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Harald Blåtand estaba destinado a quedar en la historia por varios motivos: por la forma en que accedió al trono de Jutlandia, por lograr unificar a todas las tribus vikingas (https://www.lanacion.com.ar/turismo/viajes/tierra-de-vikingos-nid1816917) y por ser el primer monarca vikingo en convertirse al cristianismo. No solo eso, 11 siglos después de su muerte, se usaría su nombre para bautizar a una nueva tecnología: el Bluetooth (https://www.lanacion.com.ar/tecnologia/llega-bluetooth-5-mas-rapido-y-con-mejor-alcance-nid1907773) . Pero cuando estaba en la cima de su poder, su propio hijo se le puso en contra, le declaró la guerra y finalmente lo asesinó con sus propias manos.
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Su nombre quedó ligado para toda la eternidad con el principio del fin de la presencia romana en Germania y fundido a fuego con el bosque que se convirtió en la tumba de tres legiones. Arminio, que de él se trata, asestó el primer gran golpe que recibió el Imperio más poderoso de su época, pero, lo que no pudo Roma lo logró la traición de su familia, que lo asesinó por la espalda cuando solo tenía 37 años.
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Toda la magia de Mané no alcanzó para conjurar su peor maleficio: el del alcohol y los excesos. Derrotó la pobreza extrema en la que había nacido, gracias a una habilidad única en las canchas de fútbol, pero la endiablada gambeta que tantos defensores desairó en su carrera no le sirvió para esquivar su trágico destino, que lo llevaría a morir solo y arruinado antes de cumplir los 50 años.
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No fue una bala la que en plena Primera Guerra Mundial marcó a Amelia para siempre, sino un bicho que le inoculó la pasión de su vida: la aviación. Desde que visitó un campo del Cuerpo Aéreo Real Británico, supo que su destino estaría ligado a un avión, el aparato que la llevó a la gloria pero que terminó por convertirse en su propia tumba, cuando, antes de cumplir 40 años, desapareció en el aire sin dejar rastro alguno.
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Estuvo a "cinco minutos" de desplazar a Elvis Presley de su trono de rey del rock and roll, pero cayó en desgracia por culpa de su vida privada y su carrera se desbarrancó. Jerry Lee Lewis, que de él se trata, era un genio musical que hacía bailar a las piedras allá por la década del 50 y que tocó el cielo con las manos con su éxito "Great balls of fire", pero el matrimonio con su sobrina de 13 años lo marginó del estrellato cuando estaba en pleno apogeo.
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Una noche primaveral de 1986, ante la mirada atónita de 70.000 personas, Helmuth Duckadam entró al Libro Guinnes de los Records; pero poco después se le cayó encima un duro invierno. El "Héroe de Sevilla", como se lo conocería después de que atajara cuatro penales en la definición de la Copa de Campeones de Europa, chocó de frente con la cruda realidad que reinaba del otro lado de la "Cortina de hierro" y ya nunca más fue el mismo.
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Aparecieron de la noche a la mañana y rompieron todos los rankings, haciendo que el mundo entero se preguntara quiénes eran esos dos jóvenes atléticos, de voz única y carisma a prueba de balas que llenaban estadios y vendían millones de discos. Eran Robert Pilatus y Fabrice Morvan, el dúo integrante de Milli Vanilli, que alcanzó rápidamente el disco de platino y ganó un premio Grammy, pero que en menos de dos años terminó envuelto en el mayor fraude de la historia musical.
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El genio de Rafael estaba en su máximo esplendor, cuando un llamado intempestivo y una noche de sexo, lujuria y excesos le costaron la vida y privaron al mundo de todo el arte que aún tenía para dar. Lo primero lo obligó a tomar mucho frío, luego de una acalorada tarea en las estancias vaticanas, mientras que lo segundo lo debilitó al extremo. Tres días después estaba muerto, cuando apenas tenía 37 años.
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Marcia Clarck solo tenía que empujar esa pelota que le habían dejado picando en el área para convertir el gol de su vida. Luego de años de acumular prestigio como fiscal en casos de asesinatos, el destino la ponía frente a la oportunidad de su vida: con todas las pruebas y los indicios a su favor debía lograr que condenaran a la estrella del fútbol americano y actor de cine O. J. Simpson. "Lo tenemos", dijo. Pero un año después, contra todos los pronósticos, el acusado era declarado inocente y ella decidió dejar su trabajo.
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Fue grande entre los grandes, pero jamás imaginó que dos palabras lo marcarían para siempre: "No más". Fueron esas dos sílabas, pronunciadas en un ring de Nueva Orleans y ante Sugar Ray Leonard, las que empañaron la carrera de Roberto Durán Samaniego, el hombre que se abrió camino desde la extrema pobreza gracias a la fuerza de sus puños y logró posicionarse en el selecto grupo de los diez mejores boxeadores de toda la historia.