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“Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu ni por palabra ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca” (2 Tesalonicenses 2:1, 2).
En 2 Tesalonicenses capítulo 2, Pablo anima a la iglesia a continuar firmes en la verdad recibida, y que no permitan ser engañados por nada ni por nadie. Anticipa que habría un desvío de la fe, y que el anticristo se manifestará antes del Día del Señor. Describe al hijo de perdición como un poder arrogante y dominador que reclama ser adorado, asume prerrogativas divinas y se presenta como si fuese el mismo Dios.
En un sentido más amplio, este poder se identifica como el mismo Satanás, quien ha pretendido ser como el Altísimo. Satanás extrema sus esfuerzos para presentarse como Dios y destruir a todos lo que se le oponen. Está activo, actuando como acusador y engañador. Todo aquel que descuida su comunión con Dios se constituye en presa fácil de los engaños del enemigo, al dar crédito fácilmente a las mentiras presentadas por aquellos que se oponen al verdadero Dios.
¿Cómo enfrentar a este experimentado engañador? Pablo aconseja permanecer firmes y vivir las buenas enseñanzas recibidas. Tanto el Salvador y el Consolador como el Acusador y Engañador se disputan el dominio de nuestra mente y corazón. El primero lo hace con cuerdas de amor y verdad; el segundo, con lazos de engaño y mentira.
Elena de White nos dice que cuando Satanás ve que corre peligro de perder a un alma, hace cuanto puede para conservarla, y mucho más cuando el tentado y afligido busca a Jesús (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 122).
Jorge Benny comparte seis claves de una experiencia victoriosa: ¿Cómo vencer en la vida? Orando. ¿Cómo vencer al diablo? Orando. ¿Cómo vencer las pruebas? Orando. ¿Cómo vencer las tentaciones? Orando. ¿Cómo vencer las tribulaciones? Orando. ¿Cómo vencer las persecuciones? Orando.
Sin oración seremos siempre derrotados. Necesitamos hacer de la oración nuestro estilo de vivir permanentemente en la presencia de Dios. Nuestra única alternativa de victoria es permanecer al lado de Cristo, orando para que el Espíritu Santo nos conceda sabiduría con el fin de reconocer las mentiras y las fuerzas para permanecer del lado de la verdad.
Es una lucha injusta y desigual, con derrota garantizada, si luchamos solos; sin embargo, “si el que está en peligro persevera, y en su impotencia se aferra a los méritos de la sangre de Cristo, nuestro Salvador escucha la ferviente oración de fe, y envía refuerzos de ángeles poderosos en fortaleza para que lo libren” (ibíd.).
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“Por esta razón también oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder. Así el nombre de nuestro Señor Jesucristo será glorificado en vosotros y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:11, 12).
Pablo ruega por tres cosas para los creyentes:
1-Por una vida digna. No solo dignos en la entrada al Reino de la gloria sino también dignos para vivir la fe presente. Necesitamos vivir a la altura de los valores del Reino anunciados por Jesucristo. El ser humano debe representar y reflejar el carácter de Dios. La razón por la cual el cristiano vive una vida digna y superior es porque está orientada y regida por los mismos valores de Dios.
2-Por una vida poderosa. No se trata de poder para hacer lo que uno quiere, sino de poder para hacer la voluntad de Dios. Este poder es resultado de la dependencia de Dios. El mismo Jesús reabastecía su alma de poder a través de la oración.
En el silencio de las noches, Jesús se retiraba para tener comunión con su Padre, e invitaba muchas veces a sus discípulos. “En la oración, Cristo obtenía poder de Dios, y prevalecía. Mañana tras mañana, y noche tras noche, él recibía gracia para poder impartir a otros. Entonces, con su alma henchida de gracia y fervor, salía a ministrar a las almas de los hombres” (Elena de White, El ministerio pastoral, p. 324).
3-Por una vida que glorifique a Cristo. El Señor es glorificado en sus hijos en su venida y también en el presente. Las vidas salvadas y las vidas santificadas lo glorifican. El creyente glorifica a Cristo y Cristo glorifica al creyente. Pablo expresa que esto se hace por la gracia de Dios. La gracia nos conduce a la gloria.
Elena de White nos dice que Jesús veía en toda alma a un ser que debía ser llamado a su Reino. “Su intensa simpatía personal lo ayudaba a ganar los corazones. Con frecuencia se dirigía a las montañas para orar en la soledad, pero esto era en preparación para su trabajo entre los hombres en la vida activa. De estas ocasiones, salía para aliviar a los enfermos, instruir a los ignorantes y romper las cadenas de los cautivos de Satanás” (El Deseado de todas las gentes, p. 125).
No hay vida digna, poderosa y que glorifique a Dios si no construimos sobre la comunión para ser consumidos en la misión.
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“Es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, mientras que a vosotros, los que sois atribulados, daros reposo junto con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder” (2 Tesalonicenses 1:6, 7).
Pablo nos muestra a un Dios que castigará con tribulación a los que atribulan y recompensará con descanso a los que son atribulados. Un día, los creyentes que hoy sufren descansarán y los malvados que hoy hacen sufrir sufrirán.
Pablo asevera que Dios es justo, ya que conoce los hechos y las motivaciones. Por eso, dice que él puede pagar; es decir, devolver en reciprocidad, pagar con la misma moneda. El pago a los incrédulos es con tribulación, llama de fuego, sufrimiento y perdición eterna. Se contrasta la retribución a perseguidores e incrédulos con la recompensa a los perseguidos y creyentes. Unos recibirán lo que causaron; otros, lo que anhelaron. El alivio y el descanso eterno serán a partir del segundo advenimiento de Cristo.
El 31 de mayo de 1970, en la región central norte del Perú, ocurrió un terremoto de magnitud 7,9 en la escala Richter, con epicentro en la provincia de Yungay. Huascaram es la montaña más alta del país, con 6.678 metros de altura, y es la montaña tropical más alta del mundo. Es parte de la llamada “Cordillera blanca”, considerada patrimonio de la humanidad.
