エピソード
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La primera semana de Pascua es como un gran domingo que proyecta la Resurrección de Cristo y nos hace vivirla en el hoy. Pedimos: “Que Jesús resucitado sea la causa de todas nuestras alegrías”. Oración de san Josemaría en la Legación de Honduras, donde invita a “verlo, contemplarlo, amarlo, permanecer en Él”.
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María Magdalena ve a los ángeles y recibe su anuncio. Es la vibración del amor, a la que también nosotros estamos invitados: “tú y yo, más locos que la Magdalena, qué cosas le hemos dicho…”. La santidad es la plenitud del amor, y tenemos cada una de las normas de piedad para lograrlo.
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Este es el día que hizo el Señor, alegrémonos y regocijémonos en él. El proyecto de Dios está todo él orientado hacia este día, pues este día supone la superación de todo mal y desorden. Cristo resucitado viene a reconducir todo en sentido divino, dándonos esperanza y gozo. Pero... ¿es un enunciado teórico o mi vida se despliega en unión con el Resucitado, a quien encuentro de continuo?
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La Resurrección de Jesús no solo lo afecta a Él, sino también a nosotros. Nos revela qué es el hombre, cuál es el designio de Dios para imitar a su Hijo no solo en esta vida, sino también en la futura. Viviremos con Aquel que ha resucitado, gozando también nuestra propia realidad de resucitados.
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Permanece la Iglesia en profundo silencio porque su Señor está sepultado. En medio de nuestra pena, vamos a consolar a María. Pero, como suele suceder con las madres, son ellas las que consuelan a sus hijos. Ver a Santa María es comprender el designio de Dios para todo ser humano, pero especialmente para la mujer. En ella encuentra la mujer lo más sustantivo suyo, por lo que ninguna ha de sustraerse al suave influjo de Nuestra Señora.
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Acompañamos hoy a Jesús hasta su Sacrificio. Mientras en la ciudad de Jerusalén corre la sangre de los corderos porque se está celebrando la Pascua, el signo de la Antigua Alianza, en el monte Calvario se ofrece la Víctima de una Alianza nueva y eterna. No temamos acompañar a María junto a la Cruz. Ella nos librará del miedo a crucificarnos también nosotros.
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No estamos hablando de una reliquia, ni siquiera una reliquia del mismo Jesús. Es Él, en Persona, el que, con su poder y su amor omnipotentes, ha querido quedarse en el Pan. ¿No es locura, no es demencial, no es casi absurdo creer eso? Pero, realmente, el loco es el Dios en el que creemos, es una locura de Amor. Hoy, Jueves Santo, reiniciamos la Eucaristía. En este día se retira de los Sagrarios, y podemos aprovechar para reformatear nuestra cabeza y nuestro corazón con una nueva mística de la Eucaristía.
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Serenar nuestro interior para atender a Jesús. Estamos hoy con Él en la negación de Judas, mirándolo, tal como invita el profeta Isaías: “Miren a mi Siervo a quien sostengo, mi elegido, en quien me complazco…”. Dios Padre quiere que tengamos siempre presente a su Hijo. Podemos preguntarnos: Y a mí, ¿todo me lo recuerda? Me servirán las normas de piedad, de modo especial las normas de siempre. Todo ha de recordarnos al Amado del Padre.
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Los personajes del Evangelio -tanto los protagonistas de las parábolas como los personajes históricos- reflejan estados del alma. Veamos el contraste que tiene lugar en Betania, seis días antes de la Pascua. María vuelca el perfume sobre Jesús y lo enjuga con sus cabellos. Judas calcula el costo. En ella encontramos el derroche, porque ama a la persona. En Judas, su ambición. Que nuestro corazón se colme de dedicación a Jesús, por ejemplo, en nuestra dedicación de tiempo.
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San Juan dedica nueve capítulos (del 13 al 21) a relatar el Misterio Pascual de Cristo. Abre el relato enmarcando esos días, encontrándoles su última causa: el amor hasta el extremo. Intentar la sintonía con Aquel que padecerá y morirá por nuestro amor. Apreciar, por ejemplo, el signo del crucifijo: Jesús sigue ahí. Y la meditación del Via Crucis, sabiendo acompañar al Señor en cada paso de ese camino.
