Reproducido

  • El primer juez que se menciona en el libro de los jueces de Israel es Otoniel, sobrino de Caleb, el que fue a explorar la tierra con Josué antes de que los israelitas entraran. Nos cuenta ya el libro de Josue que Otoniel conquistó la ciudad de Quiriat-sefer para Caleb cuando se estaba repartiendo la tierra, y así pudo casarse con Acsa, la hija de Caleb. Acsa, a petición de su esposo, le pidió a su padre las fuentes que rodeaban la tierra del Neguev, la cual Caleb les había dado y fueron a vivir ahí. (Josué 15:15-19; Jueces 1)

    Después de la guerra civil con los de Benjamín, los de Israel ayudaron a restaurar la tribu para que no desapareciera. Pero la indignación por el pecado fue desapareciendo, y el pueblo de Israel parece que volvía a caer en prácticas que eran propias de los pueblos que no conocían a Dios. En Jueces 3:7-11 leemos:


    “Hicieron, pues, los hijos de Israel lo malo ante los ojos de Jehová, y olvidaron a Jehová su Dios, y sirvieron a los baales y a las imágenes de Asera. Y la ira de Jehová se encendió contra Israel, y los vendió en manos de Cusan-risataim rey de Mesopotamia; y sirvieron los hijos de Israel a Cusan-risataim ocho años. Entonces clamaron los hijos de Israel a Jehová; y Jehová levantó un libertador a los hijos de Israel y los libró; esto es, a Otoniel hijo de Cenaz, hermano menor de Caleb. Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y juzgó a Israel, y salió a batalla, y Jehová entregó en su mano a Cusan-risataim rey de Siria, y prevaleció su mano contra Cusan-risataim. Y reposó la tierra cuarenta años; y murió Otoniel hijo de Cenaz.”

    Como vimos anteriormente, este ciclo de decadencia que llevaba a Israel al fracaso y a la opresión se iría repitiendo con cada juez.

    Vemos aquí que tras la liberación de Otoniel de las tribus de Mesopotamia, Israel disfrutó de 40 años de paz. Durante este periodo, no sabemos bien lo que ocurría en el día a día pero sabemos que el pueblo de Israel olvidaba fácilmente a Dios. Y nos dice el texto que cuando el juez moría, el pueblo rápidamente se corrompía.

    En el ámbito de la educación, hablamos de la importancia de la motivación intrínseca, aquella que viene de nuestro interior, y que no depende de factores externos. Cuando nuestra motivación es extrínseca, y viene de una fuente externa, como un juez en el caso de Israel, o un padre, una madre o un profesor en el caso educativo, seguimos el programa establecido cuando esta autoridad nos empuja o anima a hacer lo que debemos. Pero cuando nuestra motivación viene del interior y tenemos interés personal en hacer lo que tenemos que hacer, no importa si alguien está encima nuestra, pendiente de si hacemos o no las cosas; las haremos porque sabemos que son para nuestro beneficio.

    Aprender a regularnos personalmente sin que otros nos tengan que imponer la enseñanza es importante en la faceta espiritual también. ¿Qué valor tiene seguir una religión o a una institución que marque tu conducta si tú misma no tienes la determinación de conocer a Dios y seguirle? Por este motivo las religiones no han sido nunca la solución al vacío de la humanidad. Las religiones imponen normas extrínsecas, es decir, externas al individuo. Lo ideal es una relación personal con el Salvador eterno, una relación personal con Dios mismo. Cuando uno tiene al Espíritu Santo morando en su interior, no necesita que otros le dicten normas de actuación, porque puede conocer a Dios a través de Su Palabra revelada, y del interior viene el deseo de agradar a aquel que tanto le amó.


    Esta debe ser la motivación que nos lleva a vivir una vida apartada de los deseos de este mundo. En el texto nos decía que cuando el pueblo clamaba a Dios, este levantaba un libertador. Pues Dios ha levantado el libertador eterno. Cristo fue levantado en la cruz para proveer la liberación de nuestros pecados, y tres días más tarde fue levantado de la tumba para siempre. Ha sido exaltado hasta lo más alto, y de Él viene nuestra libertad. Romanos 6 nos dice que ya no somos esclavos del pecado. Como Otoniel rescató a los israelitas de las tribus de Mesopotamia, así hemos sido libertadas nosotras. Pero no para caer otra vez, porque no dependemos de un juez que nos guíe por un tiempo. Nuestro libertador es eterno Nuestro guía esta en nuestro interior; el Espíritu Santo de Dios mora en nosotras si hemos recibido a Cristo como nuestro Salvador.

    1 Corintios 3:16 dice “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”

    Y el texto de Romanos 8:11 me encanta:
    “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.”

    Desde el momento que creemos en Cristo para perdón de pecados, el mismo Espíritu que pudo levantar a Cristo de la tumba actúa en nosotras para darnos vida espiritual.

