos volúmenes. Muchos de estos trabajos eran obras de alto valor crítico y literario. Muchos se consideran hoy clásicos.... Publicó varios libros de versos, editó el órgano oficial de la Revolución, Patria, escribiendo personalmente la mayor parte de su contenido....
»[Además,] Martí... tradujo al español, del inglés y del francés, varios libros, contratados al efecto por la gran casa publicadora Appleton y Cía. Estaba el departamento de ediciones en español a cargo de un señor Purón, asturiano, hombre autoritario, muy imbuido de su propia importancia y, según parece, convencido de su gran saber, aunque no todos compartían esa opinión.
»Como jefe, revisaba el trabajo de Martí para ponerle el visto bueno antes de mandarlo a la imprenta. No dejaba nunca de hacerle algunos cambios al manuscrito, lo que mortificaba a Martí en extremo, pues las llamadas “correcciones” solían desfigurar el original o echarlo a perder.
»Martí necesitaba la [remuneración] que le daba la casa Appleton y no quería habérselas con el jefe que presumía enmendarle la plana, porque sabía que la menor protesta le costaría el puesto. [De modo que] sufrió en silencio, mordiéndose los labios, hasta que se le ocurrió un ardid.
»Como lo que deseaba el pretencioso señor, elegantemente vestido siempre y pavoneándose con un aire de superioridad,... era “corregir”, Martí decidió darle algo cuya corrección dejaría intacto el texto: puso en cada página alguna falta garrafal de ortografía o de puntuación.
»Al momento, el supervisor, viendo la falta, le ponía remedio, sin tocar el estilo, que era [precisamente] lo que quería [Martí como] autor», concluye Zacharie de Baralt.1
»Hay una lección importante que nosotros, míseros mortales, podemos sacar de esa escabrosa relación entre Martí y aquel editor, el tal Señor Purón, quien pasó a la historia como un hombre orgulloso, soberbio, arrogante, pretencioso, su honra manchada para siempre. La lección proviene de la pluma del sabio Salomón, casualmente uno de los escritores más prolíficos de antaño, escrita en forma de proverbio que nos conviene a todos acatar, tal como lo hizo Martí. Dice así: «Con el orgullo viene la deshonra; con la humildad, la sabiduría.»2
Carlos Rey
1 Blanche Zacharie de Baralt, El Martí que yo conocí, Centro de Estudios Martianos, 1980, pp. 16,27,67 <https://www.patrialibros.org/book/2229> En línea 3 septiembre 2024. 2 Pr 11:2 (NVI)
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