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Jesús toma posesión de la ciudad de David, ahí donde -según el anuncio del ángel Gabriel- reinará sin fin. El Apocalipsis habla de la nueva Jerusalén, después de haber acusado a las ciudades de Asia Menor de haber perdido el fervor de su primera caridad. Procuremos nosotros no perderlo, evitando cualquier síntoma de tibieza.
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Si el soldado romano vio a Jesús ya muerto, ¿por qué le clavó la lanza en el costado? Para que, de acuerdo con la profecía de Zacarías, pudiéramos “mirar al que traspasaron”. La revelación del Sagrado Corazón es “la cúspide del cristianismo, y aun del mundo” (Benedicto XVI). Sintámonos muy afortunados de conocer la revelación de un Dios que es todo amor.
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¿A dónde vas a ir en Semana Santa?, pregunta la gente en estas fechas. Podríamos contestarles llenos de seguridad: “A Jerusalén”. Ahí queremos estar, para acompañar a Jesús en los días últimos de su existencia terrena. Mensaje de san Juan Pablo II para la Cuaresma de 2001, que desglosa la frase de Jesús: “Miren que subimos a Jerusalén”. Subir es ascender de la tierra y meternos por caminos de amor a la Cruz.
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El libro de la Sabiduría invita a implorarla de Dios. No solo pide la prudencia, sino que suplica este don mayor. Porque es el más alto de los dones del Espíritu Santo, ya que nos da no solo luz para comprender los misterios de Dios, sino también calor para amarlos. Entonces nos connaturalizamos con ellos, nos agradan, gozamos con ellos. Esa connaturalización se nos otorga por la benevolencia de Dios a través de la oración y la mortificación.
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El Padre celestial podría sentirse triste al ver que no consideramos suficientemente la prodigiosa creación de los espíritus puros, nuestros hermanos mayores, conciudadanos del Paraíso. Es verdad de fe la existencia de los ángeles, y el hecho de considerarlos y tratarlos nos proporcionará paz y consuelo.
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Los formularios litúrgicos en la Misa de cada santo recogen lo más central de su mensaje. En la de san Josemaría, la línea que los engarza es la filiación divina, es decir, la transformación en Cristo por la gracia santificante. Es tan increíble el proyecto de Dios que esa identidad ha de ser aún mayor que la identidad de cada uno consigo mismo.
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La Persona del Señor está completamente inmersa en la oración. Su comunicación de amor con el Padre celestial era incesante. Estamos invitados a hacer lo mismo, dado que hemos recibido la presencia de inhabitación de la Trinidad en nuestra alma. Un don que podemos pedir al Espíritu Santo: el status orationis, la advertencia continua de Dios.
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Los pueblos primitivos se aterrorizaban ante los fenómenos meteorológicos inexplicables, y los veían como la señal del enojo divino. Las mitologías presentan dioses antropomorfos con pasiones egoístas. ¿Cómo es mi imagen de Dios? ¿Me quedan reminiscencias de las concepciones primitivas? El Dios verdadero es un padre bueno, cercano, solícito, y que me ha hecho heredero de todo el Universo.
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Para orar nos encontramos con diversos obstáculos interiores y exteriores. Un obstáculo es la concepción incorrecta de la oración. No es una simple operación psicológica (un mero discurrir, unas palabras y acciones rituales, etc.), sino un encuentro, un grito de reconocimiento y amor. Sabiendo que para orar necesitamos absolutamente la acción del Espíritu Santo.
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Luego de los años, podemos contabilizar por miles las Misas en las que hemos participado. Es un tesoro que queda para la eternidad. Pero, al mismo tiempo, experimentamos la necesidad de profundizar en ella, porque es un misterio insondable. Si quisiéramos abarcar el Universo, nuestra pretensión sería vana. La Misa es un Misterio mayor, y toda preparación para ella será necesaria.
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