Por efecto del tremendo movimiento sísmico, una importante porción se deprendió del Huascaram, y formó un alud de nieve y rocas que alcanzó una velocidad de doscientos kilómetros por hora. Esto arrastró todo lo que encontraba en el camino, saltó por encima de pequeños cerros y sepultó a una profundidad de ochenta metros toda la ciudad de Yungay.
Hoy, una inscripción recibe a los visitantes del lugar, y dice: “Yungay, ciudad sepultada”. Solo unos trescientos sobrevivieron; entre ellos, los miembros de una iglesia adventista que había viajado a una ciudad vecina para hacer un trabajo comunitario.
En 1962, dos científicos estadounidenses, David Bernays y Charles Sawyer, habían informado de la existencia de un enorme bloque vertical de roca, cuya base estaba siendo socavada por un glaciar. Sin duda esto podría causar (y de hecho lo hizo) un derrumbe. No obstante, se les ordenó que se retractaran, bajo amenaza de prisión. Los científicos huyeron del país.
Tanto las promesas como las advertencias son condicionales. Si desechamos o silenciamos las advertencias de los profetas y los apóstoles, y si rechazamos a Cristo como nuestro Abogado, mañana lo enfrentaremos como Juez. Él ama al pecador, pero odia el pecado. Cual Médico divino, un día extirpará para siempre el cáncer del pecado.
Hoy todavía estamos a tiempo; aceptemos la misericordia del Señor.
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“Vuestra fe va creciendo y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás [...] vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis” (2 Tesalonicenses 1:3, 4).
Las fuerzas centrípeta y centrifuga, al estar en oposición una de otra, actúan y reaccionan de manera tal que la Tierra, en lugar de salir volando por el espacio, se mantiene en la ruta de su órbita equilibradamente girando alrededor del Sol.
De igual manera, la fuerza impulsora que nos viene de Dios y la fuerza propulsora que es resultado de las presiones recibidas al enfrentar adversidades equilibran nuestro caminar cristiano. Tenemos que agradecer a Dios por ambas, tanto por las alas para volar como por los pesos que nos frenan. Y así, impulsados por Dios, avanzamos con fe y paciencia en nuestra sagrada vocación.
Pablo elogia la fe que crece y el amor que sobreabunda. Son las alas provistas por la fuerza impulsora de Dios. Pero menciona, también, paciencia y fe para enfrentar los pesos de las persecuciones y las tribulaciones.
Paciencia y fe combinadas, pues sin la ayuda divina es imposible tener una paciencia que nos lleve al crecimiento. No necesitamos una paciencia estoica, sino activa y productiva, que nos conduzca a soportar; es decir, a mantenernos erguidos, de pie, firmes y caminando.
Las grandes historias fueron escritas con la sangre de sus autores. José no habría alcanzado la cima de la gloria sin pasar por el pozo de la adversidad. Nabucodonosor no se habría salvado si los tres jóvenes fieles no hubieran pasado por el horno de fuego. El carcelero de Filipos no se habría bautizado si Pablo y Silas, en lugar de cantar, hubieran protestado y, en lugar de permanecer en la cárcel después del terremoto, hubieran escapado.
Elena de White adoptó una actitud de alegría en la adversidad, pues su fe no le permitía estar triste. No obstante, hubo veces cuando sufrió muchísimo; por ejemplo, en Australia, viuda y enferma, confinada en cama por meses. Ella misma escribió que el Señor hace bien todas las cosas. “Miro ahora este asunto como parte del gran plan de Dios, para el bien de su pueblo en este país, y también para los de América, y para mi propio bien. No puedo explicar cómo ni por qué, pero así lo creo. Y soy feliz dentro de mi aflicción. Puedo confiar en mi Padre celestial. No dudaré de su amor” (Consejos para la iglesia, p. 38).
Dios siempre equilibra nuestros pesos con sus alas. Podemos estar seguros de que, si Dios nos deja caminar entre piedras, nos dará zapatos adecuados; el mismo Señor que permite los pesos propulsores nos otorga las alas impulsoras.
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Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:1, 2).
En la segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo asegura a los cristianos la aceptación del Señor, insiste en que deben agradecer a Dios por las victorias conquistadas, y destaca su crecimiento en las virtudes cristianas de fe, amor fraternal y firmeza frente a la persecución.
En el capítulo 1, el apóstol subraya la fe, el amor y la paciencia. Pablo demuestra felicidad por el desarrollo espiritual de los hermanos y cómo ellos se han mantenido fieles en la fe, aun en medio de las tribulaciones. A mayor sufrimiento, fue mayor la fidelidad y el compromiso con Dios.
Por eso, a veces Dios permite el sufrimiento en nuestra vida, y este resulta precioso porque nos acerca a él, cosa que no haríamos en circunstancias de comodidad. Ante las pruebas, es necesario mantener firme nuestra fe en Dios, no para demostrar nuestra capacidad de fidelidad sino para que Jesucristo sea glorificado en nuestra vida.
Eduardo Zakim es un luchador y un misionero extraordinario. Un sufriente soldado de Jesús. Lo conozco desde hace cuarenta años. Siempre dedicado y comprometido con Cristo y con la iglesia. Alguien que ganó decenas de almas e inspiró a muchos al ministerio.
Pero Eduardo pasó por pruebas tremendas. Perdió a su hija Cinthia, de 27 años, cuando se lanzó a un río helado para rescatar a un niño; a su esposa Ana, por un cáncer, a quien le habían dado tres meses de vida pero vivió tres años más por su fe y su estilo saludable de alimentación; y también perdió a Noelia, de 33 años, la única hija que le quedaba, por un cáncer fulminante.
Eduardo se ha mantenido fiel y es una bendición para muchos, que son consolados por su vida y su predicación. Es invitado permanentemente por iglesias para compartir temas de reavivamiento. Nunca dejó de dar estudios bíblicos y nos animó a cumplir nuestra misión siempre. Él se volvió a casar con Irene, una mujer extraordinaria, cristiana y ejemplar.