    Ya no necesitamos que nos empujen a hacer el bien. Ahora podemos por el poder de Dios seguir en el camino, la verdad y la vida. Permaneciendo en Cristo podemos disfrutar de Él ahora y para la eternidad.

  • En 1 Samuel, vimos que David, a diferencia de Saúl era un joven humilde y prudente.
    Cuando Saúl y sus hijos murieron en batalla contra los filisteos, nos dice 2 Samuel 1 que David lloró por Saúl:

    “Y lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche, por Saúl y por Jonatán su hijo, por el pueblo de Jehová y por la casa de Israel, porque habían caído a filo de espada.” Y David endechó a Saúl y a Jonatán con una poesía en el capítulo 2 que hizo que se enseñara entre el pueblo en memoria de estos.

    David entonces consultó con Dios para ver si debía subir a Hebrón, y Dios lo guió para ser ungido rey sobre la casa de Judá. Durante siete años y medio, Is-boset, hijo de Saúl, reinó sobre el resto de Israel, hasta que este fue asesinado por dos hombres que lo sorprendieron en su casa. David no se regocijó por este acto cruel y traidor, sino que los castigó, lamentando la muerte de Is-Boset.

    A partir de este momento, David fue rey de todo Israel durante los próximos 33 años. Tenía David 30 años cuando fue proclamado rey de Judá, y reinó durante cuarenta años.

    Lo primero que David hizo fue tomar la ciudad de Jerusalén, la cual llegó a ser la capital del reino, la fortaleza de Sión, la ciudad de David.

    Tomó también mujeres para sí, como los otros reyes hacían, recuperó su primera esposa, Mical, la cual había sido dada a otro hombre. David se fortaleció contra sus enemigos y trajo el arca del pacto a Jerusalem.

    Después de haber observado las debilidades del rey Saúl y el carácter prudente de David, esperaríamos que David fuera un rey perfecto, pero como podemos descubrir en nuestra lectura de 2 Samuel, David era un hombre tan pecador como cualquiera. Si consideramos que los reyes de Israel son figuras que contrastan con Mesías, nos dará gozo y esperanza saber que el rey eterno, Mesías, no es hombre para que peque, sino que es perfecto en santidad.


    Dios había dicho que David era un hombre conforme al corazón de Dios. Mas leemos que David era un hombre de guerra al igual que Saúl. Leemos que David desobedeció a Dios llevando a cabo un censo que Dios no había pedido. Pudimos leer que cuando David se encaprichó con Betsabé, la mujer de Urías, uno de sus soldados, se acostó con ella; cuando se enteró que ella estaba embarazada, ideó un plan para engañar a su marido y hacerle creer que el bebé era suyo. Cuando el plan no le funcionó, firmó la sentencia de muerte de Urías, mandándolo al frente de la batalla para que cayera ante el enemigo. Esto era lo que Saúl había intentado hacer con David, ¿recuerdas?, mandarlo a batalla para que fueran los filisteos los que acabaran con su vida. Y así vemos que David cometió los pecados de Saúl, mas otros aún peores. Nos dice el versículo 11:27 que “esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová”.

    ¿Por qué entonces podía decir Dios que David era un hombre conforme a su corazón? ¿Qué fue lo que marcó la diferencia entre Saúl y David?

    Vemos en el caso de Urías y Betsabé que cuando el profeta confrontó a David con su pecado, “dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. (2 Samuel 12:13)
    Claro que podríamos decir que Saúl también reconoció que había pecado cuando desobedeció las órdenes de Dios. Sin embargo, recordemos que Saúl quería que al reconocer su pecado, Samuel lo honrara ante el pueblo. Vemos una actitud muy diferente en David. David reconoció su mal y estuvo dispuesto a sufrir el castigo que Dios decretó por su pecado, aunque le doliera en lo más profundo del alma. Ocurre lo mismo en su pecado del censo. Cuando desobedeció a Dios y fue enfrentado con su pecado, David reconoció su pecado, aceptando las consecuencias con un corazón arrepentido. Como diría el predicador David Bell, no tenemos un salmo 51 escrito por Saúl, más David escribió este salmo de arrepentimiento que Dios ha incluído en Su Palabra para nosotros.

    Dios honra el corazón arrepentido, y podremos ver que cuando David pecó, al ser confrontado con su pecado, se arrepintió y aceptó responsabilidad por sus acciones, a diferencia del rey Saúl.

    Dios sabe que como humanos, somos propensos a pecar. Vemos que David se rodeó de sabios consejeros, buscó el consejo de Dios siempre, y su corazón anhelaba honrar a Dios, mas en las ocasiones que siguió sus pasiones y su sabiduría humana, pecó. Natán el profeta y otros siervos fieles y sabios pudieron ir al rey para presentarle sus faltas, y este respondió con el corazón humilde que veíamos en él desde joven.

    Por eso Dios lo define como un hombre conforme a Su corazón. No por su perfección, sino por su humilde y contrito corazón. Esto nos muestra un reflejo imperfecto del perfecto rey que vendría de su linaje.