En su libro ¿Qué Dios como tú?, con testimonios de milagros y conversiones, Eduardo nos motiva a confiar plenamente en las promesas de Dios. Así, frente a la próxima prueba, podemos mantenernos fieles y que en cada alma que se cruce en nuestro camino veamos a una persona para el cielo.
Hoy podemos decirle “gracias” a la noche, que nos permite ver las estrellas, y podemos decirles “gracias” a los sufrimientos, que nos permiten ver la consolación y el propósito de Dios.
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“También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14).
Pablo utilizó la figura del cuerpo humano para ilustrar el papel de la iglesia. En este cuerpo espiritual hay ciertos miembros más débiles, que necesitan un apoyo especial.
1-Los ociosos. Son los que andan fuera del paso, desordenadamente, indisciplinados. Elena de White nos advierte: “La mente y el corazón indolentes, que no tienen propósito definido, son presa fácil del maligno. El hongo se arraiga en organismos enfermos, sin vida. Satanás instala su taller en la mente ociosa” (La educación, p. 170).
2-Los de poco ánimo. Son los que se dan por vencidos. Siempre miran el lado negativo de las cosas y renuncian cuando las cosas se vuelven difíciles. Necesitan ser animados, alentados, acercándonos a ellos y hablándoles de que las pruebas de la vida los ayudarán a crecer y a fortalecerse en la fe.
3-Los débiles. Son los que no han crecido en la fe, no se alimentaron, no se desarrollaron, se quedaron en los rudimentos del evangelio.
El primer día como presidente de la Asociación Bonaerense, le pedí a un gran líder y administrador de la iglesia, con años de experiencia, que me diera un consejo. Me dijo: “Ama. La iglesia es un edificio en construcción; aún no está terminado. Es como un hospital que recibe enfermos. No podemos descartar, dejar afuera a nadie”.
Por eso, al ocioso hay que darle una ocupación; al de poco ánimo, darle ánimo para que tengan mucho; y a los débiles, darles fuerza, motivando con paciencia y con amor.
Elena de White nos dice que los hijos de Dios deben traer almas al Señor, y así “tendrán la reconfortante seguridad de la presencia del Salvador. No deben pensar que están abandonados a sus débiles fuerzas. Cristo les dará palabras adecuadas para consolar, animar y fortalecer a las pobres almas que luchan en las tinieblas. Su propia fe será afirmada al ver el cumplimiento de la promesa del Redentor. No solo beneficiarán a otros, sino también la obra que hagan para Cristo será una fuente de bendición para ellos mismos” (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 304).
Dos tipos de ovejas deben estar en el centro de nuestros sueños, oraciones y esfuerzos. Cuidar la que tenemos adentro del redil para que sea más fuerte y misionera, y buscar y rescatar a la que está afuera.
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“Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco” (1 Tesalonicenses 5:8).
Las estalactitas y las estalagmitas son formaciones que se encuentran en cuevas, grutas o cavernas y son producidas por un fenómeno llamado precipitación química. Las estalactitas son formaciones verticales que parten de arriba hacia abajo y las estalagmitas se forman al revés: de abajo hacia arriba.
Las estalactitas se originan en el techo y continúan creciendo de forma descendente hacia el suelo. Son formaciones rocosas que tienen en el centro un conducto por el cual circula el agua con los minerales y que con su goteo produce la formación de las estalagmitas.
Las estalagmitas, originadas en el suelo, se dirigen de forma ascendente, no tienen el conducto central, y crecen por los residuos que vienen de arriba. En el momento en el que ambos se juntan, se forma una estructura única denominada columna, o pilar.
Pablo no habló de estalactitas ni de estalagmitas, pero estas figuras ilustran la enseñanza del apóstol. Nuestra vida es posible no por una precipitación química sino por el descenso y la encarnación de Cristo entre nosotros. Nuestra existencia se origina por un propósito que viene de arriba. En él existimos, en él nos nutrimos, en él crecemos, nos hacemos fuertes y sobrios. Unidos a él, llegamos a ser una columna o pilar firmemente establecido, defensa y baluarte de la verdad.
Pablo reitera la necesidad de estar protegidos por esta armadura para crecer en las cavernas tenebrosas del pecado de este mundo corrupto. La fe y el amor son como la coraza que cubre el corazón: hacia Dios, y hacia el prójimo. La esperanza es el yelmo que protege la mente. Los incrédulos indiferentes fijan su vista en las cosas de abajo, mientras que los creyentes comprometidos ponen su atención en las cosas de arriba.
“La perspectiva que uno tiene de la vida determina el resultado que se obtiene; y cuando esta perspectiva mira hacia lo Alto, un buen resultado está asegurado”, afirmó W. Wiersbe. Reconozcamos nuestra absoluta dependencia del Señor; solo en él somos fuertes y firmes a fin de vivir como hijos de la luz, sobriamente, dependiendo permanentemente, obedeciendo fielmente, siendo un pilar y una columna para sostener a otros.
Así como Cristo es nuestra estalactita –porque se derramó hacia nosotros, nos origina, nos sostiene, nos nutre y nos hace crecer–, nosotros también podemos ser la estalactita que nos derramamos hacia muchos llevando nutrientes salvíficos de amor, fe y esperanza, produciendo nuevas estalagmitas.
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“Porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5:5).
Pablo dice que somos hijos de la luz y del día, que no podemos dormir frente al gran evento que se aproxima, mientras que los hijos de las tinieblas se esconden y viven en la suciedad del pecado; por eso son de la noche, indiferentes o ajenos al inminente regreso del Señor.
Ser hijos de la noche es rechazar la Revelación, vivir en incredulidad, practicar la inmoralidad y dormir el sueño de la muerte. Ser de las tinieblas significa pertenecer al enemigo y, por lo tanto, actuar en rebeldía contra Dios.
Pero Pablo dice que no somos hijos de las tinieblas y de la noche. No somos hijos de rebeldía, desobediencia, ira, maldición y muerte. Por la redención en Jesús, somos hechos hijos de comunión, obediencia, justicia, bendición, resurrección y vida.
Burt dice que el binomio luz-tinieblas y día-noche vertebra toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. Cuando todo era tinieblas, las primeras palabras de Dios registradas en las Escrituras fueron “Sea la luz”. Y, cuando el Apocalipsis termina ya en la descripción de la Ciudad Celestial, se dice que no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará.
Cuando el hombre cedió a la tentación, el diablo transformó el mundo en un mundo oscuro por el pecado. Cristo vino cuando todo estaba en tinieblas espirituales para trasladarnos del reino de las tinieblas al Reino de la Luz.
Los hijos de las tinieblas y de la noche viven para el presente siglo, regidos por el príncipe de las tinieblas, mientras que los hijos de la luz y del día viven para el siglo venidero, regidos por el Príncipe de justicia y la Luz del mundo. El príncipe de las tinieblas ha recibido un golpe mortal, pero sigue gobernando. El presente siglo está moribundo, pero aún no acaba. Hasta que Cristo vuelva en gloria, seguirá este período transitorio de convivencia de las tinieblas y la luz, de la noche y el día.
Solo hay dos opciones. O se es hijo de la noche o hijo del día, de la luz o de las tinieblas. O perteneces a este mundo caduco en vías de extinción o al siglo venidero, a pasos de su reestreno definitivo.
La Luz del mundo ya vino, pero está por venir nuevamente. Seamos hijos de Dios, que no viven para este mundo que se termina, sino para el Reino que nunca acabará.
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“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses 5:2).
Tanto Jesús como Juan en el Apocalipsis y como Pablo aquí usan la figura de un ladrón para ilustrar lo inesperado y sorpresivo de la llegada del Día del Señor. Puesto que no sabemos cuándo va a venir el gran día de Dios por su pueblo, debemos vivir esperando y velando mientras estamos ocupados en trabajar y testificar.
Ya hemos comentado la tristísima historia del vuelo que impactó sobre la ladera del cerro a escasos cuatro kilómetros del Aeropuerto José María Córdova (Colombia) y que significó la muerte de 71 personas (entre ellos, los jugadores del equipo de fútbol brasileño Chapecoense).
El vuelo de LaMia estuvo a cuatro minutos de aterrizar. Casi se salvaron. Pero estar “casi salvos” es estar totalmente perdidos. No hay mayor fatalidad que el “casi”.
Un tripulante que siguió el protocolo de seguridad y salvó su vida estuvo entre los sobrevivientes. Dios nos ha dado, a través de su Palabra, un protocolo de seguridad para enfrentar el mal y el pecado, y sobrevivir.
De acuerdo con las investigaciones, la falta de combustible fue la causa de la tragedia. Es imposible llegar a destino sin combustible. El sueño de todos es llegar al destino seguro. Es imposible sin la provisión adecuada de la energía necesaria. La gran diferencia entre las vírgenes que participaron de la gran fiesta de bodas y las que no lo hicieron fue que estas últimas no tenían el aceite suficiente para sus lámparas. Es imposible movernos y llegar al destino anhelado sin combustible. Y Jesús, en su propia experiencia, nos aseguró que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
El avión podría haberse declarado en emergencia, y la tragedia se habría evitado, pero tan solo expresó un pedido de prioridad para el aterrizaje. Este mundo de pecado es a todas luces un mundo declarado en emergencia. La imagen de Dios en el hombre, en su estado original, ha sido totalmente desvirtuada.
“La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debería ser nuestra primera obra” (Elena de White, Eventos de los últimos días, p. 193).
Ya no es suficiente que encaremos las cosas de Dios de manera prioritaria. Necesitamos, además, hacerlo con urgencia. No hay más tiempo. Estamos a “instantes” de la destrucción definitiva o de una vida para siempre.
Necesitamos actuar con urgencia en la emergencia.
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“Acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba” (1 Tesalonicenses 5:1).
En el capítulo 5 de 1 Tesalonicenses, Pablo comienza describiendo el regreso de Cristo. Él afirma que el Día del Señor viene como ladrón en la noche. Aquí, Pablo no está hablando de un rapto secreto. Está enfatizando la idea de que Cristo vendrá en el momento en que no esperamos. Y por eso debemos estar siempre preparados.
Un mensaje importante que Pablo comparte es este: No debemos confiar en discursos que dicen que habrá tiempos de paz, y que los tiempos de paz se instalarán para siempre en nuestro planeta. ¡Eso no es verdad! La paz que se instale en nuestro planeta será una paz aparente, que precede al regreso de Jesús. Por eso, Pablo nos enseña que debemos vigilar y estar sobrios; es decir, atentos. Esto significa que necesitamos conocer las señales, que están claras en la Biblia.
Pablo también orienta a dar atención a los que trabajan entre nosotros predicando la palabra y llamando nuestra atención a las cosas celestiales.
Debemos animar a los desanimados, motivar a los desmotivados. Debemos orar siempre. Debemos siempre ser agradecidos. Debemos atender las profecías. Debemos tener mente juiciosa. Debemos huir de todo tipo de mal. Debemos mantener una vida santificada. Debemos abrir el corazón para la actuación del Espíritu Santo.Letie Cowman cuenta que un hombre oraba pidiendo aceite, y Dios le dijo que plante un olivo. Luego, oró por lluvias para el olivo, y Dios se las envió. Entonces oró por sol, y el sol apareció. A fin de fortalecer las raíces, pidió nieve, y Dios le mandó nieve. Pero, por esa nevada, el olivo murió. Sorprendido, el hombre vio que su vecino tenía un olivo muy bonito y le preguntó cómo hacía para mantenerlo así. El vecino respondió: “Solo le confío mi planta a Dios. Yo no le impongo condiciones a Dios; simplemente cumplo condiciones colocando mi vida en sus manos”.
Como Pablo hizo en su vida, como le pidió a los tesalonicenses que hicieran, vamos a colocar nuestra vida plenamente en las manos del Señor.
¡Gracias a Dios porque en él encontramos sentido y significado para la vida, incluso, en las pequeñas cosas! Por la gracia divina nos mantenemos vivos, por su amor tenemos salvación y por su poder podemos prepararnos para recibir a Cristo cuando vuelva a buscarnos.
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“Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).
Hace pocos años, la prensa publicó algunas declaraciones del gran genio físico Stephen Hawking que revelaban su visión sobre el futuro del mundo. Desde luego, sus conceptos no son bíblicos: es uno de los mayores defensores de la teoría del “Big Bang” para el origen del Universo. No obstante, afirmó: “Yo veo grandes peligros para la raza humana. La solución es abandonar el planeta. Si los seres humanos no dejan la Tierra en los próximos cien años, serán una especie extinta”.
Sin embargo, esta no es una solución fácil. Según él, el mayor problema serán las distancias. La estrella más cercana a la Tierra, después del Sol, está a más de cuatro años luz. A las naves del espacio actuales les llevaría cincuenta mil años llegar hasta allá. Sus palabras son provocativas y desafiantes, pero muestran que hasta alguien que no acepta la Biblia comprende y anuncia que pronto no habrá vida en la Tierra.
¿Cuál debería ser nuestra actitud, siendo que conocemos la Revelación clara y profunda? ¿No deberíamos buscar todos los medios de anunciar que lo que sucederá con la Tierra ya fue profetizado en la Biblia? ¿Es posible que las piedras hablen primero para que después tomemos coraje?
Tenemos una razón más para anunciar en alta voz: nosotros conocemos la verdadera solución. Mientras que Hawking, considerado uno de los más importantes físicos del planeta, solo logra encontrar el problema, nosotros tenemos la solución. Eso nos hace más responsables de anunciar este mensaje.
No necesitamos huir del planeta, naves para llegar al espacio o a otros planetas donde habitar. No necesitamos temer una invasión de extraterrestres ni soluciones complejas para las amenazas del futuro. Necesitamos conocer y creer en las orientaciones de la Palabra de Dios. Necesitamos confiar en que el “el Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9).
Necesitamos poner nuestra esperanza en el regreso del Señor. Entonces viviremos en el cielo por toda la eternidad. De esta forma, sí dejaremos el Planeta. No por manos humanas, sino conducidos por el Señor. La Revelación es clara. Solo necesitamos levantarnos y anunciarla.
“Vivimos en los últimos tiempos, el fin de todas las cosas se acerca. Las señales predichas por Cristo se están cumpliendo rápidamente” (Elena de White, Consejos sobre salud, p. 389).
Haz tu parte. Es tiempo de salir de este mundo y entrar en el mundo nuevo para siempre.
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“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16).
Graciela era parte de nuestro equipo de evangelización. Trabajaba como dedicada y eficiente instructora bíblica, apasionada por la salvación de las personas y el regreso de Jesús.
Un día, su padre descansó en el Señor. Ella misma tuvo que explicar como mamá, a su hijo de cinco años, sobre la muerte de su abuelo. Lo hizo así: “El abuelo se durmió. Lo vamos a poner en una caja y lo guardaremos en el jardín”. Enseguida, el niño preguntó: “Y ¿cuándo se va a despertar?” Tragando saliva, Graciela contestó: “Se va a despertar cuando Jesús venga”. Entusiasmado, el niño gritó: “Entonces voy a orar para que Jesús venga esta tarde”.
Y tú, ¿estás orando para que Jesús venga esta tarde? ¿Te estás preparando? ¿Estás preparando a otros al trabajar por el pronto regreso de Jesús?
La vida aquí está envuelta en lágrimas. Todos los días las derramamos. A veces, son visibles. Otras, son disimuladas. Sin duda, las lágrimas más pesadas son la derramadas por la pérdida de un ser que amamos.
Recuerdo el primer sepelio que tuve que realizar como pastor. Una madre estaba llorando por la prematura muerte de su hijo de 32 años. Ella me preguntó si tenía que sepultar a su hijo con zapatos con taco de goma. Nunca había escuchado una pregunta así. En medio de su dolor, y con respeto, pregunté por qué. Me dijo: “Para que cuando el alma se levante a penar pueda caminar en silencio; de esa manera, el diablo no lo molestaría”. Con cariño le explique el mensaje bíblico del descanso inconsciente de los que mueren hasta la mañana de la resurrección.
El enemigo ha mezclado tanto la verdad con la mentira, para generar más confusión e independencia de Dios. Varias veces fui al cementerio por familiares, hermanos en la fe, amigos muy queridos, e incluso por incrédulos. En todos hay llanto, pero el llanto del creyente es diferente. Los muertos en Cristo resucitarán primero, afirmó Pablo (1 Tes. 4:16). El que cree en mí, aunque este muerto vivirá, sostuvo Jesús (Juan 11:25).
“¡Oh, cuán glorioso será verlo y recibir la bienvenida como sus redimidos! Largo tiempo hemos aguardado; pero nuestra esperanza no debe debilitarse. Si tan solo podemos ver al Rey en su hermosura, seremos bienaventurados para siempre” (Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 3, p. 257).
¡Vivamos como para que el Señor venga esta tarde!
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“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo” (1 Tesalonicenses 4:16).
La gente le teme al fin del mundo, pero, por otro lado, se esperanza en el futuro. Cristianos, judíos y musulmanes (cada uno a su manera y con sus interpretaciones, cree que el fin del planeta ocurrirá).
El ritmo se está acelerando. El interés en el futuro está en su apogeo. Más allá de los desastres naturales, de los conflictos entre las naciones, de las hambrunas, de los conflictos étnicos, de la tensión política mundial y de una economía incierta, hay esperanza.
“Venga a ver el fin del mundo en primera fila”, decía el cartel en la península de Yucatán, en el sureste mexicano, promocionado el día que marcaba el final de uno de los ciclos del calendario maya: 21-12-12 y que disparó un boom turístico apocalíptico. Todo fue excitación. Incluso los ocho mejores chefs del planeta organizaron la “Cena del Fin del Mundo”.
Existe otro fin del mundo anunciado y prometido por alguien que nunca falla. Pablo afirma que el Señor mismo, con voz de mando certera y poderosa descenderá del cielo. Elena de White lo resume así:
“Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de oscuridad […] volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del Pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador” (Eventos de los últimos días, p. 231).
“Ninguna pluma humana puede describir la escena, ni mente mortal alguna es capaz de concebir su esplendor” (ibíd., p. 232).
“Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia diestra la corona de gloria [...]. Jesús abre ampliamente las puertas de perla, y entran por ellas las naciones que guardaron la verdad” (ibíd., p. 237).
Sí, esta esperanza ilumina nuestro futuro:
“El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles, es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes, es la oportunidad”, escribió Víctor Hugo.
Sé protagonista y asiste al fin del mundo en primera fila. Participa de la verdadera cena de las bodas del Cordero y de la iglesia.
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“Cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más” (1 Tesalonicenses 4:1).
El enemigo siempre trabaja para llevarnos a los extremos: o nos agradamos a nosotros mismos o vivimos pendientes de agradar a todos.
La vida no es un feriado donde cada uno puede hacer lo que quiere. No vivimos en un parque de diversiones sino en un campo de batalla. La iglesia no es un crucero de placeres sino un bote salvavidas. No es un edifico terminado sino un edificio en construcción. Hacer lo que queremos alimenta nuestro ego. Nadie puede vivir para sí mismo de manera saludable. Tampoco es posible vivir agradando a todos. Si hacemos eso, seguro estaríamos pisando principios, y a la postre nos dañamos.
Steve Jobs solía decir: “Si queremos dejar a todos contentos, entonces hay que dedicarse a vender helados”. Si queremos agradar a todos, vamos a integrar en nosotros las incoherencias de la sociedad. Pablo fue muy definido, tenía una prioridad: agradar a Dios. Esto concede estabilidad y seguridad.
Agradar a Dios debe ser nuestro propósito, responsabilidad y alegría. Agradar es más que obedecer. Incluye la manera, el modo, la forma y la motivación con que lo hago. El agradar a Dios no puede ser algo ocasional, momentáneo o estacional. Debe ser permanente.
Ahora bien, ¿cómo sabemos lo que le agrada? Preguntándo a él a través de su Palabra. Esto nos compromete a obedecer a Dios. Desde luego, en una sociedad sin valores, la obediencia se vuelve complicada en todos los aspectos. En 1 Tesalonicenses 4:4, el apóstol Pablo usa un ejemplo relativo al matrimonio y la pureza moral. Cada hombre deber tener una esposa en santidad y honor en vez de cultivar una pasión desordenada.
Toda actividad sexual fuera de este contexto de un matrimonio heterosexual y monogámico distorsiona el plan de Dios. No necesitamos hacer una encuesta o una investigación para notar cómo se ha cambiado el plan de Dios original.
Nadie agrada, obedece y honra a otro si no es sobre la base del amor. Un fiel y amante esposo ama y hace lo que es agradable para su esposa. Si ama, nada le parece cargoso; si no ama, ni piensa en agradar, sino tan solo en agradarse.
Cuando agradamos, obedecemos y glorificamos. Honramos a Dios en nuestro cuerpo, como también en el cuerpo espiritual, que es la iglesia.
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“Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús que, de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más” (1 Tesalonicenses 4:1).
En el capítulo 4 de 1 Tesalonicenses, el apóstol Pablo alienta a los cristianos de ese lugar a que sigan adelante en una vida verdaderamente piadosa y santa. También enseña que una vida en santidad y justicia consiste en amar a los demás, trabajar y empeñarse por vivir tranquilamente, como resultado de la confianza en Dios.
Pablo expone cuál es la situación de los muertos en Cristo. Él comienza afirmando que, así como Cristo resucitó, de la misma manera quien muere creyendo en él también resucitará. Y ¿cómo ocurrirá esto? Dios dará la orden, los ángeles tocarán la trompeta, y después acontecerá el espectáculo de la resurrección.
Los justos vivos y los resucitados esperarán a Cristo en las nubes del cielo. ¡Será una escena impresionante! Esta promesa debe confortar nuestro corazón, y darnos la certeza de que, para los fieles, la vida no termina en la muerte. Para los fieles, la muerte es solo una pausa, el sueño inconsciente de la muerte. Estas palabras de Pablo deberían producir en nosotros confianza total en Dios, pues él es el Autor y el Don de la vida.
Una mujer había sido diagnosticada con una enfermedad incurable y con poco tiempo de vida. Así que, empezó a poner sus cosas “en orden”. Contactó a su pastor y le dijo cuáles canciones quería que se cantaran en su servicio funerario y qué lecturas hacer. También solicitó ser enterrada con su libro favorito y algo más: ¡un tenedor en la mano derecha!
Sorprendido, el pastor exigió una respuesta ante tan extraño pedido. Con una sonrisa, la mujer explicó: “Cuando la gente se pregunte qué hago con un tenedor en la mano, quiero que usted les diga: ‘Se quedó con su tenedor porque lo mejor está por venir’ ”.
Cuando Dios creó todas las cosas, lo mejor ya había venido. Por causa del pecado perdimos todo, pero lo mejor está por venir para los pecadores alcanzados por la gracia de Cristo. Vivamos con esa certeza y con esa esperanza. En el regreso de Cristo, los justos vivos serán transformados, los muertos en Cristo serán resucitados y todo será hecho nuevo, y nuevo para siempre.
No lo dudes. Hoy puede ser un gran día, pero lo mejor está por venir.
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“De modo que ahora hemos vuelto a vivir, sabiendo que estáis firmes en el Señor” (1 Tesalonicenses 3:8).
Antes de que una criatura camine, se pone de pie. En los dos primeros capítulos, Pablo puso a la iglesia de pie y ahora quiere ayudarla a caminar. La palabra clave aquí es “afirmar”.
Los conversos deben saber que la nueva vida no es fácil, que vendrán pruebas y persecuciones, pero que pueden mantenerse fieles y misioneros. ¿Cómo ayudó Pablo a que la iglesia se afirmara y marchara hacia delante?
1-Les Envió a Timoteo. Pablo no abandonó a sus ovejas en su hora de peligro. Timoteo era ideal para ayudar; compartía la fe, el evangelio, la esperanza y la misión. Era un ministro amante y paciente. Era un discípulo que había sido discipulado por Pablo.
2-Les escribió una carta. El informe de Timoteo a Pablo fue muy alentador. Los nuevos creyentes permanecían firmes. No creyeron las mentiras del enemigo.
La Palabra de Dios es uno de los mejores instrumentos para afirmar a los nuevos creyentes. Jesús enfrentó al enemigo con el seguro “Escrito está” de la espada del Espíritu. La Biblia, que es inspirada por Dios, nos afirma, nos enseña, nos redarguye, nos corrige y nos instruye.
Pablo adoctrina a los Tesalonicenses sobre Dios el Padre y Jesucristo, el Espíritu Santo, el pecado, la salvación, la iglesia, el ministerio y la Segunda Venida. Para el apóstol, la Palabra de Dios es comida nutriente, luz guiadora y un arma defensora.
3-Oró por ellos. La Palabra de Dios y la oración van juntas. Pablo, igual que Jesús, oró por sus discípulos y pidió tres cosas:
La primera es que la fe creciera. Cuanto más usamos fe, más fuerte se hace.
La segunda es que su amor abundara. Algunos edifican muros y se encierran en sí mismos, mientras que otros edifican puentes y se acercan más al Señor y a su pueblo. Amarse unos a otros es mandato de Jesús.
La tercera es que la santidad se desarrolle, para ser irreprensibles delante de Dios. La oración no era incidental ni accidental; era permanente, de noche y de día y con gran insistencia. “De principio a fin, las lecciones y los ejemplos del Señor nos enseñan que la oración que no persevera, no insiste en el pedido y no se renueva permanentemente tomando fuerza de cada petición anterior, no es una oración que prevalece” (William Arthur).
¿Qué podemos hacer para ganar a otro y ayudar a mantenerlo en la fe? Animar y permanecer a su lado, compartir la Palabra y orar. Pablo hizo eso, y le fue muy bien.
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“Pero cuando Timoteo regresó, nos dio buenas noticias de vuestra fe y amor, y que siempre nos recordáis con cariño, y que deseáis vernos, como también nosotros a vosotros. Por eso, hermanos, en medio de toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados al saber de vuestra fe” (1 Tesalonicenses 3:6, 7).
En el capítulo 3 de 1 Tesalonicenses, Pablo presenta básicamente tres temas:
1. Testifica de su gran amor por los tesalonicenses al enviar a Timoteo para fortalecerlos y consolarlos en medio de las tribulaciones que ellos están pasando. La preocupación del apóstol era que el enemigo se aprovechara de las tribulaciones para debilitar su fe. Los verdaderos pastores actúan de esta manera: conforman y animan a sus hermanos en la fe.
2. Se alegra por el bienestar de los hermanos tesalonicenses. Timoteo llevó buenas noticias: los hermanos estaban firmes, a pesar de las necesidades y las pruebas. Nuestra fe se demuestra justamente en las pruebas. Y recuerda que en los momentos difíciles podemos contar con la protección de Dios.
3. Ora por ellos, deseando ir a verlos, y para que el cuidado y la bondad entre ellos se vuelva aún más fuerte. Y con eso ellos podrán crecer en santidad en la presencia de Dios.
Cuando oramos por los amigos y los hermanos, nosotros mismos somos bendecidos porque aprendemos a interceder y porque aprendemos a depender de Dios.
La vida cristiana de Pablo empezó milagrosamente con el encuentro en Damasco, y la primera oración de Pablo fue preguntarle a Jesús qué quería que hiciera. Durante su ministerio, siempre le hizo a Dios la misma pregunta. Sabía que Dios es quien abres las puertas y el que las cierra. Tal vez por eso algunos no se animan a orar al Señor y decirle: “¿Qué quieres que yo haga?” Dios consigue las más reales e impactantes victorias de las más aparentes y humillantes derrotas.
En cierta oportunidad, el gran músico polaco Arturo Rubinstein (conocido por su autodisciplina, ya que llegó a practicar piano 16 horas al día) dijo: “Si paso un día sin practicar, yo noto la diferencia. Si paso dos días sin practicar, mis amigos notan la diferencia. Si paso tres días, el púbico nota la diferencia”.
El crecimiento viene de la práctica. Continuamente debemos estar orando, confiando, viviendo la voluntad de Dios, testificando y salvando a otros. En ningún orden de la vida se alcanza un buen rendimiento sin una práctica permanente. Tal como declaró David Livingstone: “Yo decidí nunca parar hasta llegar al fin y cumplir mi propósito”.
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“Pues ¿cuál es nuestra esperanza, gozo o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (1 Tesalonicenses 2:19, 20).
La gran esperanza de Pablo era encontrarse con los salvos de todos los tiempos y compartir la eternidad. Su corazón estaba lleno de esta esperanza. Se gozaba en esos creyentes con los que soñaba con presentar ante el Señor en el día final, cual tesoros rescatados de la guerra del pecado. Esos fieles ante el Trono y ante el Rey serían su gloria.
Un detalle que no es menor potencia esta historia. La alegría de Pablo y la de Cristo se encuentran. Isaías 53:11 dice que un día Jesús verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho. Tanto el Pan de vida como el distribuidor del pan se realizan en la salvación de las personas.
Este deseo del apóstol de visitar a sus conversos fortalecía su fe y su compromiso con la verdad, y le daba más valor para enfrentar la persecución. Cuánto ánimo produjo en aquellos creyentes saber que eran la esperanza, la corona, el gozo y la gloria del apóstol.
En aquellos días, había dos tipos reconocidos de coronas. Una era la diadema real, símbolo de autoridad y majestad. Otra era una corona olímpica, símbolo de victoria y celebración que se concedía a los vencedores en los juegos realizados por los antiguos griegos en la ciudad de Olimpia. Esta segunda corona consistía en un entramado de ramas de laurel.
Pablo no se refiere aquí a la corona de justicia que el Señor dará en su venida sino a la guirnalda de victoria. La corona de Pablo es una guirnalda de laurel por la victoria de sus conversos.
Elena de White dice que “se nos permite unirnos con él en la gran obra de redención y participar con él de las riquezas que ganó por las aflicciones y la muerte” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 77) y que “la evidencia de su apostolado está escrita en los corazones de sus conversos y atestiguada por sus vidas renovadas. Cristo se forma en ellos como la esperanza de gloria” (Los hechos de los apóstoles, p. 264).
Si nuestra guirnalda de gloria es la honra de salvar personas para Jesús, en breve el Señor cambiará el laurel perecedero y frágil por la diadema imperecedera y eterna.
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“También sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros” (1 Tesalonicenses 2:11).
Con la fidelidad de un administrador, Pablo sabe que el mensaje es propiedad de Dios. No le pertenece, le ha sido confiado en calidad de préstamo. Por eso, lo defiende, lo protege y hace un uso adecuado. No es un dinero para guardar ni un tesoro para esconder; es necesario invertir el capital, producir y hacerlo crecer.
Pablo sabe que no es el dueño, es un encargado. Sabe que tiene que rendir cuentas. Lo trataron de mercenario y pensaban que quería ganar dinero con ese mensaje, pero él está seguro delante de Dios y de los hombres de ser un fiel administrador de todo el mensaje de Dios.
Pablo era padre espiritual de los creyentes, y un buen padre cuida, sostiene y ejemplifica. Pablo vivió una vida santa, justa, íntegra, irreprensible; siempre próximo a las personas. exhortaba, animaba y consolaba. Los hijos espirituales necesitan un ejemplo para seguir más que una disertación para escuchar.
En 1 Tesalonicenses 2:7, Pablo dice que tuvo ternura y los cuidó tal como lo hace una madre. Pablo no los dejó en manos de niñeras. El mismo que les predicó siguió orando por ellos, y ahora les escribe, los visita y les dedica su tiempo y energías. Fue amoroso, paciente y perseverante.
Mi madre fue una mujer luchadora. Salió de Italia a sus catorce años, escapando de la guerra, y se abrió paso en la vida, sin estudios, sin conocer el idioma, pero conociendo a Dios. En la fábrica donde trabajaba le daban unas galletas para su almuerzo. En vez de comerlas, las traía a casa para mi hermano y para mí. La he visto trabajar incluso ayudando a mi padre a construir la casa. Ahora quiero detenerme en un detalle: ella me llevaba todos los días de la mano hasta la escuela, que distaba a unos setecientos metros de casa.
Lo hizo hasta aquel día en que me ayudó a cruzar la avenida, me colocó en la vereda que iba directo a la escuela, ya sin otras calles que cruzar, y me dijo: “Ve tranquilo. Yo te estaré mirando”.
Y así fue. Caminé solo sabiendo que lo hacía bajo la atenta mirada de mi madre. Cada vez que giraba la cabeza, allí estaba ella, acompañándome con su mirada.
Con la fidelidad de un administrador, la protección de un padre y el amor de una madre, caminemos rumbo a la eternidad bajo la atenta mirada de Dios.
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“Vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no fue en vano” (1 Tesalonicenses 2:1).
La predicación en Tesalónica ocurrió poco después de que Pablo y Silas fueran maltratados físicamente en Filipos. El castigo había sido injusto. Además, Pablo era ciudadano romano y, como tal, no debía haber sido castigado.
Por eso, él dice que tuvieron osadía y confianza en Dios al anunciar el evangelio allí. A pesar del desafío de la predicación, el apóstol tenía tanto interés en agradar a Dios que cumplía la misión llevando en poca consideración la opinión de los hombres acerca de sí. Esto no significa que Pablo no respetaba los sentimientos de las personas. Lo que él quiere decir es que su objetivo no era agradar a los hombres y conquistarlos por astucia; más bien, tener la aprobación de Dios y acercar las personas al Maestro. Y por eso, él no adulaba a las personas, no buscaba elogio de las personas. Su negocio era presentar el evangelio de Dios.
Pablo también escribe que propuso ganar su propio sustento, a fin de que el evangelio fuese predicado gratuitamente. Con eso, nadie tendría motivo para acusar al apóstol de predicar por ganancia personal, pues él trabajaba a fin de no ser un peso para sus congregaciones.
Merece ser destacado el hecho de que Pablo enfatiza la relevancia de la Palabra de Dios, como elemento esencial de la predicación y de la transformación de las personas. Pablo fue reavivado por la Palabra de Dios. Ser predicador de la Palabra exige una postura ética correcta, pues la predicación no ocurre solamente por el contenido presentado, sino también por la conducta demostrada.
Elena de White dice que, mientras Pablo proclamaba con santa audacia el evangelio en la sinagoga de Tesalónica, raudales de luz eran derramados. “Pablo creía en la segunda venida de Cristo. Tan clara y vigorosamente presentó las verdades concernientes a este suceso que ellas hicieron en la mente de muchos que oían una impresión que nunca se borró” (Los hechos de los apóstoles, p. 185).
Pablo era osado y su misión estaba por encima de su función. Dios estaba por encima del ser humano. La Palabra estaba encima de su palabra. El prójimo estaba antes que él. Las cadenas de hierro que ataron sus pies fueron el anticipo de la corona de oro que adornaría su cabeza.
Letie Cowman cuenta que un buen soldado romano era el que, ante el peligroso mandato de guerra de un superior, respondía: “Es necesario que yo vaya, no que yo viva”